Aprendiz de Jedi ed. esp. 1 Traiciones (4 page)

BOOK: Aprendiz de Jedi ed. esp. 1 Traiciones
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Sano Sauro se sentó esbozando una sonrisilla.

—¿Vio usted mismo esa... compasión, Qui-Gon Jinn?

—No. Yo estaba luchando contra Xánatos.

—Entonces tendremos que fiarnos de usted.

—No —dijo Qui-Gon—. Tendrán que fiarse de Obi-Wan. Yo me fío.

Sano Sauro realizó un gesto de desprecio con la mano.

—No tengo más preguntas para este testigo.

Pi T'Egal miró a los otros senadores. Ninguno tenía preguntas.

—Gracias, Qui-Gon Jinn. A continuación escucharemos a Bant.

Qui-Gon regresó a la mesa, ofreciendo a Bant una mirada de ánimo por el camino. Bant se sentó en la silla. Su piel de color salmón estaba reluciente, pero los nervios se reflejaban en su mirada. Cuando se sentó, Obi-Wan se dio cuenta de que la mon calamari buscaba su centro de calma. Tenía la barbilla erguida, y se volvió para mirar a Pi T'Egal con decisión.

Pi T'Egal habló con amabilidad, porque eso era lo que inspiraba Bant a todo el mundo.

—Cuéntenos lo que pasó aquella tarde, Bant.

—Fui capturada por Xánatos y Bruck Chun —dijo Bant con voz clara y firme—. Me llevaron a la Estancia de las Mil Fuentes por los conductos del agua para que nadie nos viera. Una vez allí, Xánatos me encadenó al fondo de la laguna de la cascada. Me dijo que me dispusiera a morir, que ni Obi-Wan ni Qui-Gon irían a salvarme. No le creí. Pero, a medida que iba pasando el tiempo, me di cuenta de que llegaba al límite del tiempo que podía permanecer debajo del agua. Lo traspasé y supe que estaba cerca de la muerte. Y después sentí la presencia de Obi-Wan. No pude verlo, pero sabía que estaba allí. Sentí que la Fuerza resurgía para permitirme aguantar. Luego, Obi-Wan me liberó y me llevó a la superficie. Me arrastró hasta la orilla. Vi a Bruck Chun tumbado allí cerca. Estaba muerto.

Bant terminó hablando en voz baja y con la cabeza gacha.

—Es todo lo que sé.

El punto de insolencia en la voz de Sano Sauro se transformó en el suave siseo de una criatura letal.

—Dices que estuviste cerca de traspasar tu límite bajo el agua. ¿Acaso los mon calamari pueden aguantar sin oxígeno durante un tiempo fijo?

—No —dijo Bant—. Varía según el individuo.

—¿Te has desmayado alguna vez bajo el agua, Bant?

—No.

—¿Alguna vez has llegado al límite?

—No —dijo Bant—. No hasta ese día.

—Pero no llegaste a desmayarte, ¿verdad? ¿Cuántos años tienes, Bant? —preguntó Sano Sauro cambiando de tema de repente.

—Tengo doce. En aquel momento tenía once.

—Si nunca habías llegado al límite y ni siquiera lo alcanzaste ese día, ¿cómo sabes que estuviste cerca de morir? —Sano Sauro soltó la pregunta de repente.

Ella parpadeó lentamente.

—Sentí la muerte cerca...

—Así que fue como un presentimiento.

Obi-Wan se puso tenso. La confusión se dibujó en el rostro de Bant. Ella no se esperaba aquel ataque.

—A los Jedi se nos enseña que hay que confiar en la intuición.

—Ya. ¿Y en qué estado de ánimo te encontrabas?

—En estado meditativo, esperando a la muerte en caso de que llegara.

—¿Podrías decir con seguridad cuánto más habrías aguantado si Kenobi no te hubiera rescatado?

Bant titubeó.

—La verdad —le advirtió él.

—No... no podría...

Sano Sauro giró sobre los talones y miró a los senadores.

