Criadas y señoras (5 page)

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Authors: Kathryn Stockett

Tags: #Narrativa

BOOK: Criadas y señoras
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—Una semana después de que Clyde te dejara, me enteré de que un día Cocoa se levantó con una infección en el chocho. Le apestaba como una almeja
podría
y no se le curó en tres meses. Bertrina es una buena amiga de Cocoa y sabe que tus oraciones funcionan.

Me quedé con la boca abierta. ¿Por qué no me lo había contado antes?

—¿Estás diciendo que la gente se cree que hago magia negra?

—Sabía que te preocuparías si te lo contaba. Sólo piensan que
tiés
una
mejó
conexión con el
Señó
que los demás.
Tos
tenemos nuestra línea
particulá pa hablá
con Dios, pero tú estás
sentá
justo en su oreja.

La tetera empieza a silbar en el fuego, devolviéndome al mundo real. ¡Ay, Dios! Pienso que lo mejor es seguir adelante y poner a Miss Skeeter en la lista. ¿Por qué lo hago? No lo sé. Esto me recuerda algo en lo que no quiero pensar: que Miss Leefolt me está construyendo un retrete porque cree que puedo transmitirle enfermedades y que Miss Skeeter me ha preguntado si no me gustaría cambiar las cosas. Como si cambiar Jackson, Misisipi, fuera tan sencillo como cambiar una bombilla.

Estoy pelando alubias en la cocina de Miss Leefolt cuando suena el teléfono. Espero que sea Minny para decirme que ha encontrado algo. He llamado a todas las casas en las que he servido y todos me contestaron lo mismo: «No queremos a nadie», aunque lo que en realidad querían decir es: «No queremos a Minny».

Sólo hace tres días que Minny dejó el trabajo, pero anoche Miss Walter la llamó en secreto para pedirle que fuera hoy a hacerle compañía porque la casa estaba muy vacía sin ella. Además, Miss Hilly se había llevado casi todos los muebles. Todavía no sé lo que pasó entre Minny y Miss Hilly, y creo que prefiero no saberlo.

—Residencia de los Leefolt, ¿dígame?

—Esto... ¡Buenas! Soy... —La voz de mujer se detiene y carraspea—. ¡Hola! ¿Podría...? ¿Podría hablar con Elizabeth Leefolt, por favor?

—La señora Leefolt no está ahora en casa. ¿Quiere dejarle un
recao?

—¡Vaya por Dios! —exclama, como si le molestara haberse puesto tan tensa para nada.

—¿Puede decirme con quién hablo?

—Soy... Celia Foote. Mi esposo me pasó este número. Yo no conozco a Elizabeth, pero... Bueno, mi marido me dijo que ella lo sabe todo sobre las campañas benéficas de la Liga de Damas.

Me suena su nombre, pero no puedo ubicarlo. Esta mujer habla con un acento tan de pueblo que parece que tenga maíz plantado en los zapatos. Tiene una voz suave, aguda, pero no suena como la de las señoritas de por aquí.

—Le pasaré su mensaje. ¿Puede decirme su número?

—Soy nueva por aquí. Bueno, no es cierto, ya llevo un tiempo en la ciudad. ¡Casi un año! Pero no conozco a mucha gente. La verdad es que... no salgo mucho.

Carraspea de nuevo y me pregunto por qué me estará contando todo esto. Soy la criada, no va a hacer muchas amistades hablando conmigo.

—Estaba pensando que podría ayudarles con la colecta desde mi casa —añade.

Entonces caigo en quién es. ¡Es la mujer a la que Miss Hilly y Miss Leefolt siempre ponen a parir porque se casó con el ex novio de Miss Hilly!

—Le pasaré el
recao
a la señora
pa
que la llame cuando vuelva. ¿Puede repetirme su número?

—¡Vaya! Es que ahora tenía pensado salir al supermercado. Bueno, quizá debería quedarme en casa y esperar a que me llame.

