Bitterblue (62 page)

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Authors: Kristin Cashore

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Fantástico

BOOK: Bitterblue
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L
os paquetes de hierba doncella estaban guardados en un armario del cuarto de baño. No había imaginado que se sentiría tan… perdida, la primera vez que se tomara esas hierbas.

De vuelta en el pasillo, empujó las puertas.

—Un baño y un desayuno le vendrán bien, majestad, antes de reunirse con su personal —sugirió Helda con suavidad—. Ropa limpia. Borrón y cuenta nueva.

—No existe tal cosa. Nada vuelve a empezar de cero.

—¿Necesita ver a Madlen para algo, majestad?

Bitterblue quería ver a la sanadora, pero no necesitaba verla.

—Creo que no.

—¿Y por qué no le pido que venga aquí, majestad? Por si acaso.

Así pues, Helda y Madlen la ayudaron a entrar en la tina para poner en remojo la suciedad y el sudor y que el agua se los llevara; la ayudaron a lavarse el cabello; se llevaron la muda sucia y le trajeron ropa limpia. Madlen charlaba en voz baja, y su peculiar y extraño acento iba calando en ella. Bitterblue se preguntó si habría señales en su cuerpo de haber pasado la noche con Zaf, si Helda y Madlen lo notarían. O señales de los forcejeos con Thiel. No le importaba, siempre y cuando no hicieran preguntas. Tenía la vaga sensación de que las preguntas harían añicos el caparazón que la protegía.

—Bren y mis guardias, ¿están todos bien? —preguntó.

—Tienen muchas molestias, pero se pondrán bien —contestó Madlen—. Volveré a visitar a Bren hoy, más tarde.

—Prometí a Zaf que lo mantendría informado —explicó.

—Lord Giddon irá a ver a Zafiro cuando anochezca para ver cómo va todo, majestad —informó Helda—. Le hará llegar todas las noticias que tengamos.

—¿Y cómo se encuentra Deceso?

—Muy deprimido —dijo Madlen—. Pero, por lo demás, está mejorando.

No esperaba que el desayuno le sentara bien, de modo que, al ocurrir todo lo contrario, experimentó por primera vez una nueva clase de culpabilidad. No tendría que ser tan fácil alimentarse, su estómago no debería sentirse tan a gusto con la comida que lo llenaba. Ella no debería desear vivir cuando Thiel había querido morir.

En la enfermería, sus dos guardias lenitas parecieron muy agradecidos por su visita y por darles las gracias.

Deceso estaba sentado en la cama, con un vendaje ladeado en la cabeza.

—Todos esos libros perdidos —gimió—. Libros irreemplazables. Majestad, Madlen dice que no puedo trabajar hasta que la cabeza deje de dolerme, pero creo que me duele por la falta de trabajo.

—Eso suena un tanto inverosímil, Deceso, con el golpe que tienes en el cráneo —contestó con suavidad—. Pero comprendo lo que quieres decir. ¿Qué trabajo te apetecería hacer?

—Los diarios que queden, majestad —respondió con voz ferviente—. En el que estaba trabajando ha sobrevivido al fuego, y lord Giddon me ha dicho que unos pocos más también se han salvado. Los tiene él. Ardo en deseos de verlos, majestad. Estaba tan cerca de comprender cosas… Creo que algunas de sus remodelaciones inauditas y más peculiares en el castillo y la ciudad eran un intento de dar vida aquí a un mundo nuevo, majestad. Del mundo del que venía, es de suponer, como la rata de vivos colores. Creo que trataba de transformar este mundo en ese otro. Y creo que esa puede ser una tierra de avances médicos considerables, razón por la cual estaba obsesionado con su disparatado hospital.

—Deceso, ¿alguna vez te ha dado la impresión, mientras leías cosas sobre su hospital, que no fuera él sino su personal quien hacía esas cosas horribles a las víctimas? —preguntó en voz queda—. ¿Que con frecuencia él se quedaba aparte y observaba?

