Cita con la muerte (23 page)

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Authors: Agatha Christie

BOOK: Cita con la muerte
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Le dio un escalofrío.

—¡Dios! Fue horroroso... Después bajé tropezando y fui a la carpa. Tendría que haber avisado a alguien, supongo, pero no pude. Me limité a sentarme allí, pasando las páginas de mi libro, esperando...

Se detuvo.

—No me creerán... No pueden. ¿Por qué no llamé a alguien? ¿Por qué no se lo dije a Nadine? No lo sé.

El doctor Gerard se aclaró la garganta.

—Su declaración es perfectamente creíble, señor Boynton —dijo—. Se encontraba en un estado de nerviosismo extremo. Dos impresiones como las que usted recibió, una detrás de otra, bastaron para dejarlo en el estado que usted ha descrito. Es la reacción Weissenhalter, cuyo mejor ejemplo es el pájaro que se ha golpeado la cabeza contra una ventana. Aun después de recobrarse, reprime instintivamente todo impulso hacia la acción y, de este modo, se da tiempo para reajustar sus centros nerviosos. No me expreso muy bien en inglés, pero lo que quiero decir es esto: No podía actuar de otra manera. ¡Cualquier acción de cualquier tipo le hubiera sido imposible! Pasó usted por un período de parálisis mental.

Se volvió hacia Poirot.

—Se lo aseguro, amigo mío, es así.

—¡Oh! No lo dudo —dijo Poirot—. Hay un pequeño detalle que yo ya había advertido, el hecho de que el señor Boynton volviera a ponerle a su madre el reloj de pulsera. Podía ser interpretado de dos formas. Podía haberse tratado de una tapadera para el acto en cuestión, o podía haber sido observado y malinterpretado por la señora Boynton. Ella regresó al campamento sólo cinco minutos más tarde que su marido. Por lo tanto, debió de ver esa acción. Cuando subió a ver a su suegra y la encontró muerta, con la marca de una aguja hipodérmica en la muñeca, lo más normal es que sacara la conclusión de que su marido había cometido el crimen, de que al comunicarle su decisión de abandonarlo había provocado en él una reacción diferente a la que ella esperaba. En resumen, Nadine Boynton creyó haber empujado a su marido a cometer el asesinato.

Poirot miró a Nadine.

—¿Es así, madame?

Ella asintió inclinando la cabeza. Luego preguntó:

—¿De verdad sospechó de mí, señor Poirot?

—Pensé que era usted una posible culpable. Ella se inclinó hacia delante.

—¿Y bien? ¿Qué pasó en realidad, señor Poirot?

Capítulo XVII

—¿Qué pasó en realidad? —repitió Poirot.

Acercó una silla y se sentó. Su actitud era amistosa e informal.

—Es una buena pregunta, ¿verdad? Porque el digitoxín fue robado. La jeringuilla no estaba en su sitio. Y había la marca de una aguja hipodérmica en la muñeca de la señora Boynton.

"Es verdad que, en el plazo de unos días, sabremos definitivamente si la señora Boynton murió de una sobredosis de digital o no. La autopsia nos lo dirá. ¡Pero para entonces puede que sea demasiado tarde! Sería mejor que llegáramos a la verdad esta noche, mientras el asesino esté aquí, a nuestro alcance.

Nadine levantó la cabeza con agresividad.

—Quiere decir que todavía piensa que uno de nosotros... Aquí, en esta habitación... —su voz se apagó.

Poirot asentía lentamente con la cabeza para sí mismo.

—La verdad, eso fue lo que le prometí al coronel Carbury. Y ahora, después de haber despejado el camino, estamos otra vez donde estábamos hace un rato, haciendo una lista de hechos significativos y enfrentándonos con dos incongruencias evidentes.

El coronel Carbury habló por primera vez.

—¿Qué tal si oímos cuáles son? —sugirió.

