Buenos Aires es leyenda (11 page)

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Authors: Víctor Coviello Guillermo Barrantes

Tags: #Cuento, Fantástico

BOOK: Buenos Aires es leyenda
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«… y allí estaban… Basilio Garisto, caudillo uruguayo caído en desgracia; y detrás de él, el Nefilim…».

¿Qué habrá querido señalar el cronista de este documento de comienzos del siglo XX? ¿Que detrás del caudillo oriental se hallaba alguien llamado «Nefilim»? Pero se refiere a «el Nefilim», como en el documento de 1930, por lo que parecería estar hablando de… ¿«el Gigante»?

Ahora bien, si suponemos esto último, y además decimos que se trata del mismo gigante nombrado en el documento de 1930, como también de aquel que algunos aseguran continúa paseando por las noches en Balvanera; entonces debemos concluir que no sólo estamos ante un gigante, sino ante un gigante con más de cien años de edad.

Todo esto nos lleva a otra conocida leyenda, en donde se combinan talla importante y longevidad: el mito rabínico del Golem.

«Golem» significa literalmente «materia amorfa o sin vida». Se dice que el origen de la historia data del siglo XVI. Según ésta, en el gueto de Praga, un rabino llamado Judah Loew ben Bezabel creó, mediante métodos de la Cábala, un hombre artificial para que lo ayudara en la sinagoga. A este ser lo llamó Golem; la vida que lo animaba, aunque de tipo vegetativa, se debía al influjo de una inscripción mágica puesta detrás de sus dientes, la cual era retirada todas las noches. (Algunas versiones aseguran que esta inscripción se trataba del nombre secreto de Dios; otras, en cambio, hablan de
emet
, la palabra hebrea que significa «verdad»).

Una noche, Judah olvidó retirarla y el Golem entró en delirio. Destruyó todo lo que se le cruzaba en el camino, hasta que el rabino lo enfrentó y deshizo la inscripción mágica. (Las versiones que toman a
emet
como inscripción dicen que el rabino eliminó la primera letra para que se convierta en
met
: muerte). Finalmente, sólo quedó del Golem una estatua de barro que todavía puede ser vista en la antigua sinagoga de Altneus.

Si tenemos en cuenta la fuerte inmigración a nuestras tierras del pueblo judío entre finales del siglo XIX y comienzos del xx, puede suponerse cierta conexión entre la leyenda rabínica del Golem y el mito balvanerense del Gigante o Nefilim. Quizás éste sea simplemente una «porteñización» de la primera.

Pero antes de tantear posibles respuestas, veamos los siguientes testimonios. Los nombres y ocupaciones de los entrevistados no serán revelados, a pedido de ellos mismos, baste decir que se trata de diferentes personalidades relacionadas con el judaísmo:

Testimonio 1
: «Se dice que en ciertas sinagogas se guardan manuscritos apócrifos acerca del Golem. Uno de ellos aseguraría que en Praga fueron creados no uno, sino trece "humanoides de arcilla". Por eso, una versión dice que un rabino mezcló uno de estos golems con los judíos que llegaron a Buenos Aires».

Testimonio 2
: «Una historia cuenta que un rabino llegó a Buenos Aires, allá por el 1900, con un Golem propio, o con los procedimientos que exige la Cábala para crear uno. Ya sea que haya llegado con la criatura o la haya concebido aquí, cuando el rabino murió, el Golem se quedó sin amo.

»Luego, el relato tiene varios desenlaces, según el escrito que se analice: en algunos se afirma que, antes de su deceso, el rabino encerró al monstruo en una habitación a la cual nadie puede llegar. (Algunos creen que dicha habitación se halla en el Anexo del Hospital Francés, a metros del monumento al Cid Campeador, en el barrio de Caballito: el hospital habría sido construido sin tocar esta habitación, la cual ya existía en la antigua casona que allí se alzaba). Otros cuentan que el Golem quedó libre, obligado a vagar eternamente por los alrededores de lo que fue su casa».

Además, pudimos encontrar en una antigua crónica barrial rabínica (fechada en el año 1916 y traducida de un supuesto original hebreo por un tal Mascimiano Funes) el siguiente párrafo:

Existe una calleja que nadie puede ver, salvo desde un balcón al que nadie puede llegar. Y es aquel oculto callejón morada del no-nacido-de-madre, el gigante abandonado, que deambula y deambula en aquel lugar sin salida. Y espera, espera…

Algunos suelen identificar a esta
calleja
con el emplazamiento de dos pasajes actuales: uno de ellos es el pasaje en forma de «L» llamado Colombo, donde se alza una singular construcción (justo en la esquina de la «L») rematada por un reloj, en la que —se dice— aguarda el no-nacido-de-madre; y el otro es el pasaje Victoria: verdadero callejón sin salida que nace a una cuadra y media de la plaza 1° de Mayo, justo enfrente del Spinetto Shopping. Al visitarlo, uno puede entender por qué ha sido relacionado con el mito: la única entrada que tiene el pasaje (ubicada sobre Adolfo Alsina, entre Pichincha y Matheu) ha sido cerrada con un gigantesco portón de madera, transformando al pasaje Victoria en un pasaje con «puerta de entrada», como si los habitantes de las viviendas que se alzan detrás del pórtico tuvieran algo que ocultar, algún «gran secreto», quizá.

