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Authors: E. L. James

Tags: #Erótico, #Romántico

Cincuenta sombras de Grey (42 page)

BOOK: Cincuenta sombras de Grey
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Me sonrojo y miro nerviosa a Taylor, que se muestra impasible, con los ojos en la carretera. ¿Qué se supone que debo decir a eso? Christian se encoge de hombros con gesto inocente.

—Forma parte de mi mundo, Anastasia.

Me aprieta la mano, me suelta, y vuelve a mirar por la ventana.

Su mundo, claro, al que yo quiero pertenecer, pero ¿con sus condiciones? Pues no lo sé. No ha vuelto a mencionar ese maldito contrato. Mis reflexiones íntimas no me animan mucho. Miro por la ventanilla y el paisaje ha cambiado. Cruzamos uno de los puentes, rodeados de una profunda oscuridad. La noche sombría refleja mi estado de ánimo introspectivo, cercándome, asfixiándome.

Miro un instante a Christian, y veo que me está mirando.

—¿Un dólar por tus pensamientos? —dice.

Suspiro y frunzo el ceño.

—¿Tan malos son? —dice.

—Ojalá supiera lo que piensas tú.

Sonríe.

—Lo mismo digo, nena —susurra mientras Taylor nos adentra a toda velocidad en la noche con rumbo a Bellevue.

Son casi las ocho cuando el Audi gira por el camino de entrada a una gran mansión de estilo colonial. Impresionante, hasta las rosas que rodean la puerta. De libro ilustrado.

—¿Estás preparada para esto? —me pregunta Christian mientras Taylor se detiene delante de la imponente puerta principal.

Asiento con la cabeza y él me aprieta la mano otra vez para tranquilizarme.

—También es la primera vez para mí —susurra, y sonríe maliciosamente—. Apuesto a que ahora te gustaría llevar tu ropita interior —dice, provocador.

Me ruborizo. Me había olvidado de que no llevo bragas. Por suerte, Taylor ha salido del coche para abrirme la puerta y no ha podido oír nada de esto. Miro ceñuda a Christian, que sonríe de oreja a oreja mientras yo me vuelvo y salgo del coche.

La doctora Grace Trevelyan-Grey nos espera en la puerta. Lleva un vestido de seda azul claro que le da un aire elegante y sofisticado. Detrás de ella está el señor Grey, supongo, alto, rubio y tan guapo a su manera como Christian.

—Anastasia, ya conoces a mi madre, Grace. Este es mi padre, Carrick.

—Señor Grey, es un placer conocerlo.

Sonrío y le estrecho la mano que me tiende.

—El placer es todo mío, Anastasia.

—Por favor, llámeme Ana.

Sus ojos azules son dulces y afables.

—Ana, cuánto me alegro de volver a verte. —Grace me envuelve en un cálido abrazo—. Pasa, querida.

—¿Ya ha llegado? —oigo gritar desde dentro de la casa.

Miro nerviosa a Christian.

—Esa es Mia, mi hermana pequeña —dice en tono casi irritado, pero no lo suficiente.

Cierto afecto subyace bajo sus palabras; se le suaviza la voz y le chispean los ojos al pronunciar su nombre. Es obvio que Christian la adora. Un gran descubrimiento. Y ella llega arrasando por el pasillo, con su pelo negro como el azabache, alta y curvilínea. Debe de ser de mi edad.

—¡Anastasia! He oído hablar tanto de ti…

Me abraza fuerte.

Madre mía. No puedo evitar sonreír ante su desbordante entusiasmo.

—Ana, por favor —murmuro mientras me arrastra al enorme vestíbulo.

Todo son suelos de maderas nobles y alfombras antiquísimas, con una escalera de caracol que lleva al segundo piso.

—Christian nunca ha traído a una chica a casa —dice Mia, y sus ojos oscuros brillan de emoción.

Veo que Christian pone los ojos en blanco y arqueo una ceja. Él me mira risueño.

