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Authors: Jane Yolen

Blanca Jenna (6 page)

BOOK: Blanca Jenna
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Al final, tres muchachos se ofrecieron como voluntarios. Jareth recibió la bendición de su padre y los dos hijos de Grete y Harmon tomaron prestado el caballo capón de su padre. Montaron juntos y siguieron a las yeguas en dirección al Este.

EL MITO:

Entonces Gran Alta dijo: “Viajaréis hacia el Norte y viajaréis hacia el Sur, viajaréis hacia el Este y viajaréis hacia el Oeste. Y tres grandes ejércitos se alzarán junto a vosotras. Junto a vuestras compañeras, enfrentaréis espada contra espada y fuerza contra fuerza hasta que la sangre derramada lave el estigma dejado por la indiferencia de los hombres.”

LIBRO SEGUNDO
LA LARGA CABALGATA
EL MITO:

Y entonces Gran Alta buscó en el sumidero de la noche y extrajo a tres bebés varones: uno era rubio y dos eran morenos: y los tres eran muy frágiles ante el sol de su rostro.

—Y vosotros creceréis, creceréis y creceréis —proclamó Gran Alta— hasta convertiros en gigantes de esta tierra. Cabalgaréis por todo el mundo desafiando al mal.

Y entonces Gran Alta les tiró del cabello y de los pies hasta que fueron altos como torres, hasta que fueron gigantes en la tierra. Los depositó junto al vado y les roció la frente con agua y los pies con ceniza para que pudiesen resistir mejor la larga cabalgata.

LA LEYENDA:

Tres héroes partieron desde el Este. Uno era rubio como el día, otro brillante como el cenit y el tercero oscuro como la noche. Y sus caballos estaban enjaezados del mismo modo: uno en plata como el amanecer, otro en oro como el mediodía y el tercero en ébano como la noche. Llevaban puestos corona, cuello y anillo.

A su paso, las espadas brillaban y en los bosques resonaba su canción de batalla.

Servimos a la reina de la luz,

Servimos a la reina de la noche

En la larga cabalgata.

Por donde pasaban, proporcionaban la muerte a los enemigos de La Blanca, la Anna. Y eran conocidos como Los Tres.

El tapiz de la sala cuatro, en el Ayuntamiento del Cruce de Calla (representado arriba) pertenece al Gran Renacimiento en el Período de las Tejedoras. Según la leyenda, fue terminado una semana después de que pasaran Los Tres, cosa absolutamente imposible. Con frecuencia, estos tapices tardaban años en tejerse. Nótese en especial la representación de tres caballeros con toda su armadura, alzando las espadas, cabalgando directamente hacia el espectador. Uno tiene una armadura plateada y monta sobre un caballo gris; otro lleva una coraza negra con un animal del mismo color, el tercero está enfundado en dorado y el pelaje de su corcel es como el oro viejo. Sus viseras están levantadas y se pueden ver sus ojos. Parecen estar riendo.

EL RELATO:

La noche cayó muy pronto y sólo habían avanzado unos pocos kilómetros por el camino, pero Catrona los detuvo a todos con una señal de su mano.

—¡Tú, muchacho! —le gritó al hijo de Jerem.

—Jareth —le recordó Jenna antes de que él pudiera responder.

—Jareth entonces —dijo Catrona—. Desmonta del caballo de la Anna y deja descansar un poco a ese pobre animal. Durante un rato será mejor que cabalgues con Petra.

El muchacho bajó por las ancas del caballo, aterrizó con tanta suavidad como un gato y se dirigió hacia la yegua de Petra. Ésta se inclinó para ayudarle, pero él rechazó su mano, fue por detrás del animal, echó una pequeña carrera y saltó sobre las ancas con una sonrisa en el rostro.

—He tenido mucho trato con caballos —explicó tímidamente—, cuando sus dueños venían a moler el grano. Uno de ellos me dijo que el caballo convertía en gigante a un hombre pequeño. Entonces fue cuando supe que debía montar.

Catrona asintió y Jenna se acercó a ella y le dijo en voz baja:

—¿Por qué hacerle cambiar de caballo ahora? Deber no está cansada.

Catrona alzó la vista hacia el cielo oscuro y respondió también en voz baja:

—Pronto saldrá la luna y nuestras hermanas sombra estarán aquí. No hay necesidad de atemorizar a los muchachos o de sobrecargar a Deber.

—Lo había olvidado. —Jenna se mordió el labio—. Alta, ¿cómo puedo haberlo olvidado?

Catrona sonrió.

—Sólo hace algunos días que tienes una hermana sombra que comparte tu vida. E incluso yo, que he vivido junto a Katri durante treinta años, en ocasiones lo olvido. No a Katri y el hecho de que existe, pero hay veces en que olvido estar preparada para ella. Siempre es una sorpresa, aunque representa mi mejor parte.

—Debemos avisar a los muchachos. ¿Qué les diremos?

—Lo mismo que siempre les decimos, en el ejército o en la cama, ya que un hombre escucha y ve lo que desea. No te preocupes. En los Valles Inferiores dicen que los ojos del hombre son mayores que su estómago y menores que su cerebro.

