Desde donde se domine la llanura (43 page)

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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Aventuras, romántico

BOOK: Desde donde se domine la llanura
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Capítulo 54

Durante esos días, Niall apenas descansó. Sólo podía dormir cerca de ella, y lo más cerca era en el suelo, al pie del muro de la cabaña, aunque obligó a sus hombres a que callaran. No quería que ella supiera que estaba tan desesperado. Pero una noche ella se despertó, y al abrir la puerta de la cabaña, se quedó sin habla al ver que Niall dormía enrollado en varias mantas junto a la piedra. El primer instinto fue darle un puntapié para que se alejara de allí, pero cuando vio que las lágrimas acudían a ella, se metió en la cabaña y lloró…, lloró… y lloró.

Cris y Brendan regresaron de su viaje de bodas y, al encontrarse con aquella situación, intentaron mediar. Pero fue imposible. Gillian se había cerrado en banda y le daba igual todo lo que dijeran. No pensaba volver a confiar en Niall. Nunca más.

Todas las mañanas cuando Gillian salía de su cabaña, él ya estaba esperándola con una sonrisa radiante. Le llevaba tortas de avena, de fresas, de frutas, todo lo que fuera para hacerle pasar el mal momento de náuseas matinales. A media mañana, cuando Gillian paseaba o hacía alguna tarea del hogar, éste aparecía con algún zumo recién exprimido para que se lo tomara. Al principio, aquel detalle le gustó, pero según pasaban los días le comenzó a agobiar. Niall le obligaba a tomarlo, aunque no le apeteciera.

«Me quiere engordar como a un cerdo», pensó, e incluso le gritó haciéndole reír. Durante la comida, momento en el que él se sentaba junto a ella e intentaba darle conversación, Gillian comprobó cómo Niall procuraba agradarle en todo lo que podía. Incluso la piropeaba y le decía día a día lo mucho que mejoraba su rostro y le bajaba la hinchazón. Ella simplemente le escuchaba, pero no sonreía. Sólo asentía y comía. Llevaba tanto tiempo sin verla sonreír que él comenzó a preocuparse. ¿Cuándo había perdido Gillian aquella sonrisa tan maravillosa?

Tras la comida, todos los días llegaba el mismo ritual: Niall se ponía pesado para que descansara, y por ello, Gillian, con tal de perderlo de vista, se metía en su cabaña y al final se dormía. Él aprovechaba ese momento para hablar con sus hombres de cosas importantes para el castillo y subir a las almenas, donde, apoyado en la piedra que a su mujer tanto le gustaba, rememoraba una y otra vez sus bonitos y excitantes momentos de pasión.

Una vez acabada la siesta, cuando ella abría la puerta de su cabaña, allí estaba de nuevo él para perseguirla fuera donde fuese, hasta que tras la cena, ella regresaba a la cabaña, agotada de escuchar cuánto la quería y la necesidad de que le perdonara y le diera una nueva oportunidad.

Siete días después, una mañana, tras pasar una noche en la que Gillian no paró de vomitar, cuando salió de su cabaña para tomar un poco el aire, se quedó boquiabierta al ver acercarse a tres jinetes con un ejército detrás. Poniéndose la mano en los ojos para intentar que el sol no la cegara, de pronto, una alegría se instaló en su pecho al reconocer entre aquellos jinetes a Megan. Excitada, entró en la cabaña dispuesta a asearse para ir a ver a su amiga.

En el interior del castillo, Niall hablaba con Ewen sobre las obras de las caballerizas cuando uno de sus hombres entró para avisarle de la visita. Cuando Niall salió al exterior por la puerta principal sonrió al ver llegar a su hermano Duncan, a su cuñada Megan y a Kieran O’Hara.

—¡Vaya! ¡Qué agradable visita! —aplaudió, feliz. Con rapidez se acercó hasta su cuñada y cogiéndola de la cintura la ayudó a bajar de
Stoirm
, su caballo, y besándola le susurró al oído:

—Gracias por acudir tan rauda.

