Danza de dragones (55 page)

Read Danza de dragones Online

Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, Bélico, Fantástico

BOOK: Danza de dragones
8.99Mb size Format: txt, pdf, ePub

Dany ensartó un trozo de cordero, le dio un mordisco y lo masticó con desgana.

—Decidme, ¿ese rey podrá llenarse la boca de aire y soplar para devolver a Qarth las galeras de Xaro? ¿Podrá dar unas palmadas y romper el asedio de Astapor? ¿Podrá poner comida en el estómago de mis niños y devolver la paz a mis calles?

—¿Podréis vos? —replicó la gracia verde—. Un rey no es un dios, pero hay muchas cosas que puede hacer un hombre fuerte. Cuando mi pueblo os mira, ve a una conquistadora venida de allende los mares para asesinarnos y esclavizar a nuestros hijos. Un rey lo cambiaría todo. Un rey de alta cuna y pura sangre ghiscaria haría que la ciudad se reconciliara con vuestro reinado. Si no, mucho me temo que terminará como empezó, con sangre y fuego.

—¿A quién quieren los dioses de Ghis que tome como rey y consorte? —preguntó Dany mientras volvía a juguetear con la comida.

—A Hizdahr zo Loraq —respondió Galazza Galare con firmeza. Dany no se molestó en fingir sorpresa.

—¿Por qué a Hizdahr? Skahaz también es noble.

—Skahaz es un Kandaq, y Hizdahr es un Loraq. Vuestro esplendor me disculpará, pero la diferencia es palpable para cualquier ghiscario. He oído decir muchas veces que la sangre de Aegon el Conquistador, Jaehaeiys el Sabio y Daeron el Dragón corre por vuestras venas. El noble Hizdahr es de la sangre de Mazdhan el Magnífico, Hazrak el Hermoso y Zharaq el Liberador.

—Sus antepasados están tan muertos como los míos. ¿Acaso Hizdahr despertará a sus espíritus para defender Meereen de sus enemigos? Necesito un hombre con barcos y espadas, y vos me ofrecéis ancestros.

—Somos un pueblo antiguo. Los ancestros son importantes para nosotros. Contraed matrimonio con Hizdahr zo Loraq y tened un hijo con él, un hijo de la arpía y el dragón. Las profecías se cumplirán en él y vuestros enemigos se derretirán como la nieve.

«El semental que montará el mundo.» Dany sabía demasiado bien qué eran las profecías. Eran palabras, y las palabras eran aire. No tendría un hijo de Loraq; no habría un heredero que uniera al dragón con la arpía.

«Cuando el sol salga por el oeste y se ponga por el este, cuando los mares se sequen y las montañas se mezan como hojas al viento.» Entonces y no antes volvería a agitarse su vientre…

…Pero Daenerys Targaryen tenía otros hijos, decenas de millares que la llamaban madre, cuyas cadenas había roto. Pensó en Escudo Fornido, en el hermano de Missandei, en Rylona Rhee, que tan bellas melodías arrancaba del arpa. No había matrimonio que pudiera devolverles la vida, pero si un esposo contribuía a poner fin a las matanzas, casarse era un deber que tenía para con sus muertos.

«¿Se volverá Skahaz contra mí sí me caso con Hizdahr?» Confiaba en Skahaz más que en Hizdahr, pero el Cabeza Afeitada sería un rey desastroso. Era rápido en la ira y lento en la misericordia, y no veía qué podría ganar casándose con un hombre tan detestado como ella. Al menos a Hizdahr lo respetaban.

—¿Qué opina de esto mi futuro esposo? —preguntó a la gracia verde. «¿Qué opina de mí?»

—Vuestra alteza puede preguntárselo. El noble Hizdahr aguarda abajo. Mandad a buscarlo, si os parece bien.

«Estás yendo demasiado lejos, sacerdotisa», pensó la reina; pero se tragó la rabia y se forzó a esbozar una sonrisa.

—¿Por qué no? —Mandó llamar a ser Barristan y pidió al anciano caballero que acompañara a Hizdahr a sus habitaciones—. Es un ascenso largo. Que lo ayuden los inmaculados.

