Cronopaisaje (44 page)

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Authors: Gregory Benford

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Cronopaisaje
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28 - 12 de agosto de 1963

Cooper parecía dubitativo.

—¿Cree que es suficiente?

—Por ahora, sí. ¿Quién sabe? —Gordon se alzó de hombros—. Quizás incluso sea definitivo.

—Al menos debería completar algunas de las observaciones en el campo de alta intensidad.

—No es tan importante.

—Después de lo que me ocurrió con el comité, quiero asegurarme…

—Más datos no constituyen una respuesta. Necesitas leer más teoría fundamental, hacer un mayor análisis de tus datos, cosas así. No sirve de nada acumular más números surgidos del laboratorio.

—¿Está usted seguro?

—Puedes cerrar esta serie mañana mismo.

—Hummm. Está bien, de acuerdo.

En realidad, probablemente Cooper podría robustecer su caso con más datos. Pero a Gordon nunca le había gustado la práctica de sobremedir cualquier efecto, principalmente porque sospechaba que esto mataba la imaginación. Al cabo de un tiempo uno veía tan sólo lo que esperaba ver. ¿Cómo podía estar seguro de que Cooper estaba tomando realmente todos los datos que llegaban?

Aquélla era una razón justificable para apartar a Cooper del experimento de resonancia nuclear, pero Gordon tenía otro motivo para hacerlo. Claudia Zinnes iba a empezar en septiembre. Si ella descubría algo anómalo, Gordon deseaba estar tomando datos al mismo tiempo. Gordon regresó a casa del laboratorio hambriento. Penny había cenado ya, y estaba viendo las noticias de las once.

—¿Quieres alguna cosa? —preguntó él desde la cocina.

—No.

—¿Qué es lo que estás viendo?

—La marcha sobre Washington.

—¿Eh?

—Martin Luther King. Ya sabes.

Llevaba un tiempo que no prestaba demasiada atención a las noticias. No preguntó nada más; discutir de política con Penny lo único que haría sería sacarla de sus casillas. Ella se había mostrado elaboradamente indiferente desde su regreso. Había una curiosa tregua entre ellos, no una paz.

—Eh —dijo, entrando en la sala de estar, iluminada tan sólo por el pálido resplandor de la televisión—. El lavavajillas no funciona.

—Oh. —Ella ni siquiera giró su cabeza.

—¿Has llamado?

—No. Hazlo tú, por una vez.

—La última vez lo hice yo.

—Bueno, yo no pienso hacerlo. Es algo que odio. Déjalo tal cual.

—Tú lo utilizas más tiempo que yo.

—Eso va a cambiar también.

—No voy a perder más tiempo haciendo comidas.

—No creo que hayas perdido demasiado.

—¿Cómo lo sabes?

—Ni siquiera sabes freír un poco de mantequilla.

—Dos puntos menos a cuenta de tu credibilidad —dijo él jovialmente—. Sabes que me defiendo cocinando algunas cosas.

—Oh, vamos.

—Hablo en serio —dijo él secamente—. Voy a estar mucho tiempo en el laboratorio, y…

—Largos y prolongados aplausos.

—Por el amor de Dios.

—Yo tampoco voy a estar mucho por aquí.

—Ni yo, excepto entrar y salir.

—Al menos estarás haciendo algo.

—Mierda, ésa no es tu forma habitual de refunfuñar.

—¿Refunfuños metafóricos?

—Refunfuños reales, refunfuños metaloquesea… ¿cómo quieres que lo sepa?

—Pensé que creías realmente que mis refunfuños eran auténticos. Eso explicaría el porqué no me has tocado desde que volviste.

—Oh.

—No te diste cuenta, ¿verdad?

Él repuso hoscamente:

—Me di cuenta.

—De acuerdo. ¿Por qué?

—Creo que no pensé en ello.

—Entonces piensa.

—Ya sabes, he estado ocupado.