Ésta, sonriendo, lo besó y respondió:

—Si no he venido antes es porque me lo prohibiste, maldito cuñado. Niall sonrió. Megan era fantástica y con seguridad lo ayudaría a recuperar el cariño de Gillian, que en los últimos días había empeorado. Duncan se acercó a su hermano y lo abrazó.

—No sé qué habrá pasado aquí, pero tu cara de cansancio me hace presuponer lo peor. Aunque tengo que decirte que no te preocupes; si yo he podido con Megan, tú podrás con Gillian.

Divertido por el comentario le dio a su hermano un par de palmadas en la espalda y miró a Kieran, que, bajándose del caballo, miraba a su alrededor.

—Esto cada día parece más un castillo y no un montón de piedras —se mofó mirando a Niall, que sonrió.

—Y tú, ¿qué haces aquí, Kieran? —preguntó Niall, divertido.

—Estaba en Eilean Donan, visitando a mis pequeñas Amanda y Johanna, cuando Megan recibió tu misiva. Ella me pidió que los acompañara. Pero si quieres que desaparezca sólo tienes que decírmelo y me iré por donde he venido.

—Anda ya…, no digas tonterías. —Le abrazó Niall, aunque sintió una punzadita en el corazón al recordar que Gillian le había dicho que Kieran la atraía como hombre. ¿Sería verdad?—. Eres bienvenido a mi hogar, que desde este mismo instante es el tuyo.

—Gracias, McRae —sonrió Kieran. Y mirando a su alrededor, preguntó—: Bueno, ¿y dónde está esa preciosa mujercita tuya?

—Eso, ¿dónde está Gillian? —insistió Megan, mirando hacia el castillo. En ese instante, Niall miró hacia las cabañas y sonrió al verla correr hacia ellos.

—Allí viene.

Todos se volvieron hacia donde Niall indicaba. Megan, feliz, saltó como una posesa sobre sí misma, moviendo los brazos, mientras Gillian, por su parte, corría y hacía lo mismo.

—¡Vaya, Niall! Por tu cara de bobo presiento que las cosas entre vostros dos han mejorado bastante —cuchicheó Kieran.

Él se encogió de hombros, y Kieran prosiguió:

—Entonces, me confirmas que estáis mejor que el último día en que os vi.

—Júzgalo por ti mismo —resopló Niall.

Kieran se quedó extrañado por aquella contestación. —¿La tratas bien? —preguntó.

Molesto por la pregunta, Niall miró a su amigo.

—Por supuesto. Como ella se merece. —Respondió.

—¡Por todos los santos, Gillian!, ¿qué te ha pasado? —gritó Megan en ese momento.

Habían pasado varios días desde el desafortunado accidente, y a pesar de que el ojo y la mejilla ya le habían vuelto a la normalidad, un oscuro cerco en tonos verdes y morados aún le ocupaba media cara.

Kieran, incrédulo, fijó la vista en Gillian, y al ver el ojo, la frente y la mejilla de color granate se volvió hacia Niall y le dio un puñetazo que le tumbó hacia atrás.

—¡Maldito cobarde!, ¿cómo puedes haberle pegado? —gritó sin darle tiempo a explicaciones. Enrabietado, Kieran se tiró encima de él, y dándole otro puñetazo que le hizo sangrar por el labio, gritó antes de que Duncan los separara—: ¿A eso le llamas tú tratarla como se merece?

—¡Suéltame, maldita bestia! —gritó Niall, ofendido, mientras ordenaba con la mano a sus hombres que no intervinieran.

Gillian llegó hasta ellos rápidamente, y junto a Duncan y Megan, ayudó a separarlos.

—Pero bueno, ¿se puede saber qué os pasa? —preguntó casi sin voz por la carrera.

Niall, tocándose el labio para quitarse la sangre, vociferó, molesto:

—Explícale a ese burro que yo no te hice las marcas de tu rostro. Duncan, incrédulo, la miró. El rostro de la muchacha era de todos los colores menos del que debía ser.

