Read Casa capitular Dune Online

Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

Casa capitular Dune (13 page)

BOOK: Casa capitular Dune
12.79Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Eso fue cruel. —Acarició su mejilla, y notó las nacientes cerdas de su oscura barba—. Era tarde, pero no sentía sueño.

—Supongo que fue cruel. Pero cuando vino la contracción, la reconocí. Nunca antes había sentido nada así. Me sorprendió también, porque al reconocerla entonces, supe que había estado allí todo el tiempo. Era algo familiar. Era la contracción de mi Sentido de la Verdad.

Ella tuvo la sensación de que podía notar el Sentido de la Verdad agitándose también dentro de ella. La sensación de maravilla en su voz despertó algo.

—Entonces fue mío —dijo él—. Me pertenecía, y yo le pertenecía a él. Sabía que nunca más volveríamos a separarnos.

—Debió ser algo maravilloso. —Había asombro y envidia en su voz.

—¡No! Había algo en él que odié. Ver a alguna gente de esa forma es como verla eviscerada, con sus entrañas colgando.

—¡Eso es horrible!

—Sí, pero hay compensaciones, amor. Encuentras a gente que es como maravillosas flores tendidas hacia ti por un niño inocente. Inocencia. Mi propia inocencia responde y mi Sentido de la Verdad se ve fortalecido. Eso es lo que tú has hecho por mí, amor.

La no-nave de las Honoradas Matres llegó a Gammu, y la hicieron bajar al Campo de Aterrizaje en la lanzadera de los desechos. Fue eliminada junto con la basura y los excrementos de la nave, pero no le importó.
¡Estoy en casa! Estoy en casa, y Lampadas sobrevive.

El Rabino, sin embargo, no compartió su entusiasmo.

Se sentaron una vez más en su estudio, pero ahora ella se sentía más familiarizada con sus Otras Memorias, mucho más confiada. El podía darse cuenta de ello.

—¡Eres más parecida a ellas que nunca! Esto es impuro.

—Rabino, todos nosotros tenemos antepasados impuros. Me siento afortunada conociendo a algunos de los míos.

—¿Qué significa esto? ¿Qué estás diciendo?

—Todos nosotros somos descendientes de gente que hizo cosas horribles, Rabino. No nos gusta pensar en los bárbaros que forman parte de nuestros antepasados, pero están ahí.

—¡Tonterías!

—Las Reverendas Madres pueden rastrearlos a todos, Rabino. Recuerda, son los vencedores los que engendran. ¿Comprendes?

—Nunca te había oído hablar de una forma tan franca. ¿Qué ha ocurrido contigo, hija?

—Sobreviví, sabiendo que a veces la victoria se consigue a un precio moral.

—¿Qué significa eso? Son palabras impuras.

—¿Impuras? Barbarismo no es ni siquiera la palabra adecuada para algunas de las cosas impuras que hicieron nuestros antepasados. Los antepasados de todos nosotros, Rabino.

Vio que lo que acababa de decir le había dolido, y notó la crueldad de sus propias palabras, pero no podía detenerlas. ¿Cómo podía él escapar a la verdad de lo que ella estaba diciendo? Era un hombre honorable.

Habló con una mayor suavidad, pero sus palabras se clavaron aún más profundamente en él.

—Rabino, si compartieras el testimonio de algunas de las cosas que las Otras Memorias me han forzado a conocer, verías que hay nuevas palabras para lo impuro. Algunas de las cosas que han hecho nuestros antepasados superan las peores etiquetas que puedas imaginar.

—Rebecca… Rebecca… Conozco necesidades de…

—¡No busques excusas acerca de «necesidades de los tiempos»! Tú, un Rabino, deberías saberlo mejor que nadie. ¿Cuándo no disponemos de un sentido moral? Sólo que a veces no escuchamos.

El se cubrió el rostro con las manos, oscilando hacia adelante y hacia atrás en la vieja silla, que crujía quejumbrosamente.

