Cazadores de Dune (42 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Cazadores de Dune
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La extraña sonrisa de Hellica le asustó.

—¿Con vida? En cierto modo. Con la bastante vida para proporcionarte las células que necesitas. —Hizo la reverencia de rigor ante Edrik y cogió a Uxtal del brazo—. Te llevaré hasta ellos. Debes empezar enseguida.

— o O o —

Mientras bajaba con la Madre Superiora al nivel inferior del palacio expropiado de Bandalong, el hedor era cada vez más intenso. Iba dando traspiés, pero ella lo arrastraba como si fuera una muñeca de trapo. Aunque las Honoradas Matres se ataviaban con coloridas telas y adornos estrafalarios, no eran especialmente limpias ni escrupulosas. A Hellica no le molestaba el hedor que salía de las sombrías cámaras que había allí delante; para ella solo era el olor del sufrimiento.

—Aún están vivos, pero no conseguirás nada de sus mentes, hombrecito. —Con el gesto, Hellica le indicó que pasara delante—. No los conservamos para eso.

Con paso vacilante, Uxtal entró en la sala oscura. Oía sonidos barboteantes, el susurro rítmico de respiraciones, sonido de bombeo. Le recordaba la guarida ruidosa de alguna bestia repulsiva. Una luz rojiza se filtraba desde los paneles de luz situados cerca de la puerta y el techo. Mientras sus ojos se adaptaban a la escasa claridad, trató de respirar superficialmente para evitar las arcadas.

Y vio a veinticuatro pequeños hombres, o lo que quedaba de ellos. Contó con rapidez, antes de fijarse en otros detalles, buscando un significado numérico.
Veinticuatro… tres grupos de ocho.

Aquellos hombres de piel grisácea tenían los rasgos característicos de los antiguos maestros, los líderes de las castas superiores de Tleilax. Con los siglos, la segregación genética y la consanguinidad habían dado a los tleilaxu perdidos una apariencia muy definida; para alguien de fuera, aquellos pequeños hombres eran todos iguales, pero Uxtal veía enseguida las diferencias.

Todos estaban atados a mesas planas y duras, como si fueran estanterías. Aunque las víctimas estaban desnudas, tenían tantos sensores y tantos tubos conectados que apenas veía sus figuras deterioradas.

—Los maestros tleilaxu tenían la desagradable costumbre de crear continuamente gholas de sí mismos de repuesto. Como si regurgitaran la comida una y otra vez. —Hellica se acercó a una de las mesas y miró al hombre de rostro flácido que yacía allí—. Estos son gholas de uno de los últimos maestros, cuerpos sueltos y que se podían intercambiar cuando se hacían demasiado viejos. —Señaló—: Este se llamaba Waff y tenía tratos con las Honoradas Matres. Lo mataron en Arrakis, creo, y no tuvo la oportunidad de despertar a su ghola.

Uxtal se sentía reacio a acercarse. Perplejo, miró a todos aquellos hombres silenciosos e idénticos.

—¿De dónde salieron?

—Los encontramos almacenados y conservados cuando ya habíamos eliminado a todos los otros maestros. —Sonrió—. Así que destruimos químicamente sus cerebros y les dimos un mejor uso.

Los veinticuatro equipos zumbaban y siseaban. Unos tentáculos y tubos sinuosos que subían hasta le entrepierna de los gholas inconscientes empezaron a bombear. Los cuerpos atados se sacudían, y la maquinaria emitía un fuerte sonido de succión.

—Ahora solo sirven para proporcionar esperma, por si alguna vez decidimos utilizarlo. Y no es que valoremos particularmente el decepcionante material genético de tu raza, pero parece que aquí en Tleilax andáis escasos de hombres decentes. —Se volvió, frunciendo el ceño, mientras Uxtal miraba horrorizado. La mujer parecía estar ocultando algo; sí, Uxtal intuía que no se lo había contado todo.

—En cierto modo, son como tus tanques axlotl. Un buen uso para los machos de tu raza. ¿No es eso lo que los tleilaxu habéis hecho con las mujeres durante milenios? Estos hombres no merecían nada mejor. —Lo miró con suficiencia—. Seguro que estarás de acuerdo.

Uxtal trató de disimular su aversión.
¡Cuánto deben de despreciarnos!
Hacer algo así a los machos —incluso a un maestro tleilaxu, que para él eran enemigos— era una monstruosidad. Las palabras de la Gran Creencia dejaban muy claro que Dios había creado a la mujer con el único propósito de procrear. Una hembra no podía servir mejor a Dios que convirtiéndose en un tanque axlotl; su cerebro no era más que tejido externo. Pero pensar en los varones en términos similares era inconcebible. ¡De no haber estado tan aterrorizado, le habría dicho a Hellica un par de cosas!

Sin duda aquel sacrilegio acarrearía sobre ellas la ira de Dios. Antes Uxtal ya despreciaba a las Honoradas Matres. Ahora estaba casi por desmayarse. Las máquinas seguían exprimiendo a los hombres sin cerebro de las mesas.

—Date prisa y toma las muestras celulares —espetó Hellica—. No tengo todo el día, ni tú tampoco. Los navegadores no serán tan comprensivos contigo como yo.