Cuando anunciaron al noble, la gracia verde ya había acabado de cenar.

—Si a vuestra magnificencia le parece bien, me despido de vos. No me cabe duda de que tenéis muchas cosas que discutir con el noble Hizdahr. —La anciana se limpió la miel de los labios, dio un beso a Qezza y otro a Grazhar, y se cubrió el rostro con el velo de seda—. Volveré al templo de las Gracias y rezaré a los dioses para que guíen a mi reina por el camino de la sabiduría.

Se marchó, y Dany esperó a que Qezza le llenara la copa de nuevo antes de ordenar a los niños que salieran e invitaran a entrar a Hizdahr zo Loraq.

«Y como se le ocurra decir ni una palabra sobre sus adorados reñideros, a lo mejor lo tiro por la terraza.»

Hizdahr llevaba una sencilla túnica verde bajo el chaleco guateado. Al entrar hizo una marcada reverencia sin perder ni un instante el rostro adusto.

—¿No me sonreís? —le preguntó Dany—. ¿Tanto miedo doy?

—Siempre me embarga la solemnidad en presencia de tanta belleza.

Era un buen comienzo.

—Bebed conmigo. —Dany en persona le llenó la copa—. Ya sabéis por qué estáis aquí. Al parecer, la gracia verde cree que, si os desposo, mis aflicciones se desvanecerán.

—Yo jamás habría tenido la osadía de decir semejante cosa. El hombre nace para luchar y sufrir; sus aflicciones solo se desvanecen cuando muere. Pero sí es cierto que puedo ayudaros. Tengo oro, amigos e influencias, y la sangre del Antiguo Ghis corre por mis venas. Hasta ahora no me he casado nunca, pero he engendrado dos hijos bastardos, un niño y una niña, de modo que soy capaz de daros herederos. Puedo reconciliar a la ciudad con vuestro reinado y poner fin a la matanza que azota las calles noche tras noche.

—¿De verdad? —Dany lo miró a los ojos—. ¿Los Hijos de la Arpía envainarían los cuchillos por vos? ¿Por qué? ¿Acaso sois uno de ellos?

—No.

—¿Me lo diríais si lo fuerais?

—No —rio él.

—El Cabeza Afeitada tiene maneras de averiguar la verdad.

—No me cabe duda de que Skahaz me haría confesar con premura. Un día con él y seré uno de los Hijos de la Arpía; dos días y seré la Arpía en persona. Tres y seré quien mató a vuestro padre en los Reinos del Ocaso, aunque yo era aún un chiquillo. Luego me empalará y podréis ver como muero… pero después de eso continuarán los asesinatos. —Hizdahr se inclinó hacia ella—. O podéis casaros conmigo y tratar de acabar con ellos.

—¿Por qué ibais a querer ayudarme? ¿Por la corona?

—Una corona me quedaría bien, no voy a negarlo, pero no es lo único. ¿Tan extraño os parece que quiera proteger a mi pueblo, igual que vos protegéis a vuestros libertos? Meereen no podrá soportar otra guerra, esplendor.

Era una buena respuesta, una respuesta sincera.

—Yo nunca he querido la guerra. Derroté una vez a los yunkios y me apiadé de su ciudad en vez de saquearla. Me negué a apoyar al rey Cleon cuando marchó contra ellos. Hasta ahora, con Astapor bajo asedio, contengo mi mano. En cuanto a Qarth… Nunca he hecho daño alguno a Qarth…

—Directamente, no, pero Qarth es una ciudad de mercaderes aficionados al tintineo de la plata, al brillo del oro. Cuando acabasteis con el comercio de esclavos, el golpe se dejó sentir desde Poniente hasta Asshai. Qarth depende de sus esclavos, igual que Tolos, Antiguo Ghis, Lys, Tyrosh, Volantis… La lista es larga, mi reina.

—Pues que vengan. En mí encontrarán un enemigo más duro de pelar que Cleon. Prefiero morir luchando a permitir que vuelvan a encadenar a mis hijos.

—Tal vez haya otra opción. Creo que sería posible convencer a los yunkios para que respeten a vuestros libertos, siempre que vuestra adoración acceda a que la Ciudad Amarilla entrene esclavos y comercie con ellos sin interferencias de hoy en adelante. No tiene por qué correr más sangre.

