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Authors: Michael Cunningham
¿Carole Potter? Todavía no.
Llama al contestador de Victoria, que es de las que nunca responden al teléfono. Vic, soy Peter, quería saber cómo iba todo, dime si puedo hacer algo, estoy deseando ver tus nuevas obras. «Por favor, Victoria, dime que es verdad que las obras están terminadas. Por favor, Victoria, ahora que empiezas a tener éxito, no me dejes tirado para irte con otro marchante, aunque, por supuesto, ambos sabemos que eso es precisamente lo que vas a hacer.»
Llama a Ruth al Whitney y a Eve al Guggenheim, deja un recado a sus ayudantes confirmando que Ruth irá a las once del jueves y Eve a las dos. Deja también recado a los ayudantes de Newton en el MoMA y de Marla en el Met, por si suena la flauta.
Luego repasa la lista de coleccionistas. Ackerlick vía Zelman. Nadie coge el teléfono y Peter lo agradece. Los mensajes son mucho más fáciles. «¡Hola, soy Peter Harris, era solo para recordarte la inauguración privada de Victoria Hwang el jueves, son obras muy interesantes, si te apetece verlas pero no puedes venir a la inauguración, llámame, adiós.»
Muy bien. Ahora Carole Potter.
—Residencia de los Potter.
—Hola, Svenka. Soy Peter Harris.
—Hoooola, espera un minuto, por favor. Veré si Carole puede ponerse al teléfono.
Pasa un minuto.
—Hola, Peter.
—Hola, Carole.
—Lo siento, estaba escarbando en el jardín. ¿Te alegras de que acabe la temporada?
—¡Oh! Más bien tengo una sensación agridulce. ¿Qué tal los pollos?
—Tres han cogido un hongo horrible. Querer a los pollos es más difícil de lo que pensaba.
—Nunca he conocido a ninguno en profundidad.
—Francamente, son bastante estúpidos y muy mezquinos.
—Como la mitad de la gente que conocemos.
Ja, ja, ja.
—Peter, supongo que sabes por qué te he llamado.
—Ajá.
—Debe de ser que soy cobarde. No me veo con fuerzas de vivir con él.
—No es una pieza fácil.
—Espero que le digas a la gente lo mismo de mí.
Ja, ja, ja.
—¿Por qué no le das un poco más de tiempo?
—No creo. Lo siento mucho. Lo cierto es que no me apetece ir a esa parte del jardín. No quiero ni verlo.
—Bueno, eso es grave.
—¿Conoces a los Furston? ¿Bill y Augusta?
—Ajá.
—Vinieron a verme la otra noche e hizo que su schnauzer miniatura se pusiera histérico.
Ja, ja, ja, ja, ja.
—Oye, si los perros de los vecinos están sufriendo…
—Lo siento.
—No pasa nada. Sabíamos que podía no funcionar.
—¿Sabes lo que me gustaría en realidad?
—¿Qué?
—Que vinieses y me ayudaras a pensar qué poner en su lugar.
—Puedo ir.
—No quiero que te sientas obligado.
—No, no hay inconveniente.
—Es solo que… Es muy distinto verlo en la galería.
—Desde luego.
—Y tengo la sensación de que si tú y yo vamos a esa parte del jardín, se te ocurrirá algún artista en el que yo no habría caído.
—Solo hay un modo de averiguarlo.
—Eres un ángel.
—¿Cuándo te vendría bien?
—Bueno. Eso es lo malo.
—¿Qué?
—Ya sé que es mucho molestar, pero tenemos invitados. A mediados de la semana que viene. Los Chen, de Pekín, ¿los conoces?
Joder, pues claro. Zhi y Hong Chen, multimillonarios gracias a la venta de propiedades inmobiliarias, compran arte igual que los niños compran cómics, lo que no puede decirse de los norteamericanos más acaudalados. Son chinos, por el amor de Dios, son la esperanza (y, bueno, tal vez la destrucción) del futuro.
