Área 7

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: Área 7
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En el desierto de Utah, en medio de la nada, se encuentra la base militar más secreta del país: una instalación conocida como Área 7. Y hoy tiene una visita muy especial: el mismísimo presidente de Estados Unidos. Su propósito: inspeccionar, contemplar con sus propios ojos, los secretos que esconde Área 7. Pero en este viaje va a toparse con algo inesperado: tropas hostiles lo aguardan en su interior, y lo que no sabe es que su corazón tiene un transmisor que precipitará la destrucción de la mitad del país si muere.

Entre la tripulación del helicóptero presidencial, afortunadamente, se encuentra un joven marine. Es reservado y enigmático. Su nombre es Schofield. Cuentan que es un hombre que se crece ante la adversidad. A juzgar por lo que está a punto de ocurrir, será mejor que así sea…

Matthew Reilly

Área 7

Scarecrow - 2

ePUB v1.0

AlexAinhoa
17.05.12

Título original:
Area 7

Matthew Reilly,09-2001 .

Traducción: María Otero González

Editor original: AlexAinhoa (v1.0)

ePub base v2.0

Para John Schrooten, mi buen amigo.

Agradecimientos

Intentaré ser rápido. Muchísimas gracias una vez más a:

Natalie Freer, que vive (y soporta) mis excentricidades creativas muy de cerca. Su paciencia y generosidad no conocen límites.

Mi hermano, Stephen Reilly: escritor atormentado, crítico constructivo y creativo, y buen amigo; y a su mujer, Rebecca Ryan, porque para mí los dos son un todo.

Mis maravillosos padres, Ray y Denise Reilly, por animarme a construir decorados en miniatura para mis figuritas de
La guerra de las galaxias
; mi creatividad nace directamente de ellos.

Mis buenos amigos John Schrooten, Niky Simón Kozlina, a todo el clan Kay (especialmente a Don, responsable de que redujera el tamaño de los felinos en
El templo
) y a Paul Whyte por acompañarme en el extraordinario viaje a Utah durante la investigación previa a este libro.

Quisiera hacer una mención especial a dos amigos estadounidenses: el capitán Paul M. Woods, del ejército de Estados Unidos, y el sargento de artillería del Cuerpo de Marines Kris Hankinson (ya retirado), quienes me ofrecieron con gran generosidad su tiempo y me ayudaron con los detalles militares del libro. Cualquier posible error presente en el libro es culpa mía, y ha sido cometido a pesar de sus objeciones.

Y, finalmente, gracias de nuevo a todos los que trabajan en Pan Macmillan. Ya es nuestro cuarto libro juntos y todavía seguimos con la ilusión del primer día. Gracias a Cate Paterson (legendaria editora), Jane Novak (legendaria publicista), Sarina Rowell (legendaria correctora) y Paul Kenny (legendario). Y, por supuesto, como siempre, a los comerciales de Pan por las incontables horas que pasan en la carretera entre librería y librería.

A todo aquel que conozca a un escritor, que jamás infravalore el poder que tienen sus ánimos y apoyo.

Bueno, y ahora ¡que comience el espectáculo!

«
El mayor miedo al que se enfrenta Estados Unidos en la actualidad es que sus fuerzas militares dejen de tolerar la continua incompetencia de sus líderes civiles.
»

George K. Suskind,

(agencia de Inteligencia del departamento de Defensa).

Declaración ante el subcomité de servicios armados de la Cámara de Representantes de Estados Unidos,

22 de julio de 1996

«
La diferencia entre una república y un imperio es la lealtad de su ejército.
»

Julio César

Introducción

«No existe otra institución en el mundo como el presidente de Estados Unidos.

La persona que ostenta este título se convierte de golpe en el líder de la cuarta nación más poblada de la tierra, en el comandante en jefe de sus fuerzas armadas y en el consejero delegado de lo que Harry Truman denominó «La mayor empresa en funcionamiento del mundo».

El uso del término «consejero delegado» hace inevitable las comparaciones con las estructuras empresariales y, hasta cierto punto, tales comparaciones son apropiadas. Aunque, ahora bien, ¿qué otros líderes empresariales en el mundo disponen de presupuestos de dos billones de dólares al alcance de su mano, autorización para hacer uso de la 82ª División Aerotransportada a su voluntad y maletines que pueden lanzar un arsenal de devastación termonuclear contra sus competidores?

Entre los sistemas políticos modernos, sin embargo, la presidencia de Estados Unidos es única, por la simple y llana razón de que el presidente es a la vez jefe del Gobierno y jefe del Estado.

La mayoría de las naciones separan esas dos funciones. En el Reino Unido, por ejemplo, el jefe del Estado es la reina; el jefe del Gobierno es el primer ministro. Tal división nace de una historia de tiranos: reyes que ostentaban la corona, sí, pero que también gobernaban a su libre albedrío.

Pero, en Estados Unidos, el hombre que gobierna el país es también el «símbolo» del país. Sus palabras y actos son un barómetro de la gloria de su nación, pues su fortaleza es la fortaleza de su pueblo.

Recordemos a John F. Kennedy derrotando a los soviéticos durante la crisis de los misiles en Cuba, en 1962.

Los nervios de acero de Harry Truman al tomar la decisión de lanzar la bomba atómica sobre Japón en 1945.

O la sonrisa de confianza de Ronald Reagan.

Su fortaleza es la fortaleza de su pueblo.

Pero ello también implica ciertos peligros. Pues, si el presidente es la personificación de Estados Unidos, ¿qué ocurre cuando algo sale mal?

El asesinato de John F. Kennedy.

La dimisión de Richard Nixon.