—Mia, cálmate —la reprende Grace discretamente—. Hola, cariño —dice mientras besa a Christian en ambas mejillas.

Él le sonríe cariñoso y luego le estrecha la mano a su padre.

Nos dirigimos todos al salón. Mia no me ha soltado la mano. La estancia es espaciosa, decorada con gusto en tonos crema, marrón y azul claro, cómoda, discreta y con mucho estilo. Kate y Elliot están acurrucados en un sofá, con sendas copas de champán en la mano. Kate se levanta como un resorte para abrazarme y Mia por fin me suelta la mano.

—¡Hola, Ana! —Sonríe—. Christian —le saluda, con un gesto cortés de la cabeza.

—Kate —la saluda Christian igual de formal.

Frunzo el ceño ante este intercambio. Elliot me abraza con efusión. ¿Qué es esto, «la semana de abrazar a Ana»? No estoy acostumbrada a semejantes despliegues de afecto. Christian se sitúa a mi lado y me pasa el brazo por la cintura. Me pone la mano en la cadera y, extendiendo los dedos, me atrae hacia sí. Todos nos miran. Me incomoda.

—¿Algo de beber? —El señor Grey parece recuperarse—. ¿Prosecco?

—Por favor —decimos Christian y yo al unísono.

Uf… qué raro ha quedado esto. Mia aplaude.

—Pero si hasta decís las mismas cosas. Ya voy yo.

Y sale disparada de la habitación.

Me pongo como un tomate y, al ver a Kate sentada con Elliot, se me ocurre de pronto que la única razón por la que Christian me ha invitado es porque Kate está aquí. Probablemente Elliot le preguntara a Kate con ilusión y naturalidad si quería conocer a sus padres. Christian se vio atrapado, consciente de que me enteraría por Kate. La idea me enfurece. Se ha visto obligado a invitarme. El pensamiento me resulta triste y deprimente. Mi subconsciente asiente, sabia, con cara de «por fin te has dado cuenta, boba».

—La cena está casi lista —dice Grace saliendo de la habitación detrás de Mia.

Christian me mira y frunce el ceño.

—Siéntate —me ordena, señalándome el sofá mullido, y yo hago lo que me pide, cruzando con cuidado las piernas.

Él se sienta a mi lado pero no me toca.

—Estábamos hablando de las vacaciones, Ana —me dice amablemente el señor Grey—. Elliot ha decidido irse con Kate y su familia a Barbados una semana.

Miro a Kate y ella sonríe, con los ojos brillantes y muy abiertos. Está encantada. ¡Katherine Kavanagh, muestra algo de dignidad!

—¿Te tomarás tú un tiempo de descanso ahora que has terminado los estudios? —me pregunta el señor Grey.

—Estoy pensando en irme unos días a Georgia —respondo.

Christian me mira boquiabierto, parpadeando un par de veces, con una expresión indescifrable. Oh, mierda. Esto no se lo había mencionado.

—¿A Georgia? —murmura.

—Mi madre vive allí y hace tiempo que no la veo.

—¿Cuándo pensabas irte? —pregunta con voz grave.

—Mañana, a última hora de la tarde.

Mia vuelve al salón y nos ofrece sendas copas de champán llenas de Prosecco de color rosa pálido.

—¡Por que tengáis buena salud!

El señor Grey alza su copa. Un brindis muy propio del marido de una doctora; me hace sonreír.

—¿Cuánto tiempo? —pregunta Christian en voz asombrosamente baja.

Maldita sea… se ha enfadado.

—Aún no lo sé. Dependerá de cómo vayan mis entrevistas de mañana.

Christian aprieta la mandíbula y Kate pone esa cara suya de metomentodo y me sonríe con desmesurada dulzura.

—Ana se merece un descanso —le suelta sin rodeos a Christian.

¿Por qué se muestra tan hostil con él? ¿Qué problema tiene?

—¿Tienes entrevistas? —me pregunta el señor Grey.

—Sí, mañana, para un puesto de becaria en dos editoriales.

—Te deseo toda la suerte del mundo.

