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Authors: Michael Blake

Tags: #Aventuras

Bailando con lobos (17 page)

BOOK: Bailando con lobos
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Capítulo
16

Pocas horas después de la primera visita del teniente Dunbar al poblado, Pájaro Guía y Diez Osos sostuvieron una conversación de alto nivel. Fue breve y concreta.

A Diez Osos le había gustado el teniente Dunbar. Le gustó la mirada que había visto en sus ojos, y él daba mucha importancia a lo que veía en los ojos de las personas. También le gustó la actitud del teniente. Era humilde y cortés, y Diez Osos daba igualmente un valor considerable a esas características. Cómo era posible que alguien pudiera hacer humo de algo con tan poca sustancia, era algo que desafiaba a toda lógica, pero no se lo echó en cara el teniente Dunbar y, junto con Pájaro Guía, estuvo de acuerdo en que valía la pena conocer al hombre blanco como una fuente de la que obtener valiosa información.

El anciano jefe aprobó tácitamente la idea de Pájaro Guía de romper la barrera del lenguaje. Pero hubo condiciones. Pájaro Guía tendría que orquestar sus movimientos de manera no oficial. El trato con Loo Ten Nant sería de su exclusiva responsabilidad. Ya se estaba hablando de que el hombre blanco podría ser de algún modo el responsable de la escasez de caza. Si el soldado blanco efectuaba repetidas visitas al poblado, nadie sabía cómo se tomaría eso el resto de la gente. Cabía la posibilidad de que la gente se revolviera contra él, y hasta que alguno decidiera matarlo.

Pájaro Guía aceptó las condiciones, asegurándole a Diez Osos que haría todo lo que estuviera en su mano para conducir el plan de una forma tranquila.

Una vez acordado esto, abordaron un tema aún más importante.

Los búfalos no acababan de llegar.

Se habían enviado exploradores, que habían estado fuera durante días, pero por el momento sólo habían visto un búfalo. Se trataba de un animal viejo y solitario que una gran manada de lobos había apartado del rebaño. No valió la pena llevarse su cuerpo.

La moral de la tribu disminuía al unísono con sus escasas reservas de comida, y no pasarían muchos días antes de que la escasez fuera crítica. Habían estado alimentándose con la carne de los venados locales, pero esa fuente de alimentación se agotaba con rapidez. Si los búfalos no llegaban pronto, la promesa de un verano abundante quedaría rota por el sonido de los niños que lloraban.

Los dos hombres decidieron que, además de enviar más exploradores, se necesitaba con urgencia una danza que habría que hacer en el término de una semana.

Pájaro Guía quedaría a cargo de los preparativos.

Fue una semana extraña, una semana en la que el tiempo fue confuso para el chamán. Cuando necesitaba tiempo, las horas parecían volar, y cuando necesitaba que transcurriese de prisa, parecían arrastrarse minuto a minuto. Tratar de equilibrarlo todo exigió grandes esfuerzos.

Había una miríada de detalles delicados que había que considerar para organizar la danza. Tenía que ser una invocación, muy sagrada, y en ella participaría toda la tribu. La planificación y delegación de las diversas responsabilidades en un acontecimiento de esta importancia, exigía ya un trabajo capaz de ocuparle todo el día.

Además, tenía que ocuparse de los deberes habituales como esposo de dos mujeres, padre de cuatro hijos, y guía de su hija recientemente adoptada. A ello se añadían los problemas rutinarios y las sorpresas que le reservaba cada nuevo día: visitas a los enfermos, consejos intempestivos con visitantes inesperados, y la preparación de su propia medicina.

Pájaro Guía era el más ocupado de los hombres.

Y había algo más, algo que pellizcaba constantemente su concentración. El teniente Dunbar seguía apareciendo en su mente como un dolor de cabeza ligero pero persistente. Por muy ocupado que estuviera ahora en el presente, Loo Ten Nant era el futuro, y Pájaro Guía no podía resistirse a su llamada. El presente y el futuro ocupaban el mismo espacio en las actividades diarias del chamán. Sí, era un hombre muy ocupado.

