Read Buenos días, pereza Online
Authors: Corinne Maier
Lo que demuestra la anécdota relatada es que Francia es un país donde nadie da ni golpe. Es una de las facetas, poco conocida, de la «excepción francesa»: la cantidad total de trabajo del Hexágono es increíblemente baja en relación con la población. No hacen falta estadísticas para saberlo, basta con pasearse cualquier día de entre semana por Saint-Germain-des-Prés para comprobarlo: hay gente por todas partes, uno ve pasear por la calle a un montón de adultos en edad de trabajar y de contribuir con su actividad a la fuerza económica del país. Pero, precisamente, la fuerza económica del país no los necesita: la productividad de Francia es una de las mas elevadas del mundo. En consecuencia, la vida activa dura apenas treinta años, la cifra de desempleo sigue siendo elevada, y los sacrosantos puentes del mes de mayo tienden a transformarse en viaductos si caen en medio de la semana. Los acuerdos de reducción del tiempo de trabajo (RTT), por su parte, limitan el número de semanas en favor de un tiempo libre cada vez más exigente.
Entonces, ¿por qué el ejecutivo, que se lamenta sempiternamente de su falta de tiempo, no deja de quejarse? Dice que trabaja cada vez más y que lleva un perpetuo retraso. Hay que reconocer que a veces es cierto: como hemos visto antes, esta preocupación es comprensible en el caso de las empresas subcontratadas, que trabajan con una producción ajustada y deben cumplir normas muy estrictas de calidad. Lo mismo les sucede a los incautos que han aceptado funciones operativas «sobre el terreno», es decir, «junto al cliente», y que hacen lo que pueden para superar los retrasos, presionados entre el mercado y la organización (pero, entre nosotros: hay que se masoquista para trabajar en estas condiciones). Es normal que quienes las aceptan corran peligro de sufrir un
karochi
, la muerte brusca que fulmina a los ejecutivos en la flor de la edad y que solo se da en Japón, u otro mal menos grave, el
burn out
, es decir, el agotamiento asociado al estrés, que queda reservado a los asalariados de los países anglosajones.
Es un hecho que el trabajo está repartido de una forma en absoluto equitativa: por unos pocos individuos que sudan la camiseta, la mayoría no pega ni golpe. Los ejecutivos surgidos de universidades buenas o regulares y que han conseguido hacerse un hueco entre los pliegues y repliegues de una gran empresa mienten cuando dicen que están sobrecargados de trabajo. Algunos, más astutos, presentan las cosas con habilidad, como el presidente de Air-France, Jean-Cyril Spinetta, que confiesa con una franqueza que le honra en una entrevista reciente: «Me reservo espacios de desconexión»
[14]
; traducción: en determinados momentos no hago nada, y no me avergüenzo de ello. El trabajo ha muerto, ¡viva el trabajo!
Como los ejecutivos no dan a la empresa más que su tiempo, su disponibilidad, lo disfrazan diciendo que están desbordados. ¡Es su forma de decir que se esfuerzan! A diferencia de Alemania, donde el empleado que sale tarde del trabajo esta considerado un inútil, en Francia y en muchos países está bien visto quedarse hasta las ocho de la noche, o incluso las nueve cuando se está terminando un proyecto urgente. Es una forma de demostrar que uno arma su trabajo. En algunas empresas grandes, algunos se quedan en la oficina hasta más tarde aún para hacer llamadas de teléfono personales, navegar por internet, hacer fotocopias gratuitamente o leer el periódico. Mientras hacen todo esto, al menos, no trabajan.
Pero no hacer nada no es tan fácil: hay que saber fingir. Veamos los acertados consejos que nos dispensa el inefable Scott Adams en su valioso manual
El principio de Dilbert
:
«Nunca salgas al pasillo sin un expediente debajo del brazo. Los empleados que van cargados de carpetas tienen pinta de ir a una reunión importante, mientras que los que no llevan nada encima parece que van al bar. El que pasa con el periódico bajo el brazo parece que se dirige al váter. Sobre todo, no te olvides de llevarte varios documentos a casa por la noche, así darás la flaca impresión de que haces horas extra».
Ya está: ya sabes qué hay que hacer para no hacer nada.
