Cartas de la conquista de México (23 page)

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Authors: Hernán Cortés

Tags: #Histórico

BOOK: Cartas de la conquista de México
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La gente que había dejado en la provincia de Tascaltecal haciendo los bergantines tenían nuevas cómo al puerto de la Veracruz haba llegado una nao, en que venían, sin los marineros, treinta o cuarenta españoles y ocho caballos y algunas ballestas y escopetas y pólvora, y como no habían sabido cómo nos iba en la guerra, ni había seguridad para pasar a nosotros, tenían mucha pena, y estaban allí detenidos algunos españoles que no osaban venir, aunque deseaban traerme tan buena nueva. E como sintió un criado mío, que había dejado allí, que algunos se querían atrever a venir donde yo estaba mandó a pregonar, so graves penas, que nadie saliese de allí fasta que yo lo enviase a mandar; y un mozo mío, como vio que con cosa del mundo no habría más placer que con saber la venida de la nao y del socorro que traía, aunque la tierra no estaba muy segura, de noche se salió y vino a Tesaico; de que nos espantamos muchos haber llegado vivo, y hobimos mucho placer con las nuevas, porque teníamos extrema necesidad de socorro.

Este mismo día, muy católico señor, llegaron allí a Tesaico ciertos hombres de bien, mensajeros de los de Chalco y dijéronme cómo a causa de haberse venido a ofrecer por vasallos de vuestra majestad, todos los de Méjico y Temixtitán venían sobre ellos para los destruir y matar, y que para ello habían convocado y apercibido a todos los cercanos a su tierra, y que me rogaban que los socorriese y ayudase en tan gran necesidad, porque pensaban verse en grandísimo estrecho si así no lo hacía. Y certifico a vuestra majestad que como en la otra relación escribí, allende de nuestro trabajo y necesidad, la mayor fatiga que tenía era no poder ayudar y socorrer a los indios nuestros amigos, que por ser vasallos de vuestra majestad eran molestados y trabajados de los de Culúa, aunque en esto yo y los de mi compañía poníamos toda nuestra posibilidad, porque nos parecía que en ninguna cosa podíamos más servir a vuestra cesárea majestad que en favorecer y ayudar a sus vasallos, y por la coyuntura en que estos de Chalco no tomaron, no pude hacer con ellos lo que yo deseaba; pero díjeles que porque yo a la sazón quería enviar por los bergantines, y para ello tenía apercibidos a todos los de la provincia de Tascaltecal, de donde se habían de traer en piezas, y tenía necesidad de enviar para ello gente de caballo y de pie, que ya sabían que los naturales de las provincias de Guajocingo y de Churultecal y Guacachula eran vasallos de vuestra majestad y amigos nuestros, que fuesen a ellos, y de mi parte les rogasen, pues vivían muy cerca de su tierra, que los viniesen a ayudar y socorrer, y enviasen allí gente de guarnición con que pudiesen estar seguros en tanto que yo los socorría, porque otro remedio al presente yo no les podía dar. E aunque ellos no quedaron tan satisfechos como si les diera algunos españoles, agradeciéronmelo, y rogáronme que por que fuesen creídos, les diese una carta mía, y también para que con más seguridad se lo osasen rogar; porque entre estos de Chalco y los de dos provincias de aquéllas, como eran de diversas parcialidades, había siempre diferencias. Y estando así dando orden en esto, llegaron acaso ciertos mensajeros de las dichas provincias de Guajocingo y Guacachula, y estando presentes los de Chalco dijeron cómo los señores de aquellas provincias no habían visto ni sabido de mí después que había partido de la provincia de Tascaltecal, como quiera que ellos siempre tenían puesto sus velas por las sierras y cerros que confinan con su tierra y sojuzgan las de Méjico y Temixtitán, para que viendo muchas ahumadas, que son las señales de la guerra, me viniese a ayudar y socorrer con sus vasallos y gente; y porque de poco acá habían visto más ahumadas que nunca, venían a saber cómo estaba y si tenía necesidad, para luego proveer de gente de guerra. E yo se lo agradecí mucho, e les dije que bendito Nuestro Señor, los españoles y yo estábamos buenos y siempre habíamos habido victoria contra los enemigos; y que demás de holgar mucho con su voluntad y presencia, que holgaba más por los confederar y hacer amigos con los de Chalco, que estaban presentes; y que así, les rogaba pues los unos y los otros eran vasallos de vuestra majestad, que fuesen buenos amigos y se ayudasen y socorriesen contra los de Culúa, que eran malos y perversos, especialmente ahora, que los de Chalco tenían necesidad de socorro porque los de Culúa querían venir sobre ellos; y así, quedaron muy amigos y confederados. E después de haber estado dos días allí conmigo los unos y los otros se fueron muy alegres y contentos, y se ayudaron y socorrieron los unos a los otros.

