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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (6 page)

BOOK: Amadís de Gaula
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—Doncel del Mar, allí fuera está una doncella extraña que os trae donas y os quiere ver.

Él quiso salir a ella, mas aquélla que lo amaba, cuando lo oyó estremeciósele el corazón, de manera que si en ello alguno mirara pudiera ver su gran alteración, mas tal cosa no la pensaban. Y ella dijo:

—Doncel del Mar, quedad y entre la doncella y veremos las donas.

Él estuvo quedo y la doncella entró. Y ésta era la que enviaba Gandales y dijo:

—Señor Doncel del Mar, vuestro amo Gandales os saluda mucho, así como aquél que os ama y envíaos esta espada y este anillo y esta cera y ruégaos que traigáis esta espada en cuanto os durare, por su amor.

Él tomó las donas y puso el anillo y la cera en su regazo y comenzó a desenvolver de la espada un paño de lino que la cubría, maravillándose cómo no traía vaina, y en tanto Oriana tomó la cera que no creía que en ella otra cosa hubiese y díjole:

—Esto quiero yo de estas donas.

A él pluguiera más que tomara el anillo, que era uno de los hermosos del mundo. Y mirando la espada entró el rey y dijo:

—Doncel del Mar, ¿qué os parece de esa espada?.

—Señor, paréceme muy hermosa, mas no sé por qué está sin vaina.

—Bien ha quince años —dijo el rey— que no la hubo, y tomándole por la mano se apartó con él y díjole:

—Vos queréis ser caballero y no sabéis si de derecho os conviene, y quiero que sepáis vuestra hacienda como yo la sé.

Y contóle cómo fuera en la mar hallado con aquella espada y anillo en el arca metido, así como lo oísteis. Dijo él:

—Yo creo lo que me decís, porque aquella doncella me dijo que mi amo Gandales me enviaba esta espada y yo pensé que errara en su palabra en me no decir que mi padre era, mas a mí no pesa de cuanto me decís, sino por no conocer mi linaje, ni ellos a mí, pero yo me tengo por hidalgo, que mi corazón a ello me esfuerzo, y ahora, señor, me conviene más que antes caballería, y ser tal que gane honra y proeza, como aquél que no sabe parte de dónde viene y como si todos los de mi linaje muertos fuesen, que por tales los cuento pues que no me conocen ni yo a ellos.

El rey creyó que sería hombre bueno y esforzado para todo bien, y estando en estas hablas vino un caballero que le dijo:

—Señor, el rey Perión de Gaula es venido en vuestra casa.

—¿Cómo en mi casa?, dijo el rey.

—En vuestro palacio está, dijo el caballero. Y fue allá muy aína como aquél que sabía honrar a todos y como se vieron saludándose ambos, y Languines le dijo:

—Señor, aquí vinisteis a esta tierra tan sin sospecha?.

—Vine a buscar amigos —dijo el rey Perión—, que los he menester ahora más que nunca, que el rey Abis de Irlanda me guerrea y es con todo su poder en mi tierra y acógese en la desierta y viene con él Daganel, su cohermano, y ambos han tan gran gente y ayuntado contra mí, que mucho me son menester parientes y amigos, así por haber en la guerra mucha gente de la mía perdido, como por me fallecer otros muchos en que me fiaba.

Languines le dijo:

—Hermano, mucho me pesa de vuestro mal, y yo os haré ayuda como mejor pudiera.

Agrajes era ya caballero e hincado los hinojos ante su padre, dijo:

—Señor, yo os pido un don, y él, que lo amaba como a sí, dijo:

—Hijo, demanda lo que quisieres.

—Demándoos, señor, que me otorguéis que yo vaya a defender a la reina mi tía.

—Yo lo otorgo —dijo él—, y te enviaré lo más honradamente y más apuesto que yo pudiere.

