Cuentos completos (264 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
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—Espero que no. ¡Vamos! Reúnete conmigo a la hora de la cena y discutiremos el momento y el lugar para tus… en… cinco minutos.

Lincoln Fields se esforzó en calmar la inquietud que le embargaba mientras esperaba en la habitación «de conciertos» particular de Garth Jan. Experimentó un súbito deseo de reír al ocurrírsele la idea de que solía sentirse exactamente igual en la sala de espera de un dentista.

Encendió su décimo cigarrillo, dio dos chupadas y lo tiró.

—Estás haciendo todo esto de forma muy complicada, Garth.

El marciano se encogió de hombros.

—Sólo dispones de cinco minutos y yo debo procurar que los emplees de la mejor manera posible. Vas a oír parte de un
portwem
, que para nuestro sentido es el equivalente a gran sinfonía (¿es ésta la palabra?).

—¿Tenemos que esperar mucho más? El suspense, para decir una trivialidad, es horrible.

—Estamos esperando a Novi Lon, que tocará el
portwem
, y a Done Vol, mi médico particular. Pronto llegarán.

Fields paseó la mirada sobre el estrado de poca altura que ocupaba el centro de la habitación y contempló el intrincado mecanismo que había encima con curioso interés. La parte anterior estaba encerrada en brillante aluminio, dejando sólo al descubierto siete hileras de relucientes botones negros arriba y cinco grandes pedales abajo. Sin embargo, por detrás estaba abierto, y dentro se cruzaban y entrecruzaban alambres finísimos en senderos increíblemente complicados.

—Es una cosa muy curiosa —observó el terrícola.

El marciano subió también al estrado.

—Es un instrumento muy caro. Me costó diez mil créditos marcianos.

—¿Cómo funciona?

—Casi igual que un piano en la Tierra.

Cada uno de los botones superiores controla un circuito eléctrico diferente. Manipulando los botones, uno a uno, o juntos, un experto músico de
portwem
puede formar cualquier patrón concebible de corriente eléctrica. Los pedales de debajo controlan la intensidad de la corriente.

Fields asintió distraídamente y deslizó los dedos, al azar, sobre el teclado. Vio cómo el pequeño galvanómetro, localizado justo encima de las teclas, oscilaba violentamente cada vez que apretaba un botón. Aparte de esto, no percibió nada.

—¿Es verdad que el instrumento está tocando?

El marciano sonrió.

—Sí, así es. Y una serie de atroces discordancias, además.

Tomó asiento frente al instrumento y murmuró:

—Se hace así.

Sus dedos rozaron rápida y expertamente los brillantes botones. El sonido de una chillona voz marciana que gritaba con acentos estridentes le interrumpió, y Garth Jan se detuvo con súbita confusión.

—Es Novi Lon —dijo apresuradamente a Fields—. Como de costumbre, no le gusta mi forma de tocar.

Fields se levantó para saludar al recién llegado. Tenía, los hombros encorvados y no había duda de que con taba una edad avanzada. Un fino trazado de arrugas, especialmente alrededor de los ojos y la boca, cubría su rostro.

—Así que éste es el joven terrícola —exclamó, en un inglés con marcado acento—. Desapruebo su irreflexión, pero simpatizo con su deseo de asistir a un
portwem
. Es una lástima que no pueda disfrutar de nuestro sentido más que cinco minutos. Sin él, nadie puede decir sinceramente que ha vivido.

Garth Jan se echó a reír.

—Exagera, Lincoln. Es uno de los mejores músicos de Marte y cree que cualquiera que prefiera respirar a oír un
portwem
merece la condenación eterna. —Abrazó cariñosamente al anciano—. Fue mi profesor en mi juventud y pasó muchas horas esforzándose en enseñarme las mejores combinaciones de circuitos.

—Y al final he fracasado, zopenco —dijo el viejo marciano—. He oído tus intentos al entrar. Aún no has aprendido la combinación
fortgass
correcta. Estabas profanando el alma del gran Bar Danin. ¡Mi alumno! ¡Bah! ¡Es una vergüenza!

La entrada del tercer marciano, Done Vol, impidió a Novi Lon continuar con su diatriba. Garth, satisfecho de aquel descanso momentáneo, se apresuró a acercarse al médico.

—¿Todo listo?

—Sí —gruñó Vol con mal humor— y será un experimento particularmente interesante. Sabemos todos los resultados por adelantado. —Su mirada cayó sobre el terrícola, al que observó coléricamente—. ¿Es éste el que quiere ser inoculado?

Lincoln Fields afirmó con impaciencia y sintió que de pronto se le secaban la garganta y la boca. Observó al recién llegado con incertidumbre y se sintió intranquilo al ver una diminuta botella de líquido claro y una hipodérmica que él médico había extraído del maletín que llevaba.

—¿Qué va usted a hacer? —inquirió.

—Nada más que inocularte. Sólo tardará un segundo —le aseguró Garth Jan—. Verás, en este caso los órganos sensitivos son varios grupos de células de la corteza del cerebro. Están activados por luna hormona, una preparación sintética que se emplea para estimular las células durmientes del ocasional marciano que ha nacido… er… «ciego». Tú recibirás el mismo tratamiento.

