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Authors: Víctor Coviello Guillermo Barrantes

Tags: #Cuento, Fantástico

Buenos Aires es leyenda 3 (25 page)

BOOK: Buenos Aires es leyenda 3
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Estábamos ante nuestro mito, pues la leyenda asegura que «El Selenita» volvió de la muerte y vaga por las calles de Almagro como un verdadero zombi.

De ser cierto lo de la sustracción del cuerpo de la morgue, no es difícil imaginar que esa extraña gente que lo perpetró estaba vinculada con el mundo de la magia, como sugieren los testimonios recogidos y, conociendo las ventajas energéticas del cadáver del mimo, practicaron en él el ritual.

¿Para qué? ¿Con qué fin lo convirtieron en un muerto-vivo?

Algunas voces arriesgan que entre las personas que participaron de la zombificación se hallaban amigos del artista fallecido, incluso mimos que llegaron a conocerlo íntimamente. Ellos querían venganza, pero como nadie se atrevía a consumarla, habrían traído al propio Xavier de entre los muertos para que él lo hiciera, para que castigara a su asesino.

—Si llego a ver a un mimo por el barrio, salgo corriendo —nos confiesa L
EOPOLDO
V., vecino de Almagro—. No vaya a ser que me confunda con el automovilista ese y me quiera matar.

Son muchos los que comparten el sentimiento de Leopoldo. La admiración que se le tenía en vida a «El Selenita» ha sido reemplazada por el miedo. Y es este miedo el que ha llevado a tejer aún más el entramado del mito, ya que hasta se habla de diferentes técnicas para no ser atrapado por el Mimo Zombi.

—Yo escuché que la única manera de detenerlo —nos reveló Z
ULEMA
Q., profesora de teatro—, es dibujando en el aire el contorno de una pared, como hacen ellos, los mimos. Parece que el zombi se choca contra esa pared imaginaria y no puede atravesarla.

—No es tan fácil —retrucó J
UAN
C., empleado del almacén donde Zulema se hallaba haciendo las compras—. El loco ese con la cara pintada de blanco lo persiguió a un amigo de mi hermano. No es joda. Si te agarra te hace boleta. Al pobre flaco casi lo atrapa, y eso que sabía lo de la pared y la hizo en el aire, pero el payasito chiflado dibujó una puerta sobre lo que sería la pared, la abrió y pasó. Es zombi pero no boludo. Tenés que ganarle de mano. Me contaron que tenés que dibujar vos primero la puerta en la pared y después hacer la mímica de cerrarla con llave. Y otra cosa: la pared tiene que ser lo más larga posible, porque si no el guacho la rodea y listo.

M
ARÍA DEL
P
ILAR
V., paseadora de perros, le agregó a esta insólita receta una pizca de poder mental:

—Cuando dibujás la pared en el aire, tenés que concentrarte y pensar que la pared realmente está ahí, como hacen los mimos. Si no te lo creés vos mismo, no sirve.

¿Un combate de realidades entre vivos y muertos o pura inventiva porteña?

Ya vimos que desde el punto de vista «mágico» son muchas las posibilidades de éxito en la zombificación practicada al cadáver de un mimo.

Ahora veamos, según lo que se entiende por zombi, qué tan posible es que nuestro muerto-vivo de Almagro se comporte como la leyenda urbana nos cuenta.

No se ha llegado a un acuerdo con respecto al verdadero origen de la palabra zombi. Puede que derive del nombre que recibe en algunos lugares de África una especie de serpiente divina, o que sea una deformación de
nzambi
, término que en ciertas zonas del Congo y Angola significa
dios
, aunque también se le encuentra relación con
zemí
, voz caribeña que se refiere a la representación material de un espíritu muerto.

En lo que sí se suele estar de acuerdo es en la descripción de lo que es un zombi. La Real Academia Española incorpora la palabra y nos da su definición, que es un perfecto resumen de casi todas las que podemos escuchar:

«Persona que se supone muerta y que ha sido reanimada por arte de brujería, con el fin de dominar su voluntad».

Se dice que el fin que persigue el brujo o
houngan
que convierte a un muerto en zombi consiste en hacer del «resucitado» su esclavo, su bestia de carga, con la tranquilidad de que no encontrará ningún tipo de resistencia, ya que el zombi posee únicamente una sombra de vida: es un autómata que solo realiza las funciones esenciales para subsistir, además de escuchar las órdenes de su amo y cumplirlas.

En Haití, tierra de zombis, muchas familias se aseguran de que sus muertos no sean esclavizados por un
houngan
. Algunos sostienen que se debe matar al recién fallecido por segunda vez, por lo que inyectan al cadáver un implacable veneno o directamente lo decapitan; otros piensan que si el espíritu del muerto se encuentra entretenido no oirá la voz del brujo ordenándole salir de la tumba, es así que dentro del sepulcro dejan semillas de sésamo, para que el espíritu las cuente, o agujas y carretes de hilo, para que se distraiga enhebrando. Están también los que directamente entierran a los suyos en las cercanías de una carretera o algún camino concurrido, lugares evitados por los «hacedores de muertos-vivos» a raíz de la falta de privacidad que demandan sus rituales.

