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Authors: Blue Jeans

Tags: #Relato, Romántico

Cállame con un beso (57 page)

BOOK: Cállame con un beso
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La chica del pelo corto no deja de llorar. Asiente con la cabeza y sale la primera de la nave. Está muy confusa. Acaba de golpear a una persona con un bate de béisbol en la cabeza. Si se muere… Pero ahora hay algo más importante qué hacer. ¿Dónde está Alan?

Grita su nombre, pero no obtiene ninguna respuesta. Miriam y Mario también lo llaman alzando la voz. El resultado es el mismo.

No está en la parte de delante, tampoco en los laterales.

—¡Ey, aquí! ¡Estamos aquí!

El grito no es del francés sino de Diana. Hace aspavientos con los brazos desde donde dejaron el coche aparcado. En su hombro está apoyado Alan. El resto del grupo se acerca corriendo hasta ellos.

—¿Qué ha sucedido? —pregunta Cristina, que ocupa el lugar de su amiga y agarra al chico.

Le da un beso en la frente, que está muy fría, y lo abraza.

—Escuché ruido de cristales y fui a ver qué pasaba. Vi cómo se peleaban y cómo cayó al suelo desplomado. Me acerqué hasta él cuando ese tío desapareció.

—¿Cómo te encuentras, cariño?

—Tiene una herida, aunque no ha perdido la conciencia en ningún momento. He intentado cortar un poco la hemorragia con pañuelos y unos trapos que encontré dentro del coche.

Cris le atrapa la cara con las dos manos y lo mira. No puede parar de llorar. Este, en cambio, sonríe, aunque rápidamente hace un gesto de dolor. La chica observa la zona a la que se lleva la mano, le aparta el abrigo y ve una gran mancha de sangre en el costado.

—Me… alegro que estéis… bien —comenta susurrando el joven.

—¡Dios! ¡Estás muy mal!

—No es nada.

La chica le levanta la ropa y contempla una raja de varios centímetros por la que sangra.

—Tenemos que llevarlo al hospital —indica Mario. Y luego mira a Cris, que se ha quedado completamente pálida—. Tranquila, no es tan grave.

—¿No es grave?

—No. Se recuperará pronto. Pero debemos llevarlo al hospital. Hay uno cerca de aquí, a unos kilómetros.

Aquello tranquiliza un poco a Cristina. Lo que no sabe es que su amigo no tiene ni idea de lo que está diciendo. Solo ha dicho eso para que no se preocupe más. En realidad, la herida presenta un aspecto muy feo.

—Hay un problema —comenta Diana—. El único que tiene carné y sabe conducir es él. ¿Cómo vamos a llegar hasta el hospital?

—Podemos pedir una ambulancia —indica Cris.

—No podemos correr el riesgo de que Ricky se despierte y venga a por nosotros con Alan herido mientras la esperamos. Además, Fabián tiene que estar al llegar —aclara Miriam.

—Tienes razón. ¿Quién se atreve a llevar el coche?

Todos se miran entre sí. Hasta que por fin…

—Yo lo haré. He conducido varias veces —dice muy firme Miriam—. ¿Dónde están las llaves?

Diana se las entrega y los cinco montan rápidamente en el BMW. Mario va de copiloto y el resto detrás, con el francés en medio de las dos chicas. Su novia intenta taparle la herida, primero con la ropa del chico, para evitar que sangre más, y luego con su propia ropa. Alan está con los ojos cerrados y solo los abre para mirarla y sonreír.

—Es… pero que no… me ra…yes el co…che —murmura cuando escucha el motor del BMW arrancar.

—Tranquilo. No es la primera vez hago esto. Está en buenas manos.

El coche echa a rodar y, tras varios vaivenes, por la falta de práctica de la conductora, sale al camino que lleva hasta la carretera principal.

