Cuentos completos (49 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
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¡Resultaba ridículo! Y todo porque un planeta que tenía armas atómicas no se decidía a desencadenar una guerra.

El Archiadministrador, cuya llegada era inminente, se haría sin duda la misma pregunta que Devi-en se había formulado un incontable número de veces: ¿Por qué no había estallado una guerra nuclear?

Devi-en observó como los toscos y pesados mauvs preparaban el terreno para el aterrizaje, alisando las desigualdades del mismo y extendiendo la capa protectora de cerámica, destinada a absorber el empuje hiperatómico que se ejercería contra el campo, con el fin de evitar la menor incomodidad para los pasajeros que ocuparían la astronave.

Incluso cubiertos por sus escafandras del espacio, los mauvs parecían rebosar fuerza, pero era la fuerza muscular únicamente. Más allá se veía la figurilla de un hurriano dando órdenes, que los mauvs obedecían con docilidad. Naturalmente.

La raza mauviana era la única, entre las restantes especies de grandes primates inteligentes, que pagaba su tributo con algo completamente insólito: su aportación personal, en lugar de enviar artículos de consumo. Aquello constituía un tributo verdaderamente útil, mejor que el acero, el aluminio o las especias.

Una voz resonó de pronto en el receptor de Devi-en:

—Hemos avistado la nave, señor. Aterrizará antes de una hora.

—Muy bien —dijo Devi-en—. Que preparen mi coche para llevarme a la nave en cuanto se inicie el aterrizaje.

Algo le decía que las cosas no iban muy bien.

Apareció el Archiadministrador, escoltado por un séquito de cinco mauvs, su guardia personal. Penetraron en la ciudad con él, uno a cada lado y tres cerrando la marcha. Le ayudaron a despojarse de su escafandra y luego se quitaron las suyas.

Sus cuerpos casi lampiños, sus anchas y toscas facciones, sus narices aplastadas y pómulos salientes resultaban repulsivos pero no causaban espanto. Aunque tenían una estatura doble que la de los hurrianos y eran mucho más fornidos que éstos, había una docilidad en su mirada, algo tan sumiso en su aspecto, que no inspiraban temor, a pesar de sus gruesos y musculosos cuellos y sus poderosos brazos, que pendían desvalidos.

El Archiadministrador los despidió con un gesto y ellos se fueron como una jauría de perros obedientes. En realidad, él no necesitaba su protección, pero el cargo que ostentaba requería un séquito de cinco mauvs, y tenía que atenerse al protocolo.

Ni durante la comida ni durante el interminable ritual de bienvenida hablaron de asuntos de estado, pero cuando llegó un momento que resultaba más adecuado para irse a dormir, el Archiadministrador se acarició la barbita con sus pequeños dedos y preguntó:

—¿Cuánto tiempo tendremos que esperar aún para este planeta, capitán?

Devi-en observó que estaba muy envejecido. El pelo de sus extremidades superiores era canoso, y los mechones de los codos corrían parejos en blancura con su barba.

—No sabría decírselo, Alteza —repuso Devi-en humildemente—. No han seguido el camino acostumbrado.

—Eso salta a la vista. Lo que yo pregunto es por qué no lo han seguido. El Consejo opina que tus informes prometen más que dan. Hablas de teorías pero no das ningún detalle. Tienes que saber que en Hurria ya empezamos a estar hartos de este asunto. Si sabes algo que todavía no nos has comunicado, ahora es el momento de decírmelo.

—La cuestión resulta difícil de demostrar, Alteza. Nunca habíamos podido espiar a una raza durante tanto tiempo. Hasta fecha muy reciente no nos hemos dedicado a observar lo que importa. Todos los años creíamos que la guerra nuclear estallaría de un momento a otro, y sólo desde que yo soy capitán nos hemos dedicado a estudiar con mayor intensidad a esa gente. Una de las pocas ventajas que nos ha reportado esta larga espera ha sido que hemos podido aprender bien algunos de sus principales idiomas.

—¿Ah, sí? ¿Sin desembarcar siquiera en el planeta?

Devi-en se lo explicó:

—Algunas de nuestras naves que penetraron en la atmósfera planetaria en misiones de observación, particularmente durante los primeros años, captaron bastante emisiones de radio. Utilicé nuestras computadoras lingüísticas para descifrarlas, y a lo largo del año pasado empecé a formarme una idea básica para comprenderlas.

El Archiadministrador le miraba sorprendido, conteniendo a duras penas una exclamación de asombro, que hubiera sido completamente superflua.

—¿Y has descubierto algo de interés?

—Es posible, Alteza, pero lo que conseguí averiguar es tan extraño y resulta tan difícil obtener pruebas palpables de ello que no me atreví a mencionarlo en mis informes oficiales.

El Archiadministrador lo comprendió así. Muy rígido, preguntó:

—¿Te importaría exponerme tus opiniones…, de un modo extraoficial?