También te puedes pasar el día de reuniones, recopilando información y volviéndolo a introducir en el circuito, pero procurando siempre incorporar algún valor añadido: eso sí que se considera trabajo. Un estudio reciente realizado allende el Atlántico estima en 95 el número de correos electrónicos diarios que recibe de media un ejecutivo; sospechamos que la mayoría no sirven para nada. Pero esta avalancha de mensajes presenta al menos tres ventajas: permiten crear puestos de administradores de redes, mantienen ocupados a los que los envían y también mantienen ocupados a la gente que los recibe.
Para los más ambiciosos, el asunto consiste sobre todo en estar disponible si uno de los jefes importantes asoma por el pasillo. Es la obsesión de Adrien Deume, el mediocre protagonista de la mítica novela de Albert Cohen
Bella del señor
; este funcionario de gama media solo sueña con una cosa: dar coba a los jefes para ascender por su propio esfuerzo hasta el nivel A, que le permitirá formar parte de lo más selecto de la Sociedad de naciones (la antepasada de la ONU, ese «chisme» que De Gaulle estigmatizó en su momento). Entre tanto, evidentemente, la mujer de Deume, la hermosa Ariane, le pone los cuernos alegremente con su jefe, el vivaracho Solal: es la prueba de que hay una justicia inmanente en las novelas y en las organizaciones.
Hemos oído la causa, hemos juzgado el asunto y hemos abierto audiencia. Nunca serás ese «hombre nuevo» que anhela la empresa: ese representante leal y fiel que se consagra sin descanso a la tarea común, ese objeto de poder, celoso servidor y digno heredero, sometido a las necesidades del grupo. La pretensión de la empresa de movilizar toda tu persona en su provecho conduce al resultado contrario: pone de manifiesto una opresión a la que no tienes más remedio que responder con una retirada subjetiva e inapelable, con un parasitismo discreto, pero sin concesiones.
Conviértete en un inútil, un elemento prescindible, un ser eternamente fuera de la norma e impermeable a las manipulaciones. Vuélvete el grano de arena que entra en la maquinaria, la anomalía que desafía a la homogeneidad. De este modo, escaparás a la implacable ley de la utilidad, al inevitable y cruel bien común, que nunca ha llevado a nadie a la felicidad.
Los diez mandamientos impuestos al ejecutivo medio
Recapitulemos. Veamos qué es lo que espera la empresa del ejecutivo medio; son anhelos importantes y a menudo contradictorios. Para satisfacerlos, lo mejor es no pensar: difícil responsabilidad… No te sorprendas si ves que la empresa te tutea: no eres más que un número, un elemento minúsculo de la organización.
Para romper las tablas de estos diez mandamientos de la empresa, propongo un esquema de pensamiento alternativo. Y voy a hablarle de usted, porque no es solo un lector, es una persona a la que respeto.
NOVELAS
FRÉDÉRIC BEIGBEDER,
99F
,Grasset, 2000. [Trad. al castellano de Sergi Pàmies:
13,99 euros
, Barcelona, Anagrama, 2002]
THIERRY BEINSTINGEL,
Central
, Fayard, 2000.
ALBERT COHEN,
Belle du seigneur
, Gallimard, 1988. [Trad. Al castellano de Javier Albiñana:
Bella del señor
, Barcelona, Anagrama, 2004.]
DON DELILLO,
Americana
, Actes Sud, 1992. [Trad. Al castellano de Gian Castelli:
Americana
, Barcelona, Circe, 1999.]
MICHEL HOUELLEBECQ,
Extensión du domaine de la lutte
, Maurice Nadeau, 1994 [Trad. Al castellano de Encarna Castejón:
Ampliación del campo de batalla
, Barcelona, Anagrama, 2004]; Poésies, J'ai lu, 1999.
LAURENT LAURENT,
Six mois dans un bureau
, Le Seuil, 2001.
RENE-VICTOR PILHES,
L'imprécateur
, Seuil,1974. [Trad. al castellano de Josep Elías Cornet:
Imprecaciones
, Barcelona, Editorial Euros, 1975.] FRANÇOIS SALVAING,
La Boîte
, Fayard, 1998.
FRANÇOISE VERNY,
Le Plus Beau Métier du monde
, Orban, 1990.