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Authors: John Norman

Bestias de Gor (20 page)

BOOK: Bestias de Gor
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—Tal vez la bestia pasó por el territorio sin que Karjuk la viera —dije.

—No creo que una bestia de hielo se le pueda escapar a Karjuk —dijo Imnak—. Creo que ha muerto.

Imnak y yo nos quedamos en silencio un largo rato.

Akko y Kadluk estaban haciendo mimo. Akko era un iceberg, flotando a la deriva, y Kadluk era el viento del oeste, soplando y empujando. Akko, el iceberg, respondía al viento girando pesada y lentamente en el agua.

Los dos eran buenos.

Su actuación arrancó muchas risas.

De pronto, cuando terminaron, una ráfaga de aire atravesó la casa de festejos. Todas las cabezas se volvieron hacia la puerta, pero nadie habló. Allí había un hombre, un cazador rojo de rostro oscuro, delgado y silencioso. A su espalda llevaba un arco de cuerno y un carcaj de flechas; en la mano una lanza y un pesado saco. Se dio la vuelta y cerró la puerta. Tenía el anorak cubierto de nieve porque al parecer la nieve había comenzado a caer durante la fiesta. Después de cerrar la puerta, se volvió de nuevo para mirar a la concurrencia.

Imnak me apretó el brazo.

El hombre dejó sus armas junto a la puerta trasera de la casa de festejos y se dirigió al centro de la sala, llevando su saco. Allí, sin hablar, extrajo lo que llevaba en el saco: la cabeza de un gran kur de piel blanca, una bestia de hielo. Llevaba anillas en las orejas.

Miré a Imnak.

—Es Karjuk —dijo.

19. UNA CONVERSACIÓN EN LA CABAÑA DE IMNAK

—Fue una suerte para mí que estuvierais rastreando a la bestia de hielo y que pudierais matarla —le dijo Ram a Karjuk en la cabaña de Imnak. Miró la cabeza cortada que había en un rincón—. No quisiera volvérmela a encontrar.

Karjuk asintió pero no dijo nada.

Había cortado las anillas de las orejas de la bestia y, con el permiso de Imnak, se las había dado a Poalu, que ahora las llevaba como brazaletes en la muñeca izquierda.

Antes de que se las pusiera, yo las había tenido en las manos, sopesándolas y observándolas en detalle.

—¿Estás seguro de que ésta es la cabeza de la bestia que te atacó? —le pregunté a Ram.

—¿Podría haber más de una bestia que llevara anillas en las orejas? —dijo él.

—No parece probable —admití. Había examinado la cabeza con atención, las orejas y la boca en particular.

—Llevaba varios días siguiendo a la bestia —dijo Karjuk—. La seguí hasta que encontré huellas de trineo y sangre en la nieve, y las huellas de muchos pies.

—Ése debía ser el lugar donde la bestia atacó mi trineo —dijo Ram—, y donde me encontraron los hombres de la aldea y me rescataron.

—Luego seguí a la bestia un poco más lejos, unos cuantos pasangs a través de la nieve. Había sido herida dos veces, y la encontré alimentándose del cuerpo de un eslín con marcas de arneses.

—Entonces es la misma bestia —dijo Ram.

—La maté —dijo Karjuk.

Bebí mi té bazi y le miré por encima de la taza. Él también me miró y bebió su té.

Las chicas, incluida Poalu, permanecían en segundo plano, por si los hombres necesitaban algo. Las chicas blancas no se acercaron a la cabeza cortada. Pero Poalu, una mujer de los cazadores rojos, no sentía ningún miedo ni repulsión por aquel objeto. Los huesos, la sangre y ese tipo de cosas formaban parte de su mundo.

—Karjuk, ¿has oído hablar de una montaña de hielo, una montaña de hielo en el mar, que no se mueve? —pregunté.

—En el invierno —dijo Karjuk—, las montañas en el agua no se mueven, porque el mar está congelado.

—¿Has oído hablar de una montaña que no se mueve ni siquiera cuando el mar fluye? —dije.

