Cantar del Mio Cid (7 page)

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Authors: Anónimo

BOOK: Cantar del Mio Cid
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77

Recuento de la gente del Cid. – Éste dispone nuevo presente para el rey

Mandólos ir a la corte para poderlos juntar,

cuando estuvieron reunidos, a todos hizo contar:

tres mil seiscientos tenía mío Cid el de Vivar,

esto el corazón le alegra y le hace alborozar:

«Gracias al Señor, Minaya, y a la Virgen hay que dar,

con mucho menos salimos de mi casa de Vivar.

Si ahora tenemos riqueza, habremos de tener más.

Si a vos pluguiese, Minaya, y no os pareciese mal,

mandaros quiero a Castilla, donde está nuestra heredad,

y a nuestro rey don Alfonso, que es mi señor natural,

de todas estas ganancias que hemos hecho por acá,

quiero darle cien caballos, ídselos vos a llevar;

por mí, besadle la mano, y firmemente rogad

que a mi mujer y a mis hijas, que en aquella tierra están,

si fuera su merced tanta, ya me las deje sacar.

Por ellas yo enviaré, este mensaje será:

por la mujer y las hijas, de Rodrigo de Vivar

enviaré yo a Castilla y con gran honra vendrán

hasta estas tierras extrañas que hemos logrado ganar.»

Entonces dijo Minaya: «Iré yo de voluntad.»

Cuando esto hubieron hablado, comiénzase a preparar.

El Cid le dio cien hombres que con Minaya se irán

y en el camino le sirvan con la mejor voluntad;

mil marcos de plata dióle, que a San Pedro ha de llevar,

de los que quinientos debe dar a don Sancho el abad.

78

Don Jerónimo llega a Valencia

Cuando con estas noticias todos se van alegrando,

de las tierras del oriente un buen clérigo ha llegado:

el obispo don Jerónimo era por nombre llamado.

Muy entendido era en letras y en consejos muy sensato,

y cabalgando o a pie era guerrero esforzado.

Por las proezas del Cid él venía preguntando,

suspirando ya por verse con los moros en el campo,

diciendo que si se hartaran de luchar y herir sus manos,

en los días de aquel siglo no le llorasen cristianos .

Cuando lo oyó mío Cid, muy satisfecho, así ha hablado:

«Oíd, Minaya Álvar Fáñez, por Aquel que está en lo alto,

ya que ayudarnos Dios quiere, bien es que lo agradezcamos:

en las tierras de Valencia fundar quiero un obispado,

para darlo a don Jerónimo, que es caballero cristiano;

vos, cuando estéis en Castilla, también esto hais de contarlo.»

79

Don Jerónimo hecho obispo

Mucho le plugo a Álvar Fáñez lo que dijo don Rodrigo.

Al clérigo don Jerónimo le dan el cargo de obispo

de la sede de Valencia, donde puede hacerse rico.

¡Oh Dios, entre los cristianos cuánto era el regocijo,

porque en tierras de Valencia ya había señor obispo!

Alegré estaba Minaya; se despidió, y ha partido.

80

Minaya se dirige a Carrión

Ya las tierras de Valencia tranquilas quedan en paz,

cuando Minaya Álvar Fáñez hacia Castilla se va.

Dejaremos las jornadas, que no las quiero contar.

Preguntó por don Alfonso, dónde lo podría hallar;

dijéronle que a Sahagún se marchó el rey poco ha,

o tornóse hacia Carrión, donde le podría hallar.

A Minaya estas noticias mucho le hacen alegrar,

y, con todos los presentes, encaminóse hacia allá.

81

Minaya saluda al rey

Entonces, el rey Alfonso de misa estaba saliendo,

cuando Minaya Álvar Fáñez arribara tan apuesto:

hincóse en tierra de hinojos, delante de todo el pueblo,

y a los pies del rey Alfonso cayó, con un grande duelo,

besándole las dos manos mientras decía discreto:

82

Discurso de Minaya al rey. – Envidia de Garci Ordóñez. – El rey perdona a la familia del Cid. – Los infantes de Carrión codician las riquezas del Cid « ¡Merced, señor don Alfonso, por amor del Creador!

Por mí vuestras manos besa mío Cid el luchador,

los pies y manos os pide, como cumple a tal señor,

que le otorguéis la merced y así os valga el Creador.

Le echasteis de vuestras tierras, le quitasteis vuestro amor,

pero aunque está en tierra extraña él cumple su obligación:

a Jérica ha conquistado, igual que a Onda ganó,

tomó a Almenara y también a Murviedro, que es mejor,

igual hizo con Cebolla y también con Castellón,

y Benicadell, que está sobre muy fuerte peñón;

con todas estas conquistas de Valencia es el señor;

hizo obispo por su mano también el Campeador;

cinco batallas campales, que presentara, ganó.

