Bitterblue (37 page)

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Authors: Kristin Cashore

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Fantástico

BOOK: Bitterblue
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—Majestad, no tiene sentido que los dos nos desvanezcamos. Sigo estando aquí, con usted. Dígame qué le ocurre, por favor. ¿Tiene que ver con ese ciudadano al que se llevó a juicio con una falsa acusación? ¿Ha entablado amistad con él?

Rood entró al despacho en ese momento con la taza de infusión; se acercó y se arrodilló junto a Thiel para ofrecérsela.

—Díganos qué podemos hacer, majestad —le pidió también mientras la ayudaba a cerrar las manos alrededor de la taza y las sostenía con las suyas.

«Podríais contarme lo que presenciasteis —respondió para sus adentros a los ojos bondadosos del otro consejero—. Basta de mentiras. ¡Decídmelo de una vez!».

El siguiente en entrar al despacho fue Runnemood.

—¿A qué viene todo esto? —demandó al ver a Thiel y a Rood de rodillas junto al sillón de Bitterblue.

—Dímelo tú —instó con un hilo de voz.

—¿Que le diga qué? —espetó Runnemood.

—Lo que visteis. Dejad de torturarme y contádmelo de una vez. Sé que erais sus sanadores. ¿Qué era lo que hacía? ¡Decídmelo!

Rood se apartó de ella y encontró una silla.

—Majestad —empezó Runnemood con un timbre grave mientras plantaba los pies en el suelo con firmeza—, no nos pida que recordemos esas cosas. Todo aquello ocurrió hace años, asumimos lo que pasó y estamos en paz con nosotros mismos.

—¿En paz con vosotros mismos? —gritó Bitterblue—. ¡Qué vais a haber asumido vosotros lo que pasó!

—Les hacía cortes —relató Runnemood, prietos los dientes—. A menudo hasta que estaban a punto de morir. Entonces nos los traía para que los cosiéramos. Se consideraba un genio de la medicina. Creía que estaba convirtiendo Monmar en una tierra de maravillas médicas, pero lo que hacía era torturar a la gente hasta que moría. Era un demente. ¿Ya está contenta? ¿Para obtener esta información ha valido la pena obligarnos a recordar? ¿Ha merecido la pena arriesgar nuestra cordura e incluso nuestra vida?

Runnemood fue hacia su hermano, que ahora temblaba como un azogado y gritaba; ayudó a Rood a incorporarse y a continuación lo sacó prácticamente en volandas por la puerta. Se quedó sola con Thiel, que después de aquello se había recluido en su caparazón, todavía de rodillas a su lado, frío, rígido y vacío. Era culpa suya. Había estado hablando de algo real y ella lo había estropeado con preguntas que no tenía pensado hacer.

—Lo siento —le susurró—. Thiel, lo siento.

—Majestad —respondió unos segundos después—. Hablar de estos temas peligrosos es arriesgado. Le suplico que tenga más cuidado con lo que dice.

Habían pasado dos semanas y no había ido a ver a Zaf. Había muchas cosas que la tenían muy ocupada, como el asunto de los bordados o las montañas de trabajo acumulado o la enfermedad de Po. Además, estaba avergonzada.

—He estado teniendo unos sueños de lo más maravillosos —le dijo su primo cuando lo visitó en la enfermería—. Pero no de esos que te deprimen al despertar al darte cuenta de que no son verdad. ¿Me entiendes?

Estaba tumbado sobre las sábanas empapadas de sudor, con las mantas retiradas y abanicándose con la camisa, que tenía abierta. Siguiendo las instrucciones de Madlen, Bitterblue metió un paño en agua fría, lo escurrió y le lavó la cara pegajosa. Hizo un esfuerzo para no tiritar, porque el fuego de la chimenea se mantenía bajo en ese cuarto.

—Sí —contestó, aunque era mentira, pero no quería agobiar a su primo enfermo con los sueños horribles que había estado teniendo, sueños de Cinérea con la flecha de Leck ensartada en la espalda—. Cuéntame qué has soñado.

—Que soy yo mismo —dijo Po—. Y que soy igual, con todos los poderes, limitaciones y secretos. Pero no hay carga de culpabilidad en mis mentiras. No hay dudas, porque he tomado una decisión, y es la mejor posible que está a mi alcance. Cuando despierto, es como si todo fuera un poco más liviano, ¿sabes?

La fiebre persistía; parecía mejorar, pero después se reavivaba con más virulencia que antes. A veces, cuando lo visitaba para comprobar cómo estaba, lo encontraba tiritando, sacudido por los temblores y diciendo cosas raras que no tenían sentido.

—Está delirando —le dijo Madlen una vez, cuando Po la agarró del brazo y gritó que los puentes estaban creciendo y que en el río flotaban cadáveres.

—Ojalá que las alucinaciones que tiene fueran tan agradables como los sueños —susurró mientras le tocaba la frente y le acariciaba el cabello sudoroso en un intento de sosegarlo. Y deseó que Raffin y Bann estuvieran allí porque sabían ocuparse de un enfermo mejor que ella. Deseó que Katsa estuviera con ella, porque seguro que si viera a Po en ese estado se disiparía su ira. Pero Katsa andaba por algún punto de un túnel, y Raffin y Bann estaba de camino a Meridia.