—No, pero la he visto —dijo Karjuk. Había hablado con el carácter literal del cazador rojo.

Todos quedamos en silencio.

—¿Existe una cosa así? —preguntó Imnak.

—Sí —dijo Karjuk—. Está bien lejos en el mar, pero una vez que estaba cazando el eslín, pasé junto a ella con mi kayak.

—¿Es grande? —pregunté.

—Muy grande.

—¿Cómo puede existir una cosa así? —dijo Imnak.

—No lo sé —respondió Karjuk—, pero sí sé que existe, porque yo la he visto.

—¿La han visto otros? —pregunté.

—Tal vez —dijo Karjuk—. No lo sé.

—¿Podrías llevarme hasta ella? —dije.

—Ahora está muy alejada en el hielo.

—¿Podrías llevarme hasta ella?

—Sí, si quieres —dijo él.

Dejé mi té a un lado.

—Trae mi bolsa —le dije a Arlene. Ella corrió a obedecer.

Busqué en mi bolsa y saqué la cabeza tallada de un kur, la cabeza salvaje con media oreja arrancada.

—¿Esto es obra tuya? —pregunté.

—Sí —dijo Karjuk—. Yo lo hice.

—¿Has visto alguna vez a esta bestia?

—Sí.

—¿Dónde?

—Cerca de la montaña que no se mueve.

—¿Es la cabeza de una bestia de hielo? —pregunté.

—No. Tenía la piel demasiado oscura para ser una bestia del hielo.

—¿Podrías llevarme pronto a la montaña que no se mueve? —dije.

—Ahora es la noche —dijo Karjuk—, y es tiempo de oscuridad. El hielo es peligroso. Es en esta época cuando las bestias del hielo se aventuran tierra adentro.

—A pesar de todo, ¿me llevarás o no? —pregunté con una sonrisa.

—Sí —dijo Karjuk—, si tú quieres.

—Ése es mi deseo —dije.

—Yo iré contigo —dijo Imnak.

—Por supuesto, yo también te acompañaré —dijo Ram.

—Muy bien, amigo —dije. Miré a Karjuk—. ¿Cuándo partimos?

—Debo terminar mi té —dijo él—, y luego dormir. Después nos iremos.

—¿Quieres usar a alguna de mis mujeres? —ofreció Imnak a Karjuk indicando a Poalu y a Thimble y Thistle.

—¿O quieres usar a mi bella esclava? —dije yo indicando a Arlene.

Arlene retrocedió. Tenía miedo del delgado y hosco Karjuk. Y sabía que a la más mínima palabra mía, ella tendría que servirle, porque era una esclava.

Karjuk miró a Poalu con las dos pulseras doradas que habían sido las anillas en las orejas del kur muerto. Poalu era una adorable esclava roja.

Ella retrocedió un poco.

—No —dijo Karjuk.

Terminó su té y luego se metió entre las pieles sobre la plataforma. Los otros también se dispusieron a retirarse.

—No nos llevaremos a las chicas con nosotros —le sugerí a Imnak.

—No —dijo él—. Las llevaremos. ¿Quién si no nos quitará el hielo de las botas y coserá y hervirá la carne y nos mantendrá calientes en las pieles? —Se enroscó en sus pieles—. Nos llevaremos algunos eslines de nieve y mujeres —dijo.

—Muy bien —dije yo. Objetivamente no pensaba que fuera a haber un gran peligro para las mujeres. Si era verdad lo que yo sospechaba, nos serían útiles. Todas eran hermosas.

20. EL ATAQUE DE LOS ESLINES

Hacía mucho frío. Yo no sabía cuánto nos habíamos alejado sobre el hielo.

—¡Empujad! —gritó Imnak. Imnak, yo y las chicas empujamos el trineo sobre una cuesta de hielo para luego deslizarnos hacia abajo.

—¡Espera! —le gritó Imnak a Karjuk.

Karjuk detuvo su trineo y llamó a su eslín de nieve, tirando de las asas de la parte trasera de su trineo.