—Si no la encuentra en casa, Miss Leefolt puede
dejá
un mensaje a su criada.

—No tenemos criada. De hecho, quería preguntarle a Elizabeth también sobre ese tema, si podría recomendarme a alguna de fiar.

—¿Necesita una asistenta?

—La verdad es que me cuesta encontrar a alguien que quiera venir hasta el condado de Madison.

¡Estupendo!

—Conozco a una persona
mu
buena. Cocina de maravilla y puede
cuidá
a sus hijos. Además, tiene coche propio y podría
llegá
hasta su casa sin problemas.

—Oh, de acuerdo... Pero me gustaría comentárselo a Elizabeth primero. ¿Te he dado mi número?

—Todavía no, señora. —Suspiro—. Dígame.

Miss Leefolt nunca recomendará a Minny. No después de todas las mentiras que ha contado Miss Hilly.

—Está a nombre del señor Johnny Foote, y el número es Emerson, dos, seis, cero, seis, cero, nueve.

—La asistenta se llama Minny —digo, por si acaso—. Vive en Lakewood y su número es ocho, cuatro, cuatro, tres, dos. ¿Lo tiene?

Chiquitina me tira del vestido y dice: «Tri-pa pu-pa», tocándose la barriga. Se me ocurre una idea.

—Un momento —digo al teléfono, y simulo una conversación con la pequeña—: ¿Miss Leefolt ya ha
venío?...
Vale, se lo comento. —De nuevo al auricular, continúo con mi treta—: Miss Celia, Miss Leefolt acaba de
llegá
y dice que no se encuentra bien. También dice que si necesita una asistenta puede
llamá
a Minny y que la telefoneará si necesita ayuda con la campaña benéfica.

—¡Oh! Dígale que se lo agradezco y que espero que se recupere pronto. ¡Ah! Y que puede llamarme cuando quiera.

—Recuerde: Minny Jackson, Lakewood, ocho, cuatro, cuatro, tres, dos. Un momento, por
favó
... ¿Sí, señora?

Tomo una galleta y se la doy a Mae Mobley, disfrutando del placer de hacer el mal. Soy consciente de que estoy mintiendo, pero no me importa.

Vuelvo al teléfono y le cuento otra trola a Miss Celia Foote:

—La señora dice que no le comente a nadie el asunto de Minny, porque
toas
sus amigas quieren emplearla y se enfadarían si supieran que la ha
recomendao
a otra persona.

—No contaré este secreto si ella no revela el mío. No quiero que mi marido se entere de que he contratado una asistenta.

¡Caramba! Si esto no es que las cosas salgan a pedir de boca, no sé qué es.

En cuanto cuelgo, me dispongo a llamar a Minny lo más rápido posible. Pero antes de que me dé tiempo a hacerlo, Miss Leefolt entra por la puerta.

¡Vaya! ¡La he armado buena! Le acabo de dar a esta Miss Celia el número de casa de Minny, pero mi amiga estará ahora haciendo compañía a Miss Walter porque la mujer se siente sola. Así que cuando Miss Celia la llame, contestará Leroy y le dará el número de Miss Walter porque ese hombre es así de tonto. Si la anciana responde cuando Miss Celia llame se descubrirá todo el pastel, porque le contará a esta mujer todo lo que Miss Hilly anda diciendo por ahí. Tengo que localizar a Minny o a Leroy antes de que esto suceda.

Miss Leefolt se dirige a su dormitorio y, como me temía, lo primero que hace es apoderarse del teléfono. Primero llama a Hilly; luego a su peluquera; luego a una tienda para encargar un regalo de boda. Charla, charla y charla... En cuanto cuelga, sale de la habitación y me pregunta qué hay para cenar esta semana. Saco el cuaderno y repaso con ella la lista. No, no quiere chuletas de cerdo; está intentando que su marido adelgace; prefiere filetes a la plancha y ensalada; ¿cuántas calorías creo que tienen los merengues?; no tengo que volver a dar galletas a Mae Mobley porque está muy gorda y bla, bla, bla...

