Cuentos completos (461 page)

Read Cuentos completos Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
11.14Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Al grano con la herencia —dijo Trumbull mostrando señales de impaciencia.

—El abuelo no era rico pero tenía unos pocos miles. Cuando llegó a casa nos contó que había comprado acciones negociables por valor de tres mil dólares y que nos las daría cuando muriera.

—¿Por qué cuando muriera? —preguntó Rubin.

—Supongo que al viejo le preocuparía que nos cansáramos de él. Mantenía los tres mil dólares como una recompensa por buena conducta. Si todavía estaba con nosotros cuando muriera, nos daría las acciones; si lo echábamos, no lo haría. Supongo que eso era lo que pensaba. Las escondió en diferentes lugares. Los viejos suelen ser cómicos. De vez en cuando solía cambiar el lugar del escondite cuando comenzaba a temer que las pudiéramos encontrar. Por supuesto, generalmente las encontrábamos antes que pasara mucho tiempo, pero nunca se lo decíamos y jamás las tocamos. Las puso en la canasta de la ropa sucia y tuvimos que devolvérselas y pedirle que las pusiera en otro lado porque tarde o temprano terminarían en la máquina lavadora. Eso sucedió en la época en que tuvo un pequeño ataque… No hubo relación entre las dos cosas, de eso estoy seguro, pero después de eso se hizo un poco más difícil manejarlo. Se fue poniendo hosco y no hablaba mucho. Le costaba mover la pierna derecha y eso le recordaba la muerte. Después de eso parece que escondió las acciones con más cuidado porque les perdimos la pista, aunque no le dimos mucha importancia. Supusimos que nos diría dónde estaban cuando él se sintiera preparado para hacerlo. Después, hace dos meses, mi hijita Julia que es la menor, vino corriendo a decirnos que el abuelo estaba tendido sobre el sofá y que lo notaba raro. Corrimos ala sala y nos dimos cuenta de que había sufrido otro ataque. Llamamos al doctor, pero se veía claramente que tenía afectado totalmente el lado derecho. No podía hablar. Podía mover los labios y emitir sonidos, pero no pronunciaba palabras. No dejaba de mover su brazo izquierdo intentando hablar, y yo le pregunté: "Abuelo, ¿estás tratando de decirnos algo?" El sólo pudo hacer una señal temblorosa de asentimiento. "¿Sobre qué?", le pregunté, pero sabía que no podía decírmelo, de modo que le dije: "¿Son las acciones?" Nuevamente una señal. "¿Quieres que las tengamos nosotros?" Otra vez una señal afirmativa y su mano comenzó a moverse como si intentara señalar algo. " ¿Dónde están?", le pregunté. Su mano izquierda tembló y continuó señalando. No pude evitar decir: " ¿Qué estás señalando, abuelo?", pero él no pudo decírmelo. Su dedo seguía señalando ansiosa y temblorosamente y su rostro parecía desesperado cuando intentaba hablar y no podía. Sentí lástima por él. Nos quería dar las acciones, recompensarnos y se estaba muriendo sin poder hacerlo. Mi mujer, Caroline, lloraba y decía: "Déjalo tranquilo, Simon", pero yo no podía dejarlo. No podía dejarlo morir desesperado. "Tendremos que mover el sofá hacia donde está apuntando", dije. Caroline no quería, pero el viejo seguía moviendo la cabeza. Caroline tomó el sofá de un extremo y yo del otro y lo movimos, poco a poco, tratando de no sacudirlo. No era muy liviano, tampoco. Su dedo seguía señalando, siempre señalando. Volvió la cabeza en dirección a donde estábamos moviendo y lanzaba gemidos como para indicar si lo llevábamos en dirección correcta o no. Yo le decía, "¿Más a la derecha, abuelo?" "¿Más hacia la izquierda?" Y de vez en cuando él afirmaba. Finalmente logramos ponerlo frente a los estantes de libros y él giró lentamente la cabeza. Yo hubiera querido ayudarle, pero temía hacerle mal. Logró volver la cabeza hacia el otro lado y miró fijamente los libros por largo rato. Luego su dedo se fue moviendo a lo largo de las filas de libros hasta señalar uno en particular. Era un ejemplar de las Obras de Shakespeare, " ¿Shakespeare, abuelo?", le pregunté. No contestó, no hizo ninguna señal afirmativa, pero sus facciones se relajaron y dejó de hacer esfuerzos por hablar. Supongo que no me oyó. Algo parecido a una semi sonrisa le levantó el ángulo de la boca y murió. Vino el doctor, el cuerpo fue trasladado y se hicieron los arreglos necesarios para el funeral. No fue sino después del funeral cuando volvimos a Shakespeare. Creímos que se podía esperar y no nos parecía correcto dedicarnos a eso antes de ocuparnos del viejo. Supuse que en el volumen de Shakespeare habría algo que nos indicaría dónde estaban las acciones, y entonces recibimos el primer shock. Volvimos todas las páginas, una por una, y no había nada en él. Ni un pedazo de papel. Ni una palabra.