—La cena está lista —anuncia Grace.

Nos levantamos todos. Kate y Elliot salen de la habitación detrás del señor Grey y de Mia. Yo me dispongo a seguirlos, pero Christian me agarra de la mano y me para en seco.

—¿Cuándo pensabas decirme que te marchabas? —inquiere con urgencia.

Lo hace en voz baja, pero está disimulando su enfado.

—No me marcho, voy a ver a mi madre y solamente estaba valorando la posibilidad.

—¿Y qué pasa con nuestro contrato?

—Aún no tenemos ningún contrato.

Frunce los ojos y entonces parece recordar. Me suelta la mano y, cogiéndome por el codo, me conduce fuera de la habitación.

—Esta conversación no ha terminado —me susurra amenazador mientras entramos en el comedor.

Eh, para. No te enfades tanto y devuélveme las bragas. Lo miro furiosa.

El comedor me recuerda nuestra cena íntima en el Heathman. Una lámpara de araña de cristal cuelga sobre la mesa de madera noble y en la pared hay un inmenso espejo labrado y muy ornamentado. La mesa está puesta con un mantel de lino blanquísimo y un cuenco con petunias de color rosa claro en el centro. Impresionante.

Ocupamos nuestros sitios. El señor Grey se sienta a la cabecera, yo a su derecha y Christian a mi lado. El señor Grey coge la botella de vino tinto y le ofrece a Kate. Mia se sienta al lado de Christian, le coge la mano y se la aprieta fuerte. Christian le sonríe cariñoso.

—¿Dónde conociste a Ana? —le pregunta Mia.

—Me entrevistó para la revista de la Universidad Estatal de Washington.

—Que Kate dirige —añado, confiando en poder desviar la conversación de mí.

Mia sonríe entusiasmada a Kate, que está sentada enfrente, al lado de Elliot, y empiezan a hablar de la revista de la universidad.

—¿Vino, Ana? —me pregunta el señor Grey.

—Por favor.

Le sonrío. El señor Grey se levanta para llenar las demás copas.

Miro de reojo a Christian y él se vuelve a mirarme, con la cabeza ladeada.

—¿Qué? —pregunta.

—No te enfades conmigo, por favor —le susurro.

—No estoy enfadado contigo.

Lo miro fijamente. Suspira.

—Sí, estoy enfadado contigo.

Cierra los ojos un instante.

—¿Tanto como para que te pique la palma de la mano? —pregunto nerviosa.

—¿De qué estáis cuchicheando los dos? —interviene Kate.

Me sonrojo y Christian le lanza una feroz mirada de «métete en tus asuntos, Kavanagh». Hasta Kate parece encogerse bajo su mirada.

—De mi viaje a Georgia —digo agradablemente, esperando diluir la hostilidad que hay entre los dos.

Kate sonríe, con un brillo perverso en los ojos.

—¿Qué tal en el bar el viernes con José?

Madre mía, Kate. La miro con los ojos como platos. ¿Qué hace? Me devuelve la mirada y me doy cuenta de que está intentando que Christian se ponga celoso. Qué poco lo conoce… Y yo que pensaba que me iba a librar de esta.

—Muy bien —murmuro.

Christian se me arrima.

—Como para que me pique la palma de la mano —me susurra—. Sobre todo ahora —añade sereno y muy serio.

Oh, no. Me estremezco.

Reaparece Grace con dos bandejas, seguida de una joven preciosa con coletas rubias y vestida elegantemente de azul claro, que lleva una bandeja de platos. Sus ojos localizan de inmediato a Christian. Se ruboriza y lo mira entornando los ojos de largas pestañas impregnadas de rímel. ¿Qué?

En algún lugar de la casa empieza a sonar el teléfono.

—Disculpadme.

El señor Grey se levanta de nuevo y sale.

—Gracias, Gretchen —le dice Grace amablemente, frunciendo el ceño al ver salir al señor Grey—. Deja la bandeja en el aparador, por favor.