Grandes fueron las ganancias que le otorgó el Creador,

y he aquí las señales de lo que ahora os digo yo:

estos cien caballos, que todos corredores son,

que de sillas y de frenos todos llevan guarnición;

por mí el Campeador os ruega que os dignéis tomarlos vos,

que siempre es vuestro vasallo y os tiene a vos por señor.»

Alzó la mano derecha el rey y se santiguó:

«De esas inmensas ganancias que hizo el Campeador,

¡San Isidoro me valga! me alegro de corazón,

por todas estas hazañas que hace el Campeador

yo recibo estos caballos que me envía como don.»

Aunque plugo al rey, al conde Garci Ordóñez le pesó :

«Parece que en tierra mora no hubiera vivo un varón,

cuando así hace a su antojo y deshace el Campeador.»

Así el rey respondió al conde: «Acabad esa cuestión,

que de todas las maneras, mejor me sirve que vos.»

Entonces sigue Minaya, el esforzado varón:

«Vuestra merced pide el Cid, si se la queréis dar vos,

para que doña Jimena, igual que sus hijas dos,

salgan de aquel monasterio donde, al marchar, las dejó,

y a Valencia vayan para juntarse al Campeador.»

Entonces, dijo así el rey: «Pláceme de corazón;

mientras por mis tierras vayan, les daré manutención,

mandaré que las custodien del mal y del deshonor,

y al llegar a la frontera de mis tierras, cuidad vos

de que bien servidas vayan, vos y el buen Campeador.

¡Oídme ahora, mesnadas, que toda mi corte sois!

No quiero que pierda nada mío Cid Campeador;

a todos los mesnaderos que le llaman su señor

cuanto yo les confisqué, hoy se lo devuelvo yo;

conserven sus heredades donde esté el Campeador,

seguros estén de daño y mal en toda ocasión;

esto lo hago porque sirvan siempre bien a su señor.»

Minaya, entonces, al rey ambas manos le besó.

Y, sonriéndose, el rey así hermosamente habló:

«Los que quisieran marchar a servir al Campeador,

les doy venia para irse en gracia del Creador.

Más ganaremos con esto que con otra vejación.»

En esto, entre sí se hablaron los infantes de Carrión :

«Mucho cunden las hazañas de mío Cid Campeador;

si con sus hijas casáramos ganaríamos los dos.

Mas no nos atreveremos a proponerlo, pues no

es su estirpe para unirse a los condes de Carrión.»

No lo dijeron a nadie, y así la cosa quedó.

Luego, Minaya Álvar Fáñez del buen rey se despidió.

«¿Ya os vais, Minaya? ¡Idos, pues, en gracia del Creador!

Un mensajero real mando que vaya con vos;

si a las damas os lleváis, sírvalas a su sabor;

hasta dentro de Medina les preste su protección,

y desde allí en adelante las cuide el Campeador.»

Despidióse así Minaya, y de la corte marchó.

83

Minaya va a Cardeña por doña Jimena. – Más castellanos se prestan a ir a Valencia. – Minaya en Burgos. – Promete a los judíos buen pago de la deuda del Cid. – Minaya vuelve a Cardeña y parte con Jimena. – Pero Bermúdez parte de Valencia para recibir a Jimena. – En Molina se le une Abengalbón. – Encuentran a Minaya en Medinaceli

Los infantes de Carrión ya tienen urdido el plan,

cuando a Minaya Álvar Fáñez acompañándole van:

«Vos, que sois tan bueno siempre, por vuestra buena amistad,

llevadle nuestros saludos a mío Cid de Vivar;

decid que a su lado estamos por lo que quiera mandar;

y que por suyos teniéndonos, el Cid nada perderá.»

Repuso Minaya: «Este cargo no me ha de pesar.»

Cuando Minaya se fue, los infantes tornan ya.

Se encaminó hacia San Pedro, donde las damas están;

¡qué grande gozo tuvieron cuando le vieron llegar!

Cuando se apeó Minaya, a San Pedro se fue a orar,

y acabada la oración, a las damas fue a buscar:

«Humíllome a vos, señora, a quien Dios guarde de mal,

así como a vuestras hijas también las quiera guardar.

Os saluda mío Cid desde donde ahora está;

con salud y con riquezas le dejé yo en la ciudad.

El rey me hizo la merced de dejaros libres ya

para que os lleve a Valencia, que ahora es vuestra heredad.

Cuando mío Cid os vea sanas y sin ningún mal,

¡cuánta alegría ha de ser la suya, al veros llegar! »

Dijo así doña Jimena: « ¡Dios lo quiera así mandar! »

Minaya a tres caballeros les ha mandado marchar

con este mensaje al Cid, a Valencia, donde está:

«Decid al Campeador (a quien Dios guarde de mal),

que a su mujer y a sus hijas el rey les da libertad,

y mientras sus tierras pisen alimentos les dará.