—Rabino, siempre te he amado y respetado. Pasé por la Agonía por ti. Compartí Lampadas por ti. No niegues lo que he aprendido de todo ello.

El bajó sus manos.

—No lo niego, hija. Pero permíteme mi dolor.

—Aparte todas esas realizaciones, Rabino, lo primero a lo que debemos enfrentarnos más inmediatamente y sin dudar es que no existen los inocentes.

—¡Rebecca!

—Culpabilidad quizá no sea la palabra adecuada, Rabino, pero nuestros antepasados hicieron cosas por las cuales hay que pagar.

—Eso lo comprendo, Rebecca. Hay un equilibrio que…

—No me digas que comprendes cuando sé que no es así.

—Se puso en pie y lo miró fijamente—. No es un balance el libro que tienes que corregir. ¿Hasta cuán atrás en el tiempo quieres ir?

—Rebecca, soy tu Rabino. No debes hablar de esta forma, especialmente conmigo.

—Cuanto más atrás vayas, Rabino, peores son las atrocidades y más alto el precio. Tú no puedes ir tan lejos, pero yo me veo obligada a ello.

Volviéndose, se marchó, ignorando la súplica en su voz, la forma dolorosa en que pronunciaba su nombre. Mientras cerraba la puerta, lo oyó decir:

—¿Qué es lo que hemos hecho? Israel, ayúdala.

Capítulo X

La redacción de la historia es principalmente un proceso de diversión. La mayor parte de los relatos históricos distraen la atención de las secretas influencias que se hallan detrás de los grandes acontecimientos.

El Bashar Teg

Cuando fue dejado a sus propios recursos, Idaho se dedicó a explorar a menudo su no-nave prisión. Vio y aprendió tanto acerca de aquel artefacto ixiano. Era una cueva de maravillas.

Hizo una pausa en su incansable caminar vespertino por sus aposentos y observó los pequeños com-ojos encajados en la brillante superficie del marco de una puerta. Estaban observándole. Tenía la extraña sensación de verse a sí mismo a través de aquellos ojos inquisitivos. ¿Qué pensaban las hermanas cuando lo observaban? El fornido niño ghola del hacía tanto tiempo desaparecido Alcázar de Gammu se había convertido en un larguirucho hombre: piel y pelo oscuros. Su pelo era más largo que cuando había entrado en aquella no-nave el último día de Dune.

Los ojos Bene Gesserit miraban debajo de la piel. Estaba seguro de que sospechaban que era un Mentat, y temía la forma en que podían interpretar aquello. ¿Cómo podía un Mentat esperar el ocultar indefinidamente ese hecho a una Reverenda Madre? ¡Tonterías! Sabía que sospechaban ya que era un Decidor de Verdad.

Hizo un gesto con la mano a los com-ojos y dijo:

—Me siento inquieto. Creo que voy a explorar.

Bellonda odiaba las ocasiones en que adoptaba aquella actitud burlona hacia la vigilancia. No le gustaba que merodeara por la nave. Y no intentaba ocultárselo. Podía ver la informulada pregunta en sus ceñudos rasgos cada vez que se encontraban:
¿Está buscando una forma de escapar?

Es exactamente lo que estoy haciendo, Bell, pero no en la forma que tú sospechas.

La no-nave se le presentaba con unos límites fijos: el campo de fuerza exterior donde no podía penetrar, algunas zonas de maquinaria donde (le habían dicho) el impulsor había sido temporalmente desarmado, algunos aposentos custodiados (podía mirar en ellos pero no entrar), la armería, la sección reservada al tleilaxu cautivo, Scytale. Ocasionalmente se encontraba con Scytale en alguna de las barreras, y entonces se miraban el uno al otro a través del campo de silencio que los mantenía aparte. Luego estaba la barrera de la información… secciones de las grabaciones de la nave que no respondían a sus preguntas, respuestas que sus guardianes no daban.

