Authors: Megan Maxwell
—¿Jugamos a ver quién tiene mejor puntería? —propuso Zac, que iba a lomos de un tranquilo lord Draco.
—¡Qué excelente idea! —afirmó Niall bajándose de True, y extendió los brazos para bajar a Zac al suelo.
—¡Buscad piedras mientras yo preparo los señuelos! —dijo el niño separándose de ellos mientras colocaba unos palos que sujetaba con unas piedras—. ¡Venga, tiremos con piedras a ver quién tiene mejor puntería!
Durante un rato, los tres se divirtieron compitiendo por ser el que mejor puntería tenía, aunque tanto Niall como Megan procuraban errar para que el niño chillase extasiado al ver que les ganaba.
—¡Eres bueno, chaval! —sonrió Niall al ganarles Zac por cuarta vez.
—¡Madre mía, Zac! —suspiró cansada Megan—. ¡Tu tiro es excelente!
—Kieran me enseñó muy bien —asintió el niño emocionado por lo que había conseguido. Mirando hacia unas montañas, preguntó a Niall—: Por allí es por donde llegamos el día que vinimos al castillo, ¿verdad?
—Sí, pequeñajo —asintió Niall agachándose y señalando en la dirección que el crío decía—. Si sigues ese camino y subes aquella montaña, llegarás a un mágico valle en el que un maravilloso bosque de pinos caledonios acoge sauces y acebos, además de zorros, tejones, comadrejas y muchísimos animales más —sonrió Niall al ver la atención que le prestaba el niño—. A todo eso lo llamamos el Glenn Affric. Y, si sigues el camino, llegarás hasta el lago Ness.
—¿Dónde viven Shelma y Lolach? —preguntó nuevamente el niño.
—¡Exacto, tesoro! —contestó Megan, que miró desafiante a su cuñado. Después, tomó su carcaj y dijo—: Niall, ¿quieres que lancemos unas flechas a ver quién tiene mejor puntería?
—¿Vosotros habéis venido a mis tierras para humillarme? —se carcajeó al ver a Megan con el carcaj en la mano—. ¡Venga, cuñada, acepto tu reto!
Empezaron lanzando flechas contra algo que sujetaban en un árbol, y los dos acertaron a la primera.
—¡Vaya, Megan! —asintió Niall al reconocer su buena puntería—. No lo haces nada mal.
—¡Pongámoslo más difícil! —retó de nuevo con una sonrisa en los labios—. Ahora lancemos subidos a nuestros caballos.
—De acuerdo —asintió Niall subiéndose a True. Como no tenía intención de dejarse ganar como con Zac, se concentró, lanzó y nuevamente acertó en la diana.
—¡Muy bien! —afirmó ella viendo la sonrisa de orgullo de su cuñado—. Ahora, lanzaré yo. —Y subiéndose a Stoirm, le ordenó estarse quieto. Tras lanzar y dar en la diana, escuchó los aplausos de Niall, por lo que teatralmente se bajó de su caballo, se asió las faldas y saludó, haciéndole reír.
—¡Tu abuelo te enseñó bien! —afirmó Niall al comprobar lo acertado del tiro.
—¿Lo hacemos más difícil? —preguntó ella sorprendiéndole esta vez.
—¡¿Más difícil?! ¿Cómo?
—De pie encima del caballo —soltó ella con una carcajada que hizo volver a reír a Niall.
—¿Tú estás loca? —Y fijándose en ella, dijo sorprendido—: ¿Lo dices en serio?
—Totalmente —contestó—. Lanzaré subida a lord Draco. Stoirm todavía no me ofrece esa confianza, pero lord Draco está acostumbrado a este tipo de juegos. —Y viendo la cara de Niall, dijo—: Shelma, Gillian y yo jugábamos bastante a esto.
—No…, no —negó él cogiéndola del brazo—. No lo hagas; si te pasara algo, Duncan me cortaría en pedacitos.
—¡Venga, hombre! —soltó ella envalentonada—. ¿Me estás diciendo que, encima de que no aceptas el reto, te da miedo que yo lo intente? —Y sonrió mientras se subía a lord Draco—. ¡Gallina! Co-co-co-co.
Zac, sentado en el suelo, se reía por aquello.
—No soy ninguna gallina —respondió al verla subir al caballo—, pero lo siento. Yo no me voy a poner de pie encima de True. —Cogiendo una hoja del suelo, dijo mofándose de ella—: Veamos si es verdad que das a esta hoja. —Y con un palito la pinchó en el tronco de un árbol.
—Muy bien, «gallina». Procura estarte quieto y observa —presumió quitándose los zapatos mientras le veía sonreír divertido. Agachándose para hablar con el caballo, le susurró—: Lord Draco, vamos a enseñarle a este
highlander
cómo lanzo una flecha subida a ti sin que tú te muevas.