—He oído hablar de ellos.
—Ella es un encanto. Él puede ser un poco aburrido, la verdad. Voy a invitar a los Rinx para que me ayuden con Hong. Anne Rinx habla mandarín, ¿lo sabías?
—No tenía ni idea.
—En cualquier caso, creo que como muy tarde habría que retirar el Krim para entonces.
—¿Crees que los Chen traerán algún schnauzer?
Ja.
De acuerdo, no tiene gracia. Recuerda, Peter: eres una especie de híbrido entre un amigo y un ayudante contratado. Hay confianza, pero tampoco conviene abusar.
—Me encantaría tener algo nuevo para entonces. Si es que es remotamente posible.
—Hay muchas cosas posibles. Lo malo es que esta semana inauguramos una nueva exposición.
—¿Ah, sí?
—La de Victoria Hwang. ¿No te ha llegado la invitación?
—¡Oh! Claro que sí. ¿Entonces esta semana está descartada?
—Déjame pensar un momento. Probablemente podría pasarme el miércoles por la tarde a última hora.
—Si vienes muy tarde, no habrá suficiente luz. Esa parte del jardín solo está iluminada hasta eso de las cinco.
—Puedo llegar antes de las cinco.
—¿De verdad?
—Sí.
—Eres un auténtico ángel.
—Lo hago encantado. Le pediré a Uta que mire los horarios de tren, será más rápido que ir en coche.
—Gracias.
—No hay de qué.
—¿Me llamarás cuando sepas lo del tren? Gus irá a recogerte a la estación.
—Estupendo.
—Te adoro.
—Y yo a ti, adiós.
—Adiós.
Peter cuelga y se concede un momento. Los reyes, las reinas, los papas y los grandes comerciantes sin duda debían de ser más exigentes que Carole Potter. Lo curioso es que le cae bien Carole y en parte es por esa sensación suya de que tiene derecho a exigir. ¿Quién animaría el mundo libre si no hubiese gente rica que quiere las cosas hechas al instante? En teoría uno quiere que la gente viva tranquilamente de acuerdo con sus necesidades a la orilla de un río, pero lo cierto es que temes morirte de aburrimiento. De hecho, es emocionante que haya personas como Carole Potter, que cría pollos de competición y podría dar cursos de paisajismo; que mantiene a cuatro criados (más los veranos, durante la temporada de invitados); a un marido apuesto y levemente ridículo; a una preciosa hija que estudia en Harvard y a un hijo incorregible que hace no sé qué en Bondi Beach; Carole, que es encantadora y crítica consigo misma; capaz, si se la provoca, de una indiferencia hostil mucho más cruel que cualquier forma de rabia; que lee novelas, va al cine y al teatro y sí, sí, bendita sea, compra obras de arte, arte de verdad, del que entiende un poco.
Qué energía tiene esa gente. Cómo se lo toman todo.
Muy bien. Otro trabajo para Tyler. Ve allí cuanto antes y haz desaparecer el Krim.
¿Y qué puede conjurarse mágicamente para reemplazarlo?
Ajá. Un Rupert Groff sería perfecto, ¿no?
Pues claro que sí. Le parece estar viéndolo: una urna de Groff, reluciendo a la sombra del extremo sur del jardín de Carole, la parte más inglesa y menos cultivada de su reino, todo lavanda, malvaloca y estanques musgosos. Es el sitio ideal para un Groff, una de esas urnas asimétricas pero heroicas de bronce que parecen clásicas y posmodernas desde lejos, pero que vistas más de cerca están cubiertas de profanidades, monsergas políticas, instrucciones para fabricar bombas caseras y recetas para cocinar a los ricos. Por eso, claro, es tan perturbador Groff, por sus sátiras de las cosas hermosas y enormemente caras que en efecto resultan ser cosas enormemente caras y hermosas. En eso consiste la broma. Y Carole Potter sabrá apreciarla.