—Excepto la de los esclavos que los yunkios entrenarán y con los que comerciarán —replicó Dany. Pero sabía que había buena parte de verdad en lo que le decía. «Tal vez sea el mejor final al que podemos aspirar»—. No me habéis dicho que me amáis.

—Lo haré si ello os place, esplendor.

—No es así como responde un enamorado.

—¿Qué es el amor? ¿Deseo? Ningún hombre que sea hombre puede miraros y no desearos, Daenerys. Pero no es el motivo por el que me casaría con vos. Antes de que llegarais, Meereen estaba agonizando. Nuestros gobernadores eran ancianos de polla mustia y viejas de coño arrugado y reseco como la arena. Les gustaba sentarse en la cima de sus pirámides para beber vino de albaricoque y hablar de las glorias del Antiguo Imperio mientras los siglos transcurrían y la ciudad se desmoronaba en torno a ellos. Las tradiciones y las precauciones nos aplastaban hasta que vos nos despertasteis con sangre y fuego. Ha llegado una nueva era; ahora son posibles cosas nuevas. Casaos conmigo.

«No es desagradable a la vista y tiene lengua de rey», pensó Dany.

—Besadme —ordenó.

Él le cogió la mano otra vez y le besó los dedos.

—No, así no. Besadme como si fuera vuestra esposa.

Hizdahr la tomó por los hombros con tanta delicadeza como si Dany fuera un pajarillo, se inclinó hacia delante y apretó los labios contra los suyos. Fue un beso ligero, seco y rápido. Ella no sintió nada.

—¿Queréis que os bese de nuevo?

—No. —En el estanque de la terraza donde se bañaba, los peces le mordisqueaban las piernas. Hasta ellos besaban con más fervor que Hizdahr zo Loraq—. No os amo.

—Puede que con el tiempo llegue el amor. —Hizdahr se encogió de hombros—. A veces pasa.

«No a nosotros mientras Daario esté tan cerca. Es a él a quien quiero, no a ti.»

—Regresaré a Poniente algún día, para reclamar los Siete Reinos de mi padre.

—Todo hombre debe morir, y no sirve de nada regodearse pensando en la muerte. Yo prefiero tomar lo que me da cada día.

Dany entrelazó los dedos.

—Las palabras son aire, y eso incluye términos como
amor y paz.
Yo confío más en los hechos. En mis Siete Reinos, los caballeros emprenden gestas para demostrar que son dignos de la doncella a la que aman. Parten en busca de espadas mágicas, de cofres de oro, de coronas robadas del tesoro de un dragón…

Hizdahr arqueó una ceja.

—Los únicos dragones de los que tengo noticia son los vuestros, y las espadas mágicas escasean aún más. Puedo traeros anillos, coronas y cofres de oro, si es lo que queréis.

—Lo que quiero es paz. Decís que podéis ayudarme a acabar con las matanzas nocturnas en mis calles. Hacedlo, pues. Poned fin a esta guerra de sombras, mi señor. Esa será vuestra gesta. Proporcionadme noventa días y noventa noches sin muertes, y sabré que sois digno de un trono. ¿Seréis capaz?

Hizdahr se quedó pensativo.

—¿Noventa días y noventa noches sin un solo cadáver, y el día que haga el número noventa y uno nos casaremos?

—Puede que sí —respondió Dany con una mirada recatada—. Aunque las niñas solemos ser volubles. Puede que luego quiera una espada mágica.

Hizdahr se echó a reír.

—También os la conseguiré, esplendor. Vuestros deseos son órdenes para mí. Será mejor que digáis a vuestro senescal que vaya haciendo los preparativos de la boda.

—Seguro que el noble Reznak estará encantado.

Si en Meereen corría la voz de que se preparaba una boda, tal vez bastara con eso para proporcionarle unas noches de respiro, aunque los esfuerzos de Hizdahr no dieran fruto.

