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Authors: Elaine Cunningham

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Juvenil

Canción Élfica (38 page)

BOOK: Canción Élfica
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—Un hechizo de seducción —musitó el elfo. Giró sobre sus talones y se pasó las manos por los cabellos. Quien mejor podía atender en la ciudad al hechicero era la maga Laeral. Debía llevar a Khelben Arunsun de inmediato a la torre de Báculo Oscuro, pero si se retrasaba quizá no podría recuperar el arpa que había estado buscando desde hacía tanto tiempo.

El elfo de la luna tomó una decisión. Rebuscó en la bolsa que llevaba atada al cinto y extrajo un sencillo anillo de plata. Vartain no era el único ladrón experimentado de la partida Música y Caos, y Elaith había vuelto a robarle el anillo mágico a su compañero Arpista cuando se habían encontrado en la taberna La Lanza Partida. Se deslizó con rapidez el aro en el dedo y lo giró tal como había visto hacerlo a Danilo.

Cuando la patrulla de vigilancia irrumpió en la sala, lo único que vieron fue la difusa silueta de un elfo esbelto y el archimago de Aguas Profundas.

En las horas que preceden al alba, los clérigos de Mystra se reunieron en la torre de Báculo Oscuro para conseguir mediante oraciones el favor de la diosa de la magia. Gracias a sus cuidados y la ayuda de la diosa, el maltrecho cuerpo de Khelben Arunsun experimentó cierta mejoría. No obstante, nada podía afectar al hechizo de seducción que lo tenía preso y, tras varias horas en vela, una cansada y acongojada Laeral bajó hasta el recibidor. Después de traerle a Khelben, Elaith Craulnober había desaparecido de inmediato pero hacía poco que había regresado y le había enviado un mensaje de que deseaba verla en cuanto las circunstancias se lo permitieran.

El elfo se puso de pie cuando Laeral se introdujo en la habitación.

—¿Cómo está el archimago?

—Sobrevivirá —respondió la hermosa hechicera.

Elaith hizo un gesto de asentimiento con una expresión profunda de alivio en el rostro, y luego tendió a Laeral una caja grande y cuadrada.

—Considerad esto como un regalo, un deseo de que lord Arunsun se recupere pronto.

Laeral miró confusa en el interior, donde reposaba uno de los cascos mágicos que llevaban los Señores de Aguas Profundas.

—Recuperé el casco de lady Thione y pensé que tal vez querríais devolverlo a su verdadero dueño.

—Así lo haremos —confirmó la maga, antes de quedarse mirando fijamente a Elaith—. Perdonadme, pero…

—¿No parece propio de mi persona? —acabó el propio elfo la frase con una sonrisa burlona en los labios—. En absoluto, mi querida señora. Para los intereses de mis negocios, lo mejor que puedo hacer es conservar el
statu quo
que hay ahora en Aguas Profundas.

—¿Y lady Thione?

—Está escondida bajo mi protección. Mis hombres la ayudarán a escapar de Aguas Profundas. —Volvió a sonreír—. Por supuesto, no me he preocupado de mencionarle a ella el destino. He arreglado todo para que la escolten de regreso a Tethyr para que se enfrente a los suyos.

Un fogonazo de plata centelleó en los ojos de Laeral e hizo un gesto de asentimiento al ver que la traición del elfo servía para hacer un poco de justicia.

—En otras circunstancias, Elaith Craulnober, creo que habríamos podido ser buenos amigos.

Por encima de la bóveda del Bosque Elevado, el cielo se teñía con los primeros tonos plateados que precedían al alba. Todavía era noche cerrada en las Cavernas Interminables, pero el dragón verde Grimnoshtadrano percibía la llegada del nuevo día. Se apoyó sobre las ancas y flexionó las alas a modo de ensayo. Por fin había desaparecido el entumecimiento causado por la explosión y el humo, y se veía capaz de volver a volar. Nunca podría olvidar la indignidad que había padecido por tener que regresar a rastras hasta su caverna tras despertarse en el calvero, y el dragón verde estaba resuelto a que alguien pagase por los insultos y humillaciones que había tenido que soportar.

Grimnosh inhaló profundamente y exhaló una prolongada ráfaga de aire en la caverna. Un hedor satisfactorio se desparramó por la cámara a medida que el venenoso gas de cloro fluía por su mandíbula erizada de colmillos. Durante días había sido incapaz de utilizar la poderosa arma de su aliento, pero ahora había regresado y estaba a punto de soltarla sobre aquel bardo traidor. El dragón echó la cabeza hacia atrás y soltó un rugido de satisfacción.

Grimnosh se abrió camino a gatas por el laberinto de cavernas y pasadizos que conducían a la entrada de su guarida, y emergió en el calvero del bosque donde había empezado aquella desafortunada aventura, exactamente medio año antes, el día más corto del invierno. Parecía adecuado que todo terminase hoy, el día del solsticio de verano. Sus enormes alas verdes batieron el aire y el dragón se alzó con seguridad hacia el cielo.