—¿Crees que no lo sé? Vamos, Gordon, vi tu rostro cuando saliste de aquel avión. Teníamos que ir a tomar una copa a El Cortez, dar una vuelta por la ciudad. Comer.

—De acuerdo. Mira, necesito cenar algo.

—Muy bien, cena. Yo escucharé el debate.

—De acuerdo. ¿Un poco de vino?

—Por supuesto. ¿Quedará para después?

—¿Para después?

—Mi madre tendría que haberme enseñado a ser más directa. Para después, cuando hayamos jodido.

—Oh, sí. Cuando hayamos jodido.

Lo hicieron. No resultó muy satisfactorio.

Gordon desmontó todo el experimento de Cooper a sus componentes básicos. Luego volvió a remontarlo. Comprobó el aislamiento de cada pieza, buscando cualquier forma de que alguna señal inesperada pudiera penetrar en el circuito. Lo tenía casi todo remontado cuando Saul Shriffer apareció, sin anunciarse, en el laboratorio.

—¡Gordon! He tenido que ir a la UCLA, y pensé que debía dejarme caer por aquí.

—Oh, hola —murmuró Gordon, secándose las manos en un trapo sucio de aceite. Un hombre con una cámara siguió a Saul dentro del laboratorio.

—Éste es Alex Paturski, de Life. Están preparando un artículo sobre exobiología.

—Me gustaría hacer unas cuantas fotos —dijo Paturski. Gordon murmuró un oh sí, seguro, y Paturski desplegó rápidamente pantallas reflectoras y sacó accesorios para la cámara. Saul habló de las reacciones a su anuncio por televisión.

—Un terrible ejemplo de cerrazón mental —dijo—. Nadie ha seguido el camino que abrimos. No he conseguido que nadie de la comunidad astrónoma conceda ni cinco segundos a la idea.

Gordon asintió, y decidió no hablarle a Saul de Claudia Zinnes. Paturski daba vueltas en torno a ellos, disparando su cámara y agitando la cabeza.

—Vuélvase un poco hacia este lado, ¿quiere? —Y Saul hacía lo indicado. Gordon le seguía, deseando vestir algo más que una camiseta y unos tejanos. Este día precisamente no se había puesto sus pantalones habituales y su chaqueta de Oxford.

—Excelente, caballeros, sencillamente excelente —dijo Paturski como conclusión. Saul inspeccionó por un instante el experimento. Gordon le mostró algunos de los registros preliminares de precalentamiento que había tomado. La sensibilidad era baja, pero las curvas eran obviamente claras líneas de resonancia.

—Una lástima. Ya sabe, unos mejores resultados podrían abrir de nuevo todo este asunto. —Saul estudió a Gordon—. Hágamelo saber si descubre algo, ¿quiere?

—No contenga el aliento esperándolo.

—No, supongo que no debo hacerlo. —Saul pareció momentáneamente desalentado— . Realmente, pensé que había algo aquí.

—Puede que lo haya.

—Sí. Sí, por supuesto, puede que lo haya. —Su rostro se iluminó—. No se deje desalentar por la idea de que todo ha terminado, ¿eh? Cuando todo esto se haya calmado, y la gente deje de reírse de la idea… bueno, podemos hacer un buen artículo con ello. Quizás algo para Science, titulado «Golpeando los molinos de viento de la ortodoxia». Podría resultar.

—Hum.

—Bien, Alex y yo tenemos que marcharnos. Debemos ir a Palo mar, pasando por Escondido.

—¿Está realizando alguna observación allí? —preguntó Gordon en tono casual.

—No. No, no me dedico directamente a la observación, ya sabe. Soy más bien un hombre de ideas. Alex desea tomar algunas fotos, eso es todo. Es un lugar impresionante.

—Oh, sí.

Se fueron inmediatamente, y Gordon pudo volver a dedicarse a su experimento.