Dentro de esos límites se hallaba toda una vida de cosas que ver y aprender, incluso una vida de trescientos años estándar que podía razonablemente esperar.

Si las Honoradas Matres no nos encuentran.

Idaho se veía a sí mismo como la presa que estaban buscando, deseándole más de lo que deseaban a las mujeres de la Casa Capitular. No se hacía ilusiones acerca de lo que le harían los cazadores. Sabían que estaba aquí. Los hombres a los que entrenaba en el dominio sexual y enviaba a hostigar a las Honoradas Matres… esos hombres incitaban a las cazadoras.

Qué furia debió haberse desencadenado cuando supieron lo de Murbella. ¿Una Honorada Matre siendo instruida en la manera Bene Gesserit? Una clara intención de dominarla, de convertirla en una Reverenda Madre y aprender todos los secretos de las Honoradas Matres.

Como siempre, una guerra tanto de mentes como de cuerpos.

Murbella se lo tomó con una sorprendente calma.

—Nos hallamos en una escuela especial, Duncan. La mayor parte de las escuelas son una especie de prisión.

Ella cree que convertirse en una Reverenda Madre es su llave a la libertad. Ahhh, mi amor, qué shock te espera.

No se atrevía a discutir eso con ella. Demasiado revelador para las observadoras. Cuando las Hermanas supieran de la habilidad de su Mentat, se darían cuenta inmediatamente de que su mente llevaba los recuerdos de más de una vida ghola.
El original no tenía ese talento
. Sospechaban que era un latente Kwisatz Haderach. Mira cómo te racionan tu melange. Estaban claramente aterradas ante la idea de repetir el error que habían cometido con Paul Atreides y su hijo el Tirano.
¡Tres mil quinientos años de esclavitud!

Pero tratar con Murbella requería la consciencia Mentat. Se enfrentaba a cada encuentro con ella sin esperar conseguir respuestas entonces ni luego. Era un típico enfoque Mentat: concéntrate en las preguntas. Los Mentats acumulaban preguntas de la misma forma que otros acumulaban respuestas. Las preguntas creaban sus propios esquemas y sistemas. Esto producía las
formas
más importantes. Mirabas a tu universo a través de esquemas creados por ti mismo… compuestos todos ellos de imágenes, palabras y etiquetas (todo temporal), mezcladas con impulsos sensoriales que reflejaban al exterior su constitución interna de la misma forma que la luz era reflejada por las superficies brillantes.

El instructor Mentat original de Idaho había formado las palabras temporales para esa primera construcción tentativa:

—Observa los movimientos consistentes contra tu pantalla interna.

De ese primer baño en los poderes Mentats, Idaho podía rastrear el crecimiento de una sensibilidad a los cambios en sus propias observaciones, siempre
empezando
a ser Mentat.

La vieja idea de «cambiar tu mente» llevada a una nueva sofisticación.

Bellonda era su prueba más severa. Temía su penetrante mirada y sus restallantes preguntas. Mentat sondeando a Mentat. Enfrentaba sus incursiones delicadamente, con reserva y paciencia.
¿Qué es lo que persigues ahora?

Como si no lo supiera.

Llevaba la paciencia como una máscara. Pero el miedo acudía de una forma natural, y no había ningún daño en mostrarlo. Bellonda no ocultaba sus deseos de verlo muerto. Sus encuentros eran un duelo de esgrima a muerte. Habilidad chocando contra habilidad.

Idaho aceptaba el hecho de que pronto los observadores verían tan sólo una fuente posible a las habilidades que se veía obligado a utilizar.

¡No es solamente un Decidor de Verdad!

