Se dan un nuevo abrazo y se miran alegres.
Sin embargo, Álex tiene que hacer algo urgentemente. Necesita hablar con Paula y decirle que no puede dejar Londres para salvar la relación. Como le ha dicho a Pandora, es muy joven para renunciar a algo tan importante por amor.
Esa noche de diciembre, en un lugar apartado de la ciudad
Recorre veloz uno de los pasillos de aquella planta del hospital. Diana está hecha un lío. ¿Le hace caso a Alan y le niega a Mario el tiempo que le ha pedido? ¡Pero cómo va a hacer eso! Es una locura. Si su novio se lo ha dicho, pues tendrá que respetar su decisión. No es una ruptura, solo una pausa.
Pero ella no quiere esa pausa. ¡No la quiere! Solo le quiere a él. Recuperarlo. Que no tenga que buscar a otra para hablar por las noches. En parte es la culpable de que aquel chico maravilloso se haya agobiado. Ha sido muy pesada y él ha tenido que estar pendiente de ella demasiadas veces. Tanto desgaste, al final, ha pasado factura. Si no hubiera sido el accidente, cualquier otra cosa hubiera servido para que Mario se diera cuenta de que necesitaba algo de espacio.
¿Qué hace?
Va hacia la habitación de Miriam. Quizá esté allí ahora. Pobre. Encima, eso. Solo espera que esta se recupere cuanto antes. Por ella, por él, por todos. Verla de nuevo bien, en casa, intentando renacer y comenzar una nueva vida sería un importante soplo de tranquilidad para cuantos la rodean. Y para Mario, especialmente, que no solo sufre por su hermana, sino también por sus padres.
Todo lo que piensa está relacionado con su novio… ¡¿Cómo van a tomarse un tiempo?!
El enfermero de antes vuelve a cruzarse en su camino. Está muy bueno ese hombre. Que esté enamoradísima no significa que no tenga ojos. Se saludan otra vez y se sonríen, incluso echa un vistazo hacia atrás para…
—¡Diana! ¡Cuidado! —grita una chica con la que casi choca.
—¡Paula! ¿Qué haces aquí?
La sugus de piña no está sola; Cris la acompaña. Se han encontrado en la entrada del hospital. Después de tanto tiempo sin verse, las dos se han comido a besos y casi se asfixian en el abrazo más sincero que se han dado nunca. Ahora le toca el turno a la sugus de manzana.
—¿Tú qué crees? —Y se echa sobre ella, atrapándola.
Las dos lloran. Necesitaban algo así. Cristina se une a la pareja y forman un trío de amistad recuperada.
—Me vais a manchar la cara de rímel. Se os ha corrido toda la pintura de los ojos.
—Y tú, ¿qué?
Las tres chicas se separan y se miran emocionadas. No sienten que haya transcurrido tanto tiempo. Es como si volvieran a junio del año pasado. Y, sin embargo, es diciembre, y sus vidas han dado un giro radical. Paula estudia en Londres y su novio es Álex, un escritor famoso; Cristina se ha cortado el pelo y ahora sale con Alan; Diana es una universitaria preciosa y Miriam…
—¿Cuándo has llegado?
—Hace un rato. Mi madre me llamó esta mañana y me contó lo que había pasado. Necesitaba veros y saber que estabais bien.
—Nosotras solo tenemos heridas y algún hueso roto —señala Diana—. Pero la pobre Miriam se ha llevado la peor parte.
—No me lo puedo creer todavía.
—Ha sido algo terrible.
Entre Diana y Cris le explican a Paula todo lo sucedido en las últimas horas mientras caminan hasta la habitación en la que descansa su amiga.
—Es una maldita pesadilla lo que habéis vivido.
—Sí. Aún tengo la imagen en mi cabeza de cuando nos estrellamos contra los árboles. Y luego vi a Alan con los ojos cerrados. Me temí lo peor.
—¿Él está bien ya?