Se echó a reír y dirigió su caballo hacia Petra y el capón que montaban los hijos de Grete y de Harmon, con las piernas colgando.

—Pronto nos reuniremos con dos hermanas de la noche —comenzó con voz de autoridad—. Son unas amigas que viajarán con nosotros. Pero vienen y van cuando lo desean y no les agrada la luz del día. Mientras decidan permanecer con nosotros serán nuestras mejores aliadas, nuestras constantes compañeras de viaje. —Miró con atención a los muchachos—. ¿Comprendido?

Los jóvenes asintieron con la cabeza. Jareth de inmediato y los otros dos con cierta cautela, como si necesitasen un poco más de tiempo para comprender lo que Catrona quería decirles.

—Ya hemos visto antes a esas hermanas nocturnas —afirmó Jareth—. Una vez ayudaron a mi padre en el molino y, en otra ocasión, al padre de Sandor y Marek con la barcaza. Estaban allí cuando las necesitábamos, pero nunca venían cuando las llamábamos.

Sandor y Marek asintieron con la cabeza.

—Bien. Entonces no os sentiréis asustados o confundidos cuando aparezcan estas dos. Sus nombres son Katri y Skada. Katri es la mayor. —Esbozó una sonrisa—. Incluso es mayor que yo.

—¡Catrona! —Era Petra, que parecía escandalizada.

Catrona sonrió con picardía.

—Bueno, tal vez sólo un poco mayor.

—No nos sentiremos ni confundidos ni asustados —dijo Jareth con solemnidad—, ya que nos encontramos en presencia de la Anna.

Sandor asintió y Marek le imitó. Pero aparte de eso no se movieron y permanecieron mirando a Jenna con ojos reverentes.

—Desmontemos para que los animales puedan comer. Y nosotros también.

—Catrona bajó de su caballo.

—Pero no tenemos comida —reparó Sandor.

—No hay nada —agregó Marek. Jenna emitió una risita.

—Los bosques son nuestra despensa —les explicó—. Así que nunca moriremos de hambre.

LA CANCIÓN:

La larga cabalgata

Cruzan el valle, cabalgan, cabalgan,

Cruzan el prado y la cañada también,

Cruzan las sombras a la luz de la luna,

Cruzan el bosque donde el enemigo se oculta,

Cabalgan, cabalgan, hay Tres que cabalgan,

Hacia la boca del infierno.

Cruzan la aldea, cabalgan, cabalgan,

Cruzan congregaciones de dulces mujeres,

Cruzan posadas de hombres que aguardan,

Cruzan el bosque donde el enemigo se oculta

Cabalgan, cabalgan, hay Tres que cabalgan,

Hacia la boca del infierno.

EL RELATO:

Mostraron a los muchachos cómo registrar los bosques en busca de comida y Jareth descubrió el nido de un ave que contenía tres huevos. Los otros dos jóvenes regresaron con las manos vacías, pero Jenna halló un manojo de sabrosas setas y Catrona un arroyo en cuyas márgenes crecía el berro. Petra, que había aguardado junto a los caballos, fue quien obtuvo la mayor cosecha: un manojo de ortigas que irritaron el dorso de sus manos. Aún se quejaba de ello cuando Jenna reapareció, seguida por Jareth.

—¡Ortigas! —exclamó Jenna—. Podremos preparar el té.

—Pero no podemos encender fuego, Anna —le recordó Jareth.

—Sí si es pequeño y lo ocultamos en un túnel profundo. Será suficiente para calentar un poco de agua siempre y cuando tus amigos encuentren algunas hojas lo suficientemente secas.

Comieron ensalada de berro con huevos duros, setas y té. Un festín.

—Guardaré lo que queda del té en mi cantimplora —avisó Catrona mientras ocultaba el túnel donde habían encendido el fuego—. El té de ortigas es tan bueno frío como caliente... y tengo una sorpresa.

Hurgó en su morral de cuero y extrajo un paquete envuelto con una gruesa tela. Lentamente, desenvolvió un gran trozo de pastel.

—¿Dónde...? —comenzó Petra.

—En la cocina de la Congregación —dijo Catrona con suavidad—. Ellas hubieran querido que lo tomásemos. Cualquier viejo soldado sabe que en medio de la batalla se debe tomar lo que se pueda y reservar los lamentos para cuando llegue la mañana.

Uno tras otro, todos asintieron con la cabeza y extendieron la mano para recibir su porción.

Las hermanas sombra no aparecieron ya que había luna nueva y, sin fuego, la luz débil de las estrellas no era suficiente para convocarlas. Jenna se tendió sobre su manta y observó las configuraciones estelares, recitando sus nombres en silencio con la esperanza de que esto le ayudase a dormir: la Osa de Alta, el Cuerno de la Congregación, el Puma, el Gran Sabueso. Pero no pudo dormir y finalmente se levantó para caminar descalza hasta donde descansaban la yegua blanca y sus compañeras bayas. Cuando colocó la mano sobre el hocico suave de Deber, el animal emitió un leve soplido por los ollares, un sonido a la vez extraño y tranquilizador.