«El Cabeza Afeitada no se va a alegrar precisamente, pero Reznak mo Reznak bailará de alegría. —Las dos cosas le resultaban igual de preocupantes. Dany necesitaba a Skahaz y a las bestias de bronce, y había aprendido a desconfiar de los consejos de Reznak—. Guardaos del senescal perfumado. ¿Acaso Reznak ha hecho causa común con Hizdahr y la gracia verde para tenderme una trampa?»

En cuanto Hizdahr zo Loraq se marchó, ser Barristan apareció tras ella con su larga capa blanca. Los años de servicio en la Guardia Real habían enseñado al caballero a hacerse invisible cuando la reina tenía visitas, pero nunca se alejaba demasiado.

«Lo sabe —advirtió Dany al instante—, y no lo aprueba.» Las arrugas que flanqueaban la boca del caballero se habían hecho más profundas.

—Bueno, parece que voy a casarme de nuevo —le dijo—. ¿Os alegráis por mí?

—Si eso es lo que ordenáis, alteza…

—Hizdahr no es el marido que me habríais elegido.

—No me corresponde la tarea de elegiros marido.

—Cierto —convino—, pero para mí es importante que lo entendáis. Mi pueblo se desangra, está moribundo. La reina se debe a su reino. Matrimonio o matanza, esas son mis opciones: una boda o una guerra.

—¿Puedo hablaros con sinceridad, alteza?

—Siempre.

—Hay una tercera opción.

—¿Poniente?

—Sí. Juré serviros, alteza. Juré protegeros de todo mal dondequiera que vayáis. Mi lugar está a vuestro lado, ya sea aquí o en Desembarco del Rey…, pero vuestro lugar está en Poniente, en el Trono de Hierro donde se sentaba vuestro padre. Los Siete Reinos jamás aceptarán a Hizdahr zo Loraq como rey.

—De la misma manera que Meereen jamás aceptará a Daenerys Targaryen como reina. En eso, la gracia verde tiene toda la razón. Necesito tener a mi lado a un rey, a un soberano de sangre ghiscaria. De lo contrario, siempre me verán como la bárbara zafia que derribó sus puertas, empaló a sus familiares y robó sus riquezas.

—En Poniente seríais la niña descarriada que vuelve para alegrar el corazón de su padre. Vuestros súbditos os aclamarán cuando cabalguéis entre ellos, y todos los hombres bien nacidos os amarán.

—Poniente está muy lejos.

—No se acercará mientras sigamos aquí. Cuanto antes nos marchemos de este lugar…

—Lo sé, de verdad, lo sé. —Dany deseaba con todo su corazón hacérselo entender. Deseaba ir a Poniente tanto como él, pero antes tenía que restañar las heridas de Meereen—. Noventa días son muchos. Puede que Hizdahr fracase, pero mientras lo esté intentando, ganaré tiempo. Tiempo para firmar alianzas, para fortalecer mis defensas, para…

—¿Y si no fracasa? ¿Qué haría entonces vuestra alteza?

—Su deber. —Sintió la palabra como hielo en la lengua—. Vos estuvisteis en la boda de mi hermano Rhaegar. Decidme, ¿se casó por amor o por deber?

—La princesa Elia era una buena mujer, alteza —titubeó el anciano caballero—. Era bondadosa e inteligente, de ingenio rápido y corazón amable. Sé que el príncipe le tenía mucho afecto.

«Afecto. —Era una palabra muy reveladora—. Yo también podría cobrarle afecto a Hizdahr zo Loraq. Con el tiempo.»

—También presencié el matrimonio de vuestros padres —continuó ser Barristan—. Perdonadme, pero entre ellos no había afecto, y el reino lo pagó muy caro, mi reina.

—Si no se querían, ¿por qué se casaron?

—Por orden de vuestro abuelo. Una bruja de los bosques le había dicho que el príncipe prometido nacería de esa estirpe.

—¿Una bruja de los bosques? —repitió Dany sorprendida.

Other books

The End of the Matter by Alan Dean Foster
Mutiny on Outstation Zori by John Hegenberger
Bad Tidings by Nick Oldham
Beautiful Triad by Kate Watterson
Dry Divide by Ralph Moody
Death Angel by Martha Powers
Who Loves You Best by Tess Stimson
Slocum 421 by Jake Logan
Somewhere in the Middle by Linda Palmer