Dende a tres días, porque ya sabíamos que los trece bergantines estarían acabados de labrar y la gente que los había de traer apercibida, envié a Gonzalo de Sandoval, alguacil mayor, con quince de caballo y doscientos peones para los traer, al cual mandé que destruyese y asolase un pueblo grande, sujeto a esta ciudad de Tesaico, que linda con los términos de la provincia de Tascaltecal, porque los naturales dél me habían muerto cinco de caballo y cuarenta y cinco peones que venían de la villa de la Veracruz a la ciudad de Temixtitán, cuando yo estaba cercado en ella, no creyendo que tan gran traición se nos había de hacer; y como al tiempo que esta vez entramos en Tesaico hallarnos en los adoratorios o mezquitas de la ciudad los cueros de los cinco caballos con sus pies y manos y herraduras cosidos, y tan bien adobados como en todo el mundo lo pudieran hacer, y en señal de victoria ellos y mucha ropa y cosas de los españoles, ofrecido a sus ídolos, y hallamos la sangre de nuestros compañeros y hermanos derramada y sacrificada por todas aquellas torres y mezquitas, fue cosa de tanta lástima, que nos renovó todas nuestras tribulaciones pasadas. E los traidores de aquel pueblo y de otros a él comarcanos, al tiempo que aquellos cristianos por allí pasaron, hiciéronles buen recibimiento, para los asegurar y hacer en ellos la mayor crueldad que nunca se hizo, porque abajando por una cuesta y mal paso, todos a pie, trayendo los caballos de diestro, de manera, que no se podían aprovechar dellos, puestos los enemigos en celada de una parte y de otra del mal paso, los tomaran en medio, y dellos mataron, y dellos tomaron a vida para traer a Tesaico a sacrificar y sacarles los corazones delante de sus ídolos; y esto parece que fue así, porque cuando dicho alguacil mayor por allí pasó, ciertos españoles que iban con él, en una casa de un pueblo que está entre Tesaico y aquel donde mataron y prendieron los cristianos, hallaron en una pared blanca escritas con carbón estas palabras: «Aquí estuvo preso el sin ventura de Juan Yuste». Que era un hidalgo de los cinco de caballo: que sin duda fue cosa para quebrar el corazón a los que lo vieron. Y llegado el dicho alguacil mayor a este pueblo, como los naturales dél conocieron su gran yerro y culpa, comenzaron a ponerse en huida, y los de caballo y los peones españoles y indios nuestros amigos siguieron el alcance; y mataron muchos, y prendió y cautivó muchas mujeres y niños, que se dieron por esclavos; aunque movido a compasión, no quiso matar ni destruir cuanto pudiera, y aun antes que de allí partiese hizo recoger la gente que quedaba y que se viniesen a su pueblo; y así, está hoy muy poblado y arrepentido de lo pasado. El dicho alguacil mayor pasó adelante cinco o seis leguas a una población de Tascaltecal, que es la más junta a los términos de Culúa, y allí halló a los españoles y gente que traían los bergantines. E otro día que llegó, partieron de allí con la tablazón y ligazón dellos, la cual traían con mucho concierto más de ocho mil hombres, que era cosa maravillosa de ver, y así me parece que es de oír, llevar trece fustas diez y ocho leguas por fiera; que certifico a vuestra majestad que dende la avanguarda ala retroguarda había bien dos leguas de distancia. E cómo comenzaron se camino llevando en la delantera ocho de caballo y cien españoles, y en ella y en los lados por capitanes de más de diez mil hombres de guerra a Yutecad y Teutipil, que son dos señores de los principales de Tascaltecal; y en la rezaga venían otros ciento y tantos españoles con ocho de caballo, y por ella venía por capitán, con otros diez mil hombres de guerra muy bien aderezados Chichimecatecle, que es de los principales señores de aquella provincia, con otros capitanes que traía consigo; el cual, al tiempo que partieron della, llevaba la delantera con la tablazón, y la rezaga traían los otros dos capitanes con la ligazón; y como entraron en tierra de Culúa, los maestros de los bergantines mandaron llevar en la delantera la ligazón dellos y que la tablazón se quedase atrás, porque era cosa de más embarazo si alguno les acaeciese; lo cual, si fuera había de ser en la delantera. E Chichimecatecle, que traía la dicha tablazón, como siempre fasta allí con la gente de guerra había traído la delantera, tomólo por afrenta, y fue cosa recia acabar con él que se quedase en la retro guarda, porque él quería llevar el peligro que se pudiese recibir; y como ya lo concedió, tampoco quería que en la rezaga se quedasen en guarda ningunos españoles, porque es hombre de mucho esfuerzo y quería él ganar aquella honra. E llevaban estos capitanes dos mil indios cargados con su vitualla. E así, con esta orden y concierto fueron su camino, en el cual se detuvieron tres días, y al cuarto entraron en esta ciudad con mucho placer y estruendo de acabales, y yo los salí a recebir. E como arriba digo, extendíase tanto la gente, que dende que los primeros comenzaron a entrar hasta que los postreros hobieron acabado se pasaron más de seis horas sin quebrar el hilo de la gente. E después de llegados y agradecido a aquellos señores las buenas obras que nos hacían, hícelos aposentar y proveer lo mejor que ser pudo; y ellos me dijeron que traían deseo de se ver con los de Culúa, y que viese lo que mandaba que ellos y aquella gente venían con deseos y voluntad de se vengar o morir con nosotros, y yo les di las gracias y les dije que reposasen y que presto les daría las manos llenas.