—Yo lo he dejado ahora mismo con una enfermera impresionante. Le estaba tirando los trastos a su manera —indica Diana, guiñándole un ojo a su amiga.
—No te creo. Alan ya no es así.
—Tienes razón. Se estaba quedando dormido. No te preocupes.
—Ahora me iré con él, cuando vea a Miriam. Me quedaré toda la noche en su habitación.
—Qué calladito te tenías lo del francesito, ¿eh?
—Bueno…
Cris se pone colorada, aunque enseguida vuelve a sonreír. No sabe qué habría hecho si a su novio le hubiera pasado algo más.
Las tres llegan al pasillo en el que se encuentra la habitación de Miriam. A lo lejos ven cómo un joven sale de allí. Se acercan hasta él y es Paula la primera en abrazarle.
—Cuánto tiempo sin verte —dice Mario, que sonríe débilmente.
—Sí, mucho. ¿Cómo estás?
—Tirando.
El chico entonces mira a Diana, que suspira.
—¿Y tu hermana? ¿Podemos verla?
—Creo que sí. Hay una enfermera ahora con ella. Se ha despertado hace poco y, aunque apenas puede hablar, es una alegría ver que por lo menos nos reconoce.
—¿Está ya fuera de peligro?
Mario se encoge de hombros. Tiene los ojos brillantes. Aunque se haya despertado, sus lesiones siguen siendo preocupantes.
—Seguro que todo va a ir bien.
—Si queréis, pasad. Yo voy a la cafetería a comprar agua. Tengo la garganta seca.
—Vale, te vemos ahora.
Paula y Cris abren lentamente la puerta de la habitación y, tras recibir el permiso de la enfermera, entran en el cuarto.
—Yo voy ahora, chicas —dice Diana, quedándose en el pasillo. Cierra la puerta de la habitación y mira a Mario a los ojos—. ¿Puedo hablar contigo?
—¿De qué, Diana?
—Cada vez que me llamas Diana…, me siento extraña. Ya no estoy acostumbrada.
—¿De qué quieres hablar? Creo que no hay mucho más que decir.
La chica se queda en silencio. Recuerda las palabras de Alan. Y percibe que lo que quiere no es lo que es. Ella no quiere dejarle ir.
—¿Por qué no buscamos otra manera de hacer las cosas?
—¿Cómo? No te comprendo.
—Tú me has dicho que me quieres, ¿es verdad?
—Sí.
—Y si me quieres, ¿por qué no intentamos tomarnos el tiempo juntos?
Mario se pasa la mano por la cara, confuso. Indeciso. Se le acumulan los sentimientos dentro y fuera.
—No sé cómo se hace eso.
—Pues estando como antes, pero poniendo más de unas cosas y menos de otras.
—Explícate.
—Hasta ahora, tú siempre has tirado de mí. Me has apoyado en todo y has intentado estar atento a cualquier problema que he tenido. Y yo no he parado de agobiarte.
—Tampoco es eso.
—Sí que lo es, cariño —reconoce con pena—. En cierta manera, he abusado del amor que siento por ti. Y te he arrastrado a una dependencia que no es buena para ninguno de los dos. Podemos estar juntos, pero debemos estar también separados. Tomarnos tiempos pero sin dejar de ser una pareja. Porque yo… te quiero. Y no puedo soportar la idea de que vayas a alejarte de mí.
—¿Y tú crees que esa es la solución?
—No lo sé. Pero podemos intentarlo.
El chico resopla. Se cruza y se descruza de brazos. Tiene dudas, no de lo que siente, sino acerca de lo que debe hacer con esos sentimientos. Después del accidente, le dio muchas vueltas. Necesitaba un cambio. Y eso implicaba apartarse un poco de Diana. Sin embargo, sabe que la quiere.
—¿Y qué propones exactamente?
