Cine o sardina (14 page)

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Authors: Guillermo Cabrera Infante

Tags: #Ensayo, Referencia, Otros

BOOK: Cine o sardina
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Rita Hayworth debía ser serruchada en dos ahora —como lo hacía en la escena su entonces marido, el afortunado Orson Welles. La primera mitad de la estrella volvió loco al padre de Manuel Puig (leer
La traición de Rita Hayworth
) para desengañar al hijo cuando la conoció, como se dice, en persona. Era y se llamaba Margarita Carmen Cansino, hija del bailarín y maestro de flamenco Eduardo Cansino. Algunos han querido emparentar a Cansino con el escritor Cansinos-Assens. (Como lo hizo John Kobal, inolvidable historiador del cine y biógrafo de Rita.)

Haciendo honor a Hollywood, hay que decir que los estudios Columbia transformaron a Margarita Cansino, una empecinada mujer cuyo arte era el flamenco y que estaba lejos de ser bella (no hay más que verla en
Charlie Chan en Egipto
, en que era tan oscura como persona que como actriz: con una línea de frente visiblemente estrecha, fea con ojos pequeños) para convertirla en una mujer bella y elegante y sofisticada en sólo tres años en
Sólo los ángeles tienen alas
y poco después en la Gran Seductora de
Sangre y arena
y
¡Ay qué rubia!
, hechas el mismo año, 1941, y al mismo tiempo dejar el flamenco por el jazz y bailar como una veterana ¡con Fred Astaire! La magia de su cara se llama maquillaje, pero el sortilegio de gracia de su cuerpo estático o en movimiento se llama revelación: esa mujer había nacido para ser estrella de cine —y lo fue de manera magistral.

A la guerra, desde que allá fue Troya, han ido los hombres (según Homero y el cine, los héroes) y detrás se quedan solas las mujeres. Penélopes sin Ulises, tejiendo fantasías de día y proyectándolas de noche como un tapiz de sombras. Ésa era la situación en Hollywood durante la Segunda Guerra Mundial y para aliviar la carencia de galanes simplemente se importaron de la zona vecina, casi en el traspatio —esa parte del continente que se llamó, cómicamente, América
Latina
. De allí venían los latinos y también, ¿por qué no?, los
latin lovers
. Los primeros importados ya eran importantes en su país. Me refiero a Pedro Armendáriz y Arturo de Córdova —que vinieron, fueron vistos y vencidos y regresaron a México. Dos de los que vinieron llegaron para quedarse son Desi Arnaz y Ricardo Montalbán. Arnaz, que nunca se tomaba en serio, y Montalbán, que siempre se tomó en serio, son dos ejemplos diversos de
latin lov
ers
. Montalbán, inclusive, hizo una película que se llamaba, ¿quién lo diría?,
Latin Lov
ers
. Los dos recién venidos hicieron pareja pronto con americanas. Montalbán se casó con la hermana de Loretta Young, Arnaz con una actriz original, Lucille Ball, que devendría una comedianta única, con o sin Arnaz. La Ball, después de triunfar en la televisión, se hizo ejecutiva del estudio RKO y finalmente se lo compró en una rebaja. Arnaz, ahora ya para siempre Desi, al ser preguntado por qué no aparecía más en el cine, declaró: «Me he casado con una industria, ¿para qué quiero otra?». Desi, ¿quién lo creería?, era mucho más eficaz como ejecutivo que como actor y la compañía de la pareja se llamó
Desilú
, que viene de desilusión. ¿Quién llevaba los pantalones en el dúo? Hombre, que duda cabe, Lucille Ball.

Arnaz (que también tiene su nombre: se llamaba Desiderio Alberto Ernesto Arnaz y de Acha sin ache) vino al cine de la música cubana. En este caso vía Xavier Cugat y su orquesta, que además de dar a luz a Lina, Abbey y Charo, dio a Desi. Su primera película se llamaba
Demasiadas muchachas
, pero entre ellas estaba una Penélope, Lucille Ball, que no sólo tenía un gran cuerpo sino una buena cabeza y, como Penélope, la habilidad de parecer tonta a los pretendientes, que no eran pocos aunque eran del sexo opuesto. Se casaron enseguida y enseguida se fueron cada uno por su lado —hablando en (pantalla de) plata. Las películas de Arnaz se llamaban, con sutileza,
Fin de semana en La Habana
y
Cuban Pete
o sea
Pepe el cubano
. Pero, juntos de nuevo, hicieron una comedia maestra,
La caravana larga
, dirigidos por el gran Vincente Minnelli. Arnaz nunca perdió su fortísímo acento cubano, para deleite de todos —menos de los espectadores españoles, que siempre lo oyeron hablar doblado con acento de Madrid.