E después que toda esta gente de guerra de Tascaltecal hobo reposado en Tesaico tres o cuatro días, que cierto era para la manera de acá muy lucida gente, hice apercibir veinte y cinco de caballo, y trescientos peones, y cincuenta ballesteros y escopeteros, y seis tiros pequeños de campo, y sin decir a persona alguna dónde íbamos, salí desta ciudad a las nueve del día, y conmigo salieron los capitanes ya dichos, con más de treinta mil hombres, por sus escuadrones muy bien ordenados, según la manera dellos. E a cuatro leguas desta ciudad, ya que era tarde, encontramos un escuadrón de gente de guerra de los enemigos, y los de caballo rompimos por ellos y desbaratárnoslos. E los de Tascaltecal, como son muy ligeros, siguiéronnos, y matamos muchos de los contrarios, e aquella noche dormimos en el campo muy sobre aviso. E otro día de mañana seguimos nuestro camino, y yo no había dicho aún adónde era mi intención de ir; lo cual hacía porque me recelaba de algunos de los de Tesaico que iban con nosotros, que no diesen aviso de lo que yo quería hacer a los de Méjico y Temixtitán, porque aún no tenía ninguna seguridad dellos; y llegamos a una población que se dice Xaltoca, que está asentada en medio de la laguna, y alrededor hacían la dicha población muy fuerte, porque los de caballo no podían entrar a ella y los contrarios daban muchas gritas, tirándonos muchas varas y flechas; e los peones, aunque con trabajo, entráronlos dentro, y echáronlos fuera y quemaron mucha parte del pueblo. E aquella noche nos fuimos a dormir una legua de allí; y en amaneciendo tomamos nuestro camino y en él hallamos los enemigos, y de lejos comenzaron a gritar, como lo suelen hacer en la guerra, que cierto es cosa espantosa oírlos, y nosotros comenzamos de seguirlos; y siguiéndolos, llegamos a una grande y hermosa ciudad que se dice Guaticlán, y hallámosla despoblada, y aquella noche nos aposentamos en ella.

Otro día siguiente pasamos adelante, y llegamos a otra ciudad que se dice Tenainca en la cual no hallamos resistencia alguna, y sin nos detener pasamos a otra que se dice Acapuzalco, que todas éstas están alrededor de la laguna, y tampoco nos detuvimos en ella, porque deseaba mucho llegar a otra ciudad que estaba allí cerca, que se dice Tacuba, que está muy cerca de Temixtitán; y ya que estábamos junto a ella, fallamos también alrededor muchas acequias de agua y los enemigos muy a punto; y como los vimos, nosotros y nuestros amigos arremetimos a ellos, y entrárnosles la ciudad, y matando en ellos, los echamos fuera della; y como era ya tarde, aquella noche no hicimos más de nos aposentar en una casa, que era tan grande, que cupimos todos bien a placer en ella; y en amaneciendo, los indios nuestros amigos comenzaron a saquear y quemar toda la ciudad, salvo el aposento donde estábamos, y pusieron tanta diligencia, que aun dél se quemó un cuarto; y esto se hizo porque cuando salimos la otra vez desbaratados de Temixtitán, pasando, por esta ciudad, los naturales della, juntamente con los de Temixtitán, nos hicieron muy cruel guerra y nos mataron muchos españoles.