—Entonces tenemos que fiarnos de la intuición de una niña de once años para creer que se encontraba en peligro mortal, que cualquier esfuerzo por salvarla merecía la pena. ¿Y por eso ha muerto un joven?

—Pero yo conozco mis capacidades y mis habilidades —gritó Bant—. ¡Estoy segura de que estuve a punto de morir!

—No tengo más preguntas —dijo Sano Sauro.

—Creo que eso es todo por hoy —anunció Pi T'Egal—. Mañana nos reuniremos a la misma hora.

Los senadores se levantaron. Bant se puso en pie temblando y se acercó a Obi-Wan y Qui-Gon.

—Os he fallado.

—No —dijo Qui-Gon con firmeza—. Has dicho la verdad.

—No pasa nada, Bant —dijo Obi-Wan—. Ha sido ese Sano Sauro, que lo ha tergiversado todo. No siente ningún respeto por los Jedi.

—Pero los senadores sí —le dijo Qui-Gon—. Ellos no se tragarán su numerito. No temas —la guió amablemente hacia la puerta, acelerando un poco el paso para no encontrarse con Vox Chun y Sano Sauro, que también iban hacia allí.

Obi-Wan se encontró cara a cara con Kad Chun. Sus miradas se enfrentaron. Un sentimiento de ira creció en el interior de Obi-Wan y supo que tenía que resistirse. Pero habían atacado a Bant y no podía perdonárselo.

Kad se dio cuenta. Obi-Wan pudo ver un brillo de satisfacción en su pálida mirada, tan parecida a la de Bruck.

—Parece que no eres tan perfecto, ¿verdad, Obi-Wan? —le preguntó Kad Chun en voz baja y tono amenazante—. Puedo ver el odio en tu mirada.

—Yo no te odio, Kad —respondió Obi-Wan, esforzándose por mantener la voz firme—. Pero este ataque a Bant... ¿es ésa vuestra idea de justicia?

Kad elevó un puño.

—Y matar a mi hermano... ¿es tu idea de la compasión? —le replicó.

Se miraron fijamente. Obi-Wan nunca se había enfrentado a un odio y un dolor tan personales. Sintió cómo le golpeaban en su interior. Quiso correr, pero permaneció inmóvil.

Kad acabó apartando la mirada. Luego se volvió y corrió a reunirse con su padre.

6

N
o pude hacer nada más por Obi-Wan, pensó Qui-Gon mientras subía al aerotaxi rumbo a Centax 2. Había dicho todo lo que podía decirse. Una de las peores obligaciones de un Maestro era tener que quedarse al margen. Su padawan tenía que enfrentarse solo a aquello.

Y Tahl necesitaba su ayuda, tanto si la quería como si no.

Aterrizó en Centax 2 y cogió la pasarela móvil hasta la base Jedi. Encontró a Tahl en la carpa, repasando las especificaciones de los cazas.

—Pensé que más me valdría familiarizarme un poco con el motor de un caza —dijo ella sin preámbulos, porque ya podía reconocerlo por sus pasos. Apartó la grabadora que le leía las especificaciones y se giró hacia él—. ¿Qué tal ha ido la vista?

—No sabría decirte —Qui-Gon se sentó junto a ella—. Ha sido difícil para Bant.

—¿Para Bant? ¿Por qué? —la voz de Tahl sonó cortante. Qui-Gon se fijó en cómo saltaba instintivamente en defensa de Bant.

—Sano Sauro la interrogó despiadadamente sobre cuánto aguanta un mon calamari bajo el agua. Bant se vio obligada a decir que no estaba segura de si estuvo a punto de morir.

Tahl gruñó.

—Y Bant se siente ahora como si hubiera traicionado a Obi-Wan.

—Me temo que sí. Espero que Obi-Wan hable con ella en el Templo. Sé que querrá consolarla, a pesar de lo mal que él lo está pasando. A él mismo le ha costado mantener la compostura.

Ella suspiró.

—Han hecho mucho y han llegado muy lejos. No podemos olvidar que siguen siendo jóvenes.