También valorará que Peter esté representando a Groff. Admítelo: Carole empieza a darte la espalda, y el fracaso del Krim no ayuda. Peter lleva veinte años en el negocio y nunca ha estado en la primera división. Ha sido fiel a una serie de artistas a quienes les ha ido bien, pero no han triunfado. Si no destaca pronto, lo más probable es que envejezca siendo un buen marchante de segunda fila, respetado, pero no temido.
Estaría muy, muy bien que los Chen viesen una de esas urnas reluciendo en el jardín de Carole. Es casi seguro que Carole les hablaría de él.
¿Sería macabro llamar a Bette tan pronto?
—Hola, Bette.
—Hola, Peter. Me alegró verte ayer.
—Bueno, ¿qué opinas del tiburón al cabo de un día?
—Me parece un tiburón muerto metido en una enorme caja de hierro y estoy deseando ir a España y empezar a preocuparme por los tomates.
—Me acaba de llamar Carole Potter. Ha tenido un Krim a prueba en su casa de Greenwich.
—Carole es genial. Tienes suerte de tenerla entre tus clientes.
—Pues el caso es que no se queda con el Krim.
—¿Y la culpas? Ya sabes que, entre otras cosas,
huele
.
—Lo tiene fuera.
—Aun así.
—Bueno, escucha.
—Quieres enseñarle algo de Groff.
—¿Hablabas en serio ayer?
—Pues claro. Iba a llamarle hoy mismo.
—Ahí está lo malo.
—¿Qué pasa?
—La señora quiere deshacerse del Krim ahora y tener algo en su lugar mañana. Tiene de invitados a los Chen.
—Los Chen son asesinos.
—¿Sabes de alguien a quien hayan asesinado?
—Ya sabes a lo que me refiero. Son magnates desaprensivos.
—¿Significa eso que yo también soy corrupto?
—No. No sé. A alguien tendrás que venderle. Y, además, podría ser bueno para Rupert.
—Entonces, ¿le llamarás?
—Ajá. Ahora mismo.
—Eres la mejor.
—Estoy pensando en mis tomates españoles.
—Adiós.
—Adiós.
Uf.
Hazlo sin más. Sigue adelante. Recuerda: es por el bien de algo. Recuerda que es muy posible que todo esto (por favor, Dios) acabe relacionándote con algún genio, desconocido e incognoscible, algún Prometeo que hoy sea un niño en Dayton, Ohio, o un adolescente en Bombay, o un místico en las junglas de Ecuador.
El día avanza.
Treinta y siete correos electrónicos nuevos. Responde a quince y deja los demás para después.
Hace más llamadas.
Llegan Tyler y sus hombres, empiezan a embalar los Vincent. Uta se ocupa de eso. Peter se limita a decir hola y a esconderse en su despacho.
Victoria, soy yo otra vez, te llamo para decirte que los Vincent ya están descolgados, puedes traer tus cosas cuando quieras.
Otro correo electrónico, este de Glen Howard. Han ido a visitarle al estudio los de la Bienal, es evidente que su estrella está en ascenso, quiere saber si Peter estaría dispuesto a considerar dejarle a él solo la galería de atrás en septiembre.
Glen, los de la Bienal visitan a cientos de artistas, y aunque te escogieran, te sorprendería la poca importancia que tiene. Mira la lista de la Bienal de hace diez años. No reconocerás un solo nombre
.
Piensa cómo expresar eso. Puede esperar hasta después de comer.
—Peter, soy Bette. He llamado a Rupert, está esperando tener noticias tuyas.
Le da el número.
—Eres la mejor —dice él.
—Lo hago encantada.
Hay una fatiga irónica en su voz: ¿habrá decidido, después de un último análisis, que Peter no es más que otro gilipollas?
A la mierda. Es muy probable que pueda vender un Groff y eso es lo que quieren los artistas de sus marchantes, ¿no? Los necesitan para vender su obra. Groff está en un momento delicado: todavía no es lo bastante famoso para cobrar precios desorbitados, pero sus obras cuestan una fortuna.