—Fue una orden de Randa —gritó Po, esta vez arropado con mantas, sacudido por los temblores—. Randa envió a Raffin a Meridia para casarse con la hija de Murgon. Regresará con una esposa e hijos y nietos.

—¿Casarse Raffin con la hija del rey de Meridia? —exclamó Bitterblue—. Ni en un millón de años.

Sonó el chasquear de una lengua en la mesa donde Madlen mezclaba una de sus horribles pociones que hacía tragarse a Po.

—Se lo volveremos a preguntar cuando no esté delirando, majestad —dijo la sanadora.

—¿Y eso cuándo será, Madlen?

La mujer añadió una pasta de olor agrio al cuenco, la machacó con los otros ingredientes y no respondió.

Entre tanto, Helda había encargado a Ornik, el herrero, que hiciera una réplica de la corona. El forjador realizó el encargo tan bien que a Bitterblue le latió el corazón por el alivio nada más verla, creyendo que la corona de verdad había sido recuperada… Hasta que cayó en la cuenta de que le faltaba la solidez y el lustre de la real, además de que las gemas solo eran de vidrio teñido.

—Oh —exclamó Bitterblue—. Cielos, Ornik es bueno en su trabajo. Tiene que haber visto la corona con anterioridad.

—No, majestad, pero Raposa sí, por supuesto, y ella se la describió.

—¿De modo que hemos metido a Raposa en este fiasco?

—Vio a Zaf, majestad, el día del robo, y regresó para acabar de bruñir la corona al día siguiente, ¿recuerda? No había posibilidad de evitar que estuviera involucrada en esto. Además, es una espía útil. La estoy utilizando para localizar al tal Fantasma que, supuestamente, tiene la corona.

—¿Y qué hemos descubierto?

—Que Fantasma está especializado en contrabando de objetos reales, majestad, todo tipo de tesoros nobles. Es un negocio familiar desde hace generaciones. Hasta el momento, ha guardado silencio respecto a la corona. Se dice que, salvo sus subordinados, nadie conoce el emplazamiento de esa cueva donde vive. Eso es beneficioso para nuestra necesidad de que el asunto se mantenga en secreto, y contraproducente para el imperativo de localizarlo y entender qué narices está ocurriendo.

—Zaf tiene que saberlo —rezongó Bitterblue de mala gana, mientras Helda tapaba la falsa corona con un paño—. ¿Cuál es la pena por robo al tesoro real, Helda?

—Majestad —dijo el ama tras un breve suspiro—, quizá no se le ha ocurrido que hurtar la corona de un monarca es más que un robo al tesoro real. La corona no es un simple adorno, como cualquier otra joya, sino la manifestación física de su poder. Robarla es traición.

—¿Traición?

El castigo por traición era la pena de muerte.

—Eso es ridículo —siseó—. Jamás permitiría a la Corte Suprema que condenara a muerte a Zaf por robar una corona.

—Querrá decir por traición, majestad —la corrigió Helda—. Y usted sabe tan bien como yo que su reinado podría acabar con un derrocamiento por el voto unánime de sus jueces.

Sí, era otra de las simpáticas resoluciones de Ror, esta para impedir el poder absolutista de un monarca.

—Reemplazaré a los jueces —dijo—. Te nombraré juez a ti.

—Una persona oriunda de Terramedia no puede ser juez de la Corte Suprema monmarda, majestad. No creo necesario explicarle que los requisitos para tal nombramiento son excepcionales y drásticos.

—Encontrad a Fantasma —pidió Bitterblue—. Encontradlo, Helda.

—Hacemos todo cuanto está en nuestra mano, majestad.

—Pues haced más. Yo iré dentro de poco a ver a Zaf y… no sé… le suplicaré. Quizá me la devuelva cuando comprenda las implicaciones de su acto.

—¿De verdad cree que no se le ha ocurrido, majestad? —le preguntó el ama con seriedad—. Es un ladrón profesional. Es temerario, pero no es estúpido en absoluto. Puede que incluso esté disfrutando con este embrollo en el que la ha metido.

«Disfruta metiéndome en un embrollo».

»¿Por qué me da tanto miedo ir a verlo?».

Esa misma noche, ya en la cama, Bitterblue se proveyó de tinta y papel y empezó a escribir una carta a Giddon. En realidad no tenía intención de enviársela nunca. Solo la escribía para ordenar las ideas, y la sola razón de que estuviera dirigida a Giddon es que él era la única persona a la que le decía la verdad; siempre que se lo imaginaba escuchando y haciendo preguntas, las que él planteaba eran menos preocupadas, menos tensas que las de cualquier otra persona.

¿Es porque está enamorada de él?
, preguntó el imaginario Giddon.

¡Oh, mierda! ¿Cómo se me ocurre pensar siquiera en eso con tantas cosas como tengo en la cabeza?
, escribió.

Es una pregunta bastante sencilla, ¿no?
, dijo él de forma directa.