—Pues no sé. Comer y cenar cada uno en su casa, solo celebrar ocasiones especiales. Estudiar unas veces juntos y otras separados, vernos menos tiempo durante la semana y aprovechar más los fines de semana, no abusar del MSN cuando no estemos juntos… Cosas así. Probamos durante un tiempo. Y si vemos que necesitamos más cambios, lo hablamos. Pero… no dejamos de ser pareja. Y… llámame cariño o amor, en lugar de Diana.
—Esto último te afecta.
—Sí.
—Mmm… Y con lo de Claudia, ¿qué pasa?
La joven lo mira y sonríe.
—Si tú la olvidas, yo me olvido.
—A mí ya se me ha olvidado. Mañana pediré el cambio de clase.
—No hace falta que lo hagas.
—Quiero hacerlo. En eso siento que te he fallado.
—Está olvidado.
—Bien.
Sonrisas de nuevo en ambos rostros. ¿Vuelven a ser pareja sin tiempos ni pausas?
Lo comprueban enseguida, cuando Mario se acerca a la chica y le da un beso en los labios. Luego Diana apoya la cabeza en su pecho, emocionada. Y le regala el primero de los muchos «te quiero» que les esperan de ahí en adelante.
—Voy a por la botella de agua, que sigo con la garganta seca.
—Vale. Yo entro en la habitación.
Un nuevo beso y se despiden.
Diana abre la puerta y pasa, más feliz, más dichosa, más agradecida que nunca a tener lo que tiene. Sus dos amigas están al borde de la cama. Miriam tiene los ojos abiertos, aunque su aspecto no es del todo bueno. La chica se aproxima hasta ella y le da la mano a Cris.
Por primera vez, desde hace un año y medio, las Sugus están todas juntas.
Esa noche de diciembre, en un lugar de la ciudad
Quiere gritar. ¡Está desesperado!
Aquello solo le puede pasar a él. Álex lleva casi tres cuartos de hora encerrado dentro del metro por una avería. Al principio anunciaron que lo solucionarían en diez minutos. Luego, en veinte. Y hace poco ya no han hablado de minutos, sino que han añadido en el mensaje la palabra «paciencia» y «lo antes posible».
Sin embargo, no se han movido ni un centímetro de aquel oscuro túnel en el que están detenidos. A pesar de las quejas de los pocos pasajeros, tres, que hay en ese vagón, nadie les ha informado de lo que puede tardar en volver a ponerse en marcha.
Ya no puede esperar más. Afortunadamente hay cobertura allí dentro. Así que coge su móvil para llamar a Paula y avisarla de lo que ocurre. Tiene miedo de que se vaya y de no encontrarla cuando él llegue. Tampoco puede estar hasta muy tarde en el hospital, porque tiene que estudiar y coger un vuelo mañana a primera hora.
Marca su número y espera.
—¿Cariño? ¿Dónde te has metido? —susurra cuando responde la llamada.
—Estoy en el metro. Se ha averiado el tren en el que viajo y llevo aquí encerrado un montón de tiempo.
—No me digas… ¡Qué mala suerte!
—Ya ves. ¿Tú dónde estás?
—En la habitación de Miriam con mis amigas. Espera, que salgo fuera para poder hablar mejor contigo.
—Muy bien.
Álex suspira y se sienta solo en el fondo del vagón. Estira las piernas y las coloca en el asiento de enfrente. Sus compañeros de viaje lo miran. Dos son obreros de la construcción y el otro es un chico sudamericano que parece el más enfadado de todos.
—Ya estoy. ¿Me escuchas bien?
—Sí. ¿Y tú a mí?
—Perfecto.
—Menos mal. No hay mucha cobertura. A ver si aguanta.
—No te preocupes; si se corta, te llamo yo.
—Vale. ¿Cómo se encuentra Miriam?
—Bueno…, tiene muchas heridas. No puede hablar y le cuesta permanecer despierta. No podemos estar mucho tiempo más con ella. Estamos esperando a que lleguen sus padres.
—Pobre.
—Sí. Ella es la que está peor. El resto se va recuperando poco a poco del accidente. Aunque el susto y la impresión no se los quita nadie.