El rey Perión fue ende muy alegre. El Doncel del Mar, que ahí estaba, miraba mucho al rey Perión, no por padre, que no lo sabía, mas por la gran bondad de armas que de él oyera decir, y más deseaba ser caballero de su mano que de otro ninguno que en el mundo fuese. Y creo que el ruego de la reina valdría mucho para ello. Mas hallándola muy triste por la pérdida de su hermana, no le quiso hablar, y fuese donde su señora Oriana era, e hincando los hinojos ante ella, dijo:

—Señora Oriana, ¿podría yo por vos saber la causa de la tristeza que la reina tiene?.

Oriana, que así vio ante sí aquél que más que a sí amaba, sin que él ni otro alguno lo supiese, al corazón gran sobresalto le ocurrió y díjole:

—¡Ay, Doncel del Mar!, esta es la primera cosa que me demandáis y yo la haré de buena voluntad.

—¡Ay, señora! —dijo él—, que yo no soy tan osado ni digno de tal señora ninguna cosa pedir, sino hacer lo que por vos me fuere mandado.

—¿Y cómo —dijo ella— tan flaco es vuestro corazón que para rogar no basta?.

—Tan flaco —dijo él—, que en todas las cosas contra vos me debe fallecer, sino en vos servir como aquél que sin ser suyo es todo vuestro.

—Mío —dijo ella—, ¿desde cuándo?.

—Desde cuando os plugo, dijo él.

—¿Y cómo me plugo?, dijo Oriana.

—Acuérdese, señora —dijo el Doncel—, que el día que de aquí vuestro padre partió me tomó la reina por la mano y poniéndome ante vos dijo: "Este doncel os doy que os sirva", y dijisteis que os placía. Desde entonces me tengo y me tendré por vuestro para os servir sin que otro ni yo mismo sobre mi señorío tenga en cuanto viva.

—Esa palabra —dijo ella— tomasteis vos con mejor entendimiento que a la fin que se dijo, mas bien me place que así sea.

Él fue tan atónito del placer que ende hubo que no supo responder ninguna cosa y ella vio que todo señorío tenía sobre él y de él se partiendo se fue a la reina y supo que la causa de su tristeza era por la pérdida de su hermana, lo cual tornando al Doncel del Mar le manifestó. El Doncel le dijo:

—Si a vos, señora, pluguiese que yo fuese caballero, sería en ayuda de esa hermana de la reina, otorgándome vos la ida.

—¿Y si la yo no otorgase —dijo ella—, no iríais allá?.

—No —dijo él—; porque este mi vencido corazón, sin el favor de cuyo es, no podría ser sostenido en ninguna afrenta, ni aun sin ella.

Ella se rió con buen semblante y díjole:

—Pues que así os he ganado, otórgoos que seáis mi caballero y ayudéis aquella hermana de la reina.

El Doncel le besó las manos y dijo:

—Pues que el rey mi señor no me ha querido hacer caballero, mas a mi voluntad lo podría ahora ser de este rey Perión a vuestro ruego.

—Yo haré en ello lo que pudiere —dijo ella—, mas menester será de lo decir a la infanta Mabilia, que su ruego valdría mucho ante el rey su tío.

Entonces se fue a ella y díjole cómo el Doncel del Mar quería ser caballero por mano del rey Perión y que había menester para ello el ruego suyo y de ellas. Mabilia, que muy animosa era, y al Doncel del Mar amaba de sano amor, dijo:

—Pues hagámoslo por él, que lo merece, y véngase a la capilla de mi madre, armado de todas armas y nos le haremos compañía con otras doncellas. Y queriendo el rey Perión cabalgar para se ir, que según he sabido será antes del alba, yo le enviaré a rogar que me vea y allí hará él nuestro ruego, ca mucho es caballero de buenas maneras.

—Bien decís, dijo Oriana. Y llamando entrambas al Doncel del Mar, le dijeron cómo lo tenían acordado; él se lo tuvo en merced. Así se partieron de aquella habla en que todos tres fueron acordados y el Doncel llamó a Gandalín y díjole:

—Hermano, lleva mis armas todas a la capilla de la reina, encubiertamente, que pienso esta noche ser caballero, y porque en la hora me conviene de aquí partir, quiero saber si querrás irte conmigo.