En seis días que estuvimos en esta ciudad de Tacuba ninguno hobo en que no tuviésemos muchos reencuentros y escaramuzas con los enemigos. E los capitanes de la gente de Tascaltecal y los suyos hacían muchos desafíos con los de Temixtitán, y peleaban los unos con los otros muy hermosamente, y pasaban entre ellos muchas razones, amenazándose los unos con los otros, y diciéndose muchas injurias, que sin duda era cosa para ver, y en todo este tiempo siempre morían muchos de los enemigos sin peligrar ninguno de los nuestros porque muchas veces les entrábamos por las calzadas y puentes de la ciudad, aunque como tenían tantas defensas nos resistían fuertemente. E muchas veces fingían que nos daban lugar para que entrásemos dentro, diciéndonos: «Entrad, entrad a holgaros», y otras veces nos decían: «¿Pensáis que hay agora otro Muteczuma, para que haga todo lo que quisiéredes?» Y estando en estas pláticas, yo me llegué una vez cerca de una puente que tenían quitada, y estando ellos de la otra parte, hice señal a los nuestros que estuviesen quedos; y ellos también, como vieron que yo les quería hablar, hicieron callar a su gente, y díjeles que por qué eran locos y querían ser destruidos. Y si había allí entre ellos algún señor principal de los de la ciudad, que se llegase allí, porque le quería hablar. Y ellos me respondieron que toda aquella multitud de gente de guerra que por allí veía, que todos eran señores; por tanto, que dijese lo que quería. Y como yo no respondí cosa alguna, comenzáronme a deshonrar; y no sé quién de los nuestros díjoles que se morían de hambre y que no les habíamos de dejar salir de allí a buscar de comer. Y respondieron que ellos no tenían necesidad, y que cuando la tuviesen, que de nosotros y de los de Tascaltecal comerían. E uno dellos tomó unas tortas de pan de maíz y arrojólas facia nosotros diciendo: «Tomad y comed si tenéis hambre, que nosotros ninguna tenemos.» Y comenzaron luego a gritar y pelear con nosotros. E como mi venida a esta ciudad de Tacuba había sido principalmente para haber plática con los de Temixtitán y saber qué voluntad tenían, y mi estada allí no aprovechaba ninguna cosa, a cabo de los seis días acordé de me volver a Tesaico para dar priesa en ligar y acabar los bergantines, para por la tierra y por el agua ponerles cerco; y el día que partimos venimos a dormir a la ciudad Goatitán, de que arriba se ha hecho mención, y los enemigos no hacían sino seguirnos; y los de caballo, de cuando en cuando revolvíamos sobre ellos, y así, nos quedaban algunos entre las manos. E otro día comenzamos a caminar; y como los contrarios vían que nos veníamos, creían que de temor lo hacíamos y juntóse gran número dellos, y comenzáronnos de seguir. E como yo vi esto, mandé a la gente de pie que se fuesen adelante y que no se detuviesen, y que en la rezaga dellos fuesen cinco de caballo, y yo me quedé con veinte, y mandé a seis de caballo que se pusiesen en una cierta parte en celada, y otros seis en otra, y otros cinco en otra, y yo con otros tres en otra; y que como los enemigos pasasen, pensando que todos íbamos juntos adelante, en oyéndome el apellido del Señor Santiago saliesen y les diesen por las espaldas. E como fue tiempo salimos, y comenzamos a lancear en ellos, y duró el alcance cerca de dos leguas, todas llanas como la palma, que fue muy hermosa cosa; y así murieron muchos dellos a nuestras manos y de los indios nuestros amigos, y se quedaron, y nunca más nos siguieron, y nosotros nos volvimos y alcanzamos a la gente; y aquella noche dormimos en una gentil población, que se dice Aculman, que está dos leguas de la ciudad de Tesaico, para donde otro día partimos, y a mediodía entramos en ella y fuimos muy bien recibidos del alguacil mayor, que yo había dejado por capitán, y de toda gente, y holgaron mucho con nuestra venida, porque dende el día que de allí habíamos partido nunca habían sabido de nosotros y de lo que nos había sucedido y estaban con muy grandísimo deseo de lo saber. E otro día que hubimos llegado, los señores y capitanes de la gente de Tascaltecal me pidieron licencia, y se partieron para su tierra muy contentos y con algún despojo de los enemigos.

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