Ricardo Montalbán, que hablaba inglés con un ligero acento de todas partes —es decir, de ninguna parte— dejó detrás los galanes ligeros y se convirtió en un actor dramático en películas dramáticas, como
Battleground
y
My Man and I
, las dos dirigidas, cosa casual, por William Wellman, el director que dio su primer papel importante a Anthony Quinn como el mexicano valiente de
The Ox-Bow Incident
. En
My Man and I
Montalbán es el héroe mexicano que siguiendo la Ley de Goldwyn (Sam Goldwyn, que dijo: «Estoy harto de tantos viejos clichés. Tráiganme clichés nuevos») es el bueno —y todos los americanos son malos: asesinos, estafadores y chulos. En suma, una película para espectadores antiimperialistas. Fue un fracaso.

Pero Montalbán fue un éxito y ha seguido haciendo películas, no, ay, de bueno sino de malo o más malo, como en
Star
trek Tres
en que es el rey de los villanos estelares. (En inglés,
King of the Klingons
).

Los 80 fueron como los 40 —pero sin guerra— una plétora o una bonanza de actores y actrices. Primero las damas. En
La vuelta al mundo en 80 días
Charles Boyer, un agente de viajes, le habla a Cantinflas de las mujeres de Bali para decirle: «Pero, ¡qué va!, no puedo siquiera describirlas». Y Cantinflas que le dice: «Por favor, ¡trate!» Voy a tratar. Primero está Raquel Tejada, que, como Rita Cansino, hizo fortuna al cambiarse el nombre. Ahora en el cine se llama Raquel Welch. No hay más que ver
El viaje fantástico
por su anatomía o
Un millón de años antes de Jesucristo
en que como quería Sacher-Masoch, es una Venus en pieles. La Welch viene de bolivianos. Su única rival, Bárbara Carrera, es nicaragüense y no ha habido, entre latinas o entre las tunas, una cara más bella hispana desde Dolores del Río —y una cara bella en el cine es la carabela hecha de descubrimiento y pasmo.

Está Elizabeth Peña, que es la mejor actriz de todas estas bellezas, y Talisa Soto, que es tan bella que produce un efecto raro: su fotogenia es invertida y se ve en la pantalla como un pálido reflejo de su belleza de andar por calles.

Entre los hombres está Martin Sheen (verdadero nombre Estévez), hijo de asturianos que siguió por el camino de Hayworth. Sin, por supuesto, su aura de estrella. Edward James Olmos, más conocido como el teniente Castillo de la serie
Miami Vice
, es un actor considerable y, actor de carácter, puede, como J. Carrol Naish o Akim Tamiroff en los años cuarenta, hacer,
ser
, de todo. No hay mas que verlo en
Blade Runner
, donde la última voz humana que se oye es la suya diciendo premonitorio: «Ella va a morir. Pero, considerando, ¿quién no muere?»

De entre los actores hispanos, el único que es una verdadera estrella (y llegará a ser una superestrella) es el único que no quiere ser una estrella: quiere ser actor de carácter. A pesar de que las mujeres de todas partes lo idolizan (y lo idolatran) como a ningún actor hispano desde Ramón Novarro. Se llama Andy García y desde su contrabandista de drogas en
Ocho millones de maneras de morir
, hasta la reciente
Héroe
, García (nacido en La Habana y llevado por sus padres a Miami cuando tenía cinco años) tiene no sólo un seguro dominio del inglés hablado, sino también el equipo como actor para ser,
hacer
, lo que quiera. Es, como César Romero, alto, moreno y buen mozo. Es, como Anthony Quinn, un actor de actores y un profesional dedicado exclusivamente (como Quinn con la pintura, la música popular cubana es su
hobby
y su obsesión) a la actuación en el cine. Es, como Montalbán, ligero y simpático cuando quiere y dramático y aún trágico cuando puede. Es en estos momentos el actor más adulado por la prensa de los Estados Unidos, de América del Sur y de Europa. Pero lo que más desearía Andy García es ser un actor en Cuba libre —como él dice. Al paso que van las cosas irá de Hollywood a La Habana de que salió.

Raúl Juliá (los americanos convierten su apellido en un nombre de mujer, Julia) nació en Puerto Rico en 1940 y, sorpresa, adquirió su inglés ya de mayor. Juliá viene de la televisión y del teatro neoyorkino, pero su presencia en la pantalla desmiente su origen. Como García, Juliá debe su estrellato a Coppola, que lo dirigió en una comedia musical sonada (o llena de trompetillas),
Corazonada
, que es de veras excelente, y aunque fue protagonista en
El beso de la mujer araña
, se ha destacado más como secundario en
Presunto Inocente
y en
La Habana
que en sus posibilidades como protagonista. Juliá es, sin embargo, descendiente directo de José Ferrer en los 90.

