Crítica de la Religión y del Estado (18 page)

BOOK: Crítica de la Religión y del Estado
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Pero como todo este razonamiento sólo se funda en una falsa posición, y sobre una vana y ridícula pretendida demostración de la espiritualidad del alma, es fácil ver que este argumento no puede concluir nada y que no tiene ninguna fuerza. Pero ¿cómo pueden decir los cartesianos que el alma sería algo espiritual e inmortal, puesto que reconocen y es preciso que reconozcan que es capaz de diversos cambios y de diversas modificaciones, y que incluso actualmente está sujeta a diversos cambios, a diversas modificaciones e incluso a diversas dolencias? Tras este razonamiento más bien deberían decir que no es espiritual ni inmortal. Pues aquello que es capaz de diversos cambios de diversas modificaciones e incluso de diversas dolencias, no puede ser una cosa, es decir, un ser o una sustancia espiritual e inmortal.
a)
No puede ser una cosa inmortal. He aquí la razón evidente. Aquello que es capaz de diversos cambios y de diversas modificaciones, es capaz de diversas alteraciones. Lo que es capaz de diversas alteraciones, es capaz de corrupción; lo que es capaz de corrupción, no es incorruptible; lo que no es incorruptible, no es inmortal. Esto es claro y evidente.

Así pues nuestros cartesianos reconocen que el alma es capaz de diversos cambios y de diversas modificaciones. Reconocen incluso que está actualmente sujeta a ellos, pues dicen y acuerdan que todos nuestros pensamientos, que todos nuestros conocimientos, que todas nuestras sensaciones y que todas nuestras percepciones, nuestros deseos y nuestras voluntades, son modificaciones de nuestra alma. Y así nuestra alma al estar por su propia voluntad sujeta a diversos cambios y a diversas modificaciones, es preciso que reconozcan que está sujeta a diversas alteraciones que son principios de corrupción, y, por consiguiente, que no es incorruptible ni inmortal como pretenden. Es por esto que su gran san Agustín
(Confess.
liv. 12, cap. 11) dice que una voluntad que varía en sus resoluciones, de la manera que sea, no puede ser inmortal en su duración. Y así el alma, al hallarse sujeta a diversos cambios y a diversas modificaciones, no puede ser inmortal en su duración,
b)
El alma al hallarse, según la misma opinión de nuestros cartesianos, sujeta, como he dicho, a diversos cambios y a diversas modificaciones, puede ser espiritual en el sentido que lo entienden, porque una cosa que no tiene extensión ni partes no puede cambiar de manera de ser, ni puede tampoco tener ninguna manera de ser. Lo que no puede cambiar de manera ser, ni puede tampoco tener ninguna manera de ser, no puede estar sujeto a diversos cambios, ni tener diversas modificaciones. Así, el alma, según el parecer de nuestros cartesianos, no tendría ninguna extensión, ni partes, luego no podría cambiar de manera de ser, ni podría tener tampoco ninguna manera de ser; luego no podría estar sujeta a ningún cambio, ni tener diversas modificaciones como dicen que tiene. O si puede cambiar de manera de ser y estar sujeta a diversos cambios y a diversas modificaciones, es preciso que tenga extensión, y que tenga partes, y si tiene extensión y partes, no puede ser espiritual en el sentido que lo entienden nuestros cartesianos; todo esto se concluye evidentemente.