Llama a Rupert Groff. Salta el contestador. Hola, soy Groff, ya sabes lo que hay que hacer.
Rupert, soy Peter Harris. El amigo de Bette Rice. Me encantaría hablar contigo cuando tengas un minuto.
Deja el número.
Encarga un poco de comida, para él, para Uta, Tyler y sus hombres. Uta está ocupada, a Peter Harris, que es un jefe muy bueno, no le importa llamar él mismo. Para él ¿ensalada César con pollo asado, o un rollito de pavo ahumado? Ensalada. Se acerca el verano, es hora de reducir los hidratos de carbono. (¿A qué edad deja uno de preocuparse por esas cosas?) Además, tiene el estómago revuelto (¿cáncer?). Rollito de pavo.
Diecisiete correos electrónicos nuevos desde que lo miró la última vez. Uno de Victoria. Es capaz de cualquier cosa con tal de evitar una conversación.
PETER
,
ESTOY DANDO LOS ÚLTIMOS RETOQUES
,
TENDRÁS LAS OBRAS MAÑANA COMO MUCHO A LAS ONCE
.
BESOS
,
V
.
VIC
,
ESO ES ESTUPENDO
,
NOS VEMOS MAÑANA A LAS ONCE
,
DIME SI PUEDO AYUDAR EN ALGO
.
Bobby llega a mediodía para cortarle el pelo. Hola, hermosura. Bobby coquetea tanto con Peter como Peter con sus clientas de mediana edad, y probablemente por los mismos motivos. No obstante, Bobby es bueno, y no le importa hacer visitas a domicilio los lunes, cuando las peluquerías están tan cerradas como las galerías de arte.
Entran juntos en el baño, Bobby se pone a trabajar y empieza su soliloquio, a Peter le cuesta seguir el hilo de la conversación.
Ha conocido a un argentino, un poco mayor que él, pero que está buenísimo (al parecer Bobby jamás ha conocido a nadie que no esté buenísimo), quiere llevarse a Bobby una semana a Buenos Aires, pero Bobby no está seguro, quiero decir, que me conozco la historia, ¿sabes, Peter? Me refiero a que todos parecen muy majos, pero, cuando llegas con ellos a algún lugar lejano y empiezan a pagar todas las facturas, siempre esperan que…, en fin, da igual lo que esperen (es una tradición entre ellos que Bobby haga siempre alusión a oscuros actos sexuales, pero sin entrar en detalles), y francamente, bueno, ya me conoces…
Hay más. Siempre hay más (¿cómo lo hace Bobby, cómo se las arregla para no quedarse sin cosas que contar?), Peter se pierde. (¿Le devolverá la llamada Groff? ¿Habrá perdido el respeto de Bette?) De pronto:
—Peter, querido, ¿no has pensado en librarte de algunas de estas canas?
—¿Eh?
—Es solo una idea. ¿Qué edad tienes, cuarenta y cinco?
—Cuarenta y cuatro.
—Lo haríamos gradualmente. Semana a semana. Quiero decir que no aparecerías un día sin una sola cana. La gente no se daría ni cuenta.
Peter siente como si tuviese un vacío en el estómago.
—Pensaba que me daban un aire…, qué sé yo, distinguido.
No le dice a Bobby que lo que pensaba es que le daban un aire…, qué sé yo, sexy.
—Eso, cuando tengas sesenta años. Ahora te quitarías diez años de encima.
A Peter lo dominan sentimientos cargados de ansiedad. ¿De verdad parece tan viejo? ¿No es patético querer parecer joven? La gente lo notará, por mucho que lo hagan de forma gradual; será un tipo que se tiñe el pelo y perderá su seriedad para siempre; aunque tal vez Bobby pueda quitarle solo algunas canas, más o menos la mitad, y nadie lo notaría, solo les parecería más vital y, sí, un poco menos viejo.