Assur (114 page)

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Authors: Francisco Narla

Tags: #Narrativa, Aventuras

BOOK: Assur
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En este sentido, precisamente, me veo obligado a nombrar el trabajo realizado por numerosos historiadores y estudiosos. Si no fuese por los excelentes trabajos de Sánchez-Albornoz, Morales Romero, Clements, Pérez de Urgel, Hall, Griffith y muchos otros (pues no solo se trata de historia, sino también de esgrima, arquería, cetrería, navegación, etc.), esta novela no habría pasado de ser una simple idea. A ellos, a sus libros y textos, a su esfuerzo y a su legado les debo la posibilidad de haber podido construir esta narración.

El conocido como mapa de Vinland representado en las guardas traseras de esta edición, de discutida valía y autenticidad, podría o no demostrar la presencia vikinga en el llamado Nuevo Continente. Sin embargo, hay otros sobre los que no se duda en tal medida en cuanto a su veracidad y que también hacen mención a las tierras que, hoy en día, sabemos que existen al otro lado del Atlántico. De hecho, aunque los detalles pueden ser escurridizos y los datos difíciles de interpretar, casi ningún estudioso niega la posibilidad fehaciente de que fueran los vikingos los primeros europeos en echar pie a tierra en lo que se conocería como el Nuevo Continente (dejando a un lado relatos mucho más confusos y legendarios como el de san Brandán).

Baste como muestra el asentamiento de L’Anse aux Meadows, descubierto en 1960 en la isla de Terranova y declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco unos años después, prueba irrefutable de la presencia de estos viajeros nórdicos en América quinientos años antes de que Colón hubiera llegado a imaginar su grandioso viaje.

Assur no es, desde luego, un nombre común. De hecho, no parece haber un acuerdo completo en cuanto a la grafía, encontrándose también las versiones Ansur y Asur. Elegí Assur simplemente porque fue la variante que más me gustó, ahora bien, a pesar de ser también el nombre de uno de los dioses de más relevancia de la mitología asiria, me gustaría aclarar que, sea cual sea la versión que quieran aceptar los historiadores, existen datos suficientes como para afirmar que fue usado en el noroeste español. Ejemplo de ello es el primer conde de Monzón: Assur, Asur o Ansur Fernández, mencionado en distintos anales castellanos como fiel al rey Ramiro II, que, en su encargo de repoblar tierras palentinas durante la Reconquista, funda el mencionado condado.

Por cierto, respecto a Furco, me he animado a hacer de un lobo un animal de compañía porque, además de rumores y habladurías, yo, personalmente, he tenido referencias cercanas de dos casos similares al de Assur y Furco. Además, desde que escribí
Los lobos del centeno
esos preciosos cánidos tienen un lugar muy especial en mi corazón (ya desde antes si contamos con la influencia del genial London). Por otro lado, los experimentos llevados a cabo en Rumanía con lobeznos demostraron que en las camadas estudiadas estos animales solían ser mucho menos dóciles y obedientes, incluso recibiendo la misma educación que los cachorros de perro que sirvieron de control; sin embargo, en Rusia llevan cincuenta años eligiendo a las crías más dóciles de zorro plateado para obtener un animal que podría calificarse de doméstico. En conclusión, aunque es cierto que el caso de Furco sería excepcional, es plausible.

En cuanto a los animales que aparecen en la novela, también cabe una breve nota respecto al topillo que hace ademán de comerse unas colmenillas; pues, como bien es sabido por los aficionados a la micología, la ingesta de
morchellas
en crudo ha sido causa de envenenamientos, sin embargo, sin saber si estos roedores pueden o no digerirlas, recurrí a este hongo por ser típicamente primaveral, lo que servía como refuerzo del esquema temporal del texto.

La cronología de la novela podría no ser exacta en todos sus puntos. En primer lugar, yo he adaptado todas las fechas al calendario que seguimos hoy en día, a fin de simplificar, algo que me pareció más cómodo para el lector que incluir referencias cruzadas del calendario gregoriano, del juliano, el musulmán o el judío, pues de todos ellos hay fechas importantes que se mencionan en la obra. Y, en segundo lugar, yo he precipitado la sucesión de acontecimientos en beneficio del ritmo de la narración. Por ejemplo, el ataque de los vikingos a Galicia en el 968 (según nuestro actual calendario en Occidente y tomando como cierta la versión de los hechos con la que más historiadores concuerdan) también podría haber sucedido en el 966, o incluso el 971. Cualquiera de esos años podría ser el correcto, incluso bien podría haber ocurrido unos años antes o unos después. Además, los invasores nórdicos permanecieron en el caótico reino durante tres o cuatro años (aunque no parece estar muy claro, hay quien razona que hasta siete) y no el año escaso que yo represento. En el caso del descubrimiento de Vinland se suele aceptar el año 1000 de nuestro calendario, asumiendo una horquilla de unos diez años antes o después, y a mí me resultaba conveniente tomar la versión más temprana posible a fin de que Assur no fuese demasiado mayor en ese momento, de ahí que la historia transcurra algo antes del milenio. Y que su regreso a España se produzca justo después de los ataques de Al-Mansur a Barcelona y Compostela; que si bien se produjeron en el 985 y 997 respectivamente, yo presento en la novela más cercanos en el tiempo. Digamos que he combinado las posibles fechas de los hechos relevantes (dentro de los intervalos más o menos aceptados) eligiendo las que más me convenían a fin de hacer la historia más fluida y con menos tiempos muertos. Principalmente para respetar la edad del protagonista.

