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Authors: Edgar Allan Poe

Tags: #Relato

Cuentos completos (77 page)

BOOK: Cuentos completos
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»Me arrepentí entonces amargamente de haber abandonado un hogar confortable para arriesgar la vida en semejantes aventuras; pero como aquellas lamentaciones no servían de nada, traté de mejorar en lo posible mi situación, buscando asegurarme la buena voluntad del animal-hombre que esgrimía la trompeta, y que parecía ejercer autoridad sobre los otros. Tan bien lo logré que, pocos días más tarde, aquella criatura me dio varios testimonios de su favor, y llegó por fin a molestarse en enseñarme los rudimentos de lo que sería vano denominar un lenguaje; pero gracias a ello me fue posible hacerme entender de aquella criatura y expresarle mis ardientes deseos de ver el mundo.

»—Patapún catabón tirilín Simbad, mantantirulirulá rataplán chin pún —me dijo cierto día, después de cenar—. Pero me apresuro a pedir mil perdones, pues olvidaba que Vuestra Majestad ignora el dialecto de los “cockneys” (como se denominaban los animales-hombres, quizá porque su lenguaje constituía el eslabón entre el caballo y el gallo
[45]
). Con vuestro permiso lo traduciré: “Patapún catabón”, etc., significa: “Me alegra descubrir, querido Simbad, que eres un excelente individuo; por nuestra parte, estamos cumpliendo ahora algo que se llama circunnavegación del globo, y ya que tienes tantos deseos de ver mundo, cerraré los ojos y te daré un pasaje gratis en el lomo de la bestia”.

El
Isitsöornot
declara que, cuando la dama Scheherazade hubo llegado a este punto, el califa se volvió sobre el lado derecho y dijo:

—Ciertamente, querida reina, es
muy
sorprendente que hayas omitido hasta ahora estas últimas aventuras de Simbad. ¿Sabes que las encuentro tan entretenidas como extrañas?

Habiéndose expresado así el califa, según nos cuentan, la hermosa Scheherazade continuó su relato con las siguientes palabras:

—«Agradecí su gentileza al animal-hombre —dijo Simbad— y pronto me hallé muy a mi gusto sobre la bestia, que nadaba a velocidad prodigiosa a través del océano, a pesar de que éste, en la parte del mundo donde nos hallábamos, no era plano, sino redondo como una granada, por lo cual puede decirse que todo el tiempo subíamos y bajábamos por él».

—Esto me parece sumamente raro —interrumpió el califa.

—Empero, es muy cierto —replicó Scheherazade.

—Lo dudo —dijo el monarca—, pero ruégote que tengas la bondad de seguir con tu relato.

—Así lo haré —continuó la reina—. «La bestia —continuó Simbad— nadaba hacia arriba y abajo, hasta que llegamos a una isla de muchos cientos de millas de circunferencia que, a pesar de su tamaño, había sido levantada en mitad del océano por una colonia de pequeños seres semejantes a las orugas»
[46]
.

—¡Hum! —dijo el califa.

—«Al abandonarla isla —continuó Simbad (pues Scheherazade no hizo caso de aquella intempestiva interjección de su esposo)— llegamos a otra donde había bosques de piedra tan duros que rompían el filo de las hachas más templadas, con las cuales tratamos de cortar sus árboles»
[47]
.

—¡Hum! —dijo nuevamente el califa; pero Scheherazade no le prestó atención y siguió hablando con las palabras de Simbad:

—«Más allá de esta isla llegamos a un país donde había una caverna que entraba treinta o cuarenta millas en las entrañas de la tierra y que contenía mayores, más grandes y magníficos palacios que los existentes en Damasco y Bagdad juntas. Del techo de estos palacios colgaban miríadas de gemas, semejantes a diamantes, pero más grandes que un hombre; entre las calles llenas de torres, pirámides y templos, corrían inmensos ríos negros como el ébano, pululantes de peces sin ojos
[48]
».

—¡Hum! —dijo el califa.

—«Nadamos luego a una región del mar donde hallamos una elevadísima montaña, de cuyas laderas caían torrentes de metal fundido, algunos de ellos de doce millas de ancho y sesenta de largo
[49]
; de un abismo en lo alto surgían cantidades tales de cenizas, que el sol había quedado completamente oculto en el cielo, y estaba más oscuro que en la más tenebrosa medianoche; aun a ciento cincuenta millas de aquella montaña era imposible ver el más blanco de los objetos, aunque lo pusiéramos contra los ojos»
[50]
.

—¡Hum! —dijo el califa.

—«Luego de alejarnos de esta costa, la bestia continuó su viaje hasta llegar a una tierra donde la naturaleza de las cosas parecía haberse invertido, pues vimos un gran lago en cuyo fondo, a más de cien pies bajo la superficie, florecía con toda su vegetación un bosque de altos y exuberantes árboles»
[51]
.