No pueden concebir, dicen, que de la materia figurada de tal o cual manera, como en cuadrado, en redondo, en oval o en triángulo..., etc., surja el dolor, el placer, la alegría, la tristeza, el calor, el dolor, el olor, el sonido..., etc. Más bien deberían decir que no conciben que de la materia dispuesta de tal o cual manera surja el dolor, el placer, el calor, el sonido... , etc. Pues la materia no es precisamente el dolor, el placer, la alegría, la tristeza..., etc. Sino es lo que hace en un cuerpo vivo el sentimiento de dolor, de placer, de alegría, de tristeza... mediante sus diversas modificaciones. No pueden, dicen, concebirlo, y por esta única razón, no quieren que estos sentimientos sean modificaciones de materia. Pero ¿conciben más bien o conciben mejor que un ser que no tenga extensión ni parte alguna pueda ver, conocer, pensar, razonar sobre toda clase de cosas? ¿Conciben más fácilmente, que un ser que no tenga extensión ni parte alguna, pueda ver y contemplar el cielo y la tierra, y contar unos tras otros todos los objetos que vea a través de la masa grosera del cuerpo dónde se halle encerrado como en un calabozo oscuro? ¿Conciben más fácilmente que un ser que no tuviera extensión ni parte alguna pudiese tener placer y alegría, dolor o tristeza? ¿Qué es lo que sería capaz de dar placer y alegría a un ser de esta naturaleza? ¿Qué es lo que sería capaz de causarle dolor, temor o tristeza? ¿La misma alegría o la tristeza podrían encontrar un asiento en un ser así? Ciertamente nuestros cartesianos dicen y admiten en esto cosas que son mil veces más inconcebibles que las que rechazan bajo pretexto de no poder concebirlas.

Pues aunque sea difícil de concebir cómo tales o cuales modificaciones de la materia nos hagan tener tales o cuales pensamientos, tales o cuales sensaciones, es preciso, no obstante, reconocer que es a través de tales o cuales modificaciones de la materia que tenemos tales o cuales pensamientos o tales y cuales sensaciones. Nuestros propios cartesianos no podrían discutirlo. Que necesitan, pues, recurrir a causa de ello a un ser imaginario, a un ser que no es nada, y que, aun cuando fuera algo real como imaginan, siempre sería imposible de concebir su naturaleza, y tener una verdadera idea de él, imposible de concebir su manera de actuar y de pensar, imposible de concebir su unión con el cuerpo; e imposible de conocer cómo tales o cuales modificaciones de materia podrían excitar en él tales o cuales pensamientos, y tales o cuales sensaciones, sin que haya ningún conocimiento de este tipo de modificaciones de la materia. Sólo queda una dificultad por explicar suponiendo, como hago, que las modificaciones de la materia por sí solas hacen todos nuestros pensamientos, todos nuestros conocimientos y todas nuestras sensaciones. Pero suponiendo lo contrario, se encontrarán infinidad de dificultades insuperables.

No es sorprendente, como he observado anteriormente, que no conozcamos claramente cómo tal o cual modificación de la materia nos hace tener tal o cual pensamiento, o tal o cual sensación, porque este tipo de modificaciones al ser en nosotros el primer principio de vida y el primer principio de conocimiento y de sentimientos, se hallan en nosotros, en virtud de la constitución natural de nuestro cuerpo, para hacernos sentir y conocer todas las cosas cognoscibles y sensibles que se hallan fuera de nosotros, y no para hacerse sentir y conocer directa e inmediatamente por sí mismas. En esto se parecen a la constitución natural de nuestros ojos, que están en nosotros no para mirarse ni verse a sí mismos, sino para hacemos ver todo lo que está fuera de nosotros. Es por ello también que efectivamente vemos con nuestros ojos todos los objetos visibles, que están fuera de nosotros, aunque no podamos ver, nosotros mismos, nuestros propios ojos, ni ninguna de las partes de que están compuestos; y la razón evidente de ello es que el principio de la vista no debe incumbir a la vista. Y por la misma razón debe decirse también que el principio del sentimiento no debe incumbir al sentimiento, y que el principio del conocimiento no debe incumbir al conocimiento. Y no hay duda de que ésta es la razón por la que no conocemos claramente la naturaleza de nuestro espíritu, ni la naturaleza de nuestros pensamientos, y de nuestros sentimientos o sensaciones, aunque en el fondo sólo sean modificaciones de la materia de que estamos compuestos. Es verdad, sin embargo, que podemos vernos los ojos cuando nos miramos en un espejo, porque el espejo nos representa nuestro rostro y nuestros propios ojos como si de alguna manera estuvieran fuera de nosotros mismos y lejos de nosotros. Pero como no hay espejo que pueda, de igual modo, representar nuestra alma, ni ninguna de sus modificaciones, y tampoco podemos verla en los demás hombres, no podemos conocerlas bien inmediatamente por sí mismas, aunque las sintamos inmediatamente por sí mismas.