—Sé que saldrá bien —dijo Qui-Gon, estudiándola con la mirada—. Pero me cuesta quedarme quieto mirando cómo pasa por esto. Aunque también es satisfactorio estar ahí para apoyarle.

Tahl se giró y pasó la mano por unos planos. Las líneas estaban en relieve para que pudiera percibir las formas con los dedos. La grabadora le contó lo que examinaba.

—No me había dado cuenta de que los frenos estaban tan atrás —dijo ella con frialdad.

Era obvio que Tahl tendía a ignorar hasta la menor sugerencia de que una relación Maestro/padawan podría ser beneficiosa para ella. Qui-Gon decidió seguirle la corriente. Sobre todo porque no tenía otra opción.

—¿Has hablado ya con los dos encargados? —preguntó él.

—No, estaba a punto de hacerlo. Saben que hay un investigador. Quería ponerles nerviosos. ¿Quieres venir?

—Si no te importa...

—Pues claro que me importa —dijo ella, alzando levemente la voz—. Pero ¿desde cuándo te detiene a ti eso?

Al menos su tono de voz no era de enfado. Qui-Gon caminó a su lado hasta el hangar vecino, donde los cazas eran reformados.

En cuanto entraron en el hangar, a Qui-Gon le costó no coger a Tahl del brazo. El suelo estaba lleno de herramientas y montones de piezas, grandes y pequeñas. Pero Tahl se deslizaba sin problemas por entre los obstáculos, gracias a sus extraordinarios reflejos y su entrenamiento especial.

—Veo que ya no necesitas a DosJota para la navegación —comentó Qui-Gon, refiriéndose al eterno charlatán que era el androide personal de navegación de Tahl.

Ella sonrió.

—Me ha costado mucho conseguirlo. Aun así, me lo traje por si lo necesitaba; desgraciadamente, sigue siendo vital para algunas cosas.

—Los mecánicos están a la izquierda —le indicó Qui-Gon.

Los observó detenidamente a medida que se acercaban a ellos. Uno era twi'leko y tenía los largos lekkus de la cabeza envueltos en un turbante para que no le molestaran. Su piel era de color azul claro. El otro era humano, de baja estatura y complexión fornida, con los laterales de la cabeza afeitados de modo que el pelo corto sólo le brotaba en la parte superior del cráneo.

—Nos gustaría hablar con vosotros —dijo Tahl.

Los dos mecánicos dejaron las herramientas y se volvieron hacia ellos.

—Claro —dijo el twi'leko algo nervioso—. Yo soy Haly Dura y éste es Tarrence Chenati. ¿Qué podemos hacer por vosotros?

—Investigamos los fallos mecánicos de los cazas —explicó Qui-Gon.

—Ya nos han investigado —dijo Haly Dura—. Y somos inocentes.

—Sólo queremos haceros unas preguntas —dijo Tahl—. Clee Rhara nos ha pedido ayuda.

—Estoy seguro de que ya habremos respondido a esas preguntas —dijo Haly Dura con impaciencia.

—Entonces tendréis que responderlas otra vez —dijo Tahl, imprimiendo dureza a su tono tranquilo.

Tarrence Chenati miró a su compañero.

—Claro que cooperaremos. No queremos que nadie dude de nosotros. También estamos preocupados. Hemos repasado cada instante de nuestros turnos con Clee Rhara, pero seguimos sin entender cómo ha podido ocurrir.

—Ésta es una zona restringida —dijo Haly Dura—. Nosotros somos los únicos que podemos entrar en ella. Eso significa que alguien debió de entrar cuando no estábamos.

Qui-Gon examinó a ambos mecánicos. Se concentró en sus miradas y sus gestos para obtener algún indicio de que mentían, sabiendo que Tahl reconocería cualquier pista en su voz.

—Vosotros os ocupáis de hacer todas las reparaciones de los cazas, ¿verdad? —preguntó Tahl.

Los dos asintieron, y luego se dieron cuenta de que Tahl no podía verles.

—Sí —dijeron al unísono.

—¿Y qué pasa con la cámara de ionización? —preguntó Tahl.