En cuanto a los lugares en los que transcurre la novela, he intentado usar únicamente aquellos para los que tenía fundadas razones de su existencia y habitabilidad en el siglo X, y los he nombrado respetando las formas medievales, que, a su vez, son en muchas ocasiones herencia de topónimos más antiguos. Por ejemplo, en Agolada la propia etimología nos lleva a un nombre latino cedido por los ocupantes romanos; además, existen referencias a su inclusión en el condado del Deza ya en el siglo VI. También parece lógico asumir lo mismo para Brocos y, obviamente, Lugo o León. Y, por supuesto, Compostela, si bien es cierto que el topónimo es discutible, eso no voy a negarlo. Aunque, en el caso de las poblaciones más pequeñas, el problema estriba en saber con certeza si, tras la desocupación que produjo la conquista de los musulmanes, esos pueblos y ciudades se volvieron a repoblar. Algo similar, si cabe todavía más enrevesado, sucede con los topónimos (y también antropónimos) nórdicos, sobre los que (además de alguna otra nota que dejo caer en los siguientes párrafos) debo decir que me he limitado a apropiarme de las formas que me resultaran más convenientes en cada momento, ya que las diferencias de alfabeto y las dificultades en la pronunciación me obligaron a pensar con detenimiento cada una de esas elecciones (siempre bajo criterios literarios).

Merece la pena mencionar que Adóbrica se refiere a Ferrol, y no quise usar el nombre actual por tener demasiadas reminiscencias contemporáneas. Lo mismo que sucede con Brigantium, Betanzos; y Crunia, A Coruña. Y en este punto me debo referir aquí a mi querido amigo Fernando y a su familia, todos ellos tuvieron la paciencia y el cariño necesario para perder tardes en mi compañía, enseñándome la bella ría de Ferrol y el golfo de Ártabros. Gracias.

El caso de la marinera Barcelona de la novela es distinto, sobre ella tenía algo más de documentación al alcance de la mano y, aunque quizá hubiera sido más lógico elegir a un navegante luso o franco para llevar a cabo la tarea de traer a Assur al norte de España, creo que la propia historia de Eudald del Port guarda una veracidad bien argumentada. Y yo no pude resistirme a incluir esta bella ciudad en esta historia, ya que en Barcelona paso gran parte de mi tiempo, y a Barcelona me atan mis muy queridos César, Iván y Jesús, a los que les debo toneladas de cariño y paciencia. Los tres me han ayudado de manera inestimable.

Continuando con asuntos de la novela, de la misma manera que con los lugares, el lenguaje empleado se ha basado en la gramática y ortografía actuales a pesar de que debiera yo decir Castiella y no Castilla, o poner en labios de los cargos de la iglesia el latín escolástico. Sin embargo, he intentado no incluir expresiones anacrónicas y me he decidido por usar el tratamiento formal en algunos diálogos porque me ha parecido que se asociaba mejor al momento histórico, aun no siendo la forma real del habla de aquellos tiempos. Ejemplo de mis intenciones es el no haber usado el término
vikingo,
que, aun siendo tan cotidiano hoy en día, no era el modo en el que los habitantes de los reinos de la Reconquista hispana se referían a los invasores escandinavos. Nota curiosa para algunos historiadores es el pueblo de Lordemanos, en León, supuestamente «lugar de normandos». Por otro lado, si bien es cierto que el idioma usado por los nórdicos parece haber sido muy similar entre todos los territorios de la península escandinava, el norte de Alemania y la actual Dinamarca, no sucede lo mismo con el español, que era en la Edad Media una mezcla confusa en la que el galaicoportugués, el catalán y las formas castellanas tenían sus diferencias claras, incluso en el propio León y otras zonas, como aún hoy ponen de manifiesto la multitud de expresiones típicas de lugares como Salamanca o la existencia de una lengua oficial distinta al portugués en el propio Portugal, el conocido como mirandés y que, muy probablemente, no es tan distinto a lo que se hablaba en la Castilla occidental de la Alta Edad Media. Resumiendo, yo me he tomado la licencia de asumir un idioma común que pudiera permitir a los personajes de la historia entenderse sin problemas, incluso en el momento del tercer libro en que un naviero barcelonés se cruza con Assur, algo que hubiera sido posible, aunque más complejo de lo que aquí se muestra.

