Dejó el portafolios sobre la cama y se acercó a examinar la estantería. Estaba claro que ésa era la biblioteca de Bartmann, donde guardaba todo lo relacionado con el arte del tatuaje. Había textos académicos sobre la historia del arte corporal, libros sobre arte «fantástico» semipornográfico, y manuales de equipos de tatuaje. Pero había tres libros que no encajaban. Y uno de ellos hizo que Fabel sintiera una pequeña corriente de excitación que le recorrió el cuero cabelludo.
Gebrüder Grimm: Gesammelte Märchen
. Los cuentos completos de los hermanos Grimm. Junto a los cuentos de hadas, Fabel encontró dos libros sobre los antiguos tipos de letra gótica de Alemania: el
Fraktur, el Kupferstich y el Sütterlin
.
Letras y caligrafías del antiguo alemán; un ejemplar de los cuentos de hadas de los Grimm. No era algo que uno esperaría encontrar en el apartamento de un tatuador. Otro asesinato relacionado con los Grimm y otro cuerpo, pero que no se suponía que encontrarían.
Fabel sacó los tres libros de la estantería y los puso a un lado para guardarlos más tarde en bolsas de evidencias. Se quedó de pie un momento en el deprimente dormitorio y miró los libros. Sabía que todavía tenía que desentrañar el significado exacto de ese material; también sabía que acababa de dar un paso que lo acercaba mucho al asesino. Abrió el teléfono móvil y apretó un botón de la memoria de números.
—Anna… Soy Fabel. Tengo un encargo extraño. Quiero que telefonees a Fendrich y le preguntes si lleva algún tatuaje…
Martes, 27 de abril. 14:10 h
NEUSTADT, HAMBURGO
Weiss se mostró cortés y cooperante por teléfono cuando Fabel lo llamó a su casa, pero logró colar en su tono un mínimo indicio de que su paciencia estaba acabándose. Le explicó que el día siguiente estaría ocupado la mayor parte del tiempo con firmas de ejemplares y haciendo investigaciones para un libro nuevo que estaba escribiendo. Estaría en la zona de Neustadt, y le sugirió a Fabel que se encontraran allí alrededor de las once y media.
—Siempre que no le moleste realizar su interrogatorio al aire libre —dijo Weiss.
Fabel llegó diez minutos antes, como era habitual en él, y se sentó en un banco de la peatonal Peterstrasse. Los últimos restos de nubes se habían disipado y el cielo se ofrecía en un diáfano azul claro, y Fabel maldijo haber traído su pesada cazadora Jaeger. Estar adecuadamente vestido en un clima siempre cambiante era un problema que Fabel compartía con el resto de la población de Hamburgo. No se podía quitar la chaqueta porque llevaba la automática reglamentaria abrochada al cinturón, de modo que escogió un banco a la sombra de una hilera de árboles esparcidos por la calle empedrada. La Peterstrasse estaba flanqueada por edificios barrocos de cinco o seis plantas, con fachadas cargadas de ventanas y rematadas en gabletes de estilo holandés.
Minutos después de las once y media, la enorme silueta de Weiss salió por el imponente umbral del número treinta y seis, que estaba en la esquina de Peterstrasse y Hütten. Fabel conocía aquel edificio; lo había visitado con frecuencia en sus tiempos de estudiante. Se puso de pie cuando Weiss se acercó y ambos hombres se estrecharon la mano. Weiss sugirió con un gesto que se sentaran en el banco.
—Supongo que en su nuevo libro usted mantiene una temática literaria tradicional, similar a la anterior —dijo Fabel.
Weiss enarcó una de sus tupidas cejas en un gesto de interrogación y Fabel señaló el edificio del que el escritor acababa de salir.
—La Niederdeutsche Bibliothek; supongo que habrá estado estudiando la antigua literatura en bajo alemán. Yo solía pasar bastante tiempo allí…
—¿Cómo puedo ayudarlo, Herr Kriminalhauptkommissar? —La entonación de Weiss seguía insinuando un dejo de indulgencia impaciente, que irritó a Fabel, pero éste lo dejó pasar.
