Aunque ya me he decidido, lo miro con los párpados entornados, como si estuviera sopesando las opciones. Luego le echo una miradita a Haven para asegurarme de que sigue ocupada y absorta en su pequeño mundo privado.
—Está bien —le digo a Miles—. Pero compórtate con normalidad, ¿vale? Actúa como si recogieras las cosas porque sabes que el timbre va a sonar de un momento a otro y no quieres llegar tarde a clase…
Suena el timbre y me interrumpe. Miles me mira de hito en hito.
—¿Cómo sabías…?
Niego con la cabeza, le hago un gesto para que me siga y le advierto que no se acerque a la mesa de Haven mientras miro de reojo a Damen.
—Y recuerda: ocurra lo que ocurra, tú lo has querido —añado mientras nos acercamos a las puertas.
Soy consciente de la mirada inquisitiva de Damen, que no tiene ni idea de lo que pienso hacer. Claro que, si me salgo con la mía, nuestras vidas podrían cambiar para siempre.
A mejor.
Y si no, si no consigo lo que quiero… Bueno, quizá eso en sí mismo me proporcione la respuesta que busco.
—¿Ves? A eso justamente me refiero. —Miles sonríe, y su rostro casi resplandece a causa del entusiasmo—. Así se supone que debe ser el último año de instituto. Ya sabes, saltarse las clases, hacer novillos, pasarlo bien, recrearse con actividades ilegales…
Lo miro de reojo para asegurarme de que está bien acomodado antes de pisar con fuerza el acelerador. Ya no hay necesidad de fingir, puesto que él sabe lo que soy y de lo que soy capaz. Y después de unos instantes en los que Miles permanece en silencio y se agarra como un poseso al reposabrazos, llegamos a nuestro destino.
O, más bien, casi llegamos. Aparco al final de la calle, igual que la última vez que estuve aquí, porque me parece más seguro (y más inteligente) caminar el resto del camino. No hay necesidad de dejar el coche en la entrada para anunciar mi presencia.
—Tu última oportunidad para echarte atrás. —Miro a mi amigo, que está pálido y jadeante a mi lado, esforzándose por recuperar la compostura.
—¿Cómo puedo echarme atrás? —jadea, aún sin aliento—. ¿Cómo puedo echarme atrás si aún no sé qué vamos a hacer?
—La casa de Roman, que ahora es la casa de Haven, está calle arriba. Y tú y yo vamos a entrar.
—¿Vamos a colarnos en casa de Haven? —exclama. Por fin empieza a darse cuenta de la gravedad de todo este asunto—. ¿En serio?
—En serio. —Me subo las gafas de sol hasta la frente—. Y también he dicho en serio lo de echarte atrás. En realidad no hay ninguna necesidad de que tomes parte en esto. Me parecería estupendo que me esperaras aquí sentado. Puedes ser mi centinela. Creo que no me hará falta un centinela, pero por si las moscas.
Sin embargo, antes de que termine de hablar Miles cambia de opinión y se baja del coche.
—Ay, no, de eso nada. No vas a convencerme de que no participe en esto. —Niega con la cabeza con tanta vehemencia que el pelo le cae sobre los ojos—. Si alguna vez tengo la oportunidad de interpretar a un ratero, a un ladrón de obras de arte o algo parecido, esta experiencia me vendrá de perlas. —Se echa a reír.
—Ya, pero en realidad no buscamos obras de arte. —Le hago un gesto para que me siga mientras me encamino a la puerta principal. Echo un vistazo por encima del hombro y añado—: Y, créeme, lo del allanamiento no es tan emocionante cuando puedes abrir el cerrojo de la puerta con la mente. Aunque, como técnicamente no nos han invitado, el término puede aplicarse de todas formas.
Miles frena en seco y su rostro muestra una enorme decepción.
—Espera un momento, ¿hablas en serio? ¿Eso es todo? ¿No tendremos que rodear la casa sigilosamente para entrar? ¿No tendremos que colarnos por una ventana entreabierta o discutir quién entra por la puerta del perro para dejar pasar al otro?
Me detengo un instante al recordar el día que me colé en casa de Damen de esa forma; fue al principio, cuando me intrigaba tanto su extraño comportamiento que no podía esperar a averiguar qué era… Y resulta que al final descubrí que soy igual que él.
—Lo siento, Miles, pero no será nada tan emocionante. Será algo más bien… directo. —Me sitúo frente a la puerta, visualizo en mi mente cómo se retira el cerrojo y contengo el aliento mientras espero a que suene el chasquido. Pero no suena.
—Qué raro. —Frunzo el ceño, giro el pomo y, para mi sorpresa, la puerta se abre de par en par.
O bien Haven se siente demasiado segura y ha dejado la casa abierta, o bien no somos los únicos que estamos aquí.
Miro a Miles por encima del hombro y le indico que no haga ruido y que se quede detrás de mí. Permanezco en el umbral y me tomo un momento para dejar que mis ojos se acostumbren a la oscuridad antes de examinar el interior. Me aseguro de que la zona está despejada y luego le hago una señal a Miles para que me siga.
