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Authors: Frank García

Cruising (11 page)

BOOK: Cruising
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—Está
bien.
También
me gusta tu rabaco.

El rapado sacó dos condones, me ofreció uno a mí y se puso otro. Colocó al chico contra las barras y se la metió de golpe. Aquel tío le empezó a embestir con fuerza y esperé con el rabo duro detrás de él acariciándole sus nalgas que apretaba y relajaba según sus embestidas. Después de un rato me miró.

—Te toca cabrón, dame placer.

Le separé un poco las piernas y se la metí poco a poco

—Sácala y métela de golpe, ese rabo lo aguanto bien.

La saqué y la metí de golpe, hasta el final, hasta que mi pubis tocó sus calientes nalgas y gritó provocando a los otros que nos miraban.

—Hijo de puta. ¡Que rabo tienes! Folla sin miedo, yo seguiré el ritmo.

Le agarré por la cintura y empecé a embestirlo sin compasión, el cabrón se adaptó al ritmo y el chaval comenzó a gemir como un poseso. Sudábamos a raudales, los tres estábamos muy calientes y el culo de aquel tío me provocó un orgasmo total.

—Podrías escribir un libro con tus experiencias —Me interrumpió Andrés ya en el portal de casa.

—Tal vez, pero hay tíos que tienen más carrera que yo. Aunque es cierto que algunas de mis aventuras han sido muy especiales. Todo me ha ayudado a valorar lo que ahora busco.

—Yo no me creo capaz de tener sexo así, de esa manera.

—Me extraña que me digas eso, sabiendo de la forma que nos conocimos —le sonreí.

—Aquel día fue distinto —se quedó en silencio—. Te lo contaré dentro.

Aguardé a llegar al piso y una vez dentro, sentí el fuerte calor de la calefacción.

—Hogar, dulce hogar —comenté mientras me quitaba la prenda de abrigo. Andrés me dio la suya y las colgué en el perchero. Fuimos a la habitación y comenzamos a desnudarnos—. Continua con la historia —le dije.

—Aquel día estaba cabreado y muy irritado. Estaba furioso y…

—¿Qué te había pasado? —le pregunté mientras separaba el edredón y me metía en la cama. Él hizo lo mismo y colocamos cojines sobre la espalda y nos quedamos sentados cubriéndonos con el edredón hasta la cintura.

—Cuando te conté que me ofrecieron irme a Londres, en realidad lo pedí yo. Unos días antes de conocernos había roto con mi ex. El muy hijo de puta me ponía los cuernos y encima lo mantenía. Vivía en mi casa y no le faltaba de nada aún no teniendo trabajo. Un día salí antes del curro, estaba haciendo de guía para un grupo en Toledo, y se puso a llover por lo que tuvimos que volver a Madrid y regresar al día siguiente por la mañana. Llegué a casa muerto de frío y cabreado porque no me apetecía nada volver al día siguiente y contar la misma historia al mismo grupo. Abrí la puerta y oí un ruido extraño que venía de la habitación. Pensé que alguien había entrado a robar y me encontré a mi novio en pelotas alterado y con la cama revuelta.

—¿Te ha pasado algo? —le pregunté.

—No, simplemente me has asustado, no te esperaba tan pronto en casa.

—La excursión ha sido una mierda, se ha puesto a diluviar en Toledo y hemos tenido que volver. Mañana tenemos que salir muy pronto. Pero bueno… —le miré—. ¿Por qué estás desnudo?

—Verás… es qué… —detrás de la puerta, como en una mala secuencia de una película cutre, salió un tío en pelotas.

—Estábamos follando. No sabía que tenía novio. Me contactó por Internet y…

—Vístete y lárgate —miré a mi novio—, y tú también. Desaparece de mi vista, antes de que te rompa la cara. El sábado cuando esté en casa, vienes a por tus cosas, no quiero volver a verte.