—Este caso tiene demasiadas coincidencias que me molestan, Herr Weiss —dijo Fabel—. Sospecho que el asesino ha leído su libro y que éste influye en sus actos.
—O podría ser que el asesino y yo simplemente usemos el mismo material, sólo que de una manera radicalmente diferente. Me refiero a la versión original de los
Cuentos para la infancia y el hogar
de los Grimm.
—No tengo duda de que es así, pero también siento que hay un… —Fabel se esforzó por encontrar la mejor manera de expresarlo—… una forma… libre en ambos. Un elemento interpretativo, si prefiere.
—¿Quiere usted decir que él no se ciñe estrictamente al libro?
—Sí. —Fabel hizo una pausa. Una anciana pasó llevando a un perro con una correa—. ¿Por qué no me ha dicho que el escultor era su hermano? ¿Que él fue el autor de la escultura de su estudio?
—Porque no me pareció que fuera de su incumbencia. Ni que tuviera nada que ver con lo que estábamos hablando. Lo que me lleva a preguntarle por qué siente que sí es de su incumbencia. ¿Soy sospechoso, Herr Fabel? ¿Quiere usted una descripción detallada de mis movimientos? —Los ojos de Weiss se estrecharon y refulgieron, bajo las tupidas cejas, con las primeras chispas de un oscuro fuego—. Oh, ya entiendo su lógica. Tal vez la locura sea algo de familia. Quizá yo también sea un lunático.
Fabel resistió la tentación de echarse hacia atrás y mantuvo la mirada de Weiss.
—De acuerdo, digamos que tengo motivos para sospechar. Su libro se publica y de pronto tenemos una serie de asesinatos que siguen la misma temática específica de su novela. A eso debemos añadir que estos asesinatos lo colocan a usted en el centro de la atención pública, aumentando el interés en su libro, y las ventas. Eso, al menos, justifica mi interés en usted.
—Ya veo… ¿De modo que estoy en el centro de atención de la policía, además del público? —La sonrisa que estiró los labios de Weiss estaba despojada de cualquier clase de calidez—. Si usted fuera tan amable de proporcionarme una lista de fechas y horas, yo le suministraré toda la información que necesita sobre mis movimientos en esos momentos.
—Ya la he preparado. —Fabel sacó una hoja doblada del bolsillo interno de la chaqueta—. Las fechas y las horas están allí. Y, siempre que sea posible, me sería útil que me diera los datos de cualquiera que pueda corroborar dónde se encontraba usted en esos momentos.
Weiss cogió el papel y se lo guardó en el bolsillo de la chaqueta sin mirarlo.
—Me encargaré de ello. ¿Eso es todo?
Fabel se inclinó hacia delante, apoyando los codos sobre las rodillas. Observó a la mujer y al perro cuando doblaron la esquina por Hütten.
—Escuche, Herr Weiss. Está claro que es usted un hombre muy inteligente. Las coincidencias entre su libro y estos homicidios no son la razón principal de mi presencia aquí. Supongo que usted es lo más aproximado que tengo a un experto sobre qué motiva al asesino. Necesito entenderlo. Necesito entender qué es lo que él cree ver en esos cuentos.
Weiss se acomodó en el banco y colocó sus grandes manos sobre las rodillas. Miró el empedrado de la calle debajo de sus pies durante un momento, como si estuviera reflexionando sobre lo que Fabel había dicho.