Mientras, dentro de la nave, Ricky abre los ojos. Mira a un lado y a otro, pero no ve a nadie. Solo siente un gran dolor en la cabeza. Se toca con las manos, que se le empapan de sangre. «Hijos de…». El bate con el que le han golpeado está junto a él. Esos niñatos han escapado. Se arrastra hasta uno de los sillones y, apoyándose en uno de sus respaldos, logra ponerse de pie. Pero enseguida se marea y se desploma encima. Sentado, intenta pensar qué debe hacer. La cabeza le va a estallar y sus heridas no paran de sangrar. Solo hay una solución. Mete la mano en el bolsillo de su pantalón y saca el teléfono. Marca un número y espera a que contesten.

—¿Ricky?

—Fabián…, tienes que venir a ayudarme.

—¿Qué? ¿Qué ha pasado?

—Estoy herido. Tengo abierta la cabeza y hay mucha sangre…

—¡Ricky, joder! ¿Qué es lo que ha pasado?

Su amigo está muy nervioso. No tiene tiempo de contarle nada. Necesita ayuda urgentemente.

—Luego te lo cuento. Ahora… tienes que venir a por mí.

—¿Y Miriam? ¿Dónde está?

—No lo sé —contesta, cerrando los ojos y tambaleándose—. Tienes… que venir a la nave. Estoy muy mal.

—Voy de camino. Pero ¿dónde está ella?

—Ha… escapado.

Ricky entonces cierra los ojos y pierde de nuevo la conciencia. Su móvil cae al suelo manchado de rojo. Fabián lo llama varias veces, pero este no responde.

—¡Mierda! ¡Mierda! —grita en el interior de su Audi.

Sabía que no podía dejar solo a ese idiota. No le vale de nada haber encontrado a aquel tipo en la ciudad y que le haya prometido que mañana le comprará las joyas por diez mil euros. Hasta que no tenga el dinero, la chica no debería salir. Y el pelado ha sido tan tonto de dejarla escapar.

Da un volantazo y se mete en el estrecho camino que lleva hasta la nave.

Menudo imbécil. Y ahora pide ayuda. No la merece. Hay que ser muy estúpido para dejarse engañar por Miriam. Pero ¿hacia dónde habrá ido? O está por ahí sola buscando a alguien que la lleve a casa haciendo autostop o han venido a ayudarla. ¿Habrá regresado su hermano? En cualquier caso, no debe andar muy lejos.

Acelera muy enfadado. Tiene que encontrarla como sea. Si consigue llegar a su casa, estará perdido.

En ese instante observa cómo un coche se acerca a toda velocidad por la misma carretera por la que él va. Es muy extraño, por allí nunca pasa nadie. ¿Y si es…?

—¡Joder! ¡Es Fabián! —grita Miriam cuando ve el Audi negro aproximarse hasta ellos.

El camino es muy estrecho. Apenas hay espacio para que pasen dos coches. Y menos de ese tamaño.

—Hay que intentar evitarle de cualquier manera —indica Mario, echándose hacia delante y clavando su mirada en el otro vehículo que ahora va más deprisa.

El BMW y el Audi están a punto de encontrarse frente por frente. Ninguno de los dos coches varía su dirección y circulan por el centro del camino.

—¿Qué haces, Miriam? —pregunta Diana, cuando ve que su amiga no se echa a un lado.

—No voy a apartarme.

—¿Qué?

—¡Que no pienso apartarme!

—¡Miriam, tienes que echarte a la derecha! —grita su hermano, que contempla cómo el otro coche está casi a su altura.

—¡No!

Fabián parece que tampoco va a dar su brazo a torcer. El Audi acelera todavía más. ¡Ya puede ver quien lo conduce! ¡Es ella!

—¡Miriam!

—¡Apártate!

—¡Miriam, por Dios!