Éramos un grupo de tres trineos. Karjuk tenía el suyo propio, y su eslín de nieve. El segundo trineo era el de Imnak, y el tercero el de Ram, que se lo había traído del sur. El trineo de Imnak iba tirado por un eslín de nieve que le había prestado su amigo Akko, y el de Ram iba tirado por otro eslín de nieve que le había cambiado a Naartok por té bazi. Karjuk iba solo, y Ram también. Imnak y yo íbamos en el trineo de Imnak. Las cuatro chicas viajaban con nosotros, a veces empujando el trineo, a veces, cuando estaban exhaustas, montadas en él por turnos.

Karjuk alzó su mano para volver a ponernos en camino.

—¡No, espera! —gritó Imnak. Estaba mirando al cielo. Todavía no había caído ninguna tormenta, pero el cielo estaba cada vez más oscuro. Ya llevábamos cinco días en el hielo. Habíamos tenido suerte con las tormentas. Como ya he mencionado, la noche ártica no suele ser completamente oscura. Miré las irregulares formas de hielo que, extrañas y poderosas, se alzaban ante nosotros. Había una belleza y una amenaza en aquellas gigantescas estructuras, moldeadas por el amargo rugido del viento y las revueltas del mar que se agitaba ante nosotros. A veces podíamos sentir el movimiento del hielo. A veces vadeábamos con cuidado grietas de hielo que pronto se cerrarían casi bajo nuestros pies.

Imnak señaló hacia arriba en dirección al sur. Allí no se veían las estrellas, oscurecidas por las nubes.

—Vamos a acampar aquí —le dijo Imnak a Karjuk.

Karjuk no respondió, sino que miró hacia adelante. Volvió a alzar el brazo.

Ram vino hasta nosotros.

—Va a haber tormenta —dijo Imnak—. Debemos acampar.

Karjuk volvió a alzar el brazo.

—He de inspeccionar los deslizadores de mi trineo —gritó Imnak.

Karjuk siguió esperando.

Los deslizadores de los trineos eran de madera. Al principio de la estación se los cubre con una pasta de barro y musgo, sobre la cual se adhiere el hielo. El hielo es muy importante. A bajas temperaturas la nieve es granular, con una textura como la arena, y la capa de hielo fijada en los deslizadores reduce la fricción. La capa de hielo se renueva a menudo, incluso varias veces al día. A menudo se utiliza la orina, que se congela al instante. Pero también puede utilizarse una bolsa de piel llena de nieve que se derrite al poner la bolsa junto al cuerpo.

Imnak orinaba para cubrir de hielo los deslizadores. También utilizaba el agua de la bolsa de piel que llevaba a la cintura. Pero también se puede derretir la nieve en la boca y escupirla sobre los deslizadores.

—Sigamos adelante —gritó Karjuk.

—Se aproxima una tormenta —dijo Imnak señalando el cielo hacia el sur—. Vamos a acampar.

—Ya acamparemos más tarde —dijo Karjuk.

—Muy bien —respondió Imnak.

—¿Es sabio seguir adelante? —le preguntó Ram a Imnak.

—No —dijo éste.

Preparamos los trineos.

—Ata a las esclavas al trineo —dijo Imnak.

Se alzaba el viento.

Cogí un cabo de cuerda y lo até al cuello de Arlene con un fuerte nudo.

—Amo —protestó ella—. ¡Oh! —gritó cuando la tiré al suelo. Alzó la mirada hacia mí. Tenía sangre en la boca y la correa al cuello.

Audrey corrió hacia mí, para que la atara al trineo. Yo cogí otra cuerda y la até. La arrojé de rodillas en la nieve ante mí, al lado de Arlene, para que no pensara que era mejor que ella. Luego até las cuerdas al cuerno de tabuk de la parte trasera del trineo. Mientras tanto, Imnak había atado también a Bárbara y Poalu al otro lado del trineo.

—¿Queréis que también os ate las muñecas a la espalda? —les pregunté a Audrey y Arlene.

—No, amo —dijeron.

—En pie, preciosas bestias —dije.