Dicho sea de paso, ambos pasajes se encuentran ubicados en donde el barrio de Balvanera se confunde con el de Congreso, justo entre las misteriosas «medias estaciones» del subte A: Pasco y Alberti, lugar también mítico ya analizado en este libro.

Fuera del ambiente rabínico también encontramos historias que pueden guardar relación con la leyenda del Golem: una de ellas es la de María Salomé Loredo Otaola de Zubiza, quien nació en España, en la provincia de Vizcaya, en una aldea llamada Zubiete, el 22 de octubre de 1855.

Ya su nacimiento se codea con el relato mítico: se dice que aquella noche caía una lluvia aterradora, los vientos hacían temblar las casas; pero al nacer la niña, la tormenta cesó de inmediato.

Llegó con su familia a Buenos Aires en 1869, instalándose en la localidad de Saladillo. En 1892, María ya vivía en su casa de La Rioja 771, en Balvanera, la cual transformó en templo para recibir a los miles de fieles que imploraban por sus consejos y su poder de curación.

Existen comentarios que vinculan a la Madre María, como le decían sus devotos, con el supuesto rabino que poseía al Golem. El rabino, cuentan, le reveló a ella ciertos secretos de La Cábala, los cuales le habrían otorgado sus cualidades curativas.

Otros dicen que, luego de la muerte del rabino, María se quedó un tiempo con el Golem, pudiéndoselos ver caminar juntos en contadas ocasiones.

Existe otro relato que data de 1928 y es muy conocido en el barrio. La Madre María murió el 5 de octubre de ese año; en su velatorio, un hombre silencioso, de gran altura y de caminar cansino, se acercó al féretro, puso sus manos sobre la muerta y balbuceó unas palabras.

Según la tradición, aquel hombre era don Hipólito Yrigoyen, el presidente de la República Argentina, quien al parecer la visitaba muy a menudo en su casa-templo. Sin embargo, otras versiones identifican al misterioso visitante con el mismo Golem, quien de esa manera se habría despedido de su último amo (ama en este caso), para luego alejarse por las calles de Once, y vagar por ellas eternamente.

La explicación lógica más cabal con respecto al nacimiento y transformación del mito del Gigante o Golem de Once apunta a que todo empezó con la existencia real de un hombre cuya altura era tal que no podía pasar desapercibido, ganándose naturalmente el apodo de «Gigante».

Por otra parte, la corriente inmigratoria habría jugado un papel importante en lo que respecta a este hombre. Así se desprende de las palabras del demógrafo Ernesto Maeder, quien asegura que la inmigración produjo cambios «tanto en lo étnico como en lo cultural, que abarca hechos tan distintos que van
desde el aumento en la talla promedio
hasta las modificaciones sufridas por el lenguaje y las costumbres».

Por lo tanto, en base a esta afirmación, tendríamos a un «gigante» relativamente «creado» por la corriente inmigratoria de fines del siglo XIX y comienzos del siglo xx. Y si tenemos en cuenta que, de esta corriente, fueron judíos, sirios y libaneses los que se instalaron en Balvanera, no cuesta mucho imaginar el caldo de cultivo del que pudo haber surgido nuestra leyenda, la leyenda de un «gigante creado por los judíos de Balvanera» o, lo que es igual, «el Golem de Once».

Además, el crecimiento del mito pudo verse alentado por la necesidad de protección que, con seguridad, sintieron los inmigrantes al llegar a nuestro «extraño» territorio. La leyenda de un Golem guardián habría ayudado psicológicamente a los recién llegados.

Pero aunque algunos crean discernir el lógico nacimiento del mito, siempre habrá un espacio para el cuestionamiento, para la sospecha, para el rumor; todos ellos alimentos de la leyenda, la leyenda que espera detrás de aquella puerta tapiada, en aquella habitación oculta, en aquel edificio olvidado.

«¿Quién puede decir que
sabe
algo sobre el Golem?», dice Gustav Meyrink en su libro
El Golem
. «Se lo relega al reino de la leyenda hasta que un día sucede algo en una calle que de repente lo resucita. Durante un tiempo todo el mundo habla de él y los rumores crecen hasta lo increíble. Se hacen tan exagerados y desmedidos que finalmente vuelven a derrumbarse…».