El bibliotecario estrechó los ojos y enseguida los abrió mucho.

—Eso explicaría algunas cosas, majestad —dijo—. A veces habla de las contadas víctimas «que reservaba para él». Lo cual podría significar que compartía las otras, ¿verdad? Presumiblemente con otros maltratadores.

—Los maltratadores también eran sus víctimas.

—Sí, por supuesto, majestad. De hecho, habla de momentos en que «los otros», quizá sus hombres, se daban cuenta de lo que estaban haciendo. No se me había ocurrido hasta ahora, majestad —comentó malhumorado—, preguntarme a qué otros se refería o qué era en realidad lo que hacían.

Al recordar a sus hombres, Bitterblue se puso de pie y se preparó para lo que venía a continuación.

—Será mejor que me vaya —anunció.

—Majestad, ¿podría pedirle que me haga otro favor de camino a la oficina?

—Dime.

—A usted… —Hizo una pausa—. Puede que a usted no le parezca importante, majestad, habida cuenta de las muchas preocupaciones que tiene.

—Deceso, eres mi bibliotecario. Si puedo hacer algo para que te sientas mejor, dime qué es.

—Bueno, tengo un cuenco con agua para
Amoroso
debajo del escritorio, majestad. Debe de estar vacío, si es que sigue allí.
Amoroso
estará desorientado por mi ausencia, ¿comprende? Pensará que lo he abandonado. Puede arreglárselas bien alimentándose con los ratones de la biblioteca, pero no saldrá de allí y no sabrá dónde encontrar agua. Le gusta mucho, majestad.

Así que a
Amoroso
le gustaba mucho el agua.

El escritorio solo era un armazón roto y ennegrecido; debajo, el suelo estaba destrozado. El cuenco, verde como un valle monmardo, yacía boca abajo a cierta distancia del escritorio. Bitterblue lo sacó de la biblioteca al patio mayor y, tiritando, se acercó al estanque de la fuente. El cuenco, una vez lleno, estaba tan frío que le quemaba los dedos.

En la biblioteca se planteó qué hacer, y después se arrodilló detrás del destripado escritorio y colocó el agua debajo de una esquina. No parecía muy compasivo atraer a
Amoroso
hasta una ruina maloliente, pero, si era allí donde estaba acostumbrado a encontrar su agua, puede que entonces fuera allí donde la buscaría.

Oyó un gruñido en un tono felino que reconoció. Asomándose debajo del escritorio, vio un bulto de oscuridad y el latigazo amenazador de una cola.

Con precaución, deslizó la mano a mitad de camino por debajo del escritorio hacia el gato para que él decidiera acercarse o no hacer caso. Eligió atacar. Bufando y veloz, la golpeó con la zarpa y después retrocedió de nuevo.

Ahogando un grito, Bitterblue sostuvo la mano arañada contra el pecho, porque sabía cómo se sentía el pobre animal y lo comprendía perfectamente.

En la escalera, al aproximarse a las oficinas, Po le salió al paso.

—¿Me necesitas? —preguntó—. ¿Quieres que yo o cualquier otra persona entremos ahí contigo?

De pie ante el extraño brillo en los ojos de su primo, Bitterblue se planteó la propuesta.

—Te necesitaré muchas veces en los próximos días —contestó tras meditarlo—. Y necesitaré esa ayuda en algún momento en el futuro, Po. Tu ayuda centrada de forma exclusiva en mi corte, en mi administración y en Monmar, sin otras distracciones. Pero no mientras estés también participando en una revolución elestina. Una vez que esté instaurado el orden en Elestia, quiero que vuelvas aquí durante una corta temporada. ¿Aceptas?

—Sí, te lo prometo.

—Creo que necesito hacer sola lo que he de hacer ahora —dijo—. Aunque no tengo ni idea de qué voy a decirles. No tengo ni idea de qué hacer.

Po ladeó la cabeza, sopesándola.