—¡Oh…! ¿Así que los terrícolas poseen esas células corticales?

—En un estado muy rudimentario. La hormona concentrada las activará, pero sólo durante cinco minutos. Después de este tiempo, literalmente se apagan como resultado de su inusitada actividad. Luego ya no pueden ser reactivadas en ninguna circunstancia.

Done Vol terminó los preparativos de último momento y se acercó a Fields. Sin una palabra, Fields extendió el brazo derecho y la hipodérmica se hundió en él. Una vez concluida la operación, el terrícola esperó uno o dos minutos y soltó una carcajada temblorosa.

—No siento ningún cambio.

—No lo sentirás hasta dentro de diez minutos —explicó Garth—. Lleva tiempo. Siéntate cómodamente y descansa. Novi Lon ha empezado Canales en el desierto, de Bar Danin, es mi favorito, y cuando la hormona empiece su trabajo, estarás en la gloria.

Ahora que la suerte estaba echada, Fields se sentía insensiblemente tranquilo.

Novi Lon tocaba sin cesar, y Garth Jan, a la derecha del terrícola, se hallaba sumido en la composición. Incluso Done Vol, el irritable médico había olvidado su mal genio por el momento.

Fields sonrió disimuladamente para sí.

Los marcianos escuchaban con atención, pero para él la habitación estaba desprovista de sonido y… casi de cualquier otra sensación. Pero —no, era imposible, desde luego— ¿y si todo aquello no fuera más que una broma? Se removió con inquietud en su asiento y desechó la idea de su mente.

Los minutos pasaban; los dedos de Novi Lon volaban; la expresión de Garth Jan revelaba genuino placer.

Entonces Lincoln Fields parpadeó rápidamente. Por un momento una aureola de color pareció rodear al músico y su instrumento. No podía identificarlo… pero estaba allí. Aumentó y se extendió hasta que la estancia estuvo llena de aquello. Otros matices vinieron a sumársele y después otros. Se entrelazaban y ondeaban; dilatándose y contrayéndose; cambiando con velocidad de relámpago y permaneciendo igual. Se formaban intrincados patrones de brillante tintas para desaparecer enseguida, estallando en silenciosas explosiones de colorante los ojos del joven. Simultáneamente, se produjo la impresión de sonido. A partir de un susurro, creció hasta convertirse en un glorioso y resonante grito que recorrió la escala en todas direcciones en trepidantes trémolos.

Creía oír todos los instrumentos, desde el flautín hasta el contrabajo, simultáneamente, y sin embargo, paradójicamente, cada uno de ellos sonaba en su oído con solitaria claridad.

Y junto a esto, se produjo la sensación aún más sutil del olor. Desde una sospecha, una simple sombra, se convirtió en un fantasmal campo de flores. Delicados aromas de especias se sucedieron unos a otros, con una intensidad cada vez más fuerte; en sutiles emanaciones de placer. Pero todo esto no era nada. Fields lo sabía. De alguna forma, sabía que lo que oía, veía y olía no eran más que ilusiones…, espejismos de un cerebro que trataba frenéticamente de interpretar una concepción totalmente nueva de la misma forma vieja y familiar.

Gradualmente, los colores, los sonidos y los olores murieron. Su cerebro estaba empezando a comprender que se enfrentaba con algo nunca experimentado hasta el momento. El efecto de la hormona se hizo más fuerte, y de pronto —en una explosión— Fields supo lo que sentía. No lo vio, ni lo oyó, ni lo saboreó, ni lo palpó. Sabía lo que era, pero no se le ocurría el modo de describirlo. Lentamente, comprendió que no había ninguna palabra que lo designara. Aún más lentamente, comprendió que ni siquiera había ningún concepto para hacerlo.

Sin embargo, sabía lo que era.

En su cerebro golpeaba algo que consistía en ondas puras de placer… algo que le elevaba fuera de sí mismo y le sumergía de lleno en un universo desconocido para él hasta entonces. Se sumía en la interminable eternidad de… algo. No era sonido ni visión, sino que era… algo. Algo que le rodeaba y le ocultaba de todo lo que había a su alrededor…, eso es lo que era. Era interminable e infinito en su variedad, y con cada onda, avistaba un horizonte más lejano, y la maravillosa sensación se hacía más profunda y dulce, y más hermosa.

Entonces llegó la discordancia. Primero como un ligero crujido… que desfiguró una belleza perfecta. Después se extendió, ramificó y aumentó, hasta que, por último, se resquebrajó atronadoramente… aunque sin un sólo sonido.

Lincoln Fields, aturdido y perplejo, volvió a encontrarse en la habitación de conciertos.

Se puso tambaleantemente en pie y asió a Garth Jan por el brazo con violencia. —¡Garth! ¿Por qué ha parado? ¡Dile que continúe! ¡Díselo!

La asombrada expresión de Garth Jan se trocó en otra de piedad.

—Aún está tocando, Lincoln.

