Read Aprendiz de Jedi 3 El pasado oculto Online
Authors: Jude Watson
Transportaron hasta allí a guardias y androides cargándolos en deslizadores y evitando cuidadosamente los rayos disruptores que aún quedaban. Se llevaron consigo cuatro túnicas blindadas y otros tantos visores y cerraron la puerta tras ellos.
—Junto a las escaleras había un muelle para los deslizadores, así que podemos dejarlos allí —dijo Guerra—. Ahora vamos a ver la bóveda.
—Entremos nosotros primero —ordenó Qui-Gon—. Obi-Wan y yo os alertaremos de los rayos disruptores.
Pero, antes de que pudieran dar un paso, el comunicador de una de las túnicas empezó a emitir señales.
—Comprobación de alerta —dijo una voz—. Comprobación de alerta. ¿Por qué se han activado los rayos disruptores?
Los ojos anaranjados de Guerra se desorbitaron. Paxxi se cubrió la boca con una mano. Qui-Gon frunció el ceño.
Buscó el comunicador y lo activó, empleando la Fuerza para responder de modo que no atrajera la atención.
—Es una comprobación de rutina. Repito, una comprobación de rutina. Todo sin novedad. Sugiero cancelar la seguridad de rayos disruptores en el piso inferior para realizar más comprobaciones.
—Hecho.
Los rayos disruptores se desconectaron con un zumbido.
—Rayos desconectados —dijo Qui-Gon.
—Acaben el turno —respondió la voz—. Abandonen la zona. Cierre en diez minutos.
—Mensaje recibido —repuso, apagando el comunicador y mirando a los demás—. No tenemos mucho tiempo.
—Habrá que darse prisa entonces —dijo Paxxi.
Corrieron hasta la bóveda y entraron por la puerta secreta. Obi-Wan se sobresaltó. Las salas de arriba le habían parecido grandiosas, pero ésta refulgía de tantos tesoros como tenía. En el suelo se amontonaban costosas alfombras una encima de la otra. Había plataformas de dormir cubiertas con las mantas más finas y suaves. Grandes almohadas bordadas en oro y plata se apilaban junto a las plataformas.
Qui-Gon rondó por el lugar, examinando las cajas que se amontonaban a lo largo de las paredes.
—Aquí hay comida y suministros médicos suficientes para varios meses.
—Música y hologramas —comentó Paxxi, hurgando en las cajas de otro rincón.
—Raciones de emergencia y armas —añadió Obi-Wan, mirando las que tenía a su lado.
—Es su santuario —dijo Qui-Gon—. De hacerles falta, podrían pasar aquí meses encerrados.
—¡Aquí! —exclamó Guerra.
Todos corrieron hacia él. En una esquina había semioculta una puerta con un panel de control.
—Aquí deben tener el tesoro —dijo Guerra.
—Bueno, al menos tenías razón en esto —comentó el Maestro Jedi.
—De acuerdo, entremos ya —urgió su discípulo—. No tenemos mucho tiempo.
Guerra miró a Paxxi. Paxxi miró a Guerra.
—Por supuesto, Obawan, no es problema —afirmó Paxxi—. ¡Oops, que va, es mentira! Sólo hay un problema.
Qui-Gon cerró los ojos y respiró hondo, como para recomponer su gastada paciencia.
—¿Cómo dices?
Los hermanos miraron al suelo.
—Ah —dijo Guerra—. Sí. Dijimos la completa verdad, sí. Pero no
toda
la completa verdad. Sí, podemos acceder al tesoro. ¡Es fácil! Pero, para ello, antes necesitamos algo. Algo que el Sindicato nos robó primero a
nosotros
. ¡Entraron en nuestro escondrijo y lo robaron todo! Todo aquello que tanto tiempo y esfuerzo nos había costado acumular...
—
Robar
—corrigió el joven Kenobi.