—Ambos, Thiel y Runnemood, siempre estuvieron al frente de todo. Y han muerto, prima —dijo después—. Tus hombres estarán buscando un nuevo líder.

Cuando entró en las oficinas del piso de abajo, la sala estaba en silencio. Todas las caras se volvieron hacia ella. Bitterblue trató de pensar en ellos como hombres que necesitaban un nuevo cabecilla.

Lo chocante era que no le resultaba en absoluto difícil. Le sorprendió la necesidad que se reflejaba con claridad en los rostros y en los ojos de todos. Necesidad de muchas cosas, porque la miraban como hombres perdidos, enmudecidos por el desconcierto y avergonzados.

—Caballeros —empezó con tranquilidad—, ¿cuántos de ustedes han estado involucrados en la eliminación sistemática de verdades de la época de Leck?

No respondió ninguno, y muchos bajaron los ojos.

—¿Hay alguien aquí que no estuviera involucrado de un modo u otro?

De nuevo, no hubo respuesta alguna.

—Muy bien —dijo, un poco falta de aliento—. Siguiente pregunta. ¿A cuántos de ustedes obligó Leck a hacerles cosas atroces a otras personas?

Todos volvieron a alzar los ojos para mirarla, cosa que la dejó pasmada. Había temido que la pregunta provocara el desmoronamiento de todos. En cambio, la miraron a la cara, casi con esperanza; y, al sostenerles la mirada, por fin vio la verdad escondida detrás del aletargamiento, en el fondo de los ojos faltos de vida de todos.

—No fue culpa vuestra —dijo—. No fue culpa vuestra, y ahora todo ha terminado. Se acabó hacer daño a la gente, ¿comprendido? Se acabó hacer daño a una sola alma más.

Las lágrimas resbalaban por las mejillas de Rood. Holt se acercó a ella y cayó de hinojos a sus pies. La tomó de la mano y sollozó.

—Holt. —Bitterblue se agachó hacia el hombre—. Holt, te perdono.

Sonó la queda exhalación de un suspiro generalizado en la sala, un silencio que parecía preguntar si también merecía el perdón. Bitterblue sintió la pregunta de todos ellos y permaneció de pie allí, debatiéndose para hallar la respuesta. No podía sentenciar a todos los culpables que había en la sala a un periodo de encarcelamiento y dejarlo en eso, porque esa decisión no cambiaría nada del verdadero problema que anidaba en sus corazones. Tampoco podía apartarles del trabajo y echarlos a la calle, porque, si dejaba que se las arreglaran solos, probablemente seguirían haciendo daño a la gente y algunos de ellos a sí mismos.

«Se acabó que las personas se hagan daño a sí mismas —pensó—. Pero tampoco puedo dejar que sigan igual, con su trabajo… porque no confío en ellos».

Había pensado que una reina era una persona que realizaba grandes cosas, como devolver la alfabetización a la ciudad y al castillo; abrir la Corte Suprema a la petición de indemnizaciones de todas las partes del reino; acoger al Consejo mientras ayudaba a los elestinos en el destronamiento de un rey injusto y ocuparse de lo que quiera que Katsa encontrara al otro extremo del túnel; decidir, cuando Ror llegara con su armada, cuántos barcos necesitaría Monmar para crear una flota y cuántos podría permitirse.

«Pero mejorar la condición de estos hombres que mi padre convirtió en sus cómplices es igual de importante —pensó—. Como lo es permanecer a su lado en el dolor de su curación».

»¿Cómo voy a ser capaz de cuidar de tantos hombres?».

—Hay muchas cosas que tenemos que hacer y deshacer —dijo—. Voy a separaros en equipos y asignar a cada equipo un aspecto de la tarea. En cada grupo habrá gente nueva, monmardos ajenos a esta administración. Les informaréis a ellos, como harán ellos con vosotros; unos y otros trabajaréis en estrecha colaboración. Comprendéis que la razón de involucrar a otras personas es que no puedo confiar en vosotros.