—Andrés… Perdona… es qué…

—No digas nada. Ponte la ropa y sal disparado antes de que se me termine de subir la sangre a la cabeza.

Se puso a llorar mientras se vestía. No me inmuté. Respiré profundamente, intenté como bien le había dicho, que la sangre no se subiera a la cabeza y cometiera una locura. El hijo de puta me estaba poniendo los cuernos con un tipo que acababa de conocer por Internet en nuestra cama. El muy hijo de puta follaba con otros tíos mientras yo me rompía los cuernos trabajando. El muy cabrón me follaba a pelo porque creía que éramos una pareja cerrada. Nunca me había negado a ninguna de sus exigencias, nunca le faltaba nada, ni en la cama, ni en sus necesidades y no veas los caprichitos que tenía el niño. Salieron en silencio y me quedé como un imbécil sentado sobre aquella cama, aquella cama deshecha donde se había estado dando el lote con otro tío. No me lo podía creer. Me levanté, quité la funda al edredón, las sábanas y la funda de la almohada. Las metí en la lavadora y lo puse a lavar. En silencio volví a la habitación y vestí la cama con sábanas limpias. Estaba roto. El cansancio del día se había convertido en total agotamiento. Me desnudé y me metí bajo la ducha. Al agua que caía por mi cabeza se unieron las lágrimas de dolor e impotencia, de rabia y sufrimiento, por la traición de la persona que más amaba y en la que más confiaba.

—No hace falta que continúes —le interrumpí al ver que sus ojos se empañaban en lágrimas—. No quiero verte triste —y le sequé las lágrimas con los dedos de las dos manos.

—No pasa nada, viene bien desahogarse de vez en cuando —se inclinó sobre mi pecho y lo abracé—. Continué con mi rutina como siempre y cada momento en el que me encontraba sólo, rompía a llorar. Estaba destrozado, no te puedes imaginar cuanto. Llegó el viernes y no pude aguantar más en casa, salí y di mil vueltas sin rumbo fijo ni saber qué hacer. Al pasar por la plaza Vázquez de Mella escuché una voz que me llamó. Eran unos amigos que iban al
Eagle
y me animaron a ir con ellos. En un principio no quise ir, no me encontraba con ánimo para ir a un pub y menos sin conocerlo. Sí —me sonrió—. Era la primera vez que entraba en el
Eagle
, aunque no la primera que me desnudaba en un local. Me gusta mi cuerpo, tengo ese punto exhibicionista que me pone cachondo cuando me miran y me desean.

—No lo entiendo. Cuando entré, debo de reconocer que me pareciste salido de un sueño, como bajado del Olimpo de los Dioses y para nada me pegaba aquel lugar para ti. Aunque cuando te toque el culo y me miraste con esa cara de vicio, y mi rabo se puso duro, cambié de opinión, pensé "este puto cabrón que bueno está".

—¿Pensaste eso?

—Qué iba a pensar: Un tío desnudo en el
Eagle
, con un cuerpo increíble, con una mirada de fuego y ofreciéndome su culo para que lo follara allí mismo delante de todos.

—Cuando entré mis amigos pidieron unas cervezas y me dieron una, ellos se subieron a la parte de arriba, tenían ganas de follar pero yo no. Si estaba desnudo fue porque no me dejaban pasar con la ropa de pijo que llevaba —se rió—. Pedro me dijo que si quería entrar debería desnudarme y ni me lo pensé. Como te he dicho, ya había estado desnudo en un par de sitios. Muchos tíos me entraron antes de llegar tú, incluso uno me propuso atarme con cuerdas, decía que le gustaba mi cuerpo para hacer un buen trabajo de
bondage.

—La verdad que sí. Estarías increíble atado con cuerdas y colgado de los ganchos —le dije mientras él se reía.

