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Authors: Espido Freire
Desde la sinceridad y la rabia, y con una lucidez extrema, la autora denuncia las causas que, de manera catastrófica, se conjugan para que miles y miles de jóvenes sucumban a un mal que lleva aparejadas gravísimas secuelas físicas y psíquicas. Las protagonistas de este ensayo forjaron con el dolor propio y el de sus familias las armas con las que salieron de su particular infierno. Sus palabras servirán sin duda de ejemplo y estímulo para otras víctimas que, como ellas luchan por superar esta enfermedad.
Espido Freire
Cuando comer es un infierno
Confesiones de una bulímica
ePUB v1.2
Polifemo724.10.11
Título: Cuando comer es un infierno
© 2002, Laura Espido Freire
© Santularia Ediciones Generales, S.L.
© De esta edición: marzo 2003, Suma de Letras, S.L.
Barquillo, 21. 28004 Madrid (España) www.puntodelectura.com
ISBN: 84-663-1048-7 Depósito legal: M-2.868-2003 Impreso en España - Printed in Spain
Cubierta: Gráfica
Fotografía de cubierta: Christofer Owe
Diseño de colección: Ignacio Ballesteros
Impreso por Mateu Cromo, S.A.
Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.
A mis padres, con todo mi cariño y agradecimiento.
«Es muy difícil jugar a ser princesa con un paño ensangrentado entre las piernas»
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SIMONE DE BEAUVOIR, El segundo sexo.
Pienso en las mujeres de siglos pasados que ingerían vinagre para cultivar su palidez y sus ojeras, en las que se daban fricciones con mercurio, o las que se depilaban la mitad de la trente para alargar de manera interesante sus facciones y mostrar la delicada curva del cráneo. Pienso en las deformidades y dolores que causaban los corsés, en la falta de oxígeno y en la pesadez de arrastrar un miriñaque. Pienso en los pies vendados de las mujeres chinas, en los collares que alargan y descoyuntan el cuello y en los tatuajes rituales de algunas tribus africanas. Pienso en las grandes bellezas de la historia, y en cómo siempre existía algo que las convertía en mujeres peculiares, fuera su inteligencia, su ambición o su destino trágico. Pienso en las barbaridades cometidas en nombre de la belleza, la virginidad o el papel de la mujer, y ninguna me parece más extrema, más dolorosa y grave que la actual obsesión por la delgadez y la juventud.
Las consecuencias son terribles: operaciones estéticas, no siempre con los resultados esperados y nunca eternas, enfermedades mentales, trastornos alimenticios que alteran la vida normal de los pacientes y pueden conducir a la muerte, insatisfacción, infelicidad, expectativas no cumplidas. Un número inmenso de mujeres, y un sector creciente de hombres atrapados en una carrera contra el tiempo y contra el peso, una negación continua de lo que son, por constitución y hábito, y de lo que serán, por experiencia y capacidad de sobrevivir.
Pocas de estas circunstancias se condenan adecuadamente. Ninguna de ellas se impide de modo efectivo. No se cuenta con el apoyo decidido de los gobiernos, ni con enmiendas de las empresas implicadas. La insatisfacción genera consumo, la inseguridad ha sido una tara propia de mujeres, inculcada cuidadosamente en ellas por los hombres y las demandas de una sociedad inmovilista. La insatisfacción, y su hermana gemela el ansia de perfección, matan. Nadie alerta de ello.
Ni siquiera una plaga contemporánea, como son los trastornos alimenticios, ha despertado más que tibios procedimientos, reacciones insuficientes que no hubieran llegado a nada sin la constancia de las enfermas y de sus familiares: la regulación de las tallas, o la hospitalización forzada de las afectadas han sido, entre otras medidas, producto de esa lucha.
Se desconoce el origen de la anorexia y la bulimia. Después de años se ha llegado a la conclusión de que se tratan de enfermedades causadas por una multitud de factores, y que el grupo de riesgo se compone de mujeres jóvenes. Se da, por lo tanto, una doble discriminación: no se presta demasiado interés real a las necesidades y preocupaciones de los adolescentes, aunque sí se les dedica mucha atención, y se dan demasiadas cosas por supuestas, Y las chicas, dentro de ese grupo, han sido históricamente consideradas como seres lindos y descerebrados, poco fiables y que se serenarán por sí mismas con el paso de los años. Se asumía que las niñas pasan por una etapa de llanto, recriminaciones, exigencias, insatisfacción con el propio cuerpo y oscilaciones hormonales. Y eso era todo.
Al menos la anorexia gozaba de cierta visibilidad: las chicas (continúo hablando en femenino, porque un noventa por ciento de las víctimas son mujeres) se negaban a comer hasta agonizar, convertidas en esqueletos de ojos obstinados, o sin llegar a esos extremos condicionaban la vida familiar hasta que resultaba insoportable.
La bulimia se nutre en el secreto, en la angustia callada, en una represión de emociones, en un crecimiento interno de la infelicidad y la vergüenza. En el exterior, nada ocurre: en muchos casos, la chica es sociable, alegre, responsable. No aumenta o disminuye de peso. La bulimia carcome de manera discreta, y lija el interior de las enfermas hasta dejarlas huecas. Ese hueco sólo puede llenarse con comida.
A los ojos de la sociedad en general no siempre resulta sencillo diferenciar entre bulimia y anorexia. Las dos son alteraciones de la conducta relacionadas con la comida, las dos afectan a mujeres jóvenes, las dos provocan pérdidas y modificaciones de peso.
Para colmo, algunas de las enfermas, tras haber padecido anorexia, caen en la bulimia. Sin embargo, son dolencias que se originan de manera distinta, y necesitan también un tratamiento diferente y específico.