El hecho de que En Pie con el Puño en Alto estuviera por allí cerca no le facilitaba las cosas. Porque ella era la clave de su plan y Pájaro Guía no podía mirarla sin pensar en Loo Ten Nant, y eso, inevitablemente, le inducía a seguir nuevos senderos especulativos en su pensamiento. Pero tenía que observar a la mujer. Era importante abordar el tema en el momento y el lugar adecuados.

Se estaba curando con rapidez, ahora ya se movía sin problemas y había vuelto a adaptarse al ritmo de la vida en la tienda de Pájaro Guía. Convertida ya en favorita de sus hijos, trabajaba tanto tiempo y tan duramente como cualquiera en el poblado. Cuando se la dejaba a su aire, parecía reservada, pero eso era comprensible. De hecho, su naturaleza siempre había sido un poco así.

A veces, después de haberla observado algún tiempo, Pájaro Guía emitía un suspiro privado a causa de la carga. En esos momentos se detenía al borde de las preguntas, la principal de las cuales era si En Pie con el Puño en Alto pertenecía realmente o no a la tribu. Pero él no podía ni imaginar una respuesta y, de todos modos, hallar una respuesta no le habría ayudado en nada. Sólo había dos cosas que importaran: que ella estaba allí, y que él la necesitaba.

Cuando llegó el día de la danza, todavía no había encontrado una oportunidad para hablar con ella tal y como deseaba hacerlo. Aquella mañana se despertó sabiendo que él, Pájaro Guía, tendría que poner en marcha su plan si es que quería que sucediera alguna vez.

Así pues, envió a Fort Sedgewick a tres jóvenes. Él estaba demasiado ocupado como para hacerlo, y mientras ellos estuvieran fuera encontraría una forma de hablar con En Pie con el Puño en Alto.

Pájaro Guía se vio libre de la necesidad de manipular a su familia cuando ésta emprendió una expedición al río a media mañana, lo que dejó a En Pie con el Puño en Alto a solas para preparar un venado recién cazado.

Pájaro Guía la observó desde el interior de la tienda. Ella nunca levantaba la mirada cuando el cuchillo se elevaba en su mano, extrayendo la piel con la misma facilidad con que la carne tierna se desprende del hueso. Esperó a que ella hiciera una pausa en su trabajo y se tomara un momento para observar a un grupo de niños que jugaban delante de otra tienda.

—En Pie con el Puño en Alto —le dijo con suavidad inclinándose a través de la entrada de la tienda. Ella se volvió a mirarle con los ojos muy abiertos, pero no dijo nada—. Quisiera hablar contigo —añadió él, volviendo a desaparecer en la oscuridad de la tienda.

Ella le siguió.

En el interior, la atmósfera era tensa. Pájaro Guía iba a decir cosas que probablemente ella no habría deseado escuchar, y eso le hacía sentirse incómodo.

De pie delante de él. En Pie con el Puño en Alto experimentó la clase de presentimientos que se tienen antes de un interrogatorio. Había hecho algo mal, pero su vida se había convertido en una cuestión rutinaria. Nunca sabía qué era lo que iba a sucederle a continuación, y desde la muerte de su esposo no se había sentido con ánimos de afrontar desafíos. Encontró consuelo en el hombre que estaba ante ella. Era respetado por todos y la había aceptado como uno de los suyos. Si había alguien en quien pudiera confiar, esa persona era Pájaro Guía. Pero ahora, él parecía sentirse nervioso.

—Siéntate —le dijo, y ambos se acomodaron en el suelo—. ¿Cómo te va la herida? —empezó.

—Se está curando —contestó ella, sin atreverse apenas a mirarlo a los ojos.

—¿Ha desaparecido el dolor?

—Sí.

—Has vuelto a encontrar tu fortaleza.

—Ahora me siento más fuerte. Estoy trabajando bien.