—No quería sexo con nadie y empecé a sentirme incómodo hasta que apareciste tú y me tocaste el culo. No sé, tu forma de tocar, de mirarme, de sonreírme me hizo sentir bien. Te lo aseguro y desató la furia que llevaba dentro, toda la rabia contenida. Te propuse follarme y quería que fuera allí delante de todos los que lo habían deseado antes. Era como una liberación, como decir vosotros no, viendo en cada uno la culpabilidad que despertaba mi cerebro hacia aquel hijo de puta que me había puesto los cuernos.

—Pero ellos no tenían nada que ver, ellos estaban allí como tú, buscando conocer gente, hablar o tener un momento morboso y tú provocabas que el hielo se convirtiera en fuego. El
Eagle
, a mi modo de ver, es un lugar donde se crea complicidad entre los habituales, donde la gente libera sus fantasías sin presionar a nadie, donde cada uno se expresa sin tabúes y comparte con los demás.

—Lo sé. Nadie tenía la culpa, pero mi mente en ese momento no actuaba de forma racional y además, como te he dicho, era la primera vez que entraba.

—Te entiendo y me alegro que me dijeras que sí. Me hiciste sentir muy bien y mira por donde ahora estamos los dos aquí desnudos y hablando tranquilamente.

—Eso es lo que me gusta de ti. Eres muy sexual y a la vez sensual. Eres agresivo y tierno. Cuando estallas eres como un volcán y otras veces tranquilo como las aguas de un lago. Tal vez eso es lo que percibí en aquella mirada que me lanzaste, entre deseo y ternura y en aquel momento era lo que necesitaba.

—Que extraña es la vida. ¿Lo has vuelto a ver?

—No y espero no encontrármelo nunca.

—¿Sigues sintiendo algo por él?

—No, yo sólo puedo sentir por una persona y ahora por quien siento es por ti.

Me descolocó con aquella frase. Me rompió por dentro. Aquella misma tarde me había dicho que no buscaba que nos enamorásemos y ahora… Ahora me lanzaba toda una declaración. Le abracé con fuerza. Mi deseo de saber lo que pensaba mientras caminábamos aquella noche, se cumplió en ese instante y pareció leer mi mente confundida, dándome una pista, ofreciéndome un nuevo camino a seguir, entregándome su amistad y ahora su amor. Su olor pareció llenar toda la habitación con una fragancia envolvente que me arropó en la desnudez de la noche, como nunca había sentido. Respiré profundamente y noté en su cuerpo que imitaba mi respiración.

—Espero…

—No digas nada —le besé en la frente—. ¿Qué te parece si dormimos un rato y mañana nos levantamos pronto? Si hace sol, podríamos ir a pasear un rato por el Retiro. Los domingos me gusta respirar aire puro y además hay poca gente a primera hora de la mañana.

—¿Y si no hace sol?

—Nos quedamos en la cama abrazados, sintiéndonos el uno al otro.

—Me parece buena idea —se giró y me besó el pecho.

—No. Bésame en la boca. Quiero el sabor y el calor de tus labios antes de dormir.

Me sonrió, me besó, apagó la luz y se tumbó de lado, esperando que yo lo abrazara como me gustaba hacer con él. Pegado a su cuerpo y acariciando su torso mientras nos quedábamos dormidos. Sentir aquel calor tan especial que me ofrecía y el amor que destilaba. Su piel era parte de mi piel. Había abierto su corazón aquella noche, aunque tal vez ya lo había hecho en otras ocasiones, con pequeñas pinceladas, con pequeños detalles, con frases mezcladas con otras para despistar hasta que todo encajara. Pero yo no estaba preparado aún para amar, al menos de momento. No, aún no era el instante para el amor, aún faltaba tiempo para aprender a amar, no quería volver a equivocarme. Cuando estuviera preparado le entregaría todo mi ser sin reservas, pero ahora… Ahora sentía aquella sensación que atenazaba algo en mi interior y no la soltaba provocándome un dolor extraño, pero a la vez agradable. Me había acostumbrado tanto a la soledad, al vacío, a la libertad de mi cuerpo durante aquellos años, que mi corazón se quedó dormido y ahora se desperezaba de nuevo, enfrentándose a una realidad deseada, pero temida. Miré a través de la ventana como la luz de las farolas se filtraba iluminando tímidamente la habitación. Su figura ahora liberada del edredón, se dibujaba ante mis ojos mientras le acariciaba el torso, sintiendo los latidos lentos y relajados de su corazón. Cerré lo ojos y me dejé envolver de nuevo por el aroma de aquel hombre que mantenía abrazado a mí.