Qui-Gon sabía que el último accidente había sido provocado por un mal funcionamiento de la cámara de ionización.

—La cámara de ionización no necesitaba retrorreparaciones —dijo Haly Dura—. Pero la comprobamos, por supuesto.

—¿Y cómo se comprueba? —preguntó Tahl en tono amable.

—Con este panel de control —Haly Dura señaló un tablero informático—. No dio problema ninguno.

—El caza recibió permiso para volar al día siguiente —dijo Tarrence Chenati—. Hasta ese momento, la nave permaneció aquí, en el hangar, bajo estricta vigilancia.

—¿Os importa si echamos un vistazo? —preguntó Qui-Gon.

—Adelante.

Los dos mecánicos prosiguieron con su trabajo, soldando convertidores de potencia láser. Qui-Gon y Tahl pasearon por el hangar.

—¿Has detectado algo en nuestros dos amigos? —murmuró Qui-Gon.

—Un olor —susurró Tahl—. Tarrence Chenati olía de una manera determinada, pero Haly Dura no. Quizá no sea nada. Es un olor industrial. Tengo una idea. Volvamos cuando no estén.

No tuvieron que esperar mucho. Los dos trabajadores acabaron pronto su jornada. Clee Rhara había proporcionado a los Jedi todos los códigos de seguridad, y no tardaron en volver a entrar. Qui-Gon encendió las luces. Hasta hace poco tiempo, hubiera tenido sus reticencias con respecto a fiarse del sentido del olfato de Tahl. Pero ya no.

Tahl se sentó en un banquito.

—Qui-Gon, tráeme las distintas sustancias que utilizan. Aceite, conductores, disolventes... Tienen que estar por la pared oriental. Hay una unidad de almacenamiento. Lo sé por el esquema del sector de reparación. Tráemelas una a una.

Qui-Gon sentía demasiada curiosidad como para sentirse molesto al recibir órdenes. Encontró la unidad de almacenamiento. Todo estaba cuidadosamente etiquetado. Qui-Gon sabía bastante sobre motores de caza, pero hasta él se sorprendió al ver la cantidad de aceites, conductores y disolventes que se empleaban para el funcionamiento de una nave.

Empezó por el aceite. Tahl inspeccionó los distintos tipos cerrando los ojos para concentrarse. Tras inhalar profundamente, negaba con la cabeza. Algunos de los productos químicos le hacían toser violentamente y se le llenaron los ojos de lágrimas, pero no se detuvo. Ya habían pasado por once compuestos químicos distintos cuando Qui-Gon le trajo algo en cuya etiqueta sólo decía: "CONDUCTOR X-112".

Tahl lo inhaló profundamente y rompió a toser. Se inclinó y respiró hondo. Cuando recuperó el habla, dijo con voz entrecortada:

—Es esto. No me extraña que no se le quitara el olor.

Qui-Gon introdujo el nombre del compuesto en el ordenador para saber qué utilidad tenía.

—Sólo tiene una función: es el conductor de la cámara de ionización.

Tahl dio una palmada en el asiento.

—Era lo que me esperaba. Chenati ha mentido. Estuvo manipulando la cámara de ionización. Pero nos dijeron que no había sido necesario.

—Y fue ahí donde se produjo el fallo de funcionamiento —dijo Qui-Gon—. Volvamos a repasar el expediente de Chenati.

***

Tras unas frustrantes horas de búsqueda, Tahl y Qui-Gon no consiguieron averiguar nada.

—Todo correcto —dijo Tahl con un suspiro—. Pero el que yo haya captado un olor en el mono de trabajo de ese hombre no significa que sea un saboteador. Probablemente exista otra explicación.

—Tiene un expediente impecable —dijo Qui-Gon, contemplando la información que habían reunido—. Tiene un historial completamente limpio.

—Pero no tiene familia. Nunca se ha casado ni ha tenido hijos —musitó Tahl—. Y lo que es seguro es que se ha movido por la galaxia.

—Eso son cosas que también podrías decir de mí —dijo Qui-Gon.

Los labios de Tahl se curvaron en una sonrisa.

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