—Así es, Obawan, lo robamos, sí, pero sólo para poder vendérselo al pueblo. Teníamos repuestos de deslizadores, circuitos, motores, todo aquello que antes abundaba en Phindar y que ya no tenemos. ¡Pensábamos vendérselo al pueblo a precios mucho más baratos que los del Sindicato! Como ves habríamos hecho un gran servicio público...
—Limítate a los hechos, Guerra —interrumpió impaciente el muchacho.
Su amigo empezaba a poner a prueba su amistad. ¿Por qué no les habría contado eso antes?
—Claro, Obawan, es un buen consejo —repuso Paxxi—. Nos lo robaron todo. Pero lo que ellos no sabían era que entre esas cosas había algo muy valioso.
—Algo inventado por mi buen hermano. Un antiregistrador. Puede deshacer todo lo que haga un registro de transferencia.
Los hermanos asintieron y sonrieron a los Jedi. Un registro de transferencia es el sistema con que se grababan las transacciones en la galaxia. Un aparato electroóptico que grababa las impresiones de las palmas de las manos de compradores y vendedores.
—La máquina de Paxxi puede duplicar cualquier impresión que esté memorizada por un sistema de seguridad o de registro.
Obi-Wan lo comprendió enseguida. La máquina anti-registradora podría ser incalculablemente valiosa. Permitiría al usuario apoderarse de bienes y propiedades y entrar en cualquier sistema de seguridad de la galaxia que requiera un registro de huellas para su acceso.
—Ese aparato es muy peligroso —dijo Qui-Gon.
—¿Peligroso? —preguntó Guerra—. ¡Qué va, Jedi-Gon! ¡Nos ayudará!
—Pero si el Sindicato supiera que lo tenéis... si
cualquiera
lo supiera, estaríais en grave peligro.
—No tenemos miedo —repuso Paxxi, agitando una mano—. ¡Qué va! Es mentira, claro que lo tenemos. Pero eso hace que tengamos más cuidado. Podemos robar el tesoro, dejar el planeta si hace falta, y hasta vender el aparato en el mercado negro...
—¿Podéis imaginaros cuánto puede valer? —cloqueó su hermano—. ¡Doce fortunas!
Qui-Gon les miró con severidad.
—No es que eso importe —se apresuró a añadir Guerra—. Primero acabamos con el Sindicato, ¿no?
—Lo cual nos devuelve a nuestro problema, hermano. Las mercancías que nos robaron estaban aquí. Ahora no lo están. Así que no podemos entrar.
—Todavía no. Pero podremos hacerlo.
—En cuanto encontremos el aparato.
—Será mejor que volvamos. Ya casi es la hora del cierre y Duenna nos estará esperando.
Qui-Gon les siguió fuera de la sala, lanzando un suspiro de exasperación. Localizaron el mecanismo que abría y cerraba la puerta secreta y ésta se deslizó suavemente hasta su antigua posición. A continuación llevaron los deslizadores hasta el muelle que había tras la escalera, y se dirigieron de vuelta al piso principal.
—Llegáis tarde —les susurró Duenna preocupada al verlos llegar. Sus brillantes ojos anaranjados escrutaban el pasillo que tenía a sus espaldas, pero el rostro se le suavizó al ver a los hermanos—. Pero me alegro de veros. Ordenaron una exploración de rutina de los pisos inferiores. No pude avisaros.
—Ya nos ocupamos de los guardias —le aseguró Paxxi—. Pero el piso inferior está vacío. Ya no hay mercancía allí.
—Siento decíroslo ahora —repuso Duenna, caminando con ellos por el pasillo—. Pero lo descubrí en cuanto os dejé. Han trasladado las mercancías al almacén del espaciopuerto. La mayoría se cargarán en la nave del príncipe Beju para que éste las lleve a Gala —hizo una pausa cerca de la puerta—. Ahora debéis iros. ¡Deprisa! Terra y Baftu han vuelto. Dentro de unos minutos será la hora del cierre.
—¡Duenna!
La voz era cortante y con tono de mando. Se oyeron pasos provenientes del ramal de pasillo situado a la derecha.
—¡Duenna!
El rostro de Duenna palideció.