Poirot dijo con dignidad:

—Ahora me disponía a ello. Tomemos nuevamente esos dos primeros hechos de mi lista: "La señora Boynton tomaba un preparado que contenía digital y el doctor Gerard echó de menos una aguja hipodérmica". Tomemos, como digo, estos dos hechos y contrastémoslos, como yo lo hice, con otro hecho innegable, el de que la familia Boynton se comportaba inequívocamente de una manera culpable. Parecería, pues, que uno de los Boynton tenía forzosamente que haber cometido el crimen. Y, sin embargo, esos dos hechos que he mencionado van en contra de la teoría. Porque, verán ustedes, robar una solución concentrada de digital es una idea inteligente, pues la señora Boynton estaba ya tomando esa droga. Pero ¿qué es lo que hubiera hecho un miembro de su familia?
¡Ah, ma foi!
Sólo había una cosa sensata que se pudiera hacer. Poner el veneno en el frasco de su medicina. ¡Eso es lo que cualquiera, cualquiera con un poco de sentido común y que tuviera acceso a la medicina, habría hecho!

"Más tarde o más temprano, la señora Boynton toma una dosis y muere y aunque se descubra el digital en el frasco, siempre se puede achacar este hecho a un error del farmacéutico que hizo el preparado. ¡No hubiera habido manera de probar nada! "Así pues, ¿por qué el robo de la aguja hipodérmica?

"Sólo hay dos posibles explicaciones. O bien la jeringuilla nunca fue robada y el doctor Gerard no la vio cuando la buscaba, o bien el asesino la robó porque no tenía acceso a la medicina de la señora Boynton. En otras palabras, el asesino no era un miembro de la familia Boynton. ¡Esos dos primeros hechos apuntan de forma abrumadora hacia un extraño como autor del crimen!

"Me di cuenta de ello, pero estaba desconcertado, porque la mayoría de los indicios de culpabilidad señalaban a la familia Boynton. ¿Era posible que, a pesar de esa conciencia de culpabilidad que tenían, los Boynton fueran inocentes? Me lancé a probar, no la culpabilidad, sino la inocencia de esa gente. Y es en este punto donde nos encontramos ahora. El asesinato fue cometido por un extraño, es decir, por alguien que no estaba lo suficientemente próximo a la señora Boynton como para entrar en su cueva y manipular su frasco de medicina.

Hizo una pausa.

—Hay tres personas en esta habitación que, técnicamente, son extraños, pero que tienen una estrecha relación con el caso.

"El señor Cope, al que consideraremos en primer lugar, ha estado íntimamente relacionado con la familia Boynton durante algún tiempo. ¿Podemos hallar el motivo y la ocasión para que cometiera el crimen? Parece que no. La muerte de la señora Boynton le ha perjudicado, ya que ha frustrado algunas de sus esperanzas. A menos que el motivo del señor Cope fuera el deseo fanático de beneficiar a los demás, no podemos hallar ninguna razón para que desease la muerte de la señora Boynton (y a menos también que exista un motivo respecto al cual no sepamos absolutamente nada, ya que no conocemos el trato que tenía el señor Cope con la familia Boynton).

El señor Cope dijo con dignidad:

—Me parece que está usted llevando las cosas demasiado lejos, señor Poirot. No olvide que no tuve ninguna oportunidad de cometer el crimen y que, en cualquier caso, tengo convicciones muy firmes con respecto a la sacralidad de la vida humana.

—Su posición es ciertamente impecable —dijo Poirot gravemente—. En una obra de ficción, sería usted el principal sospechoso justamente por eso.

Poirot volvió un poco su silla.

—Pasemos ahora a la señorita King. La señorita King tiene una buena cantidad de motivos, posee los conocimientos médicos necesarios y es una persona de carácter y determinación. Pero habiendo salido del campamento con los demás a las tres y media y regresado a él a las seis en punto, es difícil decir cuándo pudo tener oportunidad de hacerlo.