—Señor —respondió—, yo os digo que a mi grado nunca de vos seré partido.

Al Doncel le vinieron las lágrimas a los ojos y besóle en la faz y díjole:

—Amigo, ahora haz lo que te dije.

Gandalín puso las armas en la capilla en tanto que la reina cenaba y los manteles alzados, fuese el Doncel a la capilla y armóse de sus armas todas, salvo la cabeza y las manos e hizo su oración ante el altar rogando a Dios que así en las armas como en aquellos mortales deseos que por su señora tenía le diese victoria. Desde que la reina fue a dormir, Oriana y Mabilia con algunas doncellas se fueron a él por le acompañar. Y como Mabilia supo que el rey Perión quería cabalgar, envióle decir que la viese antes. El vino luego y díjole Mabilia:

—Señor, haced lo que os rogare Oriana, hija del rey Lisuarte.

El rey dijo que de grado lo haría, que el merecimiento de su padre a ello le obligaba. Oriana vino ante el rey y como la vio tan hermosa, bien creía que en el mundo su igual no se podría hallar; y dijo:

—Yo os quiero pedir un don.

—De grado —dijo el rey— lo haré.

—Pues hacedme ese mi doncel, caballero, y mostróselo, que de rodillas ante el altar estaba. El rey vio el Doncel tan hermoso que mucho fue maravillado y llegándose a él, dijo:

—¿Queréis recibir orden de caballería?.

—Quiero, dijo él.

—En nombre de Dios —respondió el rey—, y Él mande que tan bien empleada en voz sea y tan crecida en honra como Él os creció en hermosura, y poniéndole la espuela diestra le dijo:

—Ahora sois caballero y la espada podéis tomar.

El rey la tomó y diosela y el doncel la ciñó muy apuestamente y el rey dijo:

—Cierto, este acto de os armar caballero según vuestro gesto y apariencia, con mayor honra lo quisiera haber hecho, mas yo espero en Dios que vuestra fama será tal que dará testimonio de lo que con más honra se debía hacer, y Mabilia y Oriana quedaron muy alegres y besaron las manos al rey, y encomendando el Doncel a Dios se fue su camino. Aqueste fue el comienzo de los amores de ese caballero y de esta infanta y si al que lo leyere estas palabras simples le parecieren, no se maraville de ello, porque no sólo a tan tierna edad como la suya, mas a otros que con gran discreción muchas cosas en este mundo pasaron, el grande y demasiado amor tuvo tal fuerza, que el sentido y la lengua en semejantes autos les fue turbado. Así que con mucha razón ellos en las decir y el autor en más pulidas palabras no las escribir, deben ser sin culpa, porque a cada cosa se debe dar lo que le conviene. Siendo armado caballero el Doncel del Mar, como de suyo es dicho, y queriéndose despedir de Oriana, su señora, y de Mabilia, y de las otras doncellas, que con él en la capilla velaron, Oriana que le parecía partírsele el corazón, sin se lo dar a entender, le sacó aparte y le dijo:

—Doncel del Mar, yo os tengo por tan buena que no creo que seáis hijo de Gandales, si al en ello sabéis, decídmelo.

El Doncel le dijo de su hacienda aquello que del rey Languines supiera y ella quedando muy alegre en lo saber lo encomendó a Dios y él halló a la puerta del palacio a Gandalín, que le tenía la lanza y escudo y el caballo, y cabalgando en él se fue su vía, sin que de ninguno visto fuese, por ser aún de noche y anduvo tanto que entró por una floresta donde, el mediodía pasado, comió de lo que Gandalín le llevaba, y siendo ya tarde oyó a su diestra parte unas voces muy dolorosas, como de hombre que gran cuita sentía y fue aína contra allá, y en el camino halló un caballero muerto y pasando por él vio otro que estaba mal llagado y estaba sobre él una mujer que le hacía dar las voces, metiéndole las manos por las llagas, y cuando el caballero vio al Doncel del Mar, dijo:

—¡Ay, señor caballero! Socorredme y no me dejéis así matar a esta alevosa.