El primer día Gordon conectó el equipo de resonancia nuclear y se enfrentó con problemas de ruido en la señal. Al segundo día, oleadas parásitas ofuscaron los resultados. Una de las muestras de antimoniuro de indio actuaba de una forma extraña, y tuvo que ajustar de nuevo toda la instalación, vaciar el baño de frío y cambiar la muestra defectuosa. Aquello tomó horas. Sólo al tercer día las curvas de resonancia empezaron a comportarse como era de esperar. Eran tranquilizadoramente exactas. Encajaban perfectamente con la teoría, dentro de los límites del error experimental. Hermoso, pensó Gordon. Hermoso y aburrido. Dejó la instalación funcionando durante todo el día, en parte para asegurarse de que la electrónica se mantenía estable. Descubrió que podía ocuparse de sus asuntos habituales —preparar a Cooper; tomar notas para las clases del próximo semestre; cortar las delgadas láminas del gris antimoniuro de indio en el dispositivo de hilo al rojo inmerso en aceite—; y echar un vistazo cada hora o dos al laboratorio para tomar unas rápidas mediciones de la resonancia. Convirtió aquello en una rutina. Las cosas iban resultando. Las curvas se mantenían normales.

—¿Profesor Bernstein? —dijo la mujer, con voz aguda y chirriante. Se preguntó vagamente si su acento sería del Medio Oeste.

—Sí —dijo por teléfono.

—Aquí Adele Morrison, del Sénior Scholastic Magazine. Vamos a dedicar un gran artículo a… esto… el descubrimiento que usted y el profesor Shriffer han hecho. Le daremos el tratamiento de un ejemplo de lo que es la controversia científica. Me preguntaba…

—¿Por qué?

—¿Perdón?

—¿Por qué remover el asunto? Preferiría que se olvidara todo.

—Bueno, profesor Bernstein, no sé, yo… El profesor Shriffer fue más cooperativo. Dijo que creía que nuestros lectores, todos ellos universitarios del grado superior, ya sabe, podrían aprender mucho de un estudio así.

—Yo no estoy tan seguro de ello.

—Bueno, profesor, me temo que yo solamente soy una ayudante de redacción aquí, no me corresponde a mí decidir. Creo que el artículo es… sí, aquí tengo ya unas primeras galeradas. Principalmente es una entrevista con su colega, el profesor Shriffer.

—Oh.

La voz elevó un poco más el tono.

—Me han pedido que le preguntara si tiene usted algún comentario final que hacer acerca de… esto… el estado actual de la controversia. Podríamos añadirlo al artículo si…

—No. No tengo nada que decir.

—¿Está usted seguro? El director me pidió que…

—Estoy seguro. Déjelo todo tal cual está.

—Bien, de acuerdo. Tenemos los comentarios de algunos otros profesores en el artículo, y debo decirle que son unos comentarios más bien críticos. Pensé que debía usted saberlo.

Por un momento aquello le tentó. Podía preguntar sus nombres y escuchar sus comentarios, y preparar alguna respuesta.

La mujer estaba esperando, mientras el teléfono emitía ese leve zumbido de la larga distancia. Parpadeó. La mujer era buena: casi lo había atrapado.

—No, pueden decir lo que quieran. Deje que Saul tome la responsabilidad de todo. —Colgó. «Dejemos que los grandes científicos de esta gran nación piensen lo que quieran». Lo único que deseaba era que el artículo no incrementara las visitas de chiflados.

El sol del verano lo descoloría todo hasta una uniformidad carente de perspectiva. Penny regresó de practicar el surf y se dejó caer al lado de Gordon.

—Demasiado mar de fondo —explicó—. Y mucha resaca también. No hacía más que ir contra los pilotes.

—Correr es mucho más seguro —observó él.

—Y aburrido.

—Pero no inútil.

—Quizás. Oh, eso me recuerda… pronto voy a tener que ir a ver a mis padres. Lo haré antes de que empiecen de nuevo las clases, pero papá está ahora en viaje de negocios.