Al hilo de esta cuestión cabe hablar de la docena escasa de frases que he preferido dejar en nórdico original. En este asunto todo el mérito lo tienen Lisbeth Johansson, de la Universidad de Bergen, que tuvo la paciencia de ayudarme, y mi ya apreciado amigo, el profesor dr. art. Bergsveinn Birgisson, que no solo me facilitó las traducciones sino también comentarios sobre los distintos matices y las posibles variaciones; sinceramente, gracias a ambos por su buena disposición, cariño y ayuda.

La iglesia de Santa María de Pidre existe aún a día de hoy, aunque se trata de un precioso templo románico del siglo XII. Y, si bien es cierto que no he sido capaz de encontrar ninguna prueba de que previamente existiese en el mismo lugar una construcción más modesta, me he tomado la libertad de suponerlo así, como lo es, de hecho, en muchos otros casos. Lo que, además, se encuadra con lógica en el escenario de ese puñado de pueblos que surgieron al sur de la actual Palas de Rei a raíz de las reocupaciones de la Reconquista. Sin embargo, el cenobio de Caaveiro, en los bosques ribereños del Eume (bellísimo lugar que recomiendo visitar), se menciona en la novela respetando con mimo datos fehacientes, pues, tal y como se narra, fue el propio obispo Rosendo el que fomentó su desarrollo.

El encuentro del Ulla con sus afluentes, donde establezco el campamento vikingo, es, como los del lugar habrán adivinado, el actual embalse de Portodemouros (para algunos entendible como «Puerto de moros»).

Los condes se servían en el siglo X de sayones y merinos para el gobierno de sus condados y, si bien es cierto que he encontrado referencias a estas dos figuras en el condado de León, no las he encontrado en el gallego de Présaras, sin embargo, me ha parecido lícito suponerlo. Por otro lado, aunque las referencias a los sayones suelen situarlos en la población más importante dentro del mismo condado (que imagino debió de ser el lugar que aún hoy en día sigue llevando el nombre de Présaras), me he tomado la libertad de suponer al sayón del conde de Présaras viviendo en Outeiro, conjeturando que no resultaba imposible que este tipo de delegados eligieran para vivir algún lugar de menor relevancia si el condado carecía de una gran población significativa.

En lo que respecta a la cronología y árbol genealógico de las familias reales mencionadas en el texto, la gran mayoría hacen referencia a hechos contrastados y aceptados por la opinión general de los historiadores. Aunque podría decirse que existen algunos puntos controvertidos que yo he tomado como más me convenía a la hora de hilar la historia; por ejemplo, el que sería conocido como Bermudo II el Gotoso (presentado en la novela en sus años mozos) pudo ser hijo ilegítimo de Ordoño III, lo cierto es que no parece existir unanimidad sobre si era o no realmente nieto del conde Fernán González. Al hilo de estos asuntos de corte, cabe explicar también que las conspiraciones de los nobles obligaron a Sancho el Craso a apartarse del trono por unos años, un asunto que se obvia en la trama de la novela para no recargarla excesivamente con detalles históricos, pero que no resulta baladí, pues demuestra la díscola voluntad de ciertas facciones nobiliarias, como se muestra en la novela, que auparon al trono a su adlátere Ordoño IV por un par de años, hasta que el propio Sancho recuperó la corona.

Aunque en la novela se eluden las explicaciones para no complicar la trama, quede claro que el obispado que en el siglo X regía Compostela era el de la cercana Iria Flavia. De hecho, la dignidad episcopal no fue trasladada a la ciudad del apóstol hasta años después, y lo fue, precisamente, por los ataques vikingos que llegaban desde el Ulla.

Como los lectores más ávidos habrán notado, el médico hebreo Jesse ben Benjamín es mi particular y humilde homenaje al grandioso personaje de Noah Gordon, y debo confesar que hubiera disfrutado acercando más al comedido judío de mis páginas al Robert J. Cole de Gordon si no hubiera sido por el anacronismo, ya que entre ambas historias existe un desfase de unos sesenta años, lo que, por ejemplo, me obliga a no considerar la madraza de Ispahán y sí a usar como centro universitario de Jesse la escuela de Bagdad. Además, de modo similar, y también como un sincero y rendido homenaje a Alberto Vázquez-Figueroa, cuyos libros poblaron mi adolescencia de aventureros sueños, me he permitido darle a Assur el sobrenombre de Brazofuerte durante su estancia en Brattahlid, tal y como lo llevó el inmortal personaje Cienfuegos del genial escritor canario. Y, del mismo modo, presto consideración al genial poeta Neruda en el capítulo en el que Assur y Thyre hacen el amor por primera vez, de ahí la inclusión del inmortal verso, «A veces, cuando callas…». Dicho quede, con toda humildad.

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