¡Dios mío! Esta mujer, que nunca habla conmigo más que para darme órdenes y decirme que use tal o cual cuarto de baño, de repente no para de charlar como si yo fuera su mejor amiga. Mae Mobley baila y se mueve como una loca intentando llamar la atención de su madre. Justo cuando Miss Leefolt está a punto de agacharse para atenderla un poco... ¡Ahí va! Resulta que tiene que salir a todo correr porque se ha olvidado un recado importantísimo que tenía que hacer y ya lleva casi una hora pajareando.

Estoy tan nerviosa que no consigo que mis dedos hagan girar el disco del teléfono tan rápido como me gustaría.

—¡Minny! Te he
encontrao
un trabajo. Tienes que
contestá
al teléfono...

—La
mujé
ya ha
llamao
—me dice con voz chafada—. Leroy le dio el número.

—Y Miss Walter contestó —adivino yo.

—Está sorda como una tapia, pero esta vez, como por milagro divino, resulta que va y escucha el timbre del teléfono. Yo estaba entrando y saliendo de la cocina, sin prestarle mucha atención, pero oí que decía mi nombre. Luego llamó Leroy y me enteré de lo que pasaba.

La voz de Minny suena rasgada, aunque es de esas que nunca se rinden.

—Bueno, igual Miss Walter no le ha
contao
las patrañas que se inventó Hilly. Nunca se sabe.

Ni tan siquiera yo soy tan ingenua como para creerme eso.

—Aunque no le haya
contao
eso, Miss Walter sabe lo que hice
pa
vengarme de Miss Hilly. Todavía no sabes lo que pasó, Aibileen, y prefiero que no te enteres. Hice una trastada terrible. Estoy
convencía
de que Miss Walter le habrá dicho a esa
mujé
que soy el mismísimo Demonio.

Su voz me da miedo, como si fuera un tocadiscos sonando a pocas revoluciones.

—¡Cuánto lo siento! Tendría que haberte
llamao
antes
pa
que estuvieses atenta y contestaras la primera al teléfono.

—Has hecho lo que has
podío.
Ya no hay
na
que
hacé
por mí.

—Rezaré por ti.


Grasias
—dice, con voz rota—. Y
grasias
por
intentá
ayudarme.

Colgamos y me pongo a fregar el suelo. El tono de la voz de Minny me ha asustado. Siempre ha sido una mujer fuerte, una luchadora. Después de la muerte de Treelore, estuvo tres meses enteros trayéndome la cena por la noche. Todos los días me decía: «¡No señora! No voy a permitir que este mundo cruel se quede sin ti». Y, podéis creerme, yo pensaba en abandonarlo muy a menudo.

Ya tenía el nudo preparado cuando Minny encontró la soga. Era una cuerda de Treelore, de cuando hizo un trabajo para su clase de ciencias con poleas y aros. No estoy segura de si habría sido capaz de utilizarla, pues sé que es un pecado tremendo a los ojos de Dios, pero no estaba muy en mis cabales. En cuanto a Minny, no hizo ninguna pregunta. Sólo sacó la cuerda de debajo de la cama, la metió en el cubo de la basura y la llevó a la calle. Cuando regresó, se frotó las manos como si acabara de sacar la basura normalmente. Es muy eficiente, esta Minny. Pero ahora parece que está bastante mal. Tendré que echar un vistazo debajo de su cama esta noche.

Pongo en el cubo un abrillantador que a las señoritas les encanta porque sale todo el rato en la tele. Me siento a descansar un poco en la silla y aparece Mae Mobley sujetándose la tripita.

—Quítame la pu-pa —me dice.