"Nos queda el doctor Gerard. En su caso, debemos tener en cuenta la hora exacta en la que se cometió el crimen. Según la última declaración del señor Lennox Boynton, su madre estaba muerta a las cuatro y treinta y cinco. Según lady Westholme y la señorita Pierce, estaba viva a las cuatro y dieciséis, cuando ellas salieron a pasear. Eso deja exactamente veinte minutos en los que no sabemos qué pasó. Pues bien, cuando estas señoras se alejaban del campamento, se cruzaron con el doctor Gerard que regresaba a él. No hay nadie que pueda decir cuáles fueron los movimientos del doctor Gerard cuando llegó allí, porque las dos damas caminaban de espaldas a él. Recuerden que se estaban alejando del campamento. Por lo tanto, el doctor Gerard pudo perfectamente cometer el crimen. Siendo médico, pudo fingir fácilmente el ataque de malaria. Yo diría, además, que tenía un motivo. El doctor Gerard deseaba salvar a cierta persona, cuya razón estaba en peligro (y quizá sea mucho peor perder la razón que la vida). ¡Debió de considerar que valía la pena sacrificar una vida vieja y gastada por aquella causa!

—Tiene usted unas ideas increíbles —dijo Gerard.

Sin hacer caso, Poirot continuó:

—Pero si fue así, ¿por qué el doctor Gerard llamó la atención sobre la posibilidad de que se tratara de una muerte violenta? Está claro que, de no haber sido por lo que él le contó al coronel Carbury, la muerte de la señora Boynton hubiera pasado como un suceso debido a causas naturales. Fue el doctor Gerard el primero que apuntó la posibilidad del asesinato. Eso, amigos míos —dijo Poirot—, carece de sentido.

—No, no parece tenerlo —gruñó en voz baja el coronel Carbury.

—Hay otra posibilidad. —dijo Poirot—. La señora Lennox Boynton acaba de negar rotundamente mi teoría acerca de la culpabilidad de su cuñada más joven. La fuerza de su objeción radica en el hecho de que ella sabía que su suegra estaba ya muerta entonces. Pero recuerden que Ginebra Boynton estuvo en el campamento toda la tarde. Y hubo un momento, después de que lady Westholme y la señorita Pierce salieran y antes de que el doctor Gerard volviera...

Ginebra se agitó. Se inclinó hacia delante, mirando fijamente a Poirot con ojos extraños, inocentes y desconcertados.

—¿Lo hice yo? ¿Cree usted que yo lo hice?

Y, de pronto, con un veloz movimiento de incomparable belleza, se levantó de su silla y cruzó corriendo la habitación para arrodillarse a los pies del doctor Gerard, mirándolo apasionadamente.

—No, no. ¡No deje que digan eso! ¡Me están acorralando otra vez! ¡No es verdad! ¡Yo no hice nada! Son mis enemigos, quieren meterme en la cárcel, hacerme callar. Tiene que ayudarme. ¡Tiene que ayudarme!

—Ya, ya, pequeña —el doctor acarició suavemente su cabeza.

Después se dirigió a Poirot.

—Lo que dice no tiene sentido, es absurdo.

—¿Manía persecutoria? —murmuró Poirot.

—Sí. Pero ella no podría haberlo hecho de ese modo. Ella lo hubiera hecho... dramáticamente. ¡Con una daga o con algo llamativo, espectacular, nunca con esa fría y tranquila lógica! Les aseguro a todos que es así. Éste fue un crimen razonado... el crimen de una persona cuerda.

Poirot sonrió. Inesperadamente, hizo una reverencia.


Je suis entièrement de votre avis
—dijo con toda suavidad.

Capítulo XVIII

—Vamos —dijo Hércules Poirot—. Todavía nos queda un pequeño camino por recorrer. El doctor Gerard ha invocado la psicología, así que procedamos a estudiar el aspecto psicológico de este caso. Hemos tomado los hechos, hemos establecido una secuencia cronológica de los acontecimientos, hemos escuchado las evidencias. Sólo nos queda la psicología. Y la evidencia psicológica más importante concierne a la mujer muerta. Lo más importante de este caso es la psicología de la propia señora Boynton.