—De acuerdo. Pero no sé cómo podría ayudarlo. No puedo decir que tenga algún conocimiento especial sobre qué lo motiva. Es su realidad, no la mía. Pero, si me pide una opinión, no tiene nada que ver con los cuentos de hadas de los Grimm. Lo que él hace es su propia invención. Como mi libro…
Die Märchenstrasse
no tiene nada que ver con Jakob Grimm, en realidad. Ni con los cuentos de hadas de los hermanos Grimm. Todo aquello no es más que, bueno, un contexto para lo que yo he inventado libremente. —Weiss hizo una pausa. Señaló el barroco edificio de la Bürgerhäuser delante de ellos—. Fíjese en eso. Estamos aquí sentados, rodeados de historia. En la temporada alta, la Peterstrasse, así como Hütten y Neanderstrasse, dando vuelta la esquina, están llenas de turistas, en especial americanos, que vienen a empaparse del esplendor medieval tardío de estos edificios. Pero, como estoy seguro de que usted sabe muy bien, eso es una gran mentira. Estas espléndidas residencias barrocas se construyeron a finales de los sesenta y principios de los setenta. Jamás hubo edificios como ésos aquí antes. Ni siquiera son reconstrucciones: son invenciones, mentiras. Es cierto que se construyeron siguiendo planos históricos genuinos, pero no pertenecen a este sitio ni a esta época. Ni a ninguna otra.
—¿Qué quiere decirme, Herr Weiss?
—Sólo que usted y yo y cualquiera que sepa algo de la historia de Hamburgo conoce este hecho. Pero la mayoría de la gente no tiene la menor idea. Vienen aquí, y se sientan en estos bancos, así como estamos nosotros ahora, y absorben una sensación de historia, de historia alemana. Y eso es lo que experimentan. Lo que sienten. Es su realidad, porque creen en ella. No ven una estafa, porque no la hay.
Weiss se frotó la base de las manos contra las rodillas, en un gesto de frustración, como si estuviera esforzándose por dar forma a sus pensamientos.
—Usted me preguntó por mi hermano. La razón por la que no mencioné que él era el escultor de la obra que está en mi estudio es porque todo aquello todavía es demasiado real para mí. Demasiado reciente. Me alegré cuando Daniel se mató, y eso todavía me resulta muy difícil de afrontar. El estaba tan atormentado al final que sentí alivio cuando acabó con todo. Ya le he explicado que él creía que era un licántropo, un hombre lobo. El hecho es que realmente lo creía: para él era una realidad absoluta, incuestionable y terrible. Era mi hermano mayor y yo lo adoraba. El era todo lo que yo quería ser. Luego, cuando yo tenía casi doce años y él diecisiete, comenzó a tener esos episodios. Yo lo vi, Herr Hauptkommissar. Presencié cómo mi hermano sufría los ataques de una fuerza invisible que lo desgarraba. No era sólo una angustia mental que lo hacía gritar y aullar: era un intenso dolor físico. Lo que nosotros veíamos era a un adolescente en medio de un ataque, pero lo que Daniel experimentaba, lo que sentía verdaderamente, físicamente, era que cada fibra de su cuerpo se retorcía y se estiraba, que se le doblaban los huesos, que su cuerpo cambiaba de forma en medio de un sufrimiento increíble. Lo que quiero decir es que él sentía todo aquello. Era demasiado real para él. Aunque no lo fuera para nosotros. —Weiss apartó la intensa mirada que había clavado en Fabel—. De allí saqué la idea de mis novelas
Wahhuelten
. En la primera escribí sobre Daniel. Lo convertí en un lobo. No en un hombre lobo, sino en un rey lobo que gobernaba todas las manadas de lobos del mundo. Lo hice feliz y libre, libre del dolor, en mi historia. Y eso se convirtió en mi realidad para él. —Una vez más, Weiss hizo una pausa. Fabel pudo ver el dolor que se ocultaba en esos ojos oscuros—. Por eso se equivoca usted cuando dice que el asesino no se ciñe al libro, a los verdaderos cuentos. Sí que lo hace… porque se trata de su libro. De su realidad.
—Pero los cuentos de hadas de los Grimm, y tal vez hasta su libro, son su inspiración, ¿no?