El grito de Mario es lo último que se oye dentro del BMW antes de que los coches se encuentren a un par de metros de distancia el uno del otro. Están a punto de colisionar cuando la chica da un giro brusco al volante y evita que choquen. En cambio, Fabián se da cuenta y hace justo el mismo movimiento, para impedir que se escapen. El morro delantero de su Audi golpea con violencia la parte izquierda del otro coche y lo expulsa fuera del camino, estrellándose contra unos árboles del margen derecho. Pero él no se libra. La velocidad a la que va hace que su vehículo derrape y se salga por el otro lado de la carretera, dando una vuelta de campana. El impacto contra el suelo tras el giro en el aire es brutal.

Después del escalofriante accidente, con los coches destrozados a ambos lados del camino, solo se escucha el ruido que hacen unos pájaros nocturnos. Son los únicos que rompen el silencio en aquella fría noche de diciembre.

Capítulo 86

Instantes más tarde, después del accidente, en un lugar alejado de la ciudad

Un «bip» y responden al otro lado de la línea.

—Servicio de emergencia. ¿En qué puedo ayudarle?

—Hola… Hemos tenido… un accidente de coche.

—Indíqueme el lugar, por favor.

La chica le explica con detalle el sitio en el que se han estrellado. Ella ha conseguido salir, encontrar su teléfono y llamar rápidamente al 112. Pero… está muy asustada. Lo que ha visto en el interior del BMW es muy preocupante.

—Dense prisa.

—¿Hay heridos?

—Sí. Yo solo tengo algún corte, pero hay un chico y una chica que están muy graves. Por favor, dense prisa.

—No tardaremos. Intente tranquilizarse.

—Gracias.

Y cuelga.

Caminando lentamente, se acerca hasta uno de los chicos que no está tan mal y que también ha logrado salir del coche. Trata de animarle, pero este no deja de llorar. Se ha derrumbado. Ella le pone una mano en el hombro y mira hacia el otro lado de la carretera donde está el Audi siniestrado. No se atreve a acercarse. Solo sabe que Fabián está dentro de aquel amasijo de hierro.

La joven vuelve a contemplar el interior del vehículo. Si no se dan prisa, puede que… No quiere ni pensarlo. No puede tocarlos. Siempre se lo han dicho. Nunca hay que mover a un herido en un accidente hasta que lleguen las emergencias sanitarias.

—¡Vamos, chicos! ¡Aguantad! ¡La ambulancia ya está de camino!

Intenta animarlos con sus gritos. Pero ninguno responde. Una de sus amigas ni siquiera tiene abiertos los ojos. Es la que peor está. Aunque, con dificultad, respira. Espera que no lleguen demasiado tarde.

Se sienta, mareada, al lado del coche y se toca una de las heridas que se ha hecho en el brazo. Le duele. Ella ha pasado por momentos malos, pero este es el peor que recuerda.

Tiene mucho frío y se abraza a sí misma. El otro chico que está fuera del coche se aproxima hasta ella y se sienta a su lado. Está destrozado. No para de llorar y de mover la cabeza de un lado para otro. También tiene magulladuras y cortes, y su ropa está rasgada por todas partes. Sin embargo, lo que más le duele no son sus heridas.

—Tranquilo, tranquilo —dice acariciándole el cabello.

—¿Ella está…?

—No. No lo está.

Ni siquiera ha querido comprobarlo por miedo a no escuchar sus latidos o a no sentirla respirar. No es creyente, pero reza para que la ambulancia llegue cuanto antes y que todo aquello solo sea un mal sueño.

Capítulo 87

Esa noche de diciembre, en un lugar de Londres

¿Todavía está Valentina limpiando? ¡No puede ser! ¡Si han pasado ya varias horas desde que se marchó! Sin embargo, su amiga todavía no ha aparecido por la habitación. Y eso que tiene muchísimo que estudiar. No se ha podido ir a otro lado, porque todas sus cosas permanecen allí.