—Lo haré con sumo gusto, señor —repuso inmediatamente Devi-en—. Los habitantes de este planeta pertenecen, por supuesto, al grupo de los primates superiores. Y se hallan animados por un espíritu de lucha, que crea entre ellos innumerables rivalidades.

Su interlocutor dejó escapar algo que parecía un suspiro de alivio, y se pasó rápidamente la lengua por la nariz.

—Por un momento —dijo— había cruzado por mi cerebro la terrible idea que estuviesen desprovistos del espíritu de lucha que pudiese… Pero te ruego que prosigas.

—Poseen espíritu de lucha y emulación —le dijo Devi-en—. Y muy superior al normal, se lo aseguro.

—Entonces, ¿por qué no se produce el curso natural de los acontecimientos?

—Hasta cierto punto, las cosas siguen el curso marcado, Alteza. Tras el largo período de incubación acostumbrado, empezaron a mecanizarse; y después de eso, las matanzas normales entre primates superiores se convirtieron en verdaderas guerras destructoras. Al finalizar su más reciente conflicto bélico a gran escala, surgieron las armas nucleares y la guerra terminó inmediatamente.

El Archiadministrador asintió.

—¿Y después? —preguntó.

—Después de eso —repuso Devi-en—, lo normal hubiera sido que estallase una nueva guerra, esta vez con armas atómicas, y durante la misma se hubieran desarrollado rápidamente las armas nucleares, adquiriendo un terrible poder destructor, para ser utilizado al estilo típico de los grandes primates, con el resultado que hubiera reducido la población en un santiamén a un puñado de supervivientes hambrientos que subsistirían penosamente en un mundo poblado de ruinas.

—Naturalmente, pero eso no sucedió. ¿Por qué no sucedió?

—Existe una posible explicación. Una vez metida por el camino de la mecanización, esta raza progresó con una rapidez extraordinaria.

—¿Y qué? —repuso el dignatario hurriano—. ¿Y eso qué importa? De ese modo, descubrieron las armas nucleares mucho antes.

—Es cierto. Pero después de la última guerra mundial, continuaron perfeccionando sus armas nucleares con una rapidez insólita. Ése es el inconveniente. La potencia de estas armas había llegado a ser aterradora antes que la nueva guerra hubiese tenido tiempo de comenzar, y ahora la situación ha llegado a un punto en que ni siquiera estos belicosos primates se atreven a enzarzarse en una guerra.

El Archiadministrador abrió desmesuradamente sus ojillos negros y redondos.

—Pero eso es imposible. Me importa un bledo el talento técnico que posean estos seres. La ciencia militar sólo progresa durante la guerra y gracias a ella.

—Tal vez eso no sea así en el caso de estos seres particulares. Sin embargo, aunque lo fuese, lo curioso del caso es que ya están metidos en una guerra; no de verdad, pero guerra después de todo.

—¿No de verdad, pero guerra después de todo? —repitió el Archiadministrador, estupefacto—. ¿Qué significa eso?

—No lo sé con seguridad —dijo Devi-en, moviendo la nariz con exasperación—. Ahí es donde fallan mis intentos por ordenar de una manera lógica las informaciones dispares que poseemos. En este planeta tiene lugar lo que ellos llaman una Guerra Fría. Sea lo que sea, es algo que impulsa enormemente sus investigaciones, pero no provoca el aniquilamiento nuclear.

—¡Imposible! —exclamó el Archiadministrador.

—Ahí está el planeta, Alteza. Y aquí estamos nosotros. Quince años esperando.

El Archiadministrador levantó sus largos brazos, cruzándolos sobre la cabeza hasta que sus manos tocaron los hombros opuestos.

—En ese caso, sólo existe una solución. El Consejo ha tenido en cuenta la posibilidad que este planeta haya alcanzado una especie de impasse, una especie de paz armada que se mantiene en equilibrio al borde de una guerra nuclear. Algo parecido a lo que acabas de describir, aunque nadie dio los argumentos que tú has presentado. Pero es una situación inadmisible.

—¿Sí, Alteza?

—Sí —repuso el Archiadministrador, haciendo un esfuerzo visible—. Cuanto más tiempo se prolongue esta situación de equilibrio, mayores serán las probabilidades para que algún primate superior descubra la manera de efectuar viajes interestelares. Entonces, esta raza se desparramaría por la galaxia, a la que aportaría sus luchas y rivalidades. ¿Comprendes?

—¿Y qué hay que hacer, entonces?

El Archiadministrador hundió la cabeza entre los brazos, como si ni él mismo quisiera oír lo que iba a decir. Con voz ahogada, dijo:

—Para sacarles del precario equilibrio en que se encuentran, capitán, no hay más remedio que darles un empujón. Y se lo daremos nosotros.

A Devi-en se le revolvió el estómago, y la cena que había ingerido le subió a la garganta, produciéndole náuseas.

—¿Nosotros les daremos el empujón, Alteza?

Su mente se negaba a admitir aquella monstruosa posibilidad.