60

Los tanques axlotl han traído gholas y melange, han traído a los Danzarines Rostro y los mentats torcidos. El trabajo genético de los tleilaxu perdidos en la Dispersión seguramente es responsable de la creación de los futar y los fibios. ¿Qué otras criaturas se han desarrollado en esos vientres fecundos? ¿Qué queda aún ahí fuera que no conocemos?

Simposio Bene Gesserit, comentarios de apertura a cargo de la madre comandante Murbella

En los dos años que habían pasado desde la toma de Gammu, los enclaves de las Honoradas Matres habían ido cayendo uno tras otro, un total de doce plazas rebeldes menores eliminadas mediante maniobras que habrían enorgullecido incluso al mejor maestro de armas de Ginaz. Las valquirias de Murbella habían demostrado su valía sobradamente.

Pronto la última de aquellas heridas infectadas sería cauterizada.

Y entonces la humanidad estaría lista para afrontar un desafío mucho peor.

Recientemente, Casa Capitular había hecho otro pago sustancial en especia a Richese. Durante años, las industrias richesianas se habían dedicado por entero a construir armas para la Nueva Hermandad, habían reequipado sus centros de fabricación y habían ido incrementando el ritmo de la producción a gran escala. Aunque hacían regularmente entregas de naves de guerra y armamento, sus fábricas aún se estaban preparando para producir la mayoría de artículos que las hermanas habían encargado. En unos pocos años, la madre comandante tendría una fuerza apabullante de naves para defenderse del Enemigo Exterior. Murbella esperaba que fuera pronto.

En aquellos momentos estaba en sus alojamientos privados, atareada con montañas de trabajo administrativo, y fue un alivio que la interrumpieran con un informe llegado de Gammu. Desde que se impusieron allí medidas enérgicas, Janess —ascendida a comandante de regimiento— se había ocupado de la consolidación, y de reforzar el control de la Hermandad sobre las industrias y la población.

Pero su hija no era una de las tres valquirias que entraron en su despacho. Las tres eran antiguas Honoradas Matres, se dio cuenta enseguida. Una era Kiria, la endurecida exploradora que había investigado el lejano planeta arrasado por el Enemigo, lugar de origen de la nave que llegó a Casa Capitular hacía años. Cuando se le ofreció la oportunidad, Kiria estuvo encantada de ayudar a aplastar a las insurgentes de Gammu.

Murbella se sentó derecha.

—¿Vuestro informe? ¿Habéis arrancado, matado o convertido al resto de rameras rebeldes?

Las antiguas Honoradas Matres se encogieron al oír la palabra, sobre todo porque venía de alguien que había formado parte del grupo. Kiria se adelantó para hablar.

—La comandante de regimiento no tardará en llegar, madre comandante, pero ha querido que os informemos inmediatamente. Hemos hecho un descubrimiento alarmante.

Las otras dos asintieron, como si aceptaran la autoridad de Kiria. Murbella se fijó en que una tenía un morado en el cuello.

Kiria se volvió hacia el pasillo y ladró unas órdenes a un par de operarios masculinos que esperaban fuera. Los hombres entraron, llevando una figura pesada y sin vida envuelta toscamente en láminas de conservación. Kiria le descubrió la cabeza. El rostro estaba vuelto hacia el otro lado, pero el cuerpo tenía la forma y la ropa de un humano.

Murbella se puso en pie, intrigada.

—¿Qué es esto? ¿Está muerto?

—Más que muerto, pero no es un hombre. Ni una mujer.

La madre comandante rodeó su mesa atestada para acercarse.

—¿Qué significa eso? ¿Que no es humano?

—Esta criatura es lo que ella decida, hombre, mujer, niño, niña, de apariencia agradable o espeluznante. —Volvió la cabeza de aquella cosa hacia Murbella. Los rasgos faciales eran blandos y humanoides, con los ojos pequeños y negros abiertos, nariz chata y piel clara y cerosa.

Murbella entrecerró los ojos.

—Nunca había visto un Danzarín Rostro tan de cerca. Ni tan muerto. Deduzco que este es su estado natural.

—¿Quién puede decirlo, madre comandante? Cuando eliminamos a todas las rebeldes… rameras, entre las muertas encontramos a varios Danzarines Rostro. Asustadas, llevamos a las guardianas de la verdad para que interrogaran a las Honoradas Matres supervivientes, pero no encontramos más. —Kiria señaló el cuerpo—. Esta era una de ellas. Trató de huir y la matamos… y así fue como descubrimos su verdadera identidad.

—¿Dices que las guardianas de la verdad no pueden detectarlos? ¿Estás segura?

—Totalmente.

Murbella se debatía pensando en las complicadas implicaciones de aquello.

—Asombroso.

Los Danzarines Rostro eran criaturas creadas por los tleilaxu, y la versión mejorada que había regresado con los tleilaxu perdidos era muy superior a nada que las Bene Gesserit hubieran visto. Al parecer, los nuevos Danzarines Rostro trabajaban para o en colaboración con las Honoradas Matres. ¡Y ahora se enteraba de que podían engañar a las guardianas de la verdad!