Y lo que confirma esta verdad, o la verdad de este último razonamiento, es el sentimiento natural, cierto y seguro que tenemos siempre de nosotros mismos, pues ciertamente nos conocemos a través de nuestro propio sentimiento, que es nosotros mismos cuando pensamos, nosotros mismos cuando queremos, nosotros mismos cuando deseamos cuando sentimos ora placer, ora dolor, y cuando tenemos ora alegría y ora tristeza. Además conocemos y sentimos por nosotros mismos, que pensamos con nuestra cabeza y que pensamos, queremos, conocemos y razonamos..., etc., especialmente con nuestro cerebro. Como por nuestros ojos vemos, y a través de nuestros oídos oímos, y a través de nuestra boca hablamos y discernimos los sabores, como con nuestras manos tocamos, mediante nuestras piernas y pies andamos, y por todas las partes de nuestro cuerpo sentimos placer y dolor, no podríamos dudar de ninguna de estas cosas.

Así, pues, no vemos, sentimos ni conocemos ciertamente nada en nosotros que no sea materia. ¡Quitad nuestros ojos! ¿Qué veremos? Nada. Quitad nuestros oídos, ¿qué oiremos? Nada. Quitad nuestras manos, ¿qué tocaremos? Nada, a no ser de un modo inadecuado a través de las otras partes del cuerpo. Quitad nuestra cabeza y nuestro cerebro, ¿qué pensaremos? ¿Qué conoceremos? Nada. Finalmente quitad nuestro cuerpo, y todos nuestros miembros, ¿qué sentiremos? ¿Dónde estarán nuestros sentimientos, nuestros placeres y nuestras alegrías? ¿Dónde estarán nuestros pesares, nuestros dolores y nuestros disgustos? Y finalmente, ¿dónde estaremos nosotros mismos? Ciertamente en ninguna parte. Y es imposible con esta suposición concebir que en este estado podamos aún tener ningún pensamiento, ningún conocimiento, ni ningún sentimiento; es igualmente imposible concebir que podamos aún ser alguna cosa. Así es constante, cierto y seguro que a pesar de que nuestros pensamientos, nuestros conocimientos y nuestras sensaciones no sean redondas ni cuadradas, ni divisibles en longitud o anchura, son, sin embargo, modificaciones de la materia, y, por consiguiente, nuestra alma no es en sí misma más que aquello que hay en nosotros de materia más sutilizada, y más agitada, que la otra materia más grosera que compone los miembros y las partes visibles de nuestro cuerpo. Y así es cierto y evidente, por poca atención que se preste, y por poco que uno se examine a sí mismo, sin prejuicio y sin prevención, es cierto, digo, y evidente, que nuestra alma no es espiritual ni inmortal, como entienden nuestros cartesianos. Y si se preguntara qué le pasa a esta materia sutil y agitada en el momento de la muerte, se puede decir Sin dudar que se disuelve y se disipa rápidamente en el aire, como un vapor ligero o como una ligera exhalación, más o menos como la llama de una candela, que se apaga de pronto, o que se apaga insensiblemente por sí misma, por falta de materia combustible para mantenerla. «Nosotros —dice el señor de Montaigne— estamos construidos de dos principales piezas esenciales cuya separación causa la muerte y la ruina de nuestro ser»
(Essais).
Estas dos piezas principales no son otras que esta materia sutil y agitada que nos da la vida, y esta materia grosera y pesante que forma las partes de nuestro cuerpo.