Pero el Archiadministrador se lo dijo sin ambages:

—Les ayudaremos a comenzar su guerra atómica. —Parecía dominado por la misma repugnancia y disgusto que afectaban a Devi-en. En un susurro, añadió—: ¡No tenemos más remedio!

Devi-en casi se había quedado sin habla. También en un susurro, preguntó:

—Pero, ¿cómo puede hacerse una cosa tan horrible, Alteza?

—No lo sé… Y no me mires así. La decisión no es cuenta mía. Corresponde al Consejo. Estoy seguro que comprenderán las consecuencias que tendría para la galaxia la irrupción en el espacio de una raza de grandes primates inteligentes y poderosos, no amansada por una guerra nuclear.

Devi-en se estremeció ante esta perspectiva. El espíritu de lucha y emulación suelto por la galaxia… Sin embargo, insistió:

—Pero, ¿cómo se empieza una guerra nuclear? ¿Cómo se hace?

—Lo ignoro absolutamente, ya te lo dije. Pero debe existir alguna norma; tal vez un…, un mensaje que pudiésemos enviar… O una tempestad que pudiésemos impulsar reuniendo formaciones nubosas… Podemos alterar considerablemente sus condiciones meteorológicas, si nos lo proponemos.

—Pero ¿cree, Alteza, que eso bastaría para originar una guerra nuclear? —preguntó Devi-en, escéptico.

—Tal vez no. Lo menciono únicamente a modo de ejemplo. Pero esos primates lo saben. Ten en cuenta que son ellos quienes inician las guerras nucleares de verdad. Eso se halla impreso en su cerebro. Y ahora viene la decisión principal adoptada por el Consejo.

Devi-en notó el leve ruido que hacía su cola al golpear suavemente la silla. Trató de evitarlo, sin conseguirlo.

—¿Cuál es la decisión, Alteza?

—Capturar a un primate superior en la propia superficie del planeta. Raptarlo.

—¿Un primate salvaje?

—Por el momento, en el planeta sólo existen primates salvajes. Todavía no han sido domesticados.

—¿Y qué cree el Consejo que conseguiremos con eso?

Devi-en hundió la cabeza todo cuanto pudo entre sus paletillas. Le temblaba la piel de los sobacos a causa de la repulsión que experimentaba. ¡Capturar a uno de aquellos grandes primates salvajes! Trató de imaginarse a uno de ellos, aún no domeñado por los embrutecedores efectos de una guerra nuclear, todavía no alterado por la civilizadora influencia de la eugenesia hurriana.

El Archiadministrador no hizo el menor intento por ocultar la evidente repulsión que él también sentía, pero dijo:

—Tú irás al frente de la expedición de captura, capitán. Piensa que es por el bien de la galaxia.

Devi-en había visto bastantes veces el planeta, pero cada vez que rodeaba a la Luna con su nave y aquel mundo aparecía en su campo de visión, le dominaba una oleada de insufrible nostalgia.

Era un hermoso planeta, muy semejante a Hurria en cuanto a dimensiones y características, pero más salvaje y grandioso. Su contemplación, viniendo de la desolada Luna, causaba una impresión extraordinaria.

Se preguntó cuántos planetas como aquél figurarían entonces en las listas de colonización de los hurrianos. ¿Cuántos otros planetas existirían, respecto a los cuales los grupos de meticulosos observadores comunicarían cambios de apariencia periódicos, que sólo podrían interpretarse como causados por sistemas de cultivo artificiales de plantas alimenticias? ¿Por cuántas veces en el futuro llegaría un día en que la radiactividad en la alta atmósfera de uno de aquellos planetas empezaría a subir, en que las escuadrillas de colonización partirían raudas al observar aquellas inequívocas señales?

… Como era el caso de aquel planeta.

Causaba verdadera pena la confianza con que los hurrianos procedieron al principio. Devi-en hubiera reído de buena gana al leer aquellos primeros informes, si no se hubiese encontrado atrapado en la actualidad en la misma empresa. Las navecillas de exploración de los hurrianos se habían acercado al planeta para recoger datos geográficos y localizar los centros de población. Desde luego fueron avistadas, pero eso poco importaba ya, estando tan próxima, como ellos creían, la explosión final.

¿Tan próxima?… Fueron pasando los años y las navecillas de reconocimiento empezaron a adoptar mayores precauciones, y se apartaron del planeta.

La navecilla de Devi-en también avanzaba cautelosamente en aquella ocasión. Sus tripulantes estaban muy nerviosos a causa del carácter repelente que tenía aquella misión; por más que Devi-en les aseguró que no pensaban hacer daño al gran primate que iban a capturar, ellos se mostraban inquietos. Aun así, tenían que proceder con calma. La captura tenía que efectuarse en un lugar desierto. Así, permanecieron varios días en la navecilla, inmóviles a una altura de dieciséis kilómetros, cerniéndose sobre una región fragosa, desierta e inculta. A medida que transcurría el tiempo, el nerviosismo de la tripulación aumentaba. Solamente los estólidos mauvs conservaban la calma.

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