Descansa la cara en mi pierna. Le acaricio el pelo una y otra vez hasta que casi ronronea, sintiendo el cariño en mi mano. Pienso en todas mis amigas, en lo que han hecho por mí y en lo que hacen cada día por las mujeres blancas a las que sirven; en el dolor en la voz de Minny; en Treelore, sepultado bajo tierra. Miro a Chiquitina y, en lo más profundo de mí, sé que no podré evitar que termine pareciéndose a su mamá. Todo junto se me amontona encima. Cierro los ojos y rezo por mí esta vez. Pero no consigo sentirme mejor.

¡Ayúdame, Señor! Habría que hacer algo.

Chiquitina se pasa toda la tarde abrazada a mi pierna. Un par de veces estoy a punto de caerme, pero no me importa. Miss Leefolt no nos ha dicho nada a ninguna de las dos desde esta mañana. Ha estado muy ocupada con su máquina de coser en su dormitorio, intentando hacer una cubierta para ocultar algo que no le gusta cómo queda en su casa.

Tras un rato, Mae Mobley y yo entramos en el salón. Tengo un montón de camisas de Mister Leefolt que planchar y después debo preparar la comida. Ya he limpiado los baños, cambiado las sábanas y pasado la aspiradora a las alfombras. Siempre intento terminar las tareas del hogar pronto para poder quedarme con Chiquitina y jugar.

Miss Leefolt entra y observa cómo plancho. Es algo que hace a menudo: fruncir el ceño y mirarme. Cuando levanto la vista, me dirige una rápida sonrisa y se toca el pelo por detrás, intentando darle volumen.

—Aibileen, tengo una sorpresa para ti.

Ahora tiene una amplia sonrisa, pero no enseña los dientes, sólo sonríe con los labios, algo digno de ver.

—Mister Leefolt y yo hemos decidido construirte un cuarto de baño para ti sola. —Da un par de palmaditas y me hace un gesto con el mentón—. Está ahí fuera, en el porche del garaje.


Mu
bien, señora.

¿En qué mundo piensa que vivo?

—Así que, desde ahora, en lugar de utilizar el baño de invitados, puedes usar el tuyo propio. ¿No te parece genial?

—Sí, señora.

Sigo planchando. La tele está encendida y mi programa favorito está a punto de empezar. Sin embargo, se queda ahí y sigue mirándome.

—Así que ahora usarás el cuarto de baño del porche, ¿entendido?

No levanto la mirada. No lo hago para buscar problemas, sino simplemente porque ella ya ha dejado claro lo que quiere.

—¿Quieres llevar un poco de papel y salir a utilizarlo?

—No necesito ir al baño en este momento, Miss Leefolt.

Mae Mobley me señala con el dedo desde su parque y dice:

—Mae-Mo, ¿zu-mo?

—Ahora te traigo un zumo, pequeña.

—¡Oh! —Miss Leefolt se pasa la lengua por los labios unas cuantas veces—. Pero cuando tengas ganas, irás ahí fuera y usarás ese baño. Es decir... sólo puedes usar ése, ¿de acuerdo?

Miss Leefolt lleva puesto un montón de maquillaje, algo cremoso y espeso. Ese potingue amarillento le cubre también los labios, así que casi no se le ve la boca. Por fin digo lo que ella quiere escuchar:

—Desde ahora, utilizaré mi servicio de
coló.
Y ahora mismo voy a
desinfectá
bien los cuartos de baño de blancos.

—Bueno, no hay prisa. Puedes hacerlo en cualquier momento del día.

Por el modo en el que se queda de pie jugueteando con su anillo de casada, me queda claro que quiere que lo haga ahora mismo.

Dejo muy despacito la plancha, sintiendo esa amarga semilla crecer en mi pecho. Esa que se plantó tras la muerte de Treelore. Siento calor en el rostro y me tiembla la lengua. No se me ocurre qué decirle. Lo único que sé es que no voy a abrir la boca, y que ella tampoco va a decir lo que en realidad quiere. Algo extraño sucede aquí, porque nadie dice nada y, aun así, estamos teniendo una conversación.

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