Hizo una pausa para dar opción a que cada flecha, pequeña y necesaria, los alcanzara a todos. «Necesitan que vuelva a confiar en ellos, o no se sentirán capaces de resistir».

—Sin embargo, cada uno de vosotros tiene ahora la oportunidad de recobrar mi confianza —continuó—. No requeriré a nadie que vuelva a tratar lo relacionado con los abusos del rey Leck. Eso se lo dejaré a otros que no sufrieron maltratos de él de forma tan directa. No permitiré que nadie os haga responsables ni os mortifique por las cosas que hicisteis entonces, que él os forzó a hacer. También os perdono, personalmente, por los delitos cometidos desde entonces. Pero… puede que otros no perdonen, y esas personas tienen el mismo derecho que vosotros a que se haga justicia. Nos aguarda una época difícil y sórdida —comentó—. ¿Lo comprendéis?

Los rostros afligidos la miraron a la cara. Algunos asintieron con la cabeza.

—Os ayudaré a cada uno de vosotros de la mejor manera que esté en mi mano —añadió—. Si hubiese juicios, testificaré a vuestro favor porque entiendo que pocos de vosotros pertenecíais a la cúpula de la cadena de mando, y entiendo que mi padre os obligó durante años, a algunos de vosotros durante décadas, a obedecer. Quizás algunos ignoréis cómo actuar si no es obedeciendo. No es culpa vuestra.

»Otra cosa más. He dicho que no os haré revivir los tiempos del rey Leck, y hablo en serio. Pero hay personas, muchas, para las que es importante hacerlo. Hay personas que necesitan hacerlo para recuperarse. No desapruebo vuestra necesidad de sanar esas heridas a vuestro modo, pero vosotros no interferiréis en la forma de curación de otros. Comprendo que lo que ellos hacen interfiere en la vuestra. Sé que es una paradoja. Pero no toleraré que ninguno de vosotros encubra los crímenes de Leck con otros crímenes. Cualquiera que continúe con esa eliminación de hechos ocurridos en tiempos de Leck perderá por completo mi confianza y mi compromiso de ayuda. ¿Queda entendido?

Bitterblue miró a todos los presentes de uno en uno, esperando un gesto de darse por enterados. No alcanzaba a entender que hubiese trabajado con esos hombres durante tantos años y no se hubiera dado cuenta nunca de todo lo que traslucían aquellos rostros. Eso la hizo sentirse avergonzada; y ahora dependían de ella. Se notaba en sus ojos, e ignoraban que solo era una charlatana, que los equipos que según ella iba a crear no los sustentaba una base sólida, un plan, nada salvo sus palabras. Sus palabras que estaban vacías. Ya puesta, podría haberles dicho que todos construirían un castillo en el aire.

En fin. Más valía que empezara por algún sitio. Demostrar confianza era, quizá, más importante que sentirla en realidad.

—Holt —llamó.

—Sí, majestad —respondió el guardia con brusquedad.

—Holt, mírame a la cara. Tengo un trabajo para ti y cualquiera de los hombres de la guardia real que tú elijas.

Eso hizo que Holt volviera la vista hacia ella.

—Haré lo que sea, majestad.

—Bien. —Bitterblue asintió con un cabeceo—. Hay una cueva al otro lado del Puente Invernal. Tu sobrina sabe dónde se encuentra. Es la guarida de una ladrona llamada Fantasma y de su nieta, Gris, a quien tal vez conozcas como mi criada Raposa. Esta noche, ya tarde, cuando Fantasma y Raposa se encuentren dentro, quiero que irrumpáis en la cueva, las arrestéis a ellas y a sus guardias y recojáis todos los objetos que haya dentro. Habla con Giddon —añadió, porque el noble era el siguiente que tendría que ir a ver a Zaf—. Tiene acceso a información sobre la cueva. Es posible que pueda decirte cómo tienen organizadas las guardias y dónde están las entradas.

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