—¡Hola! —dijo el califa.

—«Cientos de millas más allá encontramos un clima donde la atmósfera era tan densa que sostenía el hierro o el acero, tal como el nuestro sostiene una pluma»
[52]
.

—¡Azúcar! —dijo el califa.

—«Siguiendo siempre la misma dirección, llegamos a la región más admirable y magnífica de la tierra. Corría por ella un río de varios miles de millas de longitud. Era de insondable profundidad y de mayor transparencia que el ámbar. Su ancho variaba de tres a seis millas y sus márgenes se alzaban perpendicularmente hasta mil doscientos pies de altura, coronados por árboles de follaje perenne y flores del más dulce perfume, que convertían aquel territorio en un maravilloso jardín. Pero tan exuberante región se llamaba el Reino del Horror, y penetrar en él representaba inevitablemente la muerte»
[53]
.

—¡Toma! —dijo el califa.

—«Nos alejamos a prisa de aquel reino y, tras algunos días, llegamos a otro donde nos asombró descubrir miradas de monstruosos animales que tenían en la cabeza cuernos semejantes a guadañas. Aquellas horrorosas bestias cavan vastas cavernas en forma de túnel, disponiendo su entrada en forma tal que los animales que pisan las piedras que la forman se precipitan al interior de la guarida de los monstruos, quienes les chupan inmediatamente la sangre, transportando luego desdeñosamente sus restos a mucha distancia de las “cavernas de la muerte”»
[54]
.

—¡Bah! —dijo el califa.

—«Continuando nuestro viaje, avistamos una zona donde hay vegetales que no crecen en el suelo, sino en el aire
[55]
. Algunos surgían de la sustancia de otros vegetales
[56]
; otros derivaban su alimento del cuerpo de animales vivos
[57]
, y había algunos que ardían como si fueran un fuego intenso
[58]
; otros que andaban de un lado a otro según su voluntad
[59]
, y, lo que era aún más extraordinario, descubrimos flores que vivían, respiraban y movían sus partes a voluntad, y que compartían la detestable pasión humana por la esclavitud, sumiendo a otros seres en horribles y solitarias prisiones hasta que cumplían determinadas tareas»
[60]
.

—¡Cómo! —dijo el califa.

—«Al salir de esta tierra no tardamos en llegar a otra donde las abejas y los pájaros son matemáticos de tanto genio y erudición que diariamente enseñan geometría a los entendidos del imperio. Cierta vez que el rey ofreció una recompensa por la solución de dos dificilísimos problemas, ambos quedaron instantáneamente aclarados, el uno por las abejas y el otro por los pájaros. Como el rey guardó la solución en secreto, sólo después de complicadísimas investigaciones y trabajos y de escribir infinidad de voluminosos libros en infinidad de años llegaron los matemáticos del reino a las mismas soluciones que las abejas y los pájaros habían dado en el acto»
[61]
.

—¡Demonio! —dijo el califa.

—«Apenas había perdido de vista este imperio, cuando llegamos a otro, desde cuyas playas vimos volar una bandada de pájaros de una milla de ancho y doscientas cuarenta millas de largo; es decir, que, aun volando a razón de una milla por minuto, se requirieron cuatro horas para que pasara sobre nosotros la entera bandada, en la cual había varios millones de pájaros»
[62]
.

—¡Camelo! —dijo el califa.

—«Tan pronto habíamos quedado libres de estos pájaros, que mucho nos molestaron, vimos surgir un ave de otra especie, infinitamente más grande que los
rocs
que había encontrado en mis anteriores viajes; era más grande que la mayor de las cúpulas de vuestro serrallo, ¡oh el más magnífico de los califas! Este terrible pájaro no tenía cabeza visible, sino que parecía formado enteramente por un vientre de prodigioso grosor y redondez, constituido por una sustancia muy suave, lisa, brillante y de franjas coloreadas. El monstruo llevaba en sus garras (a su guarida, en las nubes, sin duda) una casa cuyo techo había probablemente arrancado, y en cuyo interior vimos claramente a varios seres humanos que parecían tan empavorecidos como desesperados por el espantoso destino que les aguardaba. Gritamos con todas nuestras fuerzas, esperando que el pájaro se asustara y soltara la presa; pero se limitó a exhalar una especie de resoplido, como de cólera, y luego dejó caer sobre nuestras cabezas un pesado saco que resultó estar lleno de arena».

—¡Cuentos chinos! —dijo el califa.

—«Muy poco después de esta aventura encontramos un continente de vastísima extensión y prodigiosa solidez, el cual descansaba enteramente sobre el lomo de una vaca color celeste que tenía no menos de cuatrocientos cuernos»
[63]
.

—Esto sí
lo creo —dijo el califa—, pues he leído algo por el estilo en algún libro.