—¡Es Terra! —dijo en un susurro.
El pasillo era ancho y estaba vacío; no había donde esconderse. Duenna se llevó un dedo a los labios antes de correr para doblar la esquina en dirección al otro pasillo.
Qui-Gon ordenó con su penetrante mirada azul que no se moviera nadie. Ponderó la situación. Terra sólo estaba a unos metros de distancia. La mano de Obi-Wan se cerró sobre el pomo de su sable láser, dispuesto a todo.
—No hace falta que vengas corriendo, anciana —chasqueó la voz de Terra como un látigo—. ¿Dónde estabas?
—En las cocinas —contestó Duenna, con una voz que era como un murmullo.
—En las cocinas. ¿Comiendo otra vez? ¿O acaso evitándome? Mírame.
Hubo una pausa. Los hermanos Derida alargaron los brazos y se cogieron del hombro.
—¿Qué me estás ocultando, Duenna? —la voz de Terra se tornó un ronroneo—. ¿No habrás visto a Paxxi y a Guerra?
Los hermanos se apretaron con fuerza.
—No, qué va —contestó Duenna con voz firme.
—Pero no te sorprende saber que están en Phindar.
—Estoy sorprendida, pero elijo no demostrarlo.
—¡Insolente! —la voz de Terra temblaba ahora de ira—. Creo que debería advertírtelo, anciana. Si ves a Paxxi y Guerra, si hablas con esos traidores, me ocuparé personalmente de que seas renovada.
Los hermanos Derida se miraron con expresión dolorida.
—Pero no antes de que veas a los hermanos morir ante tus ojos —siseó Terra.
—¡No! —gritó Duenna—. Te lo suplico...
—Suplica todo lo que quieras. Es evidente que no hay nada a lo que no estés dispuesta a rebajarte. Haces mi voluntad, me limpias la ropa, recoges mi basura, ¿por qué no ibas a suplicarme también?
—Te suplicaría si me escucharas —repuso con voz temblorosa—. Si tan sólo quisieras que te dijera lo que fuiste, lo que podrías volver a ser...
—¡Basta ya! Escúchame, Duenna. Si tienes contacto con ellos, morirán. Y tu memoria se perderá para siempre, anciana. ¡Pero, no te preocupes, que te soltaré en el planeta más terrible que pueda encontrar! Ahora, ven, necesito que me prepares el baño.
Los vigorosos pasos de Terra se alejaron, y los amigos oyeron que le seguían los pasos más apagados de Duenna.
—Vamos —susurró Guerra—. Hay que irse.
Se pusieron las túnicas blindadas y los visores de espejo, y con ellos les fue fácil confundirse con el resto de los guardias del Sindicato mientras dejaban el edificio.
En cuanto llegaron a las oscuras calles, el phindiano les guió por una calleja estrecha donde se quitaron túnicas y visores, que guardaron en la bolsa que llevaba consigo.
—¿Por qué sospecha Terra que Duenna contactará con vosotros? —preguntó Obi-Wan a los hermanos—. ¿Acaso sabe que simpatiza con los rebeldes? ¿No es muy peligroso utilizarla?
—Qué va —contestó Guerra con voz queda—. Terra no está segura de nada. Teme que Duenna contacte con nosotros porque es nuestra madre.
El joven Kenobi miró sorprendido a su Maestro.
—¿Y por qué trabaja para el Sindicato? —preguntó éste, deseoso de conocer la respuesta de los phindianos.
Éstos intercambiaron una mirada de tristeza y Paxxi asintió a Guerra.
—El Jedi debe saberlo.
—Sí, así es —dijo Guerra con pesar—. Duenna trabaja para Terra porque ella es su hija.
—Entonces Terra es...
—Nuestra hermana —repuso Paxxi.
—No es la misma hermana que tuvimos una vez. No es la que conocimos. La renovaron cuando sólo tenía once años. Fue criada por el Sindicato. No recuerda a la niña que fue. Creció en este lugar, rodeada de poder y crueldad.
—Sin amor —dijo Paxxi.