Aquellos que aseguran haber estado frente a un zombi, confirman la condición de siniestra idiotez que los domina. Uno de los casos más comentados fue el de la folclorista norteamericana Zora N. Hurston quien en 1937 pudo fotografiar a Felicia Felix-Mentor, de quien se decía había muerto en 1907 y que 29 años después de ser enterrada, en octubre de 1936, fue hallada deambulando cerca de la casa de su hermano. Hurston escribió con respecto a aquel encuentro:

«La visión fue tremenda. El rostro carecía de expresión, y los ojos estaban muertos. […] No se le podía decir nada, ni obtener nada de ella; solo podía ser contemplada. Y la contemplación de aquel despojo humano era imposible de soportar durante mucho tiempo».

Otro testigo directo habría sido el periodista, también norteamericano, William Seabrook, quien en los años veinte estuvo cara a cara con una de estos «golems haitianos», luego de que un granjero lo llevara hasta él. Es asombroso cómo la descripción de Seabrook coincide en muchos puntos con la realizada por Zora Hurston.

«Lo peor eran sus ojos —dice el periodista en su crónica—. No eran imaginaciones mías. Eran verdaderamente como los ojos de un hombre muerto: no eran unos ojos ciegos, pero estaban fijos, desenfocados, sin visión. Toda la cara… no solo parecía inexpresiva, sino incluso incapaz de adoptar expresión alguna».

Volviendo a nuestro Mimo Zombi, el mito porteño no parece presentarlo como un autómata sin voluntad. Incluso, como vimos en algunos testimonios barriales, las personas que dicen haberlo enfrentado llegaron a temer por su vida, inventando increíbles estrategias para detenerlo, algo que desafía claramente la mansedumbre del zombi clásico.

Además hay otro punto en el que nuestro espécimen y el haitiano-africano se desencuentran: se dice que este último no recuerda nada de su vida anterior e, incluso, no comprende su condición de zombi. Con «El Selenita» no parece ocurrir eso: debe guardar algún recuerdo de los acontecimientos que lo llevaron a la muerte. Si no, ¿cómo vengarse? ¿De quién? ¿Por qué?

¿Serán estas diferencias una muestra de la vanagloria porteña, de que nunca podemos ser menos que otros? ¿Nuestro boca en boca habrá deformado esta leyenda hasta convertir al Mimo Zombi en el zombi más grosso de todos los que deambulan por la faz de la Tierra?

M
ARITA
Z., locutora de una humilde radio de la zona, nos brinda otra mirada interesante:

—Hace un par de años hicimos una serie de programas dedicados exclusivamente a los mitos urbanos. Cuando fue el turno del Mimo Zombi, uno de los testimonios, no recuerdo bien de quién, aseguraba que el brujo que trajo de entre los muertos a Xavier le mostró una foto apenas abrió los ojos. Vaya uno a saber de dónde la consiguió, de un archivo policial, tal vez, la cuestión era que se trataba de la imagen del único acusado por el asesinato del artista, que luego, por falta de pruebas, recuperó la libertad. El brujo, que además, dicen, era un ex mimo, le ordenó al flamante zombi matar al hombre de la foto.

Por lo tanto, según este punto de vista, Xavier no tiene por qué ser extraordinario, estaría respetando el mandato de todo zombi: cumplir las órdenes de aquel que lo levantó del eterno letargo. Algunos agregan un detalle: si bien la semidormida mente de este Lázaro urbano memoriza las palabras que escucha, no puede hacer lo mismo con una fotografía, al menos no en todo su detalle, por lo que solo terminaría albergando un borroso
déjà vu
de la misma. Esto explicaría el terror que se le guarda en el barrio, ya que se cree que «El Selenita» ataca a todo aquel que posea algún vago parecido con la desdibujada imagen que guarda de su asesino.

Pero como de versiones vive el mito, las mismas se siguen reproduciendo a medida que se suceden los narradores; y es así que nos llegó una variante que proclama que a Xavier, ya convertido en zombi, se le dio de beber agua salada. Esto le habría hecho recordar, sin necesidad de la nombrada foto, el rostro de aquel impiadoso automovilista, e incluso ya lo habría ajusticiado. Esta versión, lamentablemente, tampoco termina muy bien para los vecinos de Almagro, pues nuestro personaje parecería haberle tomado el gustito a esto de matar por mano propia, llevándolo a deambular por las calles del barrio, ahora en busca de gente inocente, de víctimas que lo hagan sentir «vivo» al menos durante el instante que dura la agonía que les provoca, esa agonía que transforma en mimo hasta al menos expresivo, amén a los desesperados movimientos que el cuerpo hostigado ensaya en su intento por aferrarse a la existencia.