Sin embargo, en el momento en que mi amigo pone un pie en el vestíbulo, el suelo emite un crujido estrepitoso. Ambos nos quedamos paralizados y escuchamos el inconfundible sonido de cristales rotos, susurros, pasos apresurados y el portazo estruendoso de la puerta trasera, que hace vibrar las paredes.
Salgo disparada. Corro hacia la cocina y llego a la ventana justo a tiempo para ver la huida de Misa y Marco. Marco avanza a trompicones, ya que va cargado con una bolsa con la cremallera abierta llena de elixir; Misa lo sigue con su propia bolsa vacía colgada del hombro. Ella se vuelve el tiempo suficiente para mirarme, y no deja de hacerlo hasta que salta la valla detrás de Marco, después de lo cual, ambos desaparecen en el callejón.
—¿Qué coño ha pasado aquí? —pregunta Miles cuando me alcanza por fin—. ¿De verdad te has movido tan deprisa como me ha parecido?
Me vuelvo hacia él y me fijo en los trozos de cristal roto esparcidos por el suelo y en el líquido rojo oscuro que se extiende sobre las baldosas y se filtra en el yeso de las juntas.
—Bueno, ¿qué ha pasado? ¿Qué me he perdido? —pregunta mientras observa el desastre.
Encojo los hombros. No tengo ni la menor idea de lo que ha ocurrido. No tengo ni idea de por qué Misa y Marco han robado el elixir. Ni de por qué estaban tan aterrorizados que han llegado a romper una botella. Tampoco sé por qué Misa se asustó tanto al verme.
Solo hay una cosa que está clara: no tenían permiso para coger el elixir.
Con todo, nada de eso tiene que ver con la razón por la que estamos aquí. Así que tan pronto como limpio el estropicio con el simple gesto de «desear» que desaparezca, me vuelvo hacia Miles.
—Bueno, buscamos una camisa —le digo—. Una camisa de lino blanca. Con una enorme mancha verde en la parte delantera.
L
as semanas pasan, pero todo sigue más o menos igual. Jude piensa evitarme hasta que tome mi decisión; Damen sigue protegiendo a Stacia en el instituto; Miles continúa intentando que no me duela ver a Damen protegiendo a Stacia en el instituto; Haven sigue gobernando en las aulas, y yo continúo en alerta máxima, a la espera del momento en que decida atacarme.
Sin embargo, eso es solo lo que parece a primera vista.
Porque si uno se fija bien, está claro que han empezado a aparecer algunas grietas.
Para empezar, resulta evidente que Honor se siente tan miserable siendo la número dos de Haven como cuando era la de Stacia. Quizá incluso más.
Además, aunque de eso no estoy muy segura, ya que no hemos hablado ni nada por el estilo, a juzgar por la determinación y el anhelo con los que Stacia mira la mesa VIP, queda bastante claro que se está hartando de que la proteja un chico inmune a sus encantos y cuyo único objetivo es ese, protegerla.
En lo que respecta a Haven, después de haber salido con los chicos que la rechazaron en el pasado y de dejarlos a todos, empieza a aburrirse del juego. También le molesta que todo el mundo imite el look único que tanto le ha costado crear, ya que eso la obliga a idear nuevas y estrafalarias indumentarias… que al final todos copian también.
Supongo que ser la chica alfa no es tan divertido como ella se creía. La realidad empieza a revelarse como un trabajo que no le gusta mucho y para el que no está bien preparada.
A juzgar por las malas contestaciones que les da a sus supuestos nuevos amigos, la frecuencia con la que pone los ojos en blanco, sus enormes suspiros y la forma en que estampa el pie contra el suelo en medio de una rabieta, se siente bastante frustrada y quiere que todos lo sepan.
La vida en la cima le resulta agobiante, y, por lo que parece, Honor empieza a detestar el hecho de que ella ocupe ese lugar, tal y como supuse que ocurriría.
Sin embargo, también es evidente que ninguna de ellas planea intercambiar posiciones. Haven tiene mucho que demostrar y Honor… Bueno, aunque no tengo ni idea de hasta dónde ha mejorado con su magia ahora que Jude ya no le da clases, tengo la certeza de que, por mucho que haya aprendido, todavía no es rival para Haven. Y ella también lo sabe.
Aunque Miles y yo no hablamos del tema, aunque estoy harta de hacer las mismas cosas aburridas día sí, día también (el entrenamiento de la mañana, la vigilancia en el instituto, el entrenamiento antes de irme a la cama, y luego levantarme para empezar con lo mismo otra vez), sé que no soy la única que se da cuenta.
Damen también lo nota.
Lo sé por la forma en que me observa… por cómo me sigue con la mirada allí donde voy. Está nervioso, preocupado por mí.
Le preocupa que ella esté perdiendo el control. Que ataque sin avisar y decida ir a por mí.
Le preocupa que no le avise cuando eso ocurra, a pesar de que prometí que lo haría.