Las habilidades auténticas de un Mentat residían en esa
construcción
mental a la que llamaban «la gran síntesis». Requería una paciencia que los no-Mentats ni siquiera imaginaban que fuera posible. Las escuelas Mentat la definían como una perseverancia. Tú eras un rastreador primitivo, capaz de leer señales minúsculas, pequeños cambios en el entorno, y seguir hacia dónde conducían. Al mismo tiempo, permanecías abierto a los amplios movimientos a todo tu alrededor y dentro de ti. Esto producía una ingenuidad, la postura básica Mentat, semejante a la de los Decidores de Verdad pero mucho más extensa.

—Te abres a todo lo que el universo pueda hacer —le había dicho su primer instructor—. Tu mente no es una computadora; es una herramienta sintonizada a responder a todo lo que tus sentidos desplieguen.

Idaho había reconocido siempre cuando los sentidos de Bellonda estaban abiertos. La mujer permanecía allí, la mirada ligeramente introspectiva, y él sabía que su mente anidaba pocas ideas preconcebidas. Su defensa residía en el fallo básico de ella: abrir los sentidos requería un idealismo del que Bellonda carecía. No formulaba las mejores preguntas, y él se cuestionaba por qué. ¿Utilizaba Odrade un Mentat imperfecto? Eso contradecía sus otros logros.

Busco las preguntas que forman las mejores imágenes.

Haciendo esto, nunca pensabas en ti mismo como en alguien listo, nunca pensabas que tenías
la
fórmula que proporcionaba
la
solución. Permanecías tan sensible a las nuevas preguntas como lo eras a los nuevos esquemas. Probando, comprobando, modelando y remodelando. Un proceso constante, que nunca se detenía, nunca se sentía satisfecho. Era tu pavana particular, similar a la de los otros Mentats, pero que llevaba siempre tu postura y tus pasos únicos.

«Nunca eres auténticamente un Mentat. Es por eso por lo que lo llamamos la Meta Interminable.»
Las palabras de sus maestros estaban grabadas a fuego en su consciencia.

A medida que iba acumulando observaciones de Bellonda, fue empezando a apreciar un punto de vista de aquellos grandes Maestros Mentat que le habían enseñado: «Las Reverendas Madres no hacen los mejores Mentats.»

Ninguna Bene Gesserit parecía capaz de extirparse completamente de ese vínculo absoluto al que se ataban con la consecución de la Agonía de la Especia: la lealtad a su Hermandad.

Sus maestros le habían advertido contra los absolutos. Creaban una seria imperfección en un Mentat.

Cualquier cosa que hagas, cualquier cosa que sientas y digas es experimento. No deducción final. Nada se detiene hasta que llega la muerte, y quizá ni siquiera entonces, porque cada vida crea interminables ondulaciones. La inducción irrumpe dentro de ti y te sensibilizas a ello. La deducción acarrea ilusiones de absolutos. ¡Patea la verdad y despedázala!

Las preguntas de Bellonda acerca de Murbella le decían que la Hermandad la consideraba como una cornucopia de información acerca de las Honoradas Matres. Cuando Bellonda tocó las relaciones entre él y Murbella, vio ante sí vagas respuestas emocionales.
¿Diversión? ¿Celos?
Podía aceptar la diversión (e incluso los celos) acerca de las compulsivas exigencias sexuales de su mutua adicción.
(¿Es realmente tan grande el éxtasis?)

Lo observaban todo. Y podía imaginar sus comentarios:

—¿Veis cómo se resisten, pero no pueden evitar el contacto sexual?

Bellonda parecía extrañamente susceptible a la inquietud mental. Lo reconocía en ella debido a que podía ver la misma susceptibilidad en sí mismo.
El espejo se ve en el espejo.

BOOK: Casa capitular Dune
12.79Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Ghost Girl by Torey Hayden
Out of Sight by Isabelle Grey
Borderliners by Kirsten Arcadio
Artemis Invaded by Jane Lindskold
Deception by Lillian Duncan
Devil’s Wake by Steven Barnes, Tananarive Due
The Sea Rose by Amylynn Bright