Efectivamente considero que sería demasiado ridículo hablar como varios filósofos antiguos, imaginando que el alma pasaría entonces toda entera de un cuerpo a otro. Opinión cuyo invento se acostumbra atribuir al famoso Pitágoras, filósofo samita, el cual decía que se acordaba muy bien de haber sido antaño una mujer llamada Aspasia, famosa cortesana de Mileto; luego que se convirtió en un muchacho que servía de mujer al tirano de Samos. Después que volvió a nacer en Crates, filósofo cínico; después de esto que fue un rey, luego un médico; después un sátrapa, luego un caballo, un grajo, una rana, un gallo. Paralelamente que se acordaba de haber sido Etalites, hijo de Mercurio; luego que habría renacido en Euforbo. donde fue, decía, matado en el asedio de Troya; que de Euforbo se hizo Hermotima, que de Hermotima con otro nacimiento se hizo Pirro, y que tras la muerte de éste, fue Pitágoras después de todas estas metamorfosis. Si es verdad que este filósofo haya dicho y creído verdaderamente tales cosas, me atrevo a decir que al menos respecto a esto era más loco que sabio; y que apenas había merecido el nombre de filósofo.

He aquí un indicio más, y una prueba muy sensible y muy convincente, de que nuestra alma es material y mortal como nuestro cuerpo. Es porque ésta se fortifica y se debilita a medida que nuestro cuerpo se fortifica o se debilita. Lo que ciertamente no sería así, si verdaderamente fuera un ser y una sustancia espiritual e inmaterial distinguida del cuerpo. Pues si ella fuera tal, su fuerza y su poder no dependerían en absoluto de la disposición o constitución del cuerpo. Y como depende entera y absolutamente de éstas, es una prueba muy sensible, muy convincente y muy evidente de que no es ni espiritual ni inmortal.

[T. III (pp. 27-48) O. C. De la octava prueba.]

LOS PENSAMIENTOS, LOS DESEOS, LAS VOLUNTADES, LAS SENSACIONES DEL BIEN O DEL MAL, SÓLO SON MODIFICACIONES INTERNAS DE LA PERSONA O DEL ANIMAL QUE PIENSA, QUE CONOCE, O QUE SIENTE EL BIEN O EL MAL

Y aunque los hombres y los animales sólo estén compuestos de materia, de allí no se deduce que los pensamientos, los deseos, las sensaciones del bien o del mal deban ser cosas redondas o cuadradas, como los cartesianos lo imaginan, y por lo que se hacen ridículos, como también en que sobre una razón tan vana pretenden privar a los animales de conocimiento y de sentimiento, opinión que es muy condenable y por qué.

[...] El propio pensamiento no es más que una acción, o una modificación pasajera del alma y del espíritu. Así la acción del espíritu al no ser más que una modificación del alma o del espíritu, no puede constituir la esencia del alma o del espíritu; pues es el alma o el espíritu quien hace, forma o concibe sus propios pensamientos. Luego no es el pensamiento el que constituye su esencia. Pues el efecto o la acción de una causa no puede constituir la esencia de esta misma causa. Así, el pensamiento es el efecto o la acción del alma y del espíritu, pues el pensamiento es una acción vital del alma. Pues esta acción vital del alma no puede constituir la esencia misma del alma. Esto es evidente. Por lo demás, si es el pensamiento solo el que constituye la vida y la esencia del alma o del espíritu, no es verdad decir que el alma es una sustancia, ni que es inmortal, pues es claro y evidente por nosotros mismos que el pensamiento, como acabo de decir, sólo es una acción vital del alma, y no una sustancia. Efectivamente, sería ridículo decir que un pensamiento sería una sustancia inmortal, puesto que el pensamiento no podría subsistir sólo por sí mismo, y muy a menudo únicamente dura un momento. [...]

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