—Evidentemente. Pero lo difícil de adivinar es cómo los interpreta. Escuche, ¿recuerda que le enseñé mi colección de ilustraciones?
Fabel asintió.
—Bueno, piense en la cantidad de interpretaciones artísticas y muy individuales que de los cuentos de los Grimm había allí. Y que son apenas una fracción de los cuadros, dibujos, ilustraciones de libros y esculturas que esos cuentos han inspirado. Fíjese en la ópera de Humperdinck… El hombre de arena aparece y vierte polvo mágico en los ojos de Hänsel y Gretel para hacerlos dormir. Eso no tiene nada que ver con la versión original de la historia. La interpretación del asesino, que claramente se ve a sí mismo como un artista, es tan subjetiva y personal como esas otras. Y esas interpretaciones pueden ser muy retorcidas. Los nazis se apropiaron de los cuentos de hadas de los hermanos Grimm de la misma manera en que usaron cualquier otro elemento de nuestra cultura que pudiera torcerse y corromperse para que se adecuara a sus propósitos. Hay una famosa ilustración de un libro, particularmente desagradable, en la que se ve a una Gretel muy «aria» empujando a la vieja bruja dentro del horno. Y la bruja tiene todos los rasgos judíos estereotípicos. Es una obra repugnante y, si uno lo piensa un poco, un presagio bastante estremecedor de los horrores que sobrevendrían.
—¿De modo que lo que usted dice es que lo que tenemos entre manos es un tema, y no un plan?
Weiss se encogió de hombros.
—Lo que digo es que no hay forma de saber qué hará a continuación o cómo cree que está evolucionando su obra. Pero el material con el que trabaja le da un rango terrible, una gran cantidad de cuentos que puede distorsionar para que encajen con sus propias previsiones.
—En ese caso, que Dios nos ayude —dijo Fabel.
Jueves, 29 de abril. 21:00 h
OTHMARSCHEN, HAMBURGO
Los cielos de Hamburgo seguían despejados después de otra tormenta que había limpiado el aire y ahora resplandecían con las últimas luces del atardecer. El apartamento de Fabel estaba inundado de un resplandor cálido y suave. El se sentía absolutamente exhausto. Arrojó la chaqueta y la pistolera sobre el sofá y se quedó de pie por un momento, contemplando su apartamento. Su pequeño reino. Le había puesto buenos muebles, incluso caros, y se había convertido en la exteriorización de su personalidad. Limpio, eficiente, casi demasiado organizado. Observó la vista y los muebles, los libros y los cuadros y los caros aparatos electrónicos. Pero a esa hora, al final del día, ¿era, acaso, menos solitario que el sórdido apartamento de Max Bartmann sobre su estudio?
Antes de desnudarse y meterse en la ducha, llamó a Susanne. No habían quedado para esa noche y ella se mostró sorprendida cuando atendió; sorprendida, pero feliz.
—Susanne, necesito verte. En tu casa, en la mía, en la ciudad, no importa dónde.
—De acuerdo —dijo ella—. ¿Algún problema?
—No… Para nada. Es sólo que tengo que hablar contigo.
—Oh, ya veo… —dijo ella. Estaba claro que había supuesto que se trataba del caso—. ¿Por qué no vienes aquí? Puedes quedarte a pasar la noche.
—Llegaré en media hora.
El apartamento de Susanne estaba en un magnífico edificio de la era de Wilhelminische, en el área de Övelgönne del distrito de Othmarschen de Hamburgo. Övelgönne se encontraba junto al Elba, en el Elbechaussee, y en el camino de Blankenese, tanto en términos geográficos como de atractivo. Fabel había pasado muchas noches en casa de Susanne, pero por alguna razón estaban más acostumbrados a quedarse a dormir en el apartamento de él. Fabel sospechaba que Susanne buscaba proteger su propio espacio más conscientemente que él. Pero le había dado una llave y, después de aparcar en una calle lateral, entró sin llamar.