—¿Qué es lo que te ha hecho recordar eso?

—¿Eh? Oh. Bien, has dicho que correr no era inútil, y eso me ha hecho recordar que tuve un estudiante el último semestre que utilizó deliberadamente la palabra más larga que jamás haya leído en nuestro idioma en una prueba que yo debía puntuar. «Floxinaucinihiliplificación». Quiere decir «el acto de estimar la inutilidad».

—Hum. ¿De veras?

—Sí, y tuve que consultar la maldita palabra. No está en ningún diccionario, pero la encontré en el Oxford.

—¿Y?

—Es el diccionario que me regaló mi padre.

Gordon sonrió y se tendió en la arena, alzando el ejemplar del Esquire de modo que protegiera su rostro del sol.

—Eres una mujer altamente no lineal.

—Signifique eso lo que signifique.

—Es un cumplido, créeme.

—¿Y?

—¿Y qué?

—¿Deseas venir a Oakland conmigo o no?

—¿De eso se trata?

—A pesar de tus constantes intentos de evitarlo, sí.

—¿Intentos de…? Penny, has estado leyendo demasiado a Kafka, Sí, por supuesto que iré.

—¿Cuándo?

—¿Cómo quieres que lo sepa? Es tu viaje, son tus padres.

Ella asintió. Una curiosa expresión contraída apareció en su rostro, luego se desvaneció. Gordon se preguntó qué era lo que estaba pensando, pero no había forma sencilla de saberlo. Abrió la boca para iniciar una tanteante aproximación, luego volvió a cerrarla. El ir a Oakland, ¿formaba parte del ritual de cortejar, el llevar al chico a casa para que lo conocieran? Quizás ése fuera únicamente un fenómeno de la costa éste; no estaba seguro. Después de anunciar que no deseaba casarse con él, y luego quedarse a su lado y seguir viviendo con él como si las cosas pudieran seguir simplemente de esta forma, Penny se había convertido en un auténtico misterio. Gordon suspiró para sí mismo, decidido a olvidar todo el tema.

Leyó durante algunos minutos, y luego dijo:

—Hey, aquí dice que el Tratado de no proliferación de pruebas nucleares ha entrado en vigor.

—Seguro —murmuró Penny, saliendo vagamente de su modorra provocada por el sol—. Kennedy lo firmó hace meses.

—Debí perdérmelo. —Gordon pensó en Dyson y el proyecto Orión, un sueño extrañamente atractivo que ahora había muerto.

Nadie iba a dar el gran salto a los planetas de momento; el programa espacial debería quedar limitado a los cohetes de combustible líquido. Se sintió impresionado de que los acontecimientos se produjeran ahora de una forma tan acelerada. Nuevas ideas y nueva gente estaban llegando a la vieja La Jolla de los tiempos de Chandler. El mismo Kennedy que había promovido el Tratado de no Proliferación y matado así Orión estaba federando al mismo tiempo la Guardia Nacional de Alabama a fin de impedir que George Wallace la utilizara contra el programa de integración. Medger Evers había sido asesinado hacía apenas unos meses. Todo el país estaba sacudido por la sensación de que las cosas tenían que cambiar.

Gordon echó a un lado la revista. Se volvió de lado bajo el ardiente sol y cerró los ojos. La brisa marina traía el acre olor de un banco de algas que estaba pudriéndose en el extremo más alejado de la playa. Frunció la nariz. Al infierno con la acelerada presión de los tiempos. La política es para el momento, había dicho Einstein en una ocasión, una ecuación es para la eternidad. Si tenía que elegir, Gordon se ponía del lado de las ecuaciones.

Aquella noche llevó a Penny a cenar fuera y luego a bailar a El Cortez. No era el tipo de cosa que hiciera habitualmente, pero la extraña y dilatada tensión que se había establecido entre ellos necesitaba un poco de atención. Hablaron durante la cena. Mientras tomaban luego unas copas, él empezó:

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