—¿Anna? —Era una voz suave.

Jenna se volvió. Jareth se estaba acercando a ella.

—Anna, ¿eres tú?

—Sí.

Él se detuvo, cuidando que la cabeza del caballo se interpusiese entre ambos.

—Me encontraba de guardia y te he oído. ¿Ocurre algo?

—No. Sí. No podía dormir.

—¿Has estado pensando en la Congregación Calla’s Ford?

Ella vaciló un momento y luego asintió con la cabeza.

—Pensaba en todas las congregaciones, Jareth. Pero no es por eso por lo que estoy inquieta.

—¿Puedes contarme, Anna?

—Por el amor de Alta, no me llames de ese modo —le rogó ella con cierta ira en la voz.

—¿Llamarte cómo?

—Anna. Ése no es mi nombre. Me llamo Jo-an-enna. Mis amigos me llaman Jenna.

Jareth guardó silencio un momento.

—Pero pensé que eras... quiero decir, ella ha dicho que eras... que...

—Parece que lo soy. O al menos es posible. Pero sólo se trata de un título, de algo que me han endilgado. No es lo que soy en realidad.

Jareth pensó en ello un minuto y luego susurró:

—¿Y quién eres en realidad?

—Sólo una chica. Y la hija de muchas madres.

—Eso es lo que dicen de Anna. Que ha tenido tres madres.

—También yo.

—Y cabellos blancos.

—También yo los tengo.

—Y que el sabueso y el buey...

—Así ha sido. Pero como, igual que tú. Y tengo gases si hay habas en la marmita. Y cuando bebo demasiado, debo buscar un lugar en el bosque para...

—Anna —Jareth puso la mano sobre su brazo—. Nadie ha dicho que Anna no sea humana. Nadie ha dicho que sea una diosa sin líquidos ni gases. Ella es... es lo esencial, el eje, lo que une al viejo carro con una rueda nueva.

—Pero los ejes están hechos por humanos, no por Alta.

—Exactamente. Es la profecía lo que pertenece a la Diosa.

Jenna guardó silencio un largo rato, pensando en lo que el joven acababa de decir. Al fin, suspiró.

—Gracias, Jareth. Creo... creo que ahora podré dormir.

—De nada —respondió él mientras se colocaba frente al caballo—. Pero me temo que aún no podrás dormir. Es tu turno de guardia. —Se echó a reír y extendió la mano—. Jenna.

Ella le estrechó la mano. El apretón fue firme como el de Catrona. O el de Skada.

Antes del amanecer, abandonaron el bosque y cruzaron tres pueblos sucesivos donde aún no había ninguna lámpara encendida y el único sonido era el de los cascos de los caballos. Al final del último pueblo, Jenna, Petra y Catrona aguardaron en los límites mientras los muchachos iban en busca de comida, ya que Jareth tenía unos primos allí.

En una ocasión, se detuvieron para lavarse el rostro en un pequeño arroyo. Cinco o seis veces frenaron la marcha para hacer sus necesidades y dejar pastar a los caballos. Durmieron por intervalos durante una noche de lluvias intermitentes, y amanecieron empapados a pesar de que trataron de protegerse bajo los árboles. Aparte de ello, cabalgaron durante todo ese día y el siguiente.

—Huelo a caballo —se quejó Petra suavemente al despertar.

—Tu olor no es diferente del de un caballo —le corrigió Jenna.

Todos rieron de buena gana sus palabras, y fue el primer momento de verdadera alegría después de que encontraran devastada la Congregación. A partir de entonces su humor mejoró un poco, a pesar de que les dolían los músculos y tanto Marek como Sandor tenían llagas causadas por la fricción de la silla.

Al anochecer del segundo día, subieron a una pequeña colina a cuyos pies se extendía un inmenso bosque. A ambos lados de un camino sinuoso había kilómetros y kilómetros de bosque ininterrumpido.

—Es el Paso del Rey —anunció Catrona señalando el camino—. No hay otra forma de atravesar esta selva. El Cruce de Wilma se encuentra del otro lado.

—Pero ¿no es peligroso permanecer...? —comenzó Sandor mientras pasaba los dedos por su cabello enmarañado.

—¿... en el Paso del Rey? —terminó su hermano.

—Existen menos peligros en el camino que fuera de él. Muy pocos conocen estos bosques, y ésos son los Hombrecillos Verdes. —Catrona se escupió las manos—. Y no creo que ellos nos ayuden. Más bien es probable que nos corten la cabeza. O los dedos. Les gustan los huesos pequeños. Los llevan colgando de las orejas.

Marek y Sandor se miraron con nerviosismo, pero Jareth se echó a reír.

—Mi padre habla con frecuencia de los Hombrecillos Verdes. Los Grenna, los llama él. No ha dicho nada respecto a eso de los huesos. Viven aislados, pero eso es todo.

Catrona le sonrió.

—Es cierto, viven aislados. Dicen que este bosque les pertenece y no les agradan los intrusos.

—¿Y lo de los huesos? —preguntó Jenna.

—Era una broma —la tranquilizó Catrona. Jenna sacudió la cabeza.

—No me parece gracioso.

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