La confundida mirada del terrícola no demostró haberle entendido. Miró a su alrededor sin ver nada. Los dedos de Novi Lon corrían a lo largo del teclado tan ágilmente como antes; la expresión de su rostro seguía igual de absorta. Lentamente, comprendió la verdad, y los ojos vacíos de Lincoln se llenaron de horror.

Se sentó, emitiendo una exclamación ahogada, y enterró la cabeza entre las manos.

¡Los cinco minutos habían pasado! ¡No podían volver!

Garth Jan sonreía… una sonrisa de desagradable malicia.

—Hace un momento me compadecía de ti Lincoln, pero ahora me alegro… ¡me alegro! Tú me obligaste a hacerlo…, me obligaste. Espero que estés satisfecho, porque sin duda yo lo estoy. Durante el resto de tu vida —su voz se convirtió en un murmullo sibilante— te acordarás de estos cinco minutos y de lo que te pierdes… de lo que nunca volverás a tener. ¡Estás ciego, Lincoln…, ciego!

El terrícola alzó un rostro macilento y sonrió, pero no hizo otra cosa que enseñar los dientes. Necesitó toda la fuerza de voluntad que poseía para mantener un aire de compostura.

No fue capaz de hablar. Con pasos vacilantes, salió de la habitación, con la cabeza erguida hasta el fin. Y en su interior, aquella minúscula y amarga voz, repetía una y otra vez:

«¡Vuelves a ser un hombre normal! Te vas ciego…, ciego…, CIEGO.»

Historia (1941)

“History”

El delgado brazo de Ullen empujaba el estilete cuidadosa y esmeradamente a través del papel; sus ojos miopes parpadeaban detrás de unos gruesos cristales. La luz de señales centelleó dos veces antes de que contestara.

Volvió una página y gritó:

—¿Eres tú, Johnnie? Entra, por favor.

Sonrió amablemente, con su delgado rostro marciano encendido de placer.

—Siéntate, Johnnie, pero primero baja la persiana. El fulgor del sol de la Tierra es muy molesto. Ah, así está mejor, y ahora siéntate y no hagas nada. Quiero silencio durante un rato, pues estoy ocupado.

John Brewster cambió de lugar un montón de papeles mal ordenados y se sentó. Quitó el polvo de los bordes de un libro que estaba abierto sobre la silla más cercana y miró con reproche al historiador marciano.

—¿Sigues fisgoneando en esas viejas cosas llenas de moho? ¿No te cansas?

—Por favor, Johnnie —Ullen no levantó la mirada—, perderás la página. Ese libro es
La era de Hitler,
de William Stewart, y es muy difícil de leer. Usa muchas palabras que no explica.

Su mirada, al detenerse sobre Johnnie, era de petulancia ceñuda.


Nunca
explican sus términos —prosiguió—. Es algo muy poco científico. En Marte, antes de empezar siquiera, decimos: «Esta es una lista de todas las definiciones de los términos que se emplearán» Si no, ¿cómo se puede hablar sensatamente? ¡Hum! Los terrícolas estáis locos.

—Oh, vamos, Ullen…, olvídalo. ¿Por qué no me miras
?
¿Ni siquiera te has dado cuenta de nada?

El marciano suspiró, se quitó los lentes, los limpió concienzudamente, y volvió a ponérselos con cuidado. Contempló a Johnnie con aire distraído.

—Bueno, me parece que llevas un traje nuevo. ¿Verdad?

—¡Un traje nuevo!
¿Eso
es todo lo que vas a decir, Ullen? Esto es un
uniforme.
Soy miembro de la Defensa de la Patria —Se puso en pie, como la personificación de la exuberancia juvenil.

—¿Qué es eso de la Defensa de la Patria? —preguntó lánguidamente Ullen.

Johnnie tragó saliva y volvió a sentarse con impotencia.

—Verás, en realidad creo que no has oído hablar de que la semana pasada hubo guerra entre la Tierra y Venus. Apuesto algo a que no lo sabías.

—He estado ocupado —frunció el ceño y los delgados labios sin sangre—. En Marte no hay guerra… por lo menos, ya no la hay. Hubo un tiempo en que solíamos luchar, pero de eso hace mucho tiempo. Hubo una época en que también éramos científicos, pero de
eso
hace mucho tiempo. Ahora, somos muy pocos… y no luchamos. —Pareció estremecerse y habló con más energía—: Dime, Johnnie, ¿sabes dónde puedo averiguar lo que significa «honor nacional»? Me he atascado. No puedo seguir adelante a menos que lo comprenda.

Johnnie se levantó hasta alcanzar toda su altura y lucir el uniforme verde sin mácula del Servicio Terrestre. Se rió con amable indulgencia.

—No tienes remedio, Ullen… viejo tonto. ¿No vas a desearme suerte? Mañana saldré al espacio.

—Oh, ¿hay peligro?

Hubo una carcajada de protesta.

—¿Peligro? ¿Qué crees tú?

—Bueno, pues ir en busca del peligro es una tontería ¿Por qué lo haces?

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