—¿Y en la encuadernación? —preguntó Gonzalo—. Entre el lomo y el material que engoma las páginas… Ud. sabe lo que quiero decir…

—Nada, allí.

—¿Quizás alguien lo tomó?

—¿Cómo? Los únicos que lo sabíamos éramos Caroline y yo. No parece que haya habido un robo. Finalmente pensamos que en algún lado del libro debía de haber alguna pista, en lo que estaba escrito, en las obras teatrales… Esa fue idea de Caroline. En los últimos dos meses he leído cada palabra de las obras teatrales de Shakespeare; cada palabra de sus sonetos y sus poemas diversos… Dos veces los he leído. No he conseguido nada.

—Al diablo con Shakespeare —dijo Trumbull en tono pendenciero—. Olvídese de la pista. Debió dejarlas en algún lado de la casa.

—¿Por qué piensa eso? —preguntó Levy—. Puede haberlas depositado en la caja fuerte de algún banco, si es por eso. Iba de un lado a otro, incluso después de su primer ataque. Después que encontramos las acciones en el canasto de la ropa sucia, puede haber pensado que la casa no era segura.

—De acuerdo, pero puede ser que a pesar de eso las haya puesto en algún lugar de la casa. ¿Por qué no buscan?

—Lo hicimos. O por lo menos Caroline lo hizo. Así fue cómo dividimos el trabajo. Ella registró la casa, que es grande y espaciosa —razón por la cual pudimos traer al abuelo a vivir en ella—, y yo registré a Shakespeare, y ambos terminamos en cero.

Avalon se alisó el entrecejo pensativo y dijo:

—Veamos, no hay razón por la que no podamos utilizar la lógica en esto. Supongo, Simon, que tu abuelo nació en Europa.

—Sí. Vino a los Estados Unidos cuando era adolescente, justo cuando comenzaba la primera Guerra Mundial. Logró salir a tiempo.

—Supongo que no tuvo grandes estudios.

—Ninguno en absoluto —dijo Levy—. Entró a trabajar en el taller de un sastre, finalmente pudo instalar su propio taller y siguió siendo sastre hasta que se jubiló. No tuvo ninguna educación, excepto la típica educación religiosa que los judíos se daban unos a otros en la Rusia zarista.

—Y entonces, ¿cómo crees que pueda indicarte ciertas pistas en las obras de Shakespeare? No debe de haberlas conocido en absoluto.

Levy arrugó el ceño y se echó hacia atrás en su silla. No había tocado el coñac que Henry había puesto frente a él hacía un rato, pero entonces lo tomó, hizo girar el tallo de la copa con suavidad y volvió a colocarla sobre la mesa.

—Estás sumamente equivocado, Jeff —dijo en tono distante—. Puede ser que no haya tenido una educación, pero era bastante inteligente y había leído mucho. Sabía la Biblia de memoria y de adolescente había leído La Guerra y la Paz. Leyó mucho a Shakespeare, también. Cierta vez fuimos a ver una representación de Hamlet en un parque y él entendió y gozó la obra mucho más que yo.

Rubin interrumpió atropelladamente.

—No tengo la menor intención de volver a ver Hamlet hasta que pongan un Hamlet que se parezca a lo que Hamlet debió de haber sido. ¡Gordo!