Con tozuda determinación, el dragón puso rumbo a Aguas Profundas. El vuelo de los dragones era más veloz de lo que las criaturas de menor tamaño podían imaginarse, y sus poderosas alas, con ayuda de la magia, le permitirían llegar a la ciudad antes de que aquel día, el más largo del año, llegara a su fin.

La mañana del solsticio de verano amaneció radiante y nítida en Aguas Profundas, y empezaron los juegos tal como estaba previsto. Para los centenares de personas que se habían reunido para ver el encuentro, parecía como si la mano de Beshaba, diosa de la mala suerte, hubiese caído sobre el campo del Triunfo.

El césped se había convertido en una marisma debido a la lluvia de la noche anterior, y en poco rato el campo se tornó un amasijo de barro resbaladizo. Muchos luchadores y monturas cayeron al suelo y varios de los accidentes parecían serios.

Los concursos de magia, uno de los espectáculos favoritos de la muchedumbre, fueron un fracaso mayor incluso que los juegos. Muchos de los magos más poderosos de la ciudad se habían reunido en la torre de Báculo Oscuro para contrarrestar el hechizo de seducción que mantenía preso al archimago y los rumores de lo que le había sucedido a Khelben Arunsun corrían de boca en boca por la ciudad. Se creía que había caído víctima de su propio hechizo fracasado y la noticia provocaba más temor que compasión entre quienes la escuchaban.

Cuando Danilo se enteró del accidente de su tío, fue directamente a la torre de Báculo Oscuro, pero no pudo acercarse por la multitud que se apiñaba alrededor, y cuando intentó teletransportarse hasta allí, descubrió que le habían vuelto a robar el anillo mágico.

—Dan.

La musical voz de Laeral irrumpió en el torrente de recriminaciones que se estaba haciendo a sí mismo y, al volverse, se encontró frente a la maga, cuyo atractivo rostro acusaba la inquietud y la falta de sueño. Lo cogió del brazo y lo apartó del gentío.

—Khelben está preso de un hechizo de seducción. Creo que forma parte del hechizo de canción elfa de la Alondra Matutina. Tienes que encontrar esa arpa, Dan.

El Arpista se quedó sorprendido al captar una nota de súplica en la voz de la poderosa hechicera. Para ocultar su propio desasosiego, le tomó la mano e hizo una ligera reverencia.

—Nunca puedo negarle nada a una mujer hermosa. También tengo una imaginación y entradas para dos personas en la próxima fiesta de la Casa de Placer y Salud de la Madre Tathlorn. Recuérdalo la próxima vez que tengas que pedirme algo.

En el rostro de la mujer se formaron por un instante un par de hoyuelos.

—¡Alabada sea Mystra! ¡Cómo me recuerdas a tu tío! Era muy parecido a ti de joven.

Danilo retrocedió y le soltó la mano.

—Encontraré esa arpa maldita —respondió Danilo en tono ofendido—, no hacía falta que me insultaras. —Se apartó y se vio recompensado por la carcajada de la hechicera a sus espaldas.

Danilo se encontró con Wyn y Morgalla en la puerta del campo del Triunfo y se repartieron los tres la tarea de escudriñar las gradas en busca de alguien que encajara en la descripción de la bardo enemiga.

Mientras buscaban, Danilo no dejaba de mirar el campo. Era mediodía y todavía no había señales de Caladorn. Danilo estaba sorprendido y más que preocupado. Quizá su amigo se había tomado en serio la advertencia y se había enfrentado a lady Thione. El Arpista fue interrogando a todos los luchadores y los mozos de cuadra, pero nadie parecía saber adónde había ido el espadachín. ¡Primero había desaparecido Vartain, y ahora Caladorn!

La tarde estaba a punto de empezar cuando Danilo vio por fin de refilón a Vartain, a varias gradas de distancia y muy cerca del estrado que servía para hacer los anuncios y entregar los premios.

—¿Qué pretenderá ese condenado maestro de acertijos? —murmuró en voz alta.

—No tengo idea, pero te aseguro que sufrirá para conseguirlo —anunció una voz familiar detrás de él.

Danilo se volvió y se topó de frente con Elaith Craulnober.

—Veo que no has encontrado el arpa, que te ha ido tan mal como a mí.

El elfo fingió hacer una mueca.

—¡Qué idea! Recordaré esas palabras y las utilizaré cuando tenga necesidad de expresar el más completo y miserable fracaso.

—No hay necesidad de que me hables con ese tono. Guarda tu veneno para nuestra misteriosa bardo.

—Te aseguro que me sobra.

El Arpista se encogió de hombros.

—Aunque me gustaría seguir de cháchara contigo, tengo que conseguir ese pergamino de Vartain.

Antes de que Danilo pudiese moverse, la mano de Elaith se cerró sobre su brazo como un torno, y el elfo hizo un gesto de asentimiento hacia el estrado.

—El tiempo para hacer eso ha terminado. Deberías quedarte a los festejos.

Lord Piergeiron caminó hacia el centro de la plataforma y alzó los brazos para reclamar la atención. Dos magos caminaron también hacia adelante con las manos alzadas para invocar los hechizos que amplificarían las palabras del Primer Señor para que se oyeran desde todos los rincones de la arena.