Y lo más probable es que tenga buenos motivos para preocuparse. Haven está histérica. Desaforada. Es un absoluto y completo desastre.
Como una bomba a punto de estallar.
Una cuerda tensa a punto de romperse.
Y cuando eso ocurra, será a mí a quien busque primero.
Al menos, eso espero.
Mejor a mí que a Jude.
Me paso por la tienda de camino a casa, a pesar de que Jude me ha pedido que me mantenga alejada con el pretexto de que no quiere verme hasta que haya tomado una decisión firme.
Con todo, me convenzo de que es mi deber, de que tengo la obligación de cuidar de él y de asegurarme de que está bien.
Sin embargo, cuando me descubro manifestando un bonito vestido nuevo con zapatos a juego para ir a verlo, a punto de examinarme el pelo y el maquillaje en el espejo retrovisor, sé que esa excusa únicamente me sirve en parte. La otra parte es que necesito verlo. Necesito descubrir si estar cerca de él enciende alguna chispa en mi interior.
Algo que pueda ir a mayores.
Algo fuerte, palpable y definido que baste para encaminarme en la dirección correcta.
Me detengo justo al lado de la puerta para arreglarme otra vez la ropa y el pelo. Luego respiro hondo y entro en la tienda. Casi espero encontrarme a Ava al otro lado del mostrador, ya que hace un día cálido y soleado, y supongo que Jude no habrá podido resistir el canto de sirena del surf, pero me emociono al verlo detrás de la caja registradora. Ríe y bromea como si no le preocupara nada; su rostro está relajado, su aura es verde y alegre mientras atiende a una clienta.
Una clienta muy mona.
Una cuya llameante aura rosa me dice que los libros que ha comprado son solo una excusa para ver a Jude.
Me detengo y me pregunto si debería marcharme y volver más tarde, pero la puerta se cierra de golpe detrás de mí y hace sonar la campana. Jude aparta la vista de la clienta y me descubre a unos pasos de distancia. Sus ojos se oscurecen, su sonrisa se congela y su aura se vuelve ondulada y oscura… todo lo opuesto a como estaba cuando hablaba con ella.
Como si el mero hecho de verme fuera suficiente para desvanecer toda la alegría de la estancia.
Jude mete las cosas en una bolsa y la despacha con tanta rapidez y brusquedad que la chica, por supuesto, nota el cambio. Me recorre de arriba abajo con un vistazo rápido, frunce el ceño en una mueca acusadora y murmura algo entre dientes cuando pasa a mi lado de camino a la salida. Jude, mientras, se dedica a hacer cosas detrás del mostrador, como si yo no estuviese aquí.
—Le gustas —le digo. Está tardando el doble de tiempo del necesario en archivar la copia del recibo.
—Le gustas, y es muy mona —añado, aunque solo consigo un gruñido por respuesta.
—Le gustas, es muy mona y desprende buena energía —insisto, animándolo a mirarme mientras me acerco a él—. Y eso hace que me pregunte una cosa: ¿qué problema tienes?
Jude se queda inmóvil. Deja lo que estaba haciendo, deja de fingirse ocupado y de hacer como si yo no estuviera aquí.
Lo deja todo y me mira antes de empezar a hablar.
—Tú. —Lo suelta sin más, con tanta franqueza que no sé muy bien qué hacer—. Tú eres mi problema.
Bajo la vista al suelo, incapaz de mirarlo. Me siento estúpida por haberme presentado aquí así. Pero apenas han pasado un par de segundos cuando Jude añade:
—¿No es eso lo que querías oír?
Asiento con la cabeza muy despacio, porque tiene razón. Eso era lo que quería oír. Por eso he venido aquí.
Se acomoda en el taburete con los hombros hundidos y la cara enterrada en las manos. Se frota los ojos apretando bien con la yema de los dedos antes de levantar la cabeza y mirarme con recelo.
—¿De qué va todo esto, Ever? En serio, ¿qué haces aquí? ¿Qué quieres de mí?
Trago saliva con fuerza. Sé que le debo una respuesta, que se merece conocer la verdad (las dos verdades), así que decido dársela.
—Bueno, en primer lugar, quería asegurarme de que estabas bien. Hace tiempo que no te veo y…
—¿Y? —me interrumpe. Está claro que no está de humor para jueguecitos.
—Y…, en realidad, quería verte. Necesitaba verte, podría decirse.
—¿«Podría decirse»?
Me recorre con la mirada, dejándome avergonzada, sensible y con la extraña sensación de estar traicionando a Damen. Aun así, necesito algo de él. Me estoy quedando sin opciones. No logro encontrar la camisa, el Gran Templo del Conocimiento se niega a ayudarme, el deseo que le pedí a mi estrella todavía no se ha cumplido, y hasta el momento no ha habido augurios ni señales de ningún tipo… Por eso estoy aquí, ya que solo se me ocurre una forma de llegar al fondo del asunto.
Una forma que ya he intentado, pero que nunca he llevado hasta el final.