—¡Gordo! —dijo Trumbull, indignado.

—Sí, gordo. La reina dice de Hamlet en la última escena: "Es gordo y corto de aliento". Si Shakespeare dice que Hamlet era gordo…

—La que habla allí es su madre, no Shakespeare. Es un típico exceso de solicitud maternal de una mujer no muy brillante…

Avalon golpeó la mesa.

—¡Ahora no, señores! —dijo, y se volvió hacia Levy—. ¿En qué idioma leía tu abuelo la Biblia?

—En hebreo, por supuesto —dijo Levy fríamente.

—¿Y La Guerra y la Paz?

—En ruso. Pero a Shakespeare, para tu conocimiento, lo leía en inglés.

—La cual no era su lengua nativa. Supongo que lo hablaba con cierto acento.

La frialdad de Levy había descendido a la temperatura del hielo.

—¿A qué quieres llegar, Jeff?

—Ejem —hizo Avalon—. No soy ningún antisemita. Estoy señalando simplemente el hecho obvio de que si el abuelo de tu mujer no estaba familiarizado con el idioma, no hay modo de saber con cuánta sutileza puede haber utilizado a Shakespeare como referencia. No es probable que usara la frase "y allí se sienta el bufón", de la obra Ricardo II, porque por muy leído que fuese no creo que supiera qué significa.

—¿Qué significa? —preguntó Gonzalo.

—No importa —dijo Avalon, impaciente—. Si tu abuelo utilizó a Shakespeare, tiene que ser alguna referencia perfectamente obvia.

—¿Cuál era la obra de teatro favorita de su abuelo? —preguntó Trumbull.

—Le gustaba Hamlet, por supuesto. Sé que no le gustaban las comedias —repuso Levy— porque le parecía que el humor de ellas era poco digno y porque las historias no significaban nada para él… Espere: le gustaba Otelo.

—Está bien —dijo Avalon—. Deberíamos concentrarnos en Hamlet y en Otelo.

—Las leí —dijo Levy—. No pensarán que las dejé aun lado.

—Y debe de haber sido un pasaje bien conocido —continuó Avalon, sin prestarle atención—. A nadie se le puede ocurrir que el sólo hecho de señalar a Shakespeare pueda ser una clave útil si se trata de encontrar alguna línea entre tantas.

—La única razón por la que lo señaló —dijo Levy—, es porque no podía hablar. Puede ser que haya sido algo muy oscuro y que él habría podido explicar de poder hablar.

—Si hubiera podido hablar —dijo Drake con lógica— no habría tenido que explicar nada: les habría dicho dónde estaban las acciones, simplemente.

—Exactamente —dijo Avalon—. Bien dicho, Jim. Simon, dijiste que después que el anciano señaló hacia Shakespeare, su rostro se relajó y dejó de hacer esfuerzos por hablar. Sintió que les había entregado todo lo que necesitaban saber.

—Pero no lo hizo —dijo Levy con tristeza.

—Usemos la lógica, entonces —dijo Avalon.

—¿Tenemos que hacerlo? —dijo Drake—. ¿Por qué no preguntarle a Henry, ahora…? Henry, ¿qué verso de Shakespeare serviría para nuestros propósitos?

Henry, que estaba retirando silenciosamente los platos de postre, dijo:

—Tengo cierto conocimiento de las obras de Shakespeare, señor, pero debo admitir que no se me ocurre ningún verso apropiado.

Drake pareció desilusionado, pero Avalon dijo:

—Vamos, Jim, Henry se ha desempeñado muy bien en otras ocasiones, pero no es necesario creer que estamos indefensos sin él. Me jacto de conocer a Shakespeare bastante bien.

—Yo no soy ningún novicio, tampoco —dijo Rubin.

—Entonces, entre los dos, solucionemos esto. Consideremos a Hamlet primero. Si es Hamlet, entonces tiene que ser uno de los monólogos, porque son las partes más conocidas del drama.

—En realidad—dijo Rubin—, el verso "Ser o no ser, la alternativa es ésa", es el más conocido de Shakespeare. Eso lo define del mismo modo que el "Cuarteto" de Rigoletto tipifica a la ópera.