Por lo general, el inicio de la anorexia es anterior en edad al de la bulimia, que comienza, por media, tres o cuatro años más tarde. Mientras que las anoréxicas presentan un bajo peso, debido al escasísimo consumo de alimentos y a la dieta cada vez más restrictiva, entre las bulímicas puede darse una tremenda variación, que oscila de la delgadez casi anoréxica a la obesidad.
Las anoréxicas pueden darse atracones, o presentar conductas bulímicas, mientras que en las bulímicas, que ocasionalmente pueden ayunar, como las anoréxicas, los atracones son constantes. Los medios principales de controlar el peso en las anoréxicas son la restricción de alimentos y el excesivo ejercicio. En las bulímicas, se recurre a dietas, vómitos, laxantes, diuréticos, y en escasas ocasiones, ejercicio. Eso se debe a que la hiperactividad es frecuente en las anoréxicas, mientras que las bulímicas tienden a una mayor pasividad, y también a la necesidad de control que sienten las primeras; las bulímicas, debido a su enorme impulsividad, pocas veces encuentran la disciplina necesaria como para ceñirse a un programa de ejercicios.
Entre las anoréxicas se encuentran pocos antecedentes de obesidad: de haberla, era mínima. Entre las bulímicas es más frecuente. La mayoría de las anoréxicas sufren amenorrea, algo mucho menos común en las bulímicas. Los problemas asociados a las anoréxicas, una vez que la enfermedad ha remitido, son menos frecuentes y peligrosos que los de las bulímicas.
Lo que iguala ambos trastornos es que las consecuencias para la salud son muy graves, y en más ocasiones de las que se desearía, crónicas.
Actualmente se considera que la bulimia (y también la anorexia) se diagnostica según los criterios dados por la lista CIE 10, dictaminada por la Organización Mundial de la Salud, o por el DSM-IV (Manual de la Asociación Americana de Psiquiatría). Según se conoce más a fondo el trastorno, la descripción de la enfermedad mejora y se acerca más a la realidad. Ambas tablas coinciden en lo esencial.
CRITERIOS PARA EL DIAGNÓSTICO DE LA BULIMIA NERVIOSA (DSM-IV)
A) Episodios recurrentes de sobreingesta. Cada uno de ellos se caracteriza por:
Comer en un periodo discreto de tiempo una cantidad de comida superior a la que la mayor parte de la gente comería en un periodo de tiempo y circunstancias similares.
Sentimiento de falta de control sobre la ingesta durante ese episodio (no poder parar o no poder limitar la cantidad de alimento).
B) Conductas recurrentes inadecuadas para compensar y prevenir el aumento de peso, como vómitos autoinducidos, abuso de laxantes, diuréticos y otras medicaciones, ayuno o ejercicio excesivo.
Los episodios de sobreingesta y las conductas compensatorias inadecuadas ocurren, como media, dos veces a la semana durante tres meses.
La autoestima está excesivamente supeditada a la figura y el peso.
E) El trastorno no ocurre exclusivamente durante episodios de anorexia nerviosa.
Tipos:
—Purgativo: la persona se autoinduce el vómito, o ingiere un exceso de laxantes o diuréticos para prevenir el aumento de peso.
—No purgativo: la persona usa otras conductas compensatorias no purgativas, como el ayuno o el ejercicio excesivo, pero no se provoca el vómito ni abusa de laxantes y/o diuréticos.
En la actualidad, sin embargo, ya no basta con conocer los síntomas, y es insuficiente afirmar que las mujeres jóvenes están en peligro. La edad de incidencia de la bulimia ha descendido hasta los nueve años, y ha aumentado hasta los cincuenta. Sus manifestaciones son también diversas: puede aparecer en la adolescencia, o mucho después, a raíz de un acontecimiento determinado, o como gota que colma el vaso. Las chicas pueden pedir ayuda, o ser descubiertas con un problema ya cronificado. En algunos casos, los estudios y la vida afectiva o familiar quedarán destrozados, y en otros el problema se centrará básicamente en la forma de alimentación.
No existe una medicación infalible para esta dolencia. El tratamiento dura varios años, exige la colaboración de expertos en nutrición, médicos y psicólogos, la involucración de la enferma y la familia; y aun así, una parte significativa de las chicas no se recupera. Una vez que este trastorno alimenticio se ha manifestado en una familia, la vida cambia. Ha de cambiar. La enfermedad no puede enterrarse y olvidarse cuando se han dominado los impulsos de atracarse o vomitar. Exige un reaprendizaje, un esfuerzo conjunto, un nuevo planteamiento de vida. Y no siempre se poseen los medios, las fuerzas o el conocimiento como para hacerlo.
La prevención es por lo tanto el único medio efectivo para evitar la enfermedad. Todas las chicas que han hablado conmigo, todas las que han accedido a revelar su testimonio, han insistido en su ignorancia: no conocían la bulimia, no sabían de sus riesgos, no se dieron cuenta de que estaban enfermas. Si se les hubiera advertido, si se les hubiera arropado. Si pudieran cambiar un momento en su vida, ése hubiera sido el del comienzo de la enfermedad.
Como tantas otras mujeres, he vivido de manera cercana los trastornos alimenticios: como tantas otras, he sufrido la presión de la apariencia, la exigencia de ser hermosa y mantenerme delgada. Durante años no he comentado con nadie mis dificultades, ni he recibido confidencias de nadie que se reconociera enfermo. Hasta que terminé la universidad no conocí a nadie en quien pudiera reconocer una bulimia, y hasta hace unos meses, nadie me confesó que la sufría.