Hay en Hollywood artistas que nunca han estado en Hollywood pero se ha sentido su presencia en el cine americano como si hubieran vivido allí toda su carrera. Me refiero a grandes veteranos como Fernando Rey, famoso en todo el mundo por su capo que es a la vez un hombre refinado, un
gourmet
y una inteligencia superior para el mal en
The French Connection
o el rey Fernando en
Cristóbal Colón
. La otra presencia es más cercana: se trata del genuino cubano que consiguió Antonio Banderas, luchando con gracia con dos acentos ajenos, en
Los reyes del mambo
, que lo ha convertido en un actor internacional (ahora es un chileno en
La casa de los espíritus
) y un galán con un futuro promisorio. El más influyente de los artistas (porque eso es lo que fue) hispanos de Cuba, de España, contemporáneos fue el gran director de fotografía Néstor Almendros. Ganador de un Oscar en 1979, reconocido en todas partes del mundo del cine y un cineasta total, Almendros sin embargo nunca pudo trabajar en Hollywood por razones sindicales no artísticas. Otro de los grandes del cine que nunca aparece en la pantalla (aunque su obra es lo más visible del cine) es John Alonzo, el extraordinario fotógrafo americano de Tejas. Su primera verdadera película
Vanishing Point
, para la que escribí el guión, es desde el punto de vista visual una obra maestra americana. Francisco Day, que también estuvo en
Vanishing Point
en un papel protagónico oculto, es hermano de Gilbert Roland y un estratega del cine. No soy irónico, no. Day era el gerente de producción que estaba mejor visto como creador de muchos de los directores con que trabajó en silencio. Es sabido que en
Patton
ganó más batallas que el famoso general. Chico Day, siempre modesto, era quien buscaba, seleccionaba y hacía fácil los difíciles territorios donde ocurría la acción. (Y el acento hay que ponerlo aquí en acción). Chico era además un genuino mexicano que había vivido en Hollywood desde 1922. Que es el año exacto en que Blasco Ibáñez llegó al cine. Donde todo movimiento es circular, como el de la película en la cámara y las cintas en las bobinas.

No podían, no pueden, faltar en esta relación somera los actores secundarios hispanos, pero son cientos. Desde Thomas Gómez en los años cuarenta a Héctor Elizondo en los ochenta, los hay mucho mejores actores que las estrellas citadas. Voy a escoger sólo dos porque son típicos y a la vez atípicos. Juano Hernández (nació en Puerto Rico en 1896 con el nombre de Juan García Hernández) fue en su tiempo el más grande actor negro del cine. Su primera película fue la mejor:
Intruso en el polvo
, basada en la novela de William Faulkner, en que era un negro orgulloso y valiente en medio del Sur más racista. Hernández impresionó a todos con su dominio del inglés sureño. Esa fue su única ocasión protagónica, pero después fue tan magnífico como actor secundario en
Young Man with a Horn
, como el conmovedor trompeta que es el mentor de Kirk Douglas, y en
Las aventuras del joven Hemingway
y en
El prestamista
y en muchas, muchas más. Juano Hernández era eso que son pocos actores: de veras conmovedor.

Fortunio Bonanova (es imposible que nadie se llame así y es que nació en la Bonanova en Mallorca y se consideraba el más afortunado de los mallorquines) este año 1993 cumple 100 años. Es una lástima que esté muerto porque con su corpulencia, su optimismo capaz de vencer todos los infortunios, con su enorme simpatía catalana, a Bonanova daba gusto verlo en el cine. Cantante de ópera (era un barítono natural), escritor, director teatral, a los 21 años dirigió y actuó en una versión de Don Juan en Madrid. Antes de cumplir 25 estaba en Broadway, actuando junto a la afamada Katharine Cornell y entró en Hollywood por la puerta más grande: debutó en el cine americano en
El ciudadano Kane
en el papel del maestro de ópera de la imposible soprano Susan Alexander, también conocida como la señora Kane. Son muchas las películas que agració con sólo una escena o dos. Una de ellas fue
El beso mortal
, en que era el melómano coleccionista, de discos raros de óperas raras, a quien el sadista Ralph Meeker le rompe uno a uno sus preciadas, inapreciables obras maestras del
bel canto
. Su otro momento brillante es en una parodia del Descubrimiento de América, con música de Kurt Weill en que es ¿qué otra cosa si no?, Cristóbal Colón dominando el motín a bordo con su canto a la reina Isabel para sobreponerse a la queja de la chusma amotinada: «Hace mucho, mucho que no pruebo minestrones/ Hace mucho, mucho más que no como macarrones».

No puedo con mis pobres palabras hacerles ver (y oír) a ustedes el arte magnífico de Bonanova. Pero puedo citar ese momento en que Orson Welles, haciendo de Charles Foster Kane, convence y vence a Don Fortunio, maestro de ópera.

(Susan berrea, Matisti toca el piano. Kane se sienta cerca.)

MATISTI: ¡Imposible! ¡Imposible!

KANE: No es asunto suyo darle a Mrs. Kane su opinión sobre su talento. Sólo se supone que usted la entrene. Nada más.

MATISTI: Pero es imposible. Se reirá de mí todo el mundo de la ópera. Mr. Kane, ¿cómo podría persuadirle?

KANE: No podrá.

(Silencio. Matisti no responde).

KANE: Sabía que vería por mi punto de vista.

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