Jugueteó con un poco de tierra suelta a sus pies, amontonándolo mientras Pájaro Guía intentaba encontrar las palabras que deseaba. No le gustaba la precipitación, pero tampoco quería que lo interrumpieran, y alguien podía regresar en cualquier momento.

De repente, ella le miró y Pájaro Guía se sintió impresionado por la tristeza que observó en su rostro.

—Te sientes desgraciada aquí —dijo.

—No —contestó ella negándolo con un gesto de la cabeza—. Me alegro de estar aquí. —Siguió jugueteando con el montoncito de tierra, amontonándolo con los dedos una y otra vez. Finalmente, admitió—: Me siento triste sin mi marido.

Pájaro Guía pensó un momento y ella empezó a hacer otro montoncito de tierra.

—Él se ha ido ahora —dijo el chamán—, pero tú no. El tiempo se mueve y tú te mueves con él, aunque te sientas infeliz. Pero ocurrirán cosas.

—Sí —asintió ella apretando los labios—, aunque yo no me siento muy interesada por lo que ocurra.

Desde su ventajosa posición, frente a la entrada de la tienda, Pájaro Guía vio varias sombras pasar por delante y luego seguir su camino.

—Los blancos están llegando —dijo de pronto—. A cada año que pase muchos más de ellos aparecerán por nuestro territorio.

Un estremecimiento recorrió la espalda de En Pie con el Puño en Alto. Un estremecimiento que también se extendió sobre los hombros. La mirada de sus ojos se endureció y sus manos se cerraron involuntariamente, formando puños.

—No me iré con ellos —dijo ella.

—No —dijo Pájaro Guía con una sonrisa—, no te irás. No hay entre nosotros nadie que no luchara para impedir que te marcharas.

Al escuchar estas palabras de apoyo, la mujer con el pelo color cereza oscuro se inclinó ligeramente hacia adelante, sintiendo ahora curiosidad.

—Pero ellos vendrán —siguió diciendo él—. Son una raza extraña en sus hábitos y creencias. Resulta difícil saber lo que hay que hacer. La gente dice que son muchos, y eso me preocupa. Si llegan como una inundación, tendremos que detenerlos. Entonces, perderemos muchos de nuestros buenos hombres, hombres como tu esposo. Y habrá muchas más viudas con rostros largos.

A medida que Pájaro Guía se iba acercando al tema que deseaba tratar, En Pie con el Puño en Alto inclinó la cabeza, reflexionando en aquellas palabras.

—Ese hombre blanco, el que te trajo a casa… Yo lo he visto. He estado en su casa río abajo, he bebido su café y he hablado con él. Es extraño en su forma de actuar. Pero le he observado y creo que su corazón es bueno…

Ella levantó la cabeza y dirigió una rápida mirada hacia Pájaro Guía.

—Ese hombre blanco es un soldado. Es posible que sea una persona de influencia entre los blancos…

Pájaro Guía se detuvo. Un gorrión común había encontrado la forma de entrar en la tienda a través del colgajo abierto y aleteó en el interior. Sabiendo que había quedado atrapado, el joven pájaro se picoteó las alas frenéticamente, al tiempo que se lanzaba contra uno y otro lado de la tienda, elevándose. Pájaro Guía observó al gorrión acercándose cada vez más al alto agujero por donde salía el humo y de repente desapareció por él, recuperada la libertad.

Miró a En Pie con el Puño en Alto. Ella había ignorado la intrusión del ave y estaba contemplándose las manos entrelazadas sobre su regazo, con la mirada fija. El chamán reflexionó, tratando de recuperar el hilo de su monólogo. Sin embargo, antes de que pudiera reanudarlo, volvió a escuchar la suave agitación de unas pequeñas alas.

