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Authors: Anna Jansson

Tags: #Intriga, Policíaca

Atrapado en un sueño (24 page)

BOOK: Atrapado en un sueño
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Hartman se volvió hacia Maria, la última persona en hablar con Claes Bogren.

—Ha tenido prestado el portátil casi un año para poder trabajar con el estudio.

Maria dio cuenta seguidamente de la reunión mantenida a principios de semana con el personal de la sección donde trabajaba Linn. Habían tocado muchos temas, pero no se hizo referencia específica a un estudio del tipo que fuera. Se habían encargado de él Linn y su jefe de planta. No había ninguna otra persona implicada en el mismo.

—¿Qué motivos podía tener para transferir el material al ordenador de Arvidsson si no temía que nadie lo destruyera? Llamemos de inmediato a su superior para interrogarlo —dijo Hartman, y cogió el teléfono al objeto de comunicárselo a sus colegas del servicio de patrulla—. Se llama Sam Wettergren.

—He pensado en echar un vistazo a sus cuentas bancarias y luego tengo la intención de ir a visitarle por sorpresa. Ya nos conocemos. No voy a avisar de mi llegada en la recepción —dijo Maria sin esperar respuesta. De hecho, ya se había puesto en marcha.

Hartman dio por finalizado el encuentro con un gesto. Ahora tenía que dar con Arvidsson.

Per Arvidsson hablaba por teléfono hundido en su asiento como un mosquito gigante, con sus larguiruchas piernas desparramadas por el suelo. Hartman aguardó junto a la puerta, a la espera de que pudiera atenderle, pero Per le hizo un gesto de rechazo con la mano. Acababa de contactar con el colega jubilado que había estado de servicio cuando lo del asesinato del cortacésped.

—He encontrado un artículo de periódico en internet, de hace diez años, sobre un hombre de cuarenta y cinco años de edad que fue asesinado con la hoja de un cortacésped. Ocurrió en su distrito. Quisiera que se me suministrara toda la información disponible en torno a ese caso.

El veterano compañero de Estocolmo no tenía mucho que aportar. Se notaba que a Per le impacientaba que hablara y pensara con tanta lentitud.

—Créame. Cuando se comunicó conmigo la primera vez traté de encontrar el expediente para refrescarme la memoria. Yo era el encargado de investigar el caso y recuerdo muy bien la ejecución. Encontramos el arma del delito, pero ahí acabó todo. No había nada sobre lo que avanzar, ni ningún testigo. Y ahora ha desaparecido toda la información. No está en el archivo. Ni en papel ni en el registro informático.

—¿Qué quiere decir? No puede desaparecer así, sin más… ¿Ha sacado alguien prestado el expediente?

—Naturalmente lo investigaremos, pero, por el momento, no hay información alguna.

—¡Joder! Pero, bueno, ¿qué recuerda? —preguntó Arvidsson mientras se mordía frenéticamente la uña del dedo gordo. Tenía que pillar al cabrón ese que había atacado a Maria. Quizá fuera la única posibilidad de recuperarla.

—Nunca se aclaró. Nadie había visto ni oído nada. Al hombre lo encontraron en una cuneta, totalmente destrozado. Pocas veces en mi carrera profesional vi algo similar. ¿Por qué me lo pregunta?

—Porque se rumorea entre los bajos fondos que el responsable de ello se llama Roy. ¿Le dice eso algo?

—¿Roy? No, nada en absoluto. Viví con este caso pegado a mi retina durante tres años. En la investigación no apareció ningún Roy. De hecho no había ni un solo sospechoso. Ni testigos. ¡Nada de nada!

—Me gustaría que me hiciera el favor de anotar todo lo que recuerde. El nombre de ese hombre, los conocidos que tenía, familiares, amigos… todo —solicitó Per, describiéndole a continuación la agresión con resultado mortal y la agonía de Maria—. Creemos que puede tratarse del mismo sujeto.

—Leí en relación a ese ataque en el periódico. Un hecho conmovedor. ¿Cómo se encuentra Maria Wern?

—El periódico no lo cuenta todo. El bastardo ese le clavó una jeringa con sangre. Ella se ha armado de valor y sigue trabajando a la espera del veredicto. Hemos solicitado a las instancias sanitarias una relación de todos los habitantes de la isla con algún tipo de infección sanguínea, pero ninguno encaja. La policía tiene derecho a acceder a esa información, pese a lo cual siempre tenemos que enfrentarnos al mismo lío administrativo. Parece que nadie quiere asumir responsabilidades.

—¡Vaya! Veo que las cosas cada vez van a peor…

—Espero noticias suyas —concluyó Per. Colgó luego bruscamente el teléfono y lanzó una imprecación. En ese mismo instante vio a Hartman—. ¿Algo nuevo?

Los otros habían estado reunidos y Per no había sido informado de nada hasta que Maria pudo verificar su coartada.

—Harry Molin fue asesinado —dijo Hartman, adentrándose en la estancia con dos zancadas y sentándose a continuación frente a Arvidsson, al lado del escritorio.

—¿Qué carajo estás diciendo? Pensaba que se había ahorcado en mi casa para asegurarse de que le encontraran.