Gretchen asiente y, tras otra mirada furtiva a Christian, se marcha.

Así que los Grey tienen servicio, y el servicio mira de reojo a mi futuro amo. ¿Podría ir peor esta velada? Me miro ceñuda las manos, que tengo en el regazo.

Vuelve el señor Grey.

—Preguntan por ti, cariño. Del hospital —le dice a Grace.

—Empezad sin mí, por favor.

Grace sonríe mientras me pasa un plato y se va.

Huele delicioso: chorizo y vieiras con pimientos rojos asados y chalotas, salpicado de perejil. A pesar de que tengo el estómago revuelto por las amenazas de Christian, de las miradas subrepticias de la bella Coletitas y del desastre de mi ropa interior desaparecida, me muero de hambre. Me ruborizo al caer en la cuenta de que ha sido el esfuerzo físico de esta tarde lo que me ha dado tanto apetito.

Al poco regresa Grace, con el ceño fruncido. El señor Grey ladea la cabeza… como Christian.

—¿Va todo bien?

—Otro caso de sarampión —suspira Grace.

—Oh, no.

—Sí, un niño. El cuarto caso en lo que va de mes. Si la gente vacunara a sus hijos… —Menea la cabeza con tristeza, luego sonríe—. Cuánto me alegro de que nuestros hijos nunca pasaran por eso. Gracias a Dios, nunca cogieron nada peor que la varicela. Pobre Elliot —dice mientras se sienta, sonriendo indulgente a su hijo. Elliot frunce el ceño a medio bocado y se remueve incómodo en el asiento—. Christian y Mia tuvieron suerte. Ellos la cogieron muy flojita, algún granito nada más.

Mia ríe como una boba y Christian pone los ojos en blanco.

—Papá, ¿viste el partido de los Mariners? —pregunta Elliot, visiblemente ansioso por cambiar de tema.

Los aperitivos están deliciosos, así que me concentro en comer mientras Elliot, el señor Grey y Christian hablan de béisbol. Christian parece sereno y relajado cuando habla con su familia. La cabeza me va a mil. Maldita sea Kate, ¿a qué juega? ¿Me castigará Christian? Tiemblo solo de pensarlo. Aún no he firmado ese contrato. Quizá no lo firme. Quizá me quede en Georgia; allí no podrá venir a por mí.

—¿Qué tal en vuestra nueva casa, querida? —me pregunta Grace educadamente.

Agradezco la pregunta, que me distrae de mis pensamientos contradictorios, y le hablo de la mudanza.

Cuando terminamos los entrantes, aparece Gretchen y, una vez más, lamento no poder tocar a Christian con libertad para hacerle saber que, aunque lo hayan jodido de cincuenta mil maneras, es mío. Se dispone a recoger los platos, acercándose demasiado a Christian para mi gusto. Por suerte, él parece no prestarle ninguna atención, pero la diosa que llevo dentro está que arde, y no en el buen sentido de la palabra.

Kate y Mia se deshacen en elogios de París.

—¿Has estado en París, Ana? —pregunta Mia inocentemente, sacándome de mi celoso ensimismamiento.

—No, pero me encantaría ir.

Sé que soy la única de la mesa que jamás ha salido del país.

—Nosotros fuimos de luna de miel a París.

Grace sonríe al señor Grey, que le devuelve la sonrisa.

Resulta casi embarazoso. Es obvio que se quieren mucho, y me pregunto un instante cómo será crecer con tus dos progenitores presentes.

—Es una ciudad preciosa —coincide Mia—. A pesar de los parisinos. Christian, deberías llevar a Ana a París —afirma rotundamente.

—Me parece que Anastasia preferiría Londres —dice Christian con dulzura.

Vaya, se acuerda. Me pone la mano en la rodilla; me sube los dedos por el muslo. El cuerpo entero se me tensa en respuesta. No, aquí no, ahora no. Me ruborizo y me remuevo en el asiento, tratando de zafarme de él. Me agarra el muslo, inmovilizándome. Cojo mi copa de vino, desesperada.

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