—Estoy de acuerdo —dijo Avalon—. Ese monólogo habla de muerte y el viejo se estaba muriendo. "Morir: dormir; no más, y con un sueño pensar que concluyeron las congojas, los mil tormentos…"

—Sí, pero ¿de qué sirve eso? —dijo Levy impaciente—. ¿A dónde nos lleva?

Avalon, quien siempre recitaba a Shakespeare en lo que él insistía que era una pronunciación Shakespeareana (y que sonaba extraordinariamente parecida al dialecto irlandés), dijo:

—Bueno, no estoy seguro.

—¿No es en Hamlet donde Shakespeare dice, "la comedia y con su ayuda"? —dijo de pronto Gonzalo.

—Sí —dijo Avalon—. "La comedia: con su ayuda la conciencia del Rey veré desnuda."

—Bien —dijo Gonzalo—. Si el viejo estaba señalando un libro de drama, quizás ésa sea la línea que buscamos. ¿No tiene la foto de un rey, o un grabado, o un mazo de cartas, quizá?

Levy alzó los hombros.

—Eso no me dice nada.

—¿Y Otelo? —preguntó Rubin—. Escuchen. La parte más conocida de la obra es el discurso de Yago sobre la reputación: "Ay, querido jefe mío; la buena reputación, así en el hombre como en la mujer".

—¿Y? —preguntó Avalon.

—Y el verso más famoso, que el viejo seguramente tenía que conocer porque es el que todo el mundo conoce, incluso Mario, es "Poco roba quien roba mi dinero: antes fue algo, después nada; antes mío, ahora suyo…".

—¿Y? —dijo Avalon otra vez.

—Y suena como si se refiriera a la herencia: "Lo que era mío, suyo es". Y también suena como si no hubiera herencia: "Quien roba mi dinero, poco roba".

—¿Qué quiere decir con eso de que no hay herencia?

—Después que encontraron las acciones en el canasto de la ropa perdieron la pista de ellas, según usted dijo. Quizás el viejo las llevó a algún lado para que estuvieran seguras y no recordó a dónde. O quizá se le traspapelaron, o las regaló, o las perdió dándoselas a alguien a quien creía de confianza. Sea lo que fuere, ya no podía explicárselo sin hablar. De modo que para morir en paz, le señaló las obras de Shakespeare. Ustedes recordarían la línea más conocida de su drama preferido, que dice que su bolsa es sólo basura… y es por eso que no encontraron nada.

—No lo creo —dijo Levy—. Le pregunté si quería darnos las acciones y él hizo una señal afirmativa.

—Todo lo que podía hacer era afirmar con la cabeza y en realidad él hubiera querido dejárselas a ustedes, pero eso era imposible… ¿Está de acuerdo conmigo, Henry?

Henry, que había terminado sus tareas y escuchaba silenciosamente, dijo:

—Me temo que no, Sr. Rubin.

—Yo tampoco —dijo Levy.

Pero Gonzalo estaba haciendo chasquear los dedos.

—Esperen, esperen. ¿No dice Shakespeare algo sobre acciones?

—¿En su época…? —dijo Drake sonriendo—. No creo.

—Estoy seguro —dijo Gonzalo—. Algo respecto a lo nominado en los títulos.

—¡Ah! ¿Te refieres a "así está escrito en el título"? —dijo Avalon—. El título era un contrato legal y se refería a si algo estaba incluido en las condiciones del contrato.

—Esperen un poco. Ese contrato… ¿no implicaba la suma de tres mil ducados? —preguntó Drake.

—¡Dios mío!, así era —dijo Avalon. Gonzalo sonreía de oreja a oreja.

—Creo que encontré la pista: títulos que se refieren a tres mil unidades de dinero. En esa obra es donde hay que buscar.

Other books

The Wilt Inheritance by Tom Sharpe
Awaken to Danger by Catherine Mann
The Sundown Speech by Loren D. Estleman
Awakening His Lady by Kathrynn Dennis
Silhouette by Dave Swavely
Snow Job by Delphine Dryden
Tarnished by Kate Jarvik Birch