El Doncel le dijo:

—Tiraos afuera, dueña, que os no conviene lo que hacéis.

Ella se apartó y el caballero quedó amortecido y el Doncel del Mar descendió del caballo, que mucho deseaba saber quién fuese, y tomó el caballero en sus brazos, y tanto que acordado fue dijo:

—¡Oh, señor!, muerto soy, y llevadme donde haya consejo de mi alma.

El Doncel le dijo:

—Señor caballero, esforzad y decidme si os pluguiere qué fortuna es ésta en que estáis.

—La que yo quise tomar —dijo el caballero—, que yo siendo rico y de gran linaje casé con aquella mujer que visteis, por gran amor que la había, siendo ella en todo al contrario, y esta noche pasada íbaseme con aquel caballero que allí muerto yace, que le nunca vi sino esta noche que se aposentó conmigo. Y después que en la batalla lo maté, díjele que la perdonaría si juraba de no me hacer más tuerto ni deshonra. Y ella así lo otorgó, mas de que vio írseme tanta sangre de las heridas que no tenía esfuerzo, quísome matar metiéndome en ellas las manos, así que soy muerto y ruégoos que me llevéis aquí delante donde mora un ermitaño que curará de mi alma.

El Doncel lo hizo cabalgar ante Gandalín y cabalgó, y fuéronse yendo contra la ermita, mas la mala mujer mandara decir a tres hermanos suyos que viniesen por aquel camino con recelo de su marido que tras ella iría, y éstos, encontráronla y preguntaron cómo anda así. Ella dijo:

—¡Ay, señores, acorredme, por Dios!, que aquel mal caballero que allí va mató ese que ahí veis y a mi señor lleva tal como muerto, id tras él y matadlo y a un hombre que consigo lleva, que hizo tanto mal como él.

Esto decía ella porque muriendo ambos no se sabría su maldad, que su marido no sería creído. Y cabalgando en su palafrén se fue ellos por se los mostrar. El Doncel del Mar dejara ya el caballero en la ermita y tornaba su camino, mas vio cómo la dueña venía con los tres caballeros que decían:

—¡Estad, traidor, estad!.

—Mentís —dijo él—, que traidor no soy, antes me defenderé bien de traición y venid a mí como caballeros.

—¡Traidor —dijo el delantero—, todos te debemos hacer mal y así lo haremos!.

El Doncel del Mar que su escudo tenía, y el yelmo enlazado, dejóse ir al primero, y él a él, e hirióle en el escudo tan duramente que se lo pasó y el brazo en que lo tenía y derribó a él y al caballo en tierra, tan bravamente que el caballo hubo la espalda diestra quebrada y el caballero de la gran caída, la una pierna, de guisa que ni el uno ni el otro se pudieron levantar y quebró la lanza y echó mano a su espada que le guardara Gandales, y dejóse ir a los dos y ellos a él y encontráronle en el escudo, que se lo falsaron, mas no el arnés, que fuerte era. Y el Doncel hirió al uno por encima del escudo, y cortóselo hasta la embrazadura y la espada alcanzó en el hombro, de guisa que con la punta le cortó la carne y los huesos, que el arnés no le valió y al tirar la espada fue el caballero en tierra y fuese al otro que lo hería con su espada y diole por encima del yelmo e hirióle de tanta fuerza en la cabeza que le hizo abrazar con la cerviz del caballo y dejóse caer por no le atender otro golpe, y la alevosa quiso huir, mas el Doncel del Mar dio voces a Gandalín que la tomase. El caballero que a pie estaba dijo:

—Señor, no sabemos si esta batalla fue a derecho o a tuerto.

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