Coghlan

El hombre sin párpados

En la Capital Federal las personas que deambulan mendigando se cuentan por millares. Mujeres embarazadas, ancianos, jóvenes en sillas de ruedas; no hay límite de edad ni de condición. Ellos arrastran sus bolsas, su desesperación… y sus mitos.

Varias de esas historias llegaron hasta nuestros oídos, pero sólo incluimos unas pocas en la lista de investigaciones. El mito que trataremos a continuación es uno de estos relatos, cuyos inquietantes detalles nos llamaron la atención desde un principio. Luego, cuando confirmamos su perturbadora ubicación —el ferrocarril Bartolomé Mitre, transporte utilizado diariamente por miles de personas—, nos decidimos a conocerlo en profundidad. (Hemos detectado rumores de historias similares en las otras líneas ferroviarias que, como ésta, nacen en Retiro. Sin embargo, nuestra investigación se centró en el nombrado ferrocarril Mitre).

La historia cuenta que por los vagones de estos trenes deambula un hombre con una invalidez un tanto especial: sus ojos no tienen párpados. Así, este hombre iría de vagón en vagón, sin poder pestañear, sin poder dejar de mirar, de observarlo todo, con los ojos llenos de lágrimas, mendigando unas monedas para pagarse un carísimo trasplante que le permita recuperar su membrana protectora.

Eso era todo lo que sabíamos cuando comenzamos a recoger los testimonios de algunos pasajeros de la línea Bartolomé Mitre, en la primera etapa de nuestra investigación.

Alma T
.: «No creo en el mito. Son cuentos de viejas. Oí decir por ahí que el hombre ese sube siempre en la estación de Coghlan. Mi primo vive en Coghlan y nunca lo vio».

Jerónimo A
.: «Hace más de veinte años que viajo en este tren. Cuando empecé a hacerlo, ya se hablaba del tipo ese. Decían que siempre andaba solo. Que siempre se bajaba o se subía en la estación… Saavedra, creo… o en Coghlan… bueno, no me acuerdo. Les soy sincero, yo no lo vi nunca. Ciegos y tuertos, miles, pero un hombre sin párpados jamás. Si hasta decían que era extraterrestre. Miren, se dijeron tantas cosas que terminé por no creer ninguna. Hace tiempo que no escuchaba nada de aquella historia. Para mí el tipo no existió nunca».

Pascual B
.: «Pero hace ya mucho tiempo de eso… El tipo se murió. Todos saben que el tipo se murió después de una terrible infección en los ojos».

Otros también coincidieron en el dato de que el hombre del mito estaba muerto ya. Pero la coincidencia se desvanecía a la hora de detallar cómo había sido su deceso. Pascual B. habló de una infección. Veamos qué dijeron otros entrevistados:

Osvaldo V
.: «Cuando mi abuelo vivía contaba siempre cómo el hombre sin párpados se suicidó en un vagón, delante de todos los pasajeros. Y mi abuelo estaba entre ellos».

Amalia T
.: «Dicen que en sus últimos días estaba casi ciego. Supuestamente se mató cuando se cayó accidentalmente del andén de la estación Coghlan y el tren le pasó por arriba. Y después inventaron las pavadas esas de que los ojos del tipo estaban tan secos, que cuando lo golpeó el tren se le saltaron de las órbitas y se mezclaron con las piedras que están entre los raíles. Y que cuando los bomberos retiraron el cuerpo se olvidaron de los ojos. Todavía hay quienes buscan los ojos del tipo al lado de la vía, entre las piedras. Porque dicen que el tipo era extraterrestre, y entonces los ojos tienen poderes, y qué sé yo. A la gente le encantan esas idioteces».

Carlos T
. (vendedor ambulante): «Hace unos meses espichó el viejito que vendía naipes. Ése sabía la posta. Siempre decía que el deforme ese se había tirado abajo del tren, y que al entierro no fue nadie, salvo él, el viejito. Y que en el cementerio había muchos tipos de traje y lentes negros».

Como estas personas, hubo otras pocas que conocían el mito, y repitieron los mismos datos de los testimonios expuestos, o no aportaron nada nuevo sobre él.

Y decimos «otras pocas personas» porque no fue fácil encontrar gente que supiera de qué estábamos hablando: el 84% de los entrevistados nunca habían oído hablar del hombre sin párpados. Algunos hasta pensaron que nuestro sondeo no era más que una cámara sorpresa.

Esta dificultad a la hora de encontrar conocedores de la historia nos llevó a suponer que el mito se hallaba «en retirada» o, dicho de otra manera, en proceso de desaparición.

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