¿Y qué tiene que ver el agua salada? Esto está conectado con la leyenda clásica de los zombis. Según ella, si uno de estos entes ingesta algo salado, perderá su docilidad inmediatamente, ya que de alguna manera la sal consigue que tome conciencia de su pasado y de su actual condición. El zombi «avivado» sufre, entonces, un ataque de rabia en el que puede llegar incluso a matar al brujo que lo revivió. También dicen que buscará su sepultura dejando un camino de destrucción a su paso.

Luego de analizar todo lo expuesto, descubrimos que no son pocas las posturas que uno puede tomar frente al mito. Para poner un poco de orden en esta diversidad, las separamos en tres lineamientos.

En primer lugar podemos sostener que, a grandes rasgos, la leyenda urbana del Mimo Zombi es real. Podemos creer en un Xavier con el coeficiente intelectual por sobre la media de sus hermanos de ultratumba, o suponerlo tan estúpido como el resto; pero tanto si elegimos a uno como a otro, caminaremos con cierto miedo por las calles de Almagro, rogando no cruzarnos en el camino de esta vengativa criatura.

¿Será el miedo de los vecinos y sus ocurrentes trucos para escapar de nuestro singular zombi, una muestra de lo «real» que es esta leyenda urbana? ¿Es otra prueba de esa «realidad» la inmejorable situación energética que presenta el cadáver de un mimo para ser resucitado como zombi, según un sector de la parapsicología? Tal vez.

Otra opción que tenemos es darle crédito a la primera parte del mito, aquella que narra la tragedia de Xavier, su deceso desparramado en lo que antes fuera su escenario; y ser indiferentes a la realidad de la segunda parte, aquella que nace con la zombificación del cadáver del mimo. En este caso diremos que la fatalidad del artista fue el origen de la fábula del zombi, la cual pudo haber sido echada a rodar por los mismos vecinos de Almagro, no tanto para mantener vivo al admirado showman, sino para advertir a los automovilistas de las serias consecuencias que puede traer una mala acción de ese tipo.

¿Será una prueba de que este razonamiento es el correcto el que hayamos encontrado testigos directos solo de la época humana de «El Selenita» e incluso del mismo accidente, pero no así de cuando era un muerto-vivo, salvo las clásicas e indirectas experiencias vividas por el amigo de un amigo? Tal vez.

En una tercera y ¿última? línea de conclusiones podemos echar por tierra toda la historia, incluyendo la existencia de su mudo protagonista. De ser así, tomaremos la leyenda del Mimo Zombi como la simple porteñización del clásico mito caribeño. ¿Y cómo es que pudo originarse este traslado? F
EDERICA
F., alumna del ya citado Conservatorio de Música, nos revela algo que bien puede tratarse de una pista:

—Recuerdo que cuando ingresé al establecimiento, mis compañeros contaban una historia muy parecida a la del mimo, pero el protagonista era un muchacho de acá, del Conservatorio, que tocaba el saxo. Creo que tenía apellido italiano, y que por eso lo llamaban «El Tano». Los que aseguraban haberlo escuchado decían que tocaba mejor que el gran Hugo Pierre. También decían que cuando no estaba en clase o estudiando, tocaba el saxo en alguna esquina del barrio. Lo hacía para practicar, para ganarse unas monedas y porque era su pasión. Lo hizo hasta que lo mató un auto, igual que en la historia del mimo. Luego afirmaban que su alma en pena vagaba por el barrio tocando melodías tristísimas con su saxo, buscando a su asesino para vengarse.

¿Habrá provocado el boca en boca almagrense una cruza entre la historia del saxofonista y el mito clásico de los zombis? ¿Será esta la génesis de la porteñización que desembocó en la leyenda de Xavier? Una vez más la misma respuesta: tal vez.

«… somos la energía universal. La energía universal que se despereza…, que se levanta…», afirma, como ya vimos, Alberto Ivern en su libro
El Arte del Mimo
, como si se refiriera a una nueva generación de Lázaros. También hemos citado, de la misma obra, aquellas palabras que dicen «… me disuelvo y me transformo en otro ser…», como si el destino de todo mimo fuera ese, transformarse en una criatura diferente. ¿Sabrán los artistas de la pantomima algo que nosotros no sabemos, algo que dejan entrever en esas líneas, algo que solo ellos conocen merced al disciplinado manejo de las energías corporales que mantienen?

Hasta aquí llegamos, hasta lo que denominamos «las puertas del mito», puertas que esconden los posibles corolarios que puede tener la leyenda urbana en cuestión. Y, como siempre, los que deciden qué puerta abrir, si creer o no creer, o creer a medias, son ustedes.

Eso sí, en este caso en especial, estén muy atentos, no vaya a ser que elijan una puerta imaginaria, una puerta que no debería estar allí, una puerta dibujada en el aire por un mimo, el mismo que puede estar esperándolos del otro lado; un mimo diferente a todos, un mimo… zombi.

P
ARTE
VIII
Feos, sucios y malos
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