CAPÍTULO IV

Abrí lo ojos. Un extraño sonido violaba el silencio que nos rodeaba. Miré hacia la ventana, eran las gotas de agua que golpeaban furiosas contra el cristal. Estaba lloviendo con intensidad, de tal manera, que el ventanal parecía una gran catarata ocultando la visión del exterior. No me moví. Mi polla estaba dura y pegada contra las nalgas de Andrés. Sonreí y permanecí muy quieto. De nuevo cerré los ojos pero Andrés presintió de alguna manera que estaba despierto.

—Buenos días —susurró.

—Buenos días, ¿cómo te sientes en esta nueva y lluviosa mañana?

—Muy bien, pero no dejes de abrazarme. Ahora que estoy despierto quiero seguir sintiéndote así.

Le acaricié suavemente el pecho bajando hasta su vientre. Su piel estaba suave, relajada y muy calentita. Volví a subir la mano hasta el pectoral y sentí sus latidos lentos. Besé su cuello y se estremeció. Colocó su mano sobre la mía y jugó con mis dedos hasta cruzarlos. Allí arropados por nuestras pieles y el calor de la calefacción, los cuerpos reposaban en calma, sin que nadie perturbara el instante. Un instante al que no estaba acostumbrado y que me provocaba una paz que no recordaba. Andrés sin duda era alguien especial y si en realidad yo buscaba una persona que calmara mi espíritu inquieto, que aliviara la furia que se había desatado en mi interior, que relajara el estrés que produce esta ciudad, que me amara por lo que era y no me abandonase tras un momento fogoso de sexo, tal vez debía tomar una decisión.

Aquel hombre al que abrazaba esa mañana lluviosa, me hacía sentir lo que otros nunca habían logrado. En ellos encontré sexo y debo de reconocer que aquellas sensaciones me gustaban. Me sentía bien mostrando mi masculinidad y ofreciéndosela a los demás. Me motivaba como macho hambriento de sexo que otros me desearan. Me hacían sentir vivo cuando mis feromonas se disparaban deseosas de compartir aquel momento animal, lleno de fuerza, de agresividad, de lucha, entre dos guerreros desnudos, entre dos cuerpos batallando por expulsar toda la energía contenida en momentos de desenfreno, de lujuria y donde el corazón parece salirse del pecho, donde las piernas llegan a temblar y en aquel estado febril, los cuerpos transpiran por todos sus poros el líquido salado ante la batalla emprendida y con el deseo de que no finalice. Cuerpos ardiendo de pasión, pieles brillando de sudor, almas sexuales desnudas pero carentes de amor. En cambio ahora, aquí, en el descanso deseado por el guerrero, encuentro un alma buscando amor que habla con la mía y la despierta y en ese despertar ve una luz que le aterroriza y le estimula a la vez. El terror por abrir unas puertas tan cerradas que chirrían al menor movimiento y que temen dar a conocer lo que se encuentra en el interior: El estímulo de compartir lo que todos buscamos, lo deseado, el abrazo sincero, el beso cariñoso, la mirada tierna, el gesto fiel, las palabras silenciosas y las emitidas con naturalidad. Los sueños perdidos en el pasado volvían a emerger con más vigor que entonces. La inocencia de la juventud evocaba imágenes que llenaban la habitación. El amor se desperezaba y la pasión se contenía.

BOOK: Cruising
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