"Tomemos los puntos tres y cuatro de mi lista: "A la señora Boynton le causaba un enorme placer impedir que su familia se divirtiera con otras personas. La tarde en cuestión, la señora Boynton animó a los miembros de su familia para que se marcharan y la dejaran sola".

"Estos dos hechos se contradicen claramente. ¿Por qué, justamente esa tarde, la señora Boynton habría de haber cambiado su habitual forma de tratar a la familia? ¿Tal vez sintió una repentina ternura, un instinto de benevolencia? Por todo lo que he oído, eso me parece bastante improbable. Pero, sin duda, debe de haber una razón que lo explique. ¿Cuál fue esa razón?

"Examinemos de cerca el carácter de la señora Boynton. Me han dicho muchas cosas de ella. Que era una vieja y tiránica ordenancista, que le gustaba practicar el sadismo mental, que era una encarnación del mal, que estaba loca. ¿Cuál de todas estas imágenes de ella es la verdadera?

"Yo, personalmente, creo que Sarah King fue la que más se aproximó a la verdad, cuando por una súbita inspiración la vio en Jerusalén como un ser enormemente patético. ¡Pero no sólo patético, inútil!

"Intentemos entrar en la mente de la señora Boynton. Una criatura humana nacida con una inmensa ambición, con un ansia enorme de dominar y de imprimir su personalidad en otra gente. No es ni que sublimara este intenso deseo de poder, ni que intentara controlarlo. No, mesdames et messieurs. ¡Lo alimentaba! Pero, al final, escuchen bien lo que les digo, al final, ¿a qué la condujo? ¡No era muy poderosa! ¡No era temida ni odiada por un gran número de personas! ¡Era la pequeña tirana de una familia aislada! Y, como el doctor Gerard me dijo, se aburrió de su afición, como cualquier otra anciana de la suya, y buscó extender sus actividades y divertirse poniendo en peligro su propio dominio. Pero eso la llevó a enfrentarse con un aspecto de la cuestión totalmente diferente. ¡Viajando al extranjero, se dio cuenta por primera vez de lo insignificante que era!

"Y así llegamos directamente al punto número diez, las palabras que le dirigió a Sarah King en Jerusalén. Sarah King, como ven, había puesto el dedo en la llaga. Había revelado la penosa inutilidad de su existencia. Y ahora, escuchen con atención, todos ustedes, las palabras exactas que la señora Boynton le dijo a Sarah King. La señorita King afirma que la señora Boynton habló "con maldad, sin ni siquiera mirarme". Y he aquí lo que dijo: "Nunca he olvidado nada. Ni una acción, ni un nombre, ni una cara,"

"Estas palabras causaron una gran impresión a la señorita King. ¡Su extraordinaria intensidad y el tono elevado y ronco en el que fueron pronunciadas! Fue tan fuerte la impresión que dejaron en su mente que, en mi opinión, la señorita King no fue capaz de darse cuenta de su extraordinario significado.

"Alguno de ustedes ve cuál puede ser ese significado?

Esperó un minuto.

Parece que no. Pero,
mes amis
, ¿no se dan cuenta de que aquellas palabras no eran en absoluto una respuesta razonable a todo lo que la señorita King acababa de decir? "Nunca he olvidado nada. Ni una acción, ni un nombre, ni una cara." ¡No tiene sentido! Si hubiera dicho: "Nunca olvido una impertinencia" o algo por el estilo..., pero no, "una cara", eso es lo que dijo...

"¡Ah! —gritó Poirot dando una palmada— ¡Pero si salta a la vista! Aquel fue un momento psicológico en la vida de la señora Boynton. Había sido desenmascarada por una mujer joven e inteligente. Estaba llena de furia contenida. Y, en ese momento, reconoció a alguien, una cara del pasado. Una víctima que caía en sus manos. "Volvemos, pues, a la teoría del extraño. Y así se explica claramente la inesperada amabilidad de la señora Boynton la tarde de su muerte. ¡Quería verse libre de su familia, porque —usando una vulgaridad— tenía un pez más grande que guisar! Quería tener el campo libre para una charla con su nueva víctima.

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