Miró por encima de la cabeza y vio al gorrión, suspendido justo dentro del agujero por donde salía el humo. Siguió su vuelo a medida que descendía deliberadamente hacia el suelo, se elevaba luego con un gracioso giro, y se posaba con suavidad sobre la cabeza de cabello color cereza. Ella no se movió, y el ave empezó a arreglarse las plumas con el pico, como si acabara de posarse sobre las ramas de un árbol alto. Ella levantó una mano con aire ausente y, como si fuera un niño saltando a la comba, el gorrión levantó una patita, permaneció un instante inmóvil en el aire y luego se posó de nuevo cuando la mano se deslizó bajo sus patas. En Pie con el Puño en Alto permaneció sentada, mientras el diminuto visitante se hinchaba las alas, sacaba la pechuga y luego salía disparado como una bala dirigiéndose directamente hacia la salida y desapareciendo en un abrir y cerrar de ojos.

Con el tiempo. Pájaro Guía habría extraído algunas conclusiones relativas a la importancia y el significado de la llegada del gorrión y el papel jugado por En Pie con el Puño en Alto en su actuación. Pero no disponía de tiempo para dar un paseo y reflexionar. Pájaro Guía, sin embargo, se sintió bastante más tranquilo después de lo que había visto.

Antes de que pudiera hablar de nuevo, ella levantó la cabeza.

—¿Qué quieres de mí? —preguntó.

—Quiero escuchar las palabras del soldado blanco, pero mis orejas no me permiten comprenderlas.

Ahora ya estaba dicho. En Pie con el Puño en Alto bajó la mirada.

—Le tengo miedo —dijo.

—Cien soldados blancos viniendo montados en cien caballos y armados con cien armas de fuego…, eso es algo a lo que temer. Pero él sólo es un hombre. Nosotros somos muchos y éste es nuestro territorio.

Sabía que él tenía razón, pero eso no la hizo sentirse más segura. Se removió inquieta en su lugar.

—No recuerdo bien la lengua blanca —dijo sin mucha convicción—. Soy comanche.

—Sí, eres comanche —asintió Pájaro Guía—. No te estoy pidiendo que te conviertas en ninguna otra cosa. Sólo te pido que dejes tu temor atrás y pongas delante a tu pueblo. Ve a ver al hombre blanco. Trata de descubrir tu lengua blanca con él, y cuando lo hayas hecho, los tres mantendremos una conversación que servirá a todo el pueblo. He pensado en esto desde hace mucho tiempo.

Él guardó silencio y dentro de la tienda se hizo la quietud.

Ella miró a su alrededor, posando su mirada aquí y allá, como si tuviera que transcurrir mucho tiempo antes de que pudiera volver a ver este mismo lugar. No se iba a marchar a ninguna parte, pero en su mente En Pie con el Puño en Alto se imaginaba estar dando otro paso hacia el abandono del estilo de vida que tanto quería.

—¿Cuándo le veré? —preguntó.

El silencio volvió a extenderse por la tienda. Finalmente, Pájaro Guía se incorporó.

—Ve a un lugar tranquilo —la instruyó—, lejos de nuestro campamento. Siéntate durante un tiempo y trata de recordar las palabras de tu vieja lengua. —Ella tenía la barbilla apuntando hacia el pecho cuando Pájaro Guía la acompañó a la entrada—. Deja tus temores atrás y será una buena cosa —dijo, haciéndola salir de la tienda.

No supo si ella llegó a escuchar este último consejo. No se volvió a mirarle, y luego se alejó.

En Pie con el Puño en Alto hizo lo que se le pedía.

Con un jarro vacío de agua apoyado en la cadera, se encaminó hacia el río, siguiendo el sendero principal. Era poco antes del mediodía y ya había disminuido mucho el ajetreo en las cercanías del río, de personas que acudían a buscar agua, a bañarse, caballos a beber y niños a jugar. Caminó con lentitud, mirando a ambos lados del camino, siguiendo una ruta raramente utilizada que la llevaría a un lugar solitario. Los latidos de su corazón se aceleraron cuando distinguió un camino con la hierba alta que partía del sendero principal, y serpenteaba a unos cien metros de distancia del río.

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