—Debe haber sido…
—Uff. Tremendo —indica Paula—. No sabes si llegarás pronto, ¿verdad?
—No, ni idea.
—Bueno, no te preocupes. Te espero hasta que llegues. Y si no…, bueno, pronto regresaré de Londres y ya estaré contigo… siempre.
—De eso quería hablar.
—¿Ah, sí?
—Sí. Lo he estado pensando… y creo que no debes marcharte de allí.
Silencio al otro lado del teléfono. Sigue habiendo cobertura, pero lo que no sobran son las palabras. Hasta que Paula vuelve a hablar.
—No lo entiendo.
—Pues deberías de entenderlo. No puedo permitir que dejes aquello por mí.
—Quiero hacerlo.
—Yo no quiero que lo hagas. Te esforzaste mucho para conseguir esa beca y no es justo que regreses y no la termines.
—Pero entonces…
—Eres muy joven para renunciar a algo tan importante por amor.
—¿Y qué hacemos? ¡No soportaré seis meses más sola! ¡Ya lo sa…!
Y ahora sí, las rayitas de la cobertura se han extinguido.
—¡Mierda! —exclama, poniéndose de pie.
Sus compañeros de tren vuelven a fijarse en él. Aquel guapito no les cae demasiado bien. No tiene pinta de ser usuario habitual de ese tipo de transporte público.
El escritor se mueve por todo el vagón buscando cobertura. Seguro que Paula lo está llamando. Joder, ¿por qué es todo tan difícil siempre entre ellos dos?
Regresa al fondo, tal vez allí vuelva a tener línea. ¡Sí! Un par de rayitas aparecen cuando Álex se sienta en el mismo sitio en el que estaba antes. El destino y las compañías de teléfono son así de caprichosos.
Rápidamente vuelve a llamar a su novia.
—¡Se cortó! —grita esta en cuanto coge de nuevo el teléfono.
—Sí, lo siento.
—¡No quiero perderte, cariño! ¡Quiero volver a estar contigo y que seamos una pareja!
—Yo también quiero, pero…
—Te quiero —le interrumpe Paula—. No voy a volver a Londres para quedarme.
—Sí lo harás.
—¡No! ¡Eso significará el final de lo nuestro! ¡No podré con la distancia otra vez! ¡Me muero!
—Es que no va a ver distancia esta vez.
—¿Cómo?
—No habrá ni un solo kilómetro entre nosotros porque me voy contigo a vivir a Londres.
Álex no lo ve, pero a Paula está a punto de darle un ataque de nervios en el pasillo del hospital. ¿O es de alegría?
—¿Te vienes a vivir conmigo? ¿Cómo vas a hacer eso?
—Solo son seis meses. Lo he estado pensando y creo que el que se debe sacrificar en este caso soy yo. Tú eres muy joven para dejarlo todo, pero yo ya tengo cierta experiencia, unos añitos más, y tampoco dejo tanto.
—Pero… ¿y tu libro? ¿Y el Manhattan?
—El libro lo terminaré antes de irme allí. Hablaré con Abril para que aplace todas las firmas hasta junio, salvo las tres o cuatro ferias más importantes. A esas sí que iré. Y con el Manhattan…, contrataré a dos camareros más y dejaré a los tres que están ahora de encargados. Le pediré a Pandora que me haga un informe detallado de cómo van las cosas cada semana. Confío en ella muchísimo porque quiere al bibliocafé como si fuera suyo.
¡Es una locura! Pero si él dice que todo funcionará bien… Aunque le preocupa muchísimo que se vaya con ella y abandone todo en lo que está metido.
—¿Y tendrás dinero suficiente para todo esto?
—Sí. Aún me queda algo de la venta de la casa que tenía antes y
Tras la pared
, por lo que parece, ha funcionado muy bien. En marzo cobraré lo que se ha vendido este año. Con todo eso puedo alquilar un piso en Londres o compartirlo con alguien. Haciendo un esfuerzo, se puede mantener todo y tú no tendrás que moverte de allí.