Hartman le hizo un breve resumen de los hechos.

—Dos asesinatos en tu barrio. La gente está llamando como loca. Tenemos la centralita totalmente bloqueada. La opinión pública exige una mayor presencia policial en el centro una vez caída la noche. Se rumorea que el padre de Linus está reclutando una guardia ciudadana.

—No me extraña —repuso Per. Ni él mismo sabía cómo reaccionaría si la víctima hubiera sido su propio hijo—. ¿Cómo se encuentra Maria? Está bien jodida la cosa. Sabe que estuve en casa de Rebecka y no quiere volver a verme.

Hartman sacudió la cabeza afligido. Lo lamentaba por ambos.

—Maria se ha largado sin más para interrogar a Sam Wettergren, el jefe de planta donde trabajaba Linn Bogren. Sin coordinarse antes. Va por libre. Si te sirve de consuelo, parece más enfadada que triste.

—¿Se ha ido sola?

—Ek se ha unido a ella.

Capítulo 27

Maria Wern atravesó el pasillo del hospital casi a la carrera, y Ek tuvo que afanarse para seguirle el paso. Se toparon con un aroma a café recién hecho mezclado con otros olores procedentes del lavadero. La puerta del despacho de Sam Wettergren se encontraba cerrada. Aunque el testigo rojo del exterior estaba encendido, Maria se metió sin siquiera llamar. Sam saltó con un respingo de la silla, sorprendido, mientras pasaba revista a unas señoritas de ligera vestimenta en una página web que, por lo visto, había conseguido sortear la censura de la administración provincial. Ek tuvo que luchar por contener la risa. El médico tenía toda la pinta de un muchacho avergonzado. Ni tan siquiera se le ocurrió protestar contra esa entrada intempestiva. Con una simple pulsación sobre el teclado cambió la pantalla a un sitio web de cotizaciones bursátiles.

—Maria Wern, de la policía —saludó estrechando la mano del facultativo, sin poder evitar una ligera aprensión por no saber cuál había sido el último destino de esta. Apartó de su mente esa desagradable imagen y tomó asiento frente a Wettergren mientras Ek se sentaba sobre la camilla de reconocimiento contigua. El papel de la camilla crujió estruendosamente en medio del silencio. El apuro de Wettergren mudó rápidamente en irritación. Aunque deseaba desembarazarse a toda costa de esa visita, no podía alegar que estaba ocupado sin hacer el ridículo y tampoco se atrevía a pedirles que se fueran al cuerno, todo lo cual se reflejó en su rostro en el curso de varios segundos, mientras Maria sacaba papel y bolígrafo.

—¿Qué desean? —preguntó finalmente.

—Charlar un momento —dijo Maria.

La inspectora se inclinó entonces para desconectar la pantalla del ordenador y lograr así su total concentración. Se dice que, en el mejor de los casos, los médicos emplean el veinticinco por ciento de su tiempo a atender a pacientes. En lo que a Sam Wettergren se refería, esa cifra era con toda seguridad mucho más penosa. Según la enfermera de la recepción, trabajaba desde casa como mínimo un día a la semana y nadie sabía a lo que se dedicaba entonces. Seguramente se tratara de una ventaja salarial oculta.

—Les he dicho todo lo que sé. Ya estuvo usted aquí antes y no tengo nada que añadir.

Hablaba lenta y claramente, con una sonrisa forzada, pero sus ojos, detrás de la montura negra de las gafas, se mostraban gélidamente grises.

—Comencemos por el principio. ¿Dónde se encontraba la noche del 15 de junio?

—Ya se lo he contado. Estuve dando una charla sobre alergias en el salón de congresos. Fui directamente hasta allí desde mi trabajo. Al terminar mi intervención me tomé una cerveza con un par de colegas y luego me dirigí a casa, donde llegué justo antes de medianoche. Eran probablemente las doce menos cuarto. Mi esposa podrá confirmarlo. También mis amigos. No comprendo cuál es el problema. Basta con verificar mi información.

—Ya lo hemos hecho. Su esposa dice que estaba dormida y no recuerda a qué hora llegó usted a casa. Sus amigos tienen versiones no del todo coincidentes sobre el momento en que se separó de ellos —señaló Maria, luego se inclinó hacia Sam—. ¿Tiene usted algo que ver con el asesinato de Linn Bogren?

—Pero ¿qué coño está diciendo? ¡En absoluto! Éramos compañeros de trabajo. Nos llevábamos bien…

Sam Wettergren ya no podía estarse quieto en la silla y la echó para atrás, las ruedas chirriantes sobre el suelo. Con la mirada perdida se levantó y se dirigió hacia la ventana, colocándose de espaldas a ellos.

—Linn le llamó por teléfono a las 22.01 y poco después de la medianoche ya estaba muerta. ¿De qué hablaron?

Maria observó cómo Sam Wettergren encogía el cuerpo tras sus brazos cruzados.

—Eso no es asunto suyo. Debo guardar secreto profesional. En mi calidad de responsable de personal…

—Usted y yo sabemos que no es así. Estamos hablando de un asesinato. Eso anula las obligaciones derivadas del secreto profesional. ¿De qué trató la conversación?