La multitud se quedó en silencio, porque nadie en Aguas Profundas era capaz de reclamar su atención como lo hacía Piergeiron. El Primer Señor no era dado a la oratoria, pero tenía una forma simple y concisa de hablar que conectaba muy bien con la gente.

—Declaro que los juegos han finalizado y que las festividades del Solsticio de Verano están a punto de concluir. Empezaremos la Asamblea del Escudo con la tradicional confirmación de los Señores de Aguas Profundas.

—Sinceramente lo dudo —murmuró Elaith mientras observaba atentamente las nubes.

Danilo siguió la dirección de la mirada del elfo.

—No me lo digas, es un
asperii.

—Eso me temo. Con lady Thione fuera de juego, la hechicera no dudará en intentar deponer a Khelben con sus propias manos.

—La hechicera tiene el poder de influir en las multitudes a través de la canción —musitó Danilo al recordar el hechizo del acertijo—. Bajemos. —Empezó a abrirse paso a codazos a través de la muchedumbre.

Elaith Craulnober se dispuso a seguirlo, aunque parecía dubitativo.

—¿Qué propones que hagamos?

—No lo sé, pero ya pensaré en algo.

El
asperii
descendió en picado sobre la arena y su aparición no sólo provocó exclamaciones en la multitud sino que desvió toda la atención de Piergeiron. Los nobles corceles del viento eran animales raros y se creía que eran bendiciones de los dioses. Nadie habría pensado en atacar al caballo o a su jinete, como tampoco habrían disparado contra un unicornio que apareciese de repente en mitad de la multitud. En el estrado, los dignatarios de la ciudad se echaron hacia atrás para permitir que el caballo mágico aterrizase.

El corcel blanco se posó suavemente en el estrado. El jinete desmontó y cogió el arpa que llevaba atada en las cinchas.

—Con su permiso, lord Piergeiron —manifestó con voz clara que fue trasmitida a todos los rincones del estadio—, según las leyes y la tradición, hasta la puesta de sol el día de hoy debe dedicarse a los torneos, los festejos y los cánticos. La Asamblea del Escudo no empieza hasta ese momento, y todos los contratos y acuerdos que se ultimen antes de ese momento no están amparados por la fuerza de la ley.

—Eso es cierto, dama bardo —respondió Piergeiron mientras hacía una reverencia a la mujer semielfa—. Esperamos vuestra canción.

—¡No la dejéis cantar! —exclamó Danilo mientras apartaba a un lado a una pareja de semiorcos de aspecto fiero. Una de las bestias enseñó los colmillos en un amago de gruñido, pero se calmó cuando vio al elfo de cabellos plateados que caminaba al lado del humano.

—¡Yo desafiaré al bardo! —exigió una rimbombante voz de tenor.

El sol del atardecer se reflejaba en la calva del maestro de acertijos mientras se abría paso precipitadamente hacia la plataforma. Vartian habló a los guardias y éstos le permitieron acercarse.

—Yo desafío a la maga y maestra de acertijos Iriador Niebla Invernal de Sespech, conocida comúnmente como Granate la bardo, a un acertijo.

—¡Carroñero hijo de orco! —murmuró Elaith mientras avanzaba detrás de Danilo—. Por los Nueve Infiernos, ¿qué está haciendo?

—No te quejes. Está impidiendo que cante —replicó Danilo.

Mientras los dos se abrían paso hacia el estrado, Vartain anunció las condiciones del juego: él pronunciaría un acertijo y si Granate fracasaba en resolverlo, dejaría en prenda su arpa. Tras un instante de vacilación, la bardo accedió.

Morgalla se abrió también camino hasta situarse junto a Danilo, con Wyn pisándole los talones.

—¿Qué va a hacer ese chiflado? —preguntó mientras seguían forcejeando para alcanzar el estrado.

—Ganar tiempo. Nosotros cuatro tendremos que coger el arpa si Vartain fracasa o si la bardo no cumple con los términos del desafío.

—¿Qué cuatro? —preguntó Morgalla—. Esa serpiente plateada amiga tuya se ha largado antes de que te alcanzáramos.

Danilo escudriñó la multitud, pero no había señal de Elaith. En ese momento, Vartain se aclaró la garganta y pronunció la adivinanza:

El reino del rey Khalzol desapareció hace tiempo.

Cuatro pasos te llevarán hasta su entierro:

El primero antecede a lo que se nombra,

en el segundo no existen sombras,

el tercero es eterno.

Decidme dónde está el sueño.

—Y ahora, decidme, ¿por qué los súbditos del rey Khalzol lo enterraron en un ataúd de cobre?

—¡Es un imbécil por intentarlo de nuevo con ése! —exclamó Morgalla.

—Espera un momento —la interrumpió Danilo, pues había visto la expresión pensativa en el rostro de la hechicera. Estaba haciendo precisamente lo que Vartain había hecho: estaba concediendo al complejo acertijo toda la consideración que requería una adivinanza tradicional. Y dio la misma respuesta inteligente e incorrecta que Vartain había dado al dragón.

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