Se levantaron de un salto.

Karjuk subió a los deslizadores de su trineo y chasqueó su látigo sobre la cabeza de su eslín de nieve.

El trineo de Ram salió detrás.

—¡Vamos! —gritó Imnak tomando su lugar tras el trineo y chasqueando el largo látigo sobre el animal. Imnak no iba sobre los deslizadores del trineo, sino que corría entre ellos. Las chicas, atadas, también corrían. A veces un hombre o una mujer corren ante el trineo para azuzar al eslín, pero ahora no era necesario.

De vez en cuando, Imnak se volvía para mirar el terreno a su espalda. Esto es un hábito de los cazadores rojos, que les permite ver lo que hay detrás de ellos y también les muestra cómo estará el terreno a su vuelta. Yo también miraba hacia atrás de vez en cuando, y no sólo para ver cómo aparecería el terreno en el viaje de vuelta, sino también por otra razón, por una precaución que tenían en común los cazadores y los guerreros: Es bueno saber qué puede venir por detrás.

—¿Lo has visto? —le pregunté a Imnak.

—Lleva cuatro días con nosotros —dijo él.

—¿Crees que Karjuk sabe que está aquí?

—¿Cómo podría no saberlo?

—¿Tienes algún consejo?

—Vamos a seguir avanzando —dijo Imnak—, ya nos perderá en el hielo. Y no quiero darle la espalda a Karjuk.

—Pero él es el guardián.

—¿Has visto la cabeza de la bestia de hielo que trajo al campamento? —preguntó Imnak. —Sí.

—¿La has examinado de cerca?

—Sí, pero Karjuk es el guardián.

—Sí. ¿Pero a quiénes guarda?

El viento rugía sobre nosotros, y yo apenas podía seguir el paso.

—¡Debemos detenernos! —le grité a Imnak por encima de la tormenta. Ni siquiera sabía si él podía oírme, y no estaba ni a un metro de distancia. Estaba totalmente oscuro. Las lunas y las estrellas habían desaparecido. El viento chocaba contra mis ropas, casi arrancándomelas. Entonces comenzó a nevar. Me puse la capucha. Tenía la cara medio congelada y no podía ver nada. No veía a las chicas, pero sabía que estaban atadas al trineo.

—¡No podemos ver dónde vamos! —le grité a Imnak—. ¡Tenemos que detenernos!

Oí al eslín rugir ante nosotros. Las nubes se abrieron un momento y vi a Imnak en el trineo. También vi a las chicas, con las manos en las correas que llevaban al cuello, pequeñas, empapadas de nieve. Luego todo se oscureció de nuevo. Por un momento había podido ver el trineo de Ram, pero no el de Karjuk.

—¡Es una locura continuar! —le grité a Imnak.

El trineo se detuvo, atrapado entre dos bloques de hielo. Imnak y yo lo desencajamos.

—¡Vamos a detenernos! —le grité a Imnak.

Creí haber oído un grito entre el aullido del viento, pero no podía estar seguro.

Imnak echó su peso atrás para detener el trineo. Luego cogí las correas de Audrey y Arlene y las metí en el trineo. Fui a la parte delantera. Allí estaba el eslín, ya tumbado sobre la nieve; pronto estaría dormido. La nieve me llegaba casi a las rodillas. Volví a la parte trasera del trineo. Imnak me gritaba algo, pero no podía oírle. Audrey y Arlene estaban acurrucadas junto al trineo. No se veía nada. El viento rugía con furia. Al otro lado del trineo toqué a Poalu, que al igual que las otras chicas se acurrucaba. Imnak estaba a mi lado, y me tendió una correa. Bárbara había desaparecido; el extremo de la correa estaba cortada. Hice ademán de salir a la nieve a buscarla, pero Imnak me lo impidió empujándome hacia atrás. No me resistí, Imnak tenía razón: habría sido una locura adentrarse en las tinieblas, la nieve y el viento. En unos momentos el rastro quedaría borrado y sería fácil perderse y quedar separado del trineo.

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