—Por eso sacrifica su vida nuestra madre. Pensó que así podría dar amor a Terra, aunque sólo fuera como sirvienta. Y quizá hacerle recordar parte de la niña que fue una vez. Pero no ha pasado. Terra no ha cambiado, y Duenna sigue aquí. Se queda para cuidar a su hija, sin importarle lo que ella sea. Sin importarle en lo que se ha convertido.
Esa noche, Guerra y Paxxi compartieron con los Jedi sus abarrotados aposentos. Era una pequeña habitación en la casa que Kaadi compartía con su familia. Desde el mismo momento en que los encontró, había insistido para que los hermanos se quedaran con ella y recibió a sus acompañantes con la misma calidez.
Pasaron la noche acostados en unas mantas extendidas en el suelo. Paxxi se durmió de inmediato, y Qui-Gon se sumió en el estado que los Jedi llaman reposo-en-peligro, con los ojos cerrados y manteniendo la mente en constante alerta.
Obi-Wan no podía dormir. No podía dejar de pensar en lo horrible que sería perder la memoria. No se imaginaba nada que fuera más terrible. Se había esforzado tanto en el Templo, había hecho tantas amistades y había aprendido tanto de Yoda y de los demás Maestros. ¿Y si le quitaban todo eso?
—¿Estás despierto, Obawan? —susurró Guerra desde la manta que tenía al lado.
—Sí.
—Sí, claro, eso pensaba. Te he oído pensar. ¿Sigues enfadado conmigo?
—No estoy enfadado contigo, Guerra. Pero puede que sí algo impaciente. Nunca cuentas toda la verdad.
—Qué va. Oh, es mentira. Tienes razón, Obawan, como siempre. Siento que no estás de acuerdo con la decisión de Jedi-Gon de ayudarnos.
—Qué va... O sí. Igual es mentira.
—Ah, te burlas de mí. Y me merezco tus burlas
—¿Por qué no me hablaste de tu hermana?
—Terra —murmuró, lanzando un suspiro— es mi enemiga, y también lo es tuya, ¿verdad? Pero no siempre fue así. Debes creerme. Ah, ¡si la hubieras conocido de niña! ¡Era tan alegre y lista y curiosa! ¡Y divertida! Nos seguía a todas partes. Baftu cogió todo lo que había de bueno en ella y lo borró para llenarla de odio. ¿Entiendes por qué debemos acabar con él, Obawan? Por eso se arriesga tanto Duenna... Paxxi y ella creen que podrán recuperar Terra una vez el Sindicato haya dejado de existir.
—¿Y tú crees eso?
—No, amigo mío —contestó con otro suspiro—. No lo creo. Pero sí que lo deseo. Como mi familia. Ha habido personas de gran fortaleza mental que han podido resistir algunos efectos del borrado de memoria. Conservan fogonazos de recuerdos. Sólo retazos de cosas, un rostro, un olor, un sentimiento. Me temo que eso no será posible para Terra. Lleva demasiado tiempo así. No tengo la misma fe que mi buen hermano. En mi corazón sólo tengo una esperanza muy pequeña.
—Es algo a lo que poder aferrarse.
—Sí, así es. Por eso fue por lo que engañé a mi amigo, y no se lo conté todo desde el principio. Puede que mi buen amigo Obawan me comprenda y me vuelva a dar su ayuda.
Reinó una larga pausa. La irritación que sentía Obi-Wan por Guerra le abandonó al instante. Vio el dolor y el terror en que había vivido su amigo, y que en Phindar estaba haciendo lo mismo que había hecho en la plataforma minera, disimulando con sonrisas y bromas su miedo a una muerte segura. Qui-Gon había hecho bien en querer ayudarlos, y ahora lo sabía.
—Pues claro que te ayudaré —susurró, pero Guerra ya estaba dormido.
***
A la noche siguiente, los cuatro se pusieron las túnicas blindadas encima de sus ropajes y se colocaron los visores. Observaron la actividad en los almacenes del espaciopuerto ocultos bajo un saledizo.