Bueno, no lo sé
, escribió con impaciencia.
¿Significa eso que no lo estoy? Me gustó muchísimo besarlo. Disfrutaba recorriendo la ciudad con él y el modo en que confiábamos el uno en el otro sin fiarnos en absoluto. Me encantaría volver a ser su amiga. Me gustaría que recordara lo bien que nos llevábamos y que se diera cuenta de que ahora conoce mis secretos.

Me dijo usted una vez que se sentaron juntos en un tejado para ocultarse de unos asesinos
, dijo Giddon.
Y ahora me habla de besarse. ¿Se imagina el grave problema en el que se encontraría un ciudadano si lo sorprendieran enredando a la reina en algo así?

En ninguno si yo lo he consentido
, escribió.
Jamás permitiría que lo culparan por algo que hizo sin saber quién era yo. Francamente, tampoco quiero que lo culpen por robar la corona, y no es inocente de ese delito
.

En tal caso
, dijo Giddon,
¿no cabe la posibilidad de que una persona que os hubiera tomado por una plebeya se sintiera traicionada al descubrir que usted tiene tanto poder sobre su suerte?

Bitterblue estuvo un rato sin escribir. Por fin sostuvo la pluma con firmeza y con letras pequeñas, como si estuviera susurrando, escribió:

Últimamente he pensado mucho sobre el poder. Po dice que uno de los privilegios de la riqueza es que uno no tiene que pensar en ella. Creo que con el poder ocurre otro tanto. Me siento impotente, sin autoridad, más veces de las que me siento poderosa. Pero lo soy, ¿no es cierto? Tengo el poder de hacer daño a mis consejeros con unas palabras y a mis amigos con mentiras
.

¿Son esos los ejemplos que me da?
, dijo Giddon con un leve toque de regocijo.

¿Por qué?
, escribió.
¿Qué tienen de malo?

Bueno, usted puso en riesgo el bienestar de todos los ciudadanos de su reino cuando invitó al Consejo a utilizar su burgo como base de operaciones para derrocar al rey elestino. Después envió al rey Ror una carta pidiéndole la ayuda de la armada lenita en caso de entrar en guerra. Reconoce estos hechos por lo que son, ¿verdad? ¡Son poder en grado sumo!

¿Quiere decir que no debería haberlo hecho?

Bueno, quizá no debería haberlo hecho tan a la ligera
.

¡No lo hice a la ligera!

¡Lo hizo para tener cerca a sus amigos!
, puntualizó Giddon.
Y usted no conoce la guerra, majestad. ¿Cree de verdad que entendió el alcance de la decisión que tomó? ¿De verdad comprendió las implicaciones que conllevaba?

¿Por qué me lo dice ahora? Usted estaba presente en esa reunión
, escribió.
¡De hecho, era usted el que la dirigía! ¡Podría haber hecho una objeción!

Pero esta conversación la está manteniendo consigo misma, majestad. En realidad yo no estoy aquí, ¿cierto? No soy yo quien hace objeciones.

Y Giddon se disipó. Bitterblue se quedó consigo misma de nuevo y acercó la extraña carta al fuego, sumida en demasiados tipos de complicaciones que la confundían. Su conclusión final fue que necesitaba la ayuda de Zaf para dar con la persona que tenía como objetivo a los buscadores de la verdad, tanto si él podía perdonarle su abuso de poder como si no.

Cinérea se había equivocado en sus decisiones debido a la bruma mental de Leck; las malas decisiones que ella había tomado eran responsabilidad suya y de nadie más.

Con esa idea deprimente rondándole en la cabeza, Bitterblue fue al vestidor y sacó de un armario la caperuza y los pantalones.

Capítulo 24

T
ilda fue quien acudió a su llamada a la puerta. Al ver a la reina en el umbral de su casa, se quedó petrificada por la sorpresa, pero la expresión de sus ojos era afable.

—Entre, majestad —invitó.

Era un recibimiento que Bitterblue no esperaba, y también la llenaba de vergüenza.

—Lo siento, Tilda —susurró.

—Acepto su disculpa, majestad —fue la escueta respuesta de la otra mujer—. Nos ha dado mucho ánimo comprender que, durante todo este tiempo, la reina había estado de nuestra parte.

—¿Lo habéis comprendido?

Al entrar, se encontró sumergida en un montón de luz. Bren se encontraba junto a la prensa, vuelta hacia ella y mirándola con serenidad. Zaf estaba encaramado a una mesa, detrás de Bren, y la miraba encolerizado, y Teddy se había asomado al umbral de la trastienda.

—Oh, Teddy —exclamó, tan complacida al verlo que no fue capaz de contenerse—. Cuánto me alegra verte de pie ya.

—Gracias, majestad —dijo él con un atisbo de sonrisa que la hizo comprender que estaba perdonada.

—Eres demasiado amable conmigo —respondió Bitterblue con los ojos anegados en lágrimas.

—Siempre confié en usted, majestad —afirmó Teddy—, incluso antes de saber quién era. Es usted una persona generosa y sensible. Me conforta saber que una persona así es nuestra soberana.

Zafiro soltó un sonoro resoplido y Bitterblue se obligó a mirar hacia él.

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