Las preguntas aparecían mucho más deprisa que las respuestas. Pero entonces, ¿por qué habían destruido las Honoradas Matres, los planetas de los tleilaxu y habían tratado de exterminar a todos los maestros originales? Murbella misma había sido una Honorada Matre, y seguía sin entenderlo.

Intrigada, tocó la piel del cadáver, el basto pelo blanco de la cabeza; cada mechón tenía un tacto áspero. Aspiró profundamente, cribando, separando con sus sentidos olfativos, pero no pudo encontrar ningún olor distintivo. En los archivos Bene Gesserit se decía que a un Danzarín Rostro se le podía detectar por un olor muy sutil. Pero no estaba segura.

Tras un largo silencio, Kiria dijo:

—La conclusión es que podría haber más Honoradas Matres rebeldes que en realidad son Danzarines Rostro, pero no hemos encontrado indicadores a los que agarrarnos. No tenemos forma de identificarlos.

—Salvo matarlos —dijo una de las otras dos—. Esa es la única forma de asegurarse.

Murbella frunció el ceño.

—Es efectiva quizá, pero no del todo útil. No podemos ejecutar a todo el mundo sin más.

Kiria también frunció el ceño.

—Esto nos lleva a otra clase de crisis, madre comandante. Aunque matamos a cientos de Danzarines Rostro entre los rebeldes de Gammu, no fuimos capaces de capturar ni a uno solo con vida… que nosotras sepamos. Son mimos perfectos. Absolutamente perfectos.

Murbella se puso a andar arriba y abajo, profundamente turbada.

—¿Matasteis a cientos de Danzarines Rostro? ¿Significa eso que masacrasteis a miles de rebeldes? ¿Qué porcentaje de ellos eran estos… infiltrados?

Kiria se encogió de hombros.

—Haciéndose pasar por Honoradas Matres formaron un escuadrón de ataque y trataron de recuperar Gammu por la fuerza. Tenían un plan muy complejo y detallado, con los puntos más vulnerables bien localizados, y atrajeron a muchas de las rebeldes a su causa. Afortunadamente, localizamos el nido de la víbora y atacamos. Los habríamos matado de todos modos, tanto si eran Danzarines Rostro como si eran rameras.

—Lo más irónico —dijo una de las otras— es que las Honoradas Matres que los seguían se sorprendieron tanto como nosotras cuando vieron que sus líderes se convertían en… esto. —Y señaló con el gesto al cadáver no humano—. Ni siquiera sabían que tenían infiltrados.

—La comandante de regimiento Idaho —dijo la tercera mujer— ha puesto el planeta entero en cuarentena, a la espera de vuestras órdenes.

Murbella se guardó de pronunciar en voz alta la evidente pesadilla que aquello suponía para su seguridad:
Si había tantos Danzarines Rostro infiltrados entre las rebeldes de Gammu, ¿los habrá también entre nosotras, aquí en Casa Capitular?
Había aceptado a tantas candidatas para darles una nueva instrucción… su política había sido siempre la de asimilar a todas las Honoradas Matres que quisieran convertirse, bajo la estricta supervisión de las guardianas de la verdad. Después de que la capturaran en Gammu, Niyela había preferido matarse a convertirse. Pero ¿y las que supuestamente habían aceptado cooperar?

Inquieta, Murbella estudió a las tres mujeres, tratando de determinar si también eran cambiadores de forma. Pero, de haber sido así ¿por qué avisarla?

Viendo los recelos de la madre comandante, Kiria miró a sus compañeras.

—Ellas no son Danzarines Rostro. Ni yo.

—¿Y no es eso lo que diría un Danzarín Rostro? Vuestras palabras no me convencen.

—Nos someteremos a un interrogatorio de las guardianas de la verdad —dijo una de las otras—, pero vos sabéis que eso ya no es indicativo de nada.

—Durante el combate —señaló Kiria—, reparamos en una cosa. Algunos Danzarines Rostro murieron enseguida por las heridas, pero otros no. Y cuando estaban a las puertas de la muerte, las facciones de dos de ellos empezaron a cambiar antes de tiempo.

—Entonces, si llevamos a un individuo a las puertas de la muerte, ¿se descubriría si es o no un Danzarín Rostro? —Murbella parecía escéptica.

—Exacto.

Con un movimiento brusco, Murbella saltó sobre Kiria y le asestó una fuerte patada en la sien. El golpe fue muy preciso, y la madre comandante desvió el pie una fracción de centímetro, lo justo para que no fuera fatal.

Kiria cayó al suelo como una piedra. Sus compañeras no se movieron.

De espaldas en el suelo, Kiria boqueó tratando de respirar, con los ojos vidriosos. En un revoltijo de movimientos, antes de que pudieran huir, Murbella derribó a las otras dos del mismo modo y las dejó incapacitadas.

Se inclinó sobre el trío, lista para asestar un golpe mortal. Pero, aparte de crisparse por el dolor, sus facciones no cambiaron. En cambio, bajo las láminas de conservación, el rostro macabro del cambiador de forma muerto era inconfundible.

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