—Mantenía una relación con una paciente —dijo Sam, sin añadir nada más.

—Sara Wentzel —informó Ek.

—Veo que están al tanto. Tenía la intención de hacerlo público, de contar la verdad. Quería que yo fuera el primero en saberlo para poder prepararme en caso de que hubiera problemas. Una actitud considerada. Así era ella, Linn. Una buena persona y una excelente enfermera. Manteníamos una estupenda colaboración.

—Recientemente elaboraron juntos un estudio. Cuéntenos.

—A Linn siempre le interesó la medicina alternativa. Comprendo que pueda parecerles un poco chocante. Suele considerarse que los que nos desempeñamos dentro de la medicina clásica hemos de atenernos a la ciencia, y eso es justo lo que yo hago. Mi intención es evaluar los tratamientos de medicina alternativa de una manera científica, aceptar o rechazar estos métodos con el fin de hallar vías nuevas y mejores para tratar a los pacientes. Decidimos estudiar si los esteroides vegetales tienen algún efecto. De ser así, podrían servir de apoyo al tratamiento que proporcionamos e, incluso, ofrecer una alternativa a los pacientes que padecen efectos secundarios nocivos por culpa de la cortisona.

—¿Finalizaron el estudio?

—Lo presenté en la asamblea de médicos de este año, y despertó un gran interés. En Alemania y Holanda, donde hay una actitud más abierta hacia los métodos menos convencionales, ya existe un importante mercado para este tipo de compuestos. Los pacientes han dejado de aceptar la idea de que es el médico quien sabe lo que mejor les conviene. Quieren tener la posibilidad de escoger ellos mismos entre una plétora de tratamientos donde el médico ejerce de asesor y no de Dios Padre personificado.

—¿Qué significa este éxito para usted? —inquirió Maria mientras advertía cómo Sam se relajaba y bajaba la guardia.

—Nada. Lo hago por ayudar a que las personas enfermas puedan tener una vida más llevadera.

—¿Estuvo en casa de Linn la noche en que falleció? —preguntó Maria en un tono suave y en voz baja.

—Pasé de camino a mi casa desde el bar. Quería charlar un poco con ella. Pensé que tal vez estuviera despierta. La puerta de la valla se encontraba abierta y la de la casa no tenía el cerrojo echado. La llamé en voz alta pero no obtuve respuesta.

—¿Qué tema quería tratar? Debe de ser algo en concreto para ir a casa de una mujer que está sola en plena noche. ¿Se sentía celoso? —preguntó Ek reclinándose sobre la camilla y observando fijamente la cara de Sam.

—Amo a mi esposa. Nunca tuve más que una relación puramente profesional con Linn Bogren. Fui a recoger el ordenador del trabajo. Lo necesitaba para lo que iba a hacer al día siguiente. Mi portátil estaba estropeado y ella tenía todo el material en el suyo.

Ek lanzó un silbido.

—¿Lo encontró?

—No, al no responder cuando llamé a la puerta seguí mi camino. Pensé que quizá se había dejado el ordenador en el trabajo. Y así había sido. Lo tenía guardado bajo llave en su oficina de la consulta.

—A la que usted tiene acceso… —intervino Maria.

—Hay una llave maestra —respondió Sam desenfadadamente.

—¿Le importaría mostrarnos el estudio para que podamos echarle un vistazo juntos? Parece enormemente interesante —solicitó Maria con una sonrisa deslumbrante que fundió a Sam Wettergren. Este abrió el informe tras varias pulsaciones en el teclado y procedió a explicarles, pacientemente, las distintas columnas y diagramas.

—¿Por qué se vio impelido a buscar el ordenador de Linn en mitad de la noche? ¿No pudo haberlo recogido al día siguiente o pedirle a ella que se lo llevara al trabajo si lo tenía en casa? —preguntó Maria acercándose y mirándole fijamente. No pensaba dejarle escapar.

Sam dio entonces una rápida zancada hacia la puerta y Ek se levantó para bloquearle el paso.

—¿Por qué?

—Sí, ¿por qué demonios lo hice? —repuso Sam dejándose caer de nuevo en su asiento—. Supongo que porque estaba borracho. Me enzarcé en una disputa en el pub acerca del estudio con un par de colegas y necesitaba a alguien con quien hablar. Mi esposa no entiende de esas cosas, pero Linn sí.

—¿De qué trataba esa disputa? —insistió Maria.

—De envidias, por supuesto. No hay una envidia peor que la académica.

—¿Qué tipo de objeciones le plantearon?

Maria notó cómo el enfado del médico iba en aumento, lo cual era positivo. Tal vez había bajado sus defensas.

—Sostenían que el material no era lo suficientemente amplio como para que el resultado fuera relevante. Varios de los pacientes abandonaron el proyecto al darles diarrea. Un mínimo revés y desisten, aunque les pudiera haber ayudado a la larga. A veces la gente no comprende lo que es mejor para ellos. Sin embargo, el estudio contaba con una base suficiente. Fue únicamente por malicia que pusieron en tela de juicio el resultado.

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