Paula comienza a perder un poco la paciencia. Tiene hambre y quiere bajar a cenar. La ha esperado todo lo que ha podido, pero ya no aguanta más. Antes se quedó sin chocolatina y se pilló un buen enfado. En la máquina ya no había ninguna cuando llegó.

Si la italiana sigue abajo, en la cocina o en el comedor, ahora lo comprobará. Quizá se ha peleado con Luca y la han castigado. Sea lo que sea, resulta muy extraño.

¿Le habrá confesado ya que está enamorado de ella? Ese puede ser el motivo por el que aún no ha regresado. Seguramente, si se ha atrevido a hacerlo, tendrán muchas cosas de las que hablar. A pesar de que le dijo al chico del parche que tenía alguna que otra posibilidad, siendo sincera, no son demasiadas. Pero eso ya es cosa de ellos dos.

Coge el tique de comida, la llave y, cuando se dirige hacia la puerta, esta se abre. Es Valentina, que entra como un rayo en el cuarto y se sienta en la cama. Mira a su amiga y suelta una carcajada.


¡Paola!
¿Cómo puedo explicarte lo que me ha pasado?

—Vamos a cenar y me lo cuentas por el camino.

—No, no. Esto es demasiado fuerte como para decírtelo en público. Mejor aquí, a solas.

—Valen, que tengo hambre.

—Solo son cinco minutos.

—Ay… Está bien.

Adiós cena. La española resopla y se guarda el tique en uno de los bolsillos de su pantalón. Se sienta a su lado en la cama y juguetea con la llave de la habitación.

—¿Tu ya sabías lo de Luca?

—¿Qué es exactamente «lo de Luca»? —pregunta haciéndose la despistada.

—Lo de… Bueno, te lo cuento todo desde el principio.

Paula cruza las piernas, apoya una mano en la barbilla y escucha atenta la historia de su amiga. De momento, seguirá pasando hambre, pero al menos estará entretenida.

Cuando Valentina y Luca bajaron a la cocina, Margaret los puso a fregar. Al principio, ninguno de los dos dijo nada. Cualquier palabra malentendida, de uno o de otro, podría hacer que saltaran chispas, como sucedía siempre. Y con la cocinera por allí cerca, embarrarse en una discusión no era una buena idea. Así que fueron cautelosos y se limitaron a cumplir con la tarea encomendada.

Hasta que…

—Pero ¿qué haces?

Valentina se mira el brazo, tiene toda la manga de su jersey llena de un líquido verde pastoso. Observa a Luca, que se tapa la boca con una mano y con la otra sujeta el lavaplatos. Ha apretado demasiado fuerte la botella y el detergente ha salido disparado sin control hacia la chica.

—Vaya, perdona.

—¡Lo has hecho a propósito!

—No, de verdad que no.

Pero esta no le cree. Siempre está haciendo bromas. Y como en esta ocasión es ella la que está cerca, le ha tocado.

—¡Luca Valor, eres odioso! —exclama, a la vez que limpia el jersey con un paño.

—No grites.

—¿¡Cómo no voy a gritar!? ¡Me pones nerviosa!

—¿En qué sentido?

—¿Cómo que en qué sentido? ¡Solo hay un sentido!

El chico la mira. Solo la ve por su ojo derecho, pero aunque no tuviera ojos, sabría que aquello que le está pasando cuando está a su lado no es normal. Nunca se había sentido así. Y aunque ella le grite, lo trate mal o piense que es la peor persona del universo, no puede evitar sentir eso tan especial por la italiana.

—¿Te pongo nerviosa porque te gusto?

Valentina parpadea tres veces muy deprisa cuando escucha aquella pregunta. Hace un gesto con las manos y dice una palabra en su idioma en voz baja. Luego lo mira con extrañeza.

—¿He oído bien lo que has dicho?

—No lo sé. ¿Qué has oído?

—Algo así como que me pongo nerviosa contigo porque me gustas.

—Ah. Pues has oído bien.

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