—¡Ay, Gillian! —gimió Megan, mirándola—. ¿Qué te ha pasado, cariño? Consciente de que todas las miradas estaban dirigidas a ella, sin acercarse a su marido para ver su herida del labio, aclaró:

—Lo creáis o no se me cayó un ventanuco en la cara, y por eso tengo el rostro así. —Y volviéndose hacia Kieran, le increpó—: ¿Cómo has podido pensar que Niall ha sido capaz de hacerme esto?

—No lo sé —murmuró, tocándose el puño.

Divertida, vio la sangre en la boca de su esposo, pero haciendo caso omiso de su estado, se volvió hacia su amigo y, con una sonrisa que llevaba tiempo sin enseñar, murmuró, haciendo que a Niall se le encogiera el corazón:

—¿Crees que yo me dejaría hacer esto sin haberle marcado a él?

—No sé, preciosa. Por un momento he pensado que…

—No pienses tanto, O’Hara, y si piensas, hazlo con conocimiento —bufó Niall, marchándose hacia el interior del castillo.

Duncan, al ver que Gillian no corría tras él, miró a Kieran, y cogiéndole del cuello, le invitó:

—Anda…, vayamos a refrescar nuestras gargantas y contén tus puños. Megan, mirando a Gillian con detenimiento, le dijo a su marido: —Id vosotros. Yo iré a dar un paseo con Gillian por los alrededores. Así pues, los hombres se adentraron en el castillo, y ellas comenzaron a caminar por la llanura.

Durante un buen rato, Gillian le presentó a Megan todos y cada uno de los hombres con que se cruzaban. Helena, al ver a Megan, con rapidez salió a saludarla. Le tenía buen aprecio por lo bien que se había portado con ella y sus hijos la noche en que se habían conocido en la posada. Tras andar hacia una zona de cabañas, Gillian abrió la puerta de la última de ellas y la hizo entrar.

—Bienvenida a mi hogar —dijo mirando a su alrededor. Su cuñada, sin entender nada, miró la cabaña, y Gillian le señaló el ventanuco ya arreglado de madera.

—Ése es el responsable de que mi ojo y mi cara estén así. Hubo una tormenta increíble, el ventanuco estaba suelto y yo, que dormía debajo… ¡Oh, Dios, Megan!, no te puedes ni imaginar la cantidad de sangre que perdí.

Megan cada vez más confusa, la miró y añadió: —No entiendo nada de lo que me estás contando. ¿Qué es eso de que éste es tu hogar, y de que tú dormías cuando se…?

Pero no pudo seguir hablando. Gillian se derrumbó y comenzó a llorar, y poco después le sobrevino una arcada que la hizo vomitar. Megan, asustada, la llevó rápidamente hasta el limpio y ordenado jergón y logró sentarla allí.

—Vamos a ver, cariño, comencemos por el principio, porque te prometo por mis niñas que cada vez entiendo menos.

Entonces, Gillian, necesitada de hablar, empezó a contarle todo lo que le había ocurrido en los últimos meses.

—¡¿Qué estás embarazada?!

—Sí.

—¿Niall no lo sabe?

—Sí, y ese patán cree que no es suyo.

Incrédula por lo que oía, Megan susurró:

—¿Cómo es posible que crea eso?

Entre gemidos, respondió:

—Dijo que lo que llevo en mis entrañas es un bastardo, y yo no quiero oírlooooooooooo. Me pondré fea, gorda, deforme, y… y…

—Pero ¡por todos los santos, Gillian! ¿me vas a decir que crees que Niall…? —Sí…

—¡Oh, no! Siento decirte, por mucho que te jorobe, que Niall no es así.

—¡Tú no lo conoces! —gritó, y soltándose el cabello, gimió—. Mira por dónde tengo el pelo. ¡Me va a dejar calva!

Atónita, Megan observó cómo la larga melena de su amiga había menguado hasta llegarle poco más que por debajo de los hombros.

—Ese…, ese bobo, además de hacerme un trasquilón en el cabello cada vez que le he desobedecido o insultado, me ha roto el corazón.

—Vaya, Gillian… Veo que habéis estado muy entretenidos. —Pero Gillian no tenía ganas de reírse.