—«Pasamos por debajo de este continente, nadando entre las piernas de la vaca, y horas después nos encontramos en una región maravillosa que, según me informó el animal-hombre, era su propio país, habitado por seres de su misma especie. Esto aumentó muchísimo el concepto que de él tenía y empecé a avergonzarme del desprecio y la familiaridad con que lo había tratado hasta ahora. En efecto, descubrí que los animales-hombres constituían una nación de grandes magos que vivían con la cabeza llena de gusanos
[64]
, los cuales sin duda servían para estimularlos con sus dificultosos retorcimientos y coletazos, a fin de que alcanzaran los más asombrosos grados de imaginación».

—¡Disparates! —dijo el califa.

—«Entre los magos había diversos animales domésticos de lo más singulares. Por ejemplo, vimos un enorme caballo cuyos huesos eran de hierro y tenía agua hirviendo por sangre. En lugar de maíz lo alimentaban con piedras negras; a pesar de esa dura dieta era tan fuerte y veloz como para arrastrar una carga más pesada que el más grande de los templos de esta ciudad, a una velocidad que superaba la de la mayoría de los pájaros»
[65]
.

—¡Paparruchas! —dijo el califa.

—«Entre esas gentes vi una gallina sin plumas más grande que un camello; en vez de carne y huesos era de hierro y ladrillos; su sangre, como la del caballo (al que mucho se parecía) era agua hirviendo, y, como él, sólo comía madera y piedras negras. Esta gallina producía con frecuencia un centenar de pollos en un solo día; después de nacidos se instalaban durante varias semanas en el estómago de su madre»
[66]
.

—¡Dislates! —dijo el califa.

—«Un miembro de esta nación de brujos creó un hombre de bronce, madera y cuero, dándole tanta inteligencia que hubiera vencido al ajedrez a toda la humanidad, con excepción del gran califa Harun Al Raschid
[67]
. Otro de estos magos construyó con materiales parecidos una criatura capaz de avergonzar el genio de su propio creador: tan grandes eran sus poderes razonantes que, en un segundo, efectuaba cálculos que hubieran requerido el trabajo de cincuenta mil hombres de carne y hueso durante un año
[68]
. Pero otro mago todavía más asombroso fabricó una fortísima criatura que no era ni hombre ni bestia, pero que tenía cerebro de plomo mezclado con una sustancia negra como la pez y dedos que actuaban con tan increíble velocidad y destreza que no hubiera tenido dificultad en escribir veinte mil copias del Corán en una hora; todo esto con una precisión tan exquisita que no se hubiera podido encontrar un solo ejemplar que se diferenciara de los otros en el ancho de un cabello. Esta criatura era de una fuerza prodigiosa, al punto que creaba y destruía de un soplo los imperios más poderosos; pero sus aptitudes se aplicaban indistintamente al bien y al mal».

—¡Ridículo! —dijo el califa.

—«En esta nación de nigromantes había uno que llevaba en las venas la sangre de la salamandra, pues no tenía escrúpulos en sentarse a fumar su chibuquí en un horno ardiente, hasta que su cena se cocinaba completamente en el suelo
[69]
. Otro tenía la facultad de convertir los metales comunes en oro, sin siquiera mirarlos durante el proceso
[70]
. Otro tenía un tacto tan delicado que llegó a fabricar un alambre invisible
[71]
. Otro percibía las cosas con tanta rapidez, que contaba los movimientos de un cuerpo elástico mientras éste se movía hacia delante y hacia atrás a la velocidad de novecientos millones de veces por segundo»
[72]
.

—¡Absurdo! —dijo el califa.

—«Otro de estos magos, ayudado por un fluido que nadie vio hasta ahora, podía hacer que los cadáveres de sus amigos movieran los brazos, patearan, lucharan e incluso se levantaran y danzaran
[73]
. Otro cultivó a tal punto su voz, que podía hacerse oír desde un extremo al otro del mundo
[74]
. Otro tenía un brazo tan largo que podía estar sentado en Damasco y escribir una carta en Bagdad o en cualquier otro sitio
[75]
. Otro tenía tal dominio sobre el relámpago que podía hacerlo descender a su antojo; le servía luego de juguete. Otro tomó dos sonidos muy fuertes e hizo con ellos un silencio. Otro creó una profunda oscuridad con dos luces brillantes
[76]
. Otro fabricó hielo en un horno ardiente
[77]
. Otro obligó al sol a que pintara su retrato y el sol le obedeció
[78]
. Otro tomó el astro rey, junto con la luna y los planetas, y luego de pesarlos cuidadosamente, sondeó sus profundidades y descubrió la solidez de las sustancias que los componen. Pero toda aquella nación posee una habilidad nigromántica tan sorprendente, que hasta sus niños y aun sus perros y sus gatos son capaces de ver fácilmente objetos que no existen, o que veinte millones de años antes del nacimiento de dicha nación habían sido borrados de la faz del universo»
[79]
.

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