La humillación de William Jefferson Clinton.

La muerte de Kennedy supuso la muerte de la inocencia estadounidense. La dimisión de Nixon clavó un cuchillo en el optimismo del país. Y la humillación de Clinton fue la humillación mundial de Estados Unidos (en las cumbres sobre paz y seguridad y en las conferencias de prensa de todo el mundo, la primera pregunta que se formulaba sobre Clinton siempre guardaba relación con sus escarceos sexuales en la sala adjunta al despacho Oval).

El presidente de Estados Unidos es más que un hombre, ya sea en la muerte o en el escándalo, en el coraje o en la contundencia. Es una institución, un símbolo, la personificación de una nación. Su espalda porta las esperanzas y sueños de doscientos setenta y seis millones de personas…»

Caleb Katz

Discurso conmemorativo a C. B. Powell: «La presidencia
»

(Alocución realizada en la facultad de Ciencias Políticas de la universidad de

Harvard el 26 de febrero de 1999)

El cuerpo fue hallado en el bosque que rodeaba la cabaña de caza propiedad del senador, en las montañas Kuskokwim de Alaska.

A decir verdad, en el momento de su muerte Jerry Woolf ya no era senador, pues había abandonado de manera repentina su escaño en el Congreso tan solo diez meses atrás alegando motivos familiares, lo que había causado gran estupefacción entre los expertos políticos.

Seguía con vida cuando lo encontraron (toda una proeza teniendo en cuenta la bala de alta velocidad alojada en su pecho). Woolf fue trasladado de inmediato en helicóptero al hospital Blaine County, a unos doscientos cuarenta kilómetros de allí, donde los médicos de urgencias intentaron en vano contener la hemorragia.

Pero los daños eran demasiado graves. Tras practicarle la reanimación cardiopulmonar durante cuarenta y cinco minutos, el otrora senador estadounidense Jeremiah K. Woolf falleció.

Hasta ahí, nada extraño, ¿no? Un terrible accidente de caza. Como tantos otros que suceden cada año en este país.

Eso es lo que el Gobierno quiere que crean.

Un dato: en los registros del hospital Blaine County figura un paciente de nombre Jeremiah K. Woolf que falleció en urgencias a las 16.35 horas del 6 de febrero de 2001.

Se trata del único documento que existe relativo a ese incidente. Los restantes documentos concernientes al examen médico realizado en el hospital fueron confiscados por el FBI.

Y ahora otro dato: el mismo día, el 6 de febrero de 2001, al otro lado del país, a las 21.35 horas exactamente, la casa de Jeremiah Woolf en Washington quedó destruida por una explosión, una explosión que mató a su mujer y a su única hija. Los investigadores concluirían posteriormente que la explosión se había debido a un escape de gas.

El FBI cree que Woolf (un vehemente y joven senador, azote del crimen organizado y candidato presidencial en potencia) fue víctima de una extorsión: «Déjanos tranquilos o mataremos a tu familia».

Esta afirmación es, sin duda, una cortina de humo del Gobierno.

Si Woolf estaba siendo víctima de un chantaje, bueno, solo cabe hacerse una pregunta: ¿Por qué? Había abandonado su escaño en el Congreso hacía diez meses. Y, si murió en un desafortunado accidente de caza, ¿por qué los documentos relativos a su estancia en el hospital fueron confiscados por el FBI?

¿Qué le ocurrió realmente a Jerry Woolf? Hasta la fecha, lo desconocemos.

Pero fíjense en este último detalle: debido a la diferencia horaria, las 21.35 horas en Washington son las 16.35 horas en Alaska.

Así pues, dejando a un lado accidentes de caza y chantajes mafiosos y válvulas de gas defectuosas, una cosa sí queda clara: en el mismo y preciso momento en que el corazón del otrora senador de Estados Unidos Jerry Woolf dejaba de latir en la sala de urgencias de un hospital de Alaska, su casa al otro extremo del país estallaba en una enorme bola de fuego…

J.T. Farmer

¿
Coincidencia o asesinato coordinado
?

La muerte del senador Jeremiah Woolf

Artículo extraído de
The Conspiracy Theorist Monthly

[Tirada: 152 copias]

(Delva Press, número de abril, 2001)

Prólogo

Área 7

Pabellón de presos protegidos, prisión federal de Leavenworth,

Leavenworth (Kansas)

20 de enero, 00.00 horas

Había sido su último deseo.

Ver por televisión la ceremonia de investidura.

Sí, habían tenido que retrasar una hora el viaje a Terre Haute pero, tal como la dirección de Leavenworth había razonado, si el último deseo de un condenado a muerte era razonable, quiénes eran ellos para negarse.

La luz parpadeante de la televisión rebotaba en las paredes de hormigón de la celda y unas voces metálicas resonaban a través de los altavoces: —Juro solemnemente… —Juro solemnemente…

—Que desempeñaré legalmente el cargo de presidente de Estados Unidos… —Que desempeñaré legalmente el cargo de presidente de Estados Unidos… El condenado a muerte miraba atentamente la televisión. Y entonces, a pesar de que le quedaban menos de dos horas de vida, sonrió.

Su número de recluso era el T-77.

Era un hombre mayor, de cincuenta y nueve años de edad, rostro ovalado y curtido y cabello oscuro y liso. A pesar de su edad, era un hombre robusto, de complexión fuerte, cuello corto y ancho y grandes espaldas. Sus ojos eran de un negro impenetrable, infinito, e irradiaban una gran inteligencia. Había nacido en Baton Rouge (Luisiana) y, cuando hablaba, tenía un acento muy marcado.

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