Y dentro de quince días, si Dios nos guarda de mal,

su mujer y sus dos hijas y yo estaremos allá,

y con nosotros las dueñas que las van a acompañar.»

Idos son los caballeros que el mandato cumplirán,

y en San Pedro, el buen Minaya Álvar Fáñez quedará.

Vierais cuántos caballeros de todas partes llegar

para marchar a Valencia con mío Cid el de Vivar.

Que por amigos leales les tengan van a rogar,

a Minaya, que les dice: «Yo lo haré de voluntad.»

Sesenta y cinco a caballo se llegaron a juntar,

que, con los ciento que tiene, que se trajera de allá,

acompañando a las damas, buena escolta les darán.

Los quinientos marcos dio Álvar Fáñez al abad;

de los otros, os diré cómo los pudo emplear:

Minaya a doña Jimena, a sus hijas y además

a todas las otras damas que para servirles van,

con ese dinero piensa el buen Minaya comprar

las mejores vestiduras que en Burgos pudiera hallar,

y palafrenes y mulas que tengan buen caminar.

Cuando todo está comprado y dispuestos a marchar,

y el buen Minaya Álvar Fáñez se dispone a regresar,

he aquí a Raquel y Vidas que a sus pies van a rogar:

« ¡Merced, Minaya Álvar Fáñez, caballero de fiar!,

el Cid nos ha arruinado si no nos quiere pagar;

la ganancia perderíamos si nos diese el capital.»

«Yo se lo diré a mío Cid si Dios me deja llegar.

Por lo que con él hicisteis buena merced os dará .»

Dijeron Raquel y Vidas: « ¡Mándelo así Jehová!;

si no, saldremos de Burgos y lo iremos a buscar.»

El buen Minaya Álvar Fáñez, hacia San Pedro se va;

muchas gentes se le acogen preparadas a marchar,

y cuando se van, gran duelo afligía al buen abad:

«Adiós, Minaya Álvar Fáñez, el Creador os valdrá,

y de mi parte las manos al Campeador besad

y que de este monasterio jamás se quiera olvidar,

que por los días del siglo pueda su vida medrar,

y si el Cid así lo hiciere, ha de servirle de más.»

Repuso Minaya: «Así lo haré con mi voluntad.»

Allí todos se despiden y empiezan a cabalgar,

con ellos va el mensajero que los ha de custodiar.

Mientras por tierras del Rey van, la comida les dan.

De San Pedro hasta Medina cinco días tardarán;

las damas con Álvar Fáñez en Medina quedarán.

De los que el mensaje llevan, ahora habremos de hablar:

Tan pronto como lo supo mío Cid el de Vivar,

le plugo de corazón y se volvía a alegrar,

y así dijo por su boca tan pronto comenzó a hablar:

«Quien buen mandadero envía buen mandado ha de esperar.

Tú, Muño Gustioz, y tú, Pero Bermúdez, marchad,

y con Martín Antolínez, que es un burgalés leal,

y el obispo don jerónimo, sacerdote de fiar;

cabalgad con cien jinetes, por si tenéis que luchar;

por tierras de Albarracín primero habéis de pasar

para llegar a Molina, que más adelante está,

la que tiene Abengalbón, que es buen amigo y de paz;

con otros cien caballeros él os acompañará;

id subiendo hasta Medina lo más que podáis andar,

y a mi mujer y a mis hijas con Minaya, que vendrán,

y por lo que me dijeron, allí las podréis hallar.

Entonces, con grande honor acompañadlas acá.

Yo me quedaré en Valencia, que harto me costó ganar,

y desampararla fuera locura muy singular;

y me quedaré en Valencia, porque es ella mi heredad.»

Cuando el Cid esto hubo dicho, comienzan a cabalgar,

y todo el tiempo que pueden no dejan de caminar.

Torcieron a Albarracín para en Bronchales quedar,

y al otro día llegaron a Molina a descansar.

El buen moro Abengalbón, cuando supo a lo que van,

salióles a recibir con un gozo singular:

«¿Venís aquí los vasallos de mi amigo natural?

Sabed que vuestra llegada gran alegría me da.»

Muño Gustioz así habló entonces, sin esperar:

«Mío Cid, que a vos saluda, pide que les socorráis

con cien bravos caballeros que su escolta prestarán

a su mujer y a sus hijas, que ahora en Medina están;

quiere que vayáis por ellas, y luego aquí las traigáis

y que hasta Valencia, de ellas no os habéis de separar.»

Dijo Abengalbón: «Lo haré, y de buena voluntad.»

Esa noche una gran cena a todos les mandó dar,

y a la mañana siguiente comienzan a cabalgar;

el Cid le pidió cien hombres, mas él con doscientos va.

Pasan las altas montañas, que ya van quedando atrás;

luego, pasan la llanura de la Mata de Taranz,

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