—Y además, sólo piropea a la bobalicona de Diane McLeod. Que si ella es bonita, graciosa, hermosa, con un pelo encantador, femenina… ¡Oh, Dios…, la odio!

Cada vez más consciente de por qué su cuñado la había llamado, Megan se sentó de nuevo en el jergón y, tocándole con cariño el pelo, le susurró al oído:

—Mira, Gillian, entiendo todo lo que me dices. Entiendo que él no se ha portado todo lo bien que debería haberlo hecho y…

Pero calló al notar que alguien entraba en la cabaña. Era Kieran, que cerró la puerta y dijo a su espalda:

—Vamos a ver, Gillian, ¿qué ocurre aquí? Me acabo de enterar por Ewen de que vives en esta humilde cabaña y que estás esperando un bebé. —Y señalándola con el dedo, siseó—: Si ese McRae es quien te hizo eso en la cara, dímelo, pero dímelo ya, porque te juro que se lo hago pagar ahora mismo.

Gillian se llevó las manos a la cara y comenzó a llorar de nuevo, y Megan, mirando al
highlander
, le susurró:

—Lo tuyo es ser oportuno, Kieran.

Capítulo 55

Aquella noche, las cosas parecían haberse apaciguado, pero como cada día, Gillian se emperró en que no quería dormir en el castillo, y Niall, una vez más, la dejó marchar. Megan, Duncan y Kieran intentaron por todos los medios que ella se quedara a descansar al calor de la fortaleza, pero no hubo manera. Por ello, Niall, cansado de escucharla, la tomó del brazo, y tras hacer un gesto a uno de sus hombres, la llevó hasta la puerta principal del castillo y, con una sonrisa, le dijo:

—¿Estás segura de que no te quieres quedar, cariño?

—¡No me llames cariño! —protestó.

Niall, conteniendo las ansias de besarla, se acercó a ella y le susurró al oído:

—Si no te importa, esta noche, como tenemos invitados, no te acompañaré hasta la cabaña.

—Me parece justo —asintió ella—. Que pases una buena noche. Tras indicarle a Liam que la acompañara hasta la cabaña, Niall la vio alejarse y, entre susurros, dijo sin que ella le oyera:

—Lo mismo digo, cariño.

Al ver aquello Megan, Duncan y Kieran se miraron. ¿Qué estaban haciendo aquel par de tontos?

Cuando Niall se sentó junto a ellos, una avalancha de emociones le recorrió el cuerpo. Se sentía frustrado, rabioso, enfadado, pero estaba enamorado de aquella fiera de una manera tan irracional que le estaba comenzando a nublar la razón. Parte de él deseaba darle una buena azotaina para que dejara de comportarse de aquella absurda manera, pero otra parte de él lo único que quería era besarla, que lo besara, hacerle el amor, ¡y por todos los santos!, que le sonriera. Necesitaba oír el sonido de su risa, sentirla, pero ella parecía no darse cuenta.

—Vamos a ver, Niall, ¿desde cuándo ocurre esto? —le preguntó Duncan, molesto.

—Desde hace dos o tres semanas. Tuvimos una fuerte discusión, me comporté como un imbécil, y eso ha originado que Gillian esté así conmigo.

—Pero ¿cómo puedes permitir que esa pequeña mujer, que está embarazada, ande por ahí con el frío que hace? —le recriminó Kieran. Incapaz de callarse, Megan miró a su cuñado y, en un tono nada conciliador, espetó:

—Por lo que yo sé, él fue quien le ordenó dormir en la cabaña. Ella sólo cumple órdenes.

Niall le clavó la mirada a su cuñada y respondió:

—Tienes razón. Ofuscado, la noche de nuestra discusión dije esa tontería, pero esa misma noche, antes de que saliera de nuestra habitación, intenté rectificar, pero ya sabes cómo es tu amiguita Gillian.

—Te puedo asegurar que si Duncan hubiera dudado de que mi embarazo no era de él, tampoco le habría dejado rectificar —añadió Megan—. ¿Cómo se te ha ocurrido ofenderla de tal modo?

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