Recogiéndose las faldas, subió los pies con cuidado al lomo del animal y, controlando su cuerpo con el carcaj en la mano, poco a poco Megan se levantó hasta quedar totalmente de pie encima de lord Draco, que para asombro de Niall ni se movió. Con sumo cuidado, extendió el carcaj, asió una flecha y, tras apuntar, lanzó. La flecha atravesó la hoja que instantes antes Niall había colocado allí.
Zac aplaudió.
—¡No me lo puedo creer! —susurró Niall anonadado, al tiempo que observaba a la mujer bajarse del caballo tan fácilmente como se había subido—. ¡Por todos los santos celtas! Me has dejado sin palabras, cuñada.
—¡Ya lo sé! —suspiró mesándose el cabello—. Co… co… co… como se lo digas a Duncan, no te volveré a hablar en toda mi vida.
—¿Duncan no sabe qué haces esto? —dijo muerto de risa por la gracia que su cuñada tenía para decir y hacer las cosas.
—¡Por todos los santos, Niall! —dijo levantando las manos haría el cielo—. ¿Tú crees que tu hermano me permitiría hacerlo?
—De acuerdo…, de acuerdo —asintió doblado por la risa. De pronto, dejó de reír y la miró muy serio—. ¿Has dicho que Gillian también juega a esto?
—Ella fue la que nos enseñó —comentó angelicalmente mientras pestañeaba—. En serio, Niall, no se lo cuentes a Duncan, ¿de acuerdo?
—Te doy mi palabra —aseguró mientras pensaba en su preciosa Gillian subida a lomos de un caballo—. Te prometo que no diré nada.
Y, tras aquella divertida tarde, volvieron los tres al castillo, donde Marlob sonrió ansioso de su compañía al verles regresar.
El día que Duncan regresó de su viaje, el recibimiento por parte de su mujer le llenó el corazón. Y aquello demostró a todos el amor que se profesaban el uno al otro, a pesar de que Duncan todavía no había sido capaz de decir las palabras que Megan deseaba tanto escuchar: «Te quiero».
Durante días disfrutaron de maravillosos paseos por los alrededores de Eilean Donan. Una mañana, Duncan la llevó hasta un lugar donde los ciervos paseaban con tranquilidad entre los árboles y Megan se asustó al ver la agresividad de los machos al luchar por sus hembras, desafiando a sus rivales con potentes bramidos. Durante aquellos paseos, Megan le demostró a su marido su destreza en el arte de cazar, cuando en varias ocasiones, montada en Stoirm o desde el suelo, cogía su carcaj y con una facilidad increíble alcanzaba algún conejo o alguna ave, pero nunca repitió lo que hizo delante de Niall. Sabía que su maridó no se reiría. Otro día, al pasar por un pequeño higo, le sorprendió cuando ella le indicó que ese suelo era húmedo y peligroso al observar la presencia de lino silvestre de hoja estrecha.
La felicidad que Marlob observaba en la cara de su nieto le llenaba el corazón. En especial, en un par de ocasiones en las que la lluvia y los truenos arreciaban con fuerza, vio a Megan bailar y reír bajo el agua junto a un sonriente Duncan, que apoyado en la pared del castillo se empapaba mientras la observaba y sonreía. Atrás quedaron sus silencios prolongados mirando el fuego, en los que el recuerdo de Marian, aquella terrible mujer, casi habían acabado con él. Ahora sonreía muy a menudo y se le veía feliz, a pesar de sus continuas discusiones. Discusiones que para Marlob eran divertidas. El anciano se alegraba de que Megan hubiera llegado al castillo, aunque todavía le parecía increíble que su serio y recto nieto se hubiera ido a enamorar de esa alocada, contestona y divertida muchacha.
Duncan, aun pasados los meses, se sorprendía con curiosidad al ver cómo todavía observaba a su preciosa mujer. Verla bailar con Niall y hablar con Zac o reír con Marlob era algo que le llenaba de felicidad, y a pesar de lo mucho que la amaba, todavía era incapaz de que esas palabras salieran de su boca. Deseaba decírselo, pero el miedo al dolor se lo impedía. Por su parte, Megan, que vivía la mejor época de su vida, se sentía feliz y pictórica rodeada por todos ellos. A veces observaba con disimulo cómo su marido la miraba. Sabía que la estudiaba y tenía muy claro por sus gestos, sus sonrisas o sus besos que él deseaba decirle algo. ¿La amaría? Y si era así, ¿por qué no se lo decía?
En sus momentos de soledad, pensaba en esa posibilidad, pero nunca hablaba sobre ello con él. Tenía pánico a escuchar que nunca la amaría. En varias ocasiones pensó si Duncan le habría dicho a su abuelo que estaban casados no ante los ojos de Dios, sino mediante un
Handfasting
, que finalizaría en unos meses, y no podía evitar pensar si pasado ese tiempo Duncan querría seguir con ella.
El invierno crudo y duro llegó a las Highlands. Casi todo se cubrió de nieve y la felicidad se completó cuando una mañana recibió una misiva de Shelma. ¡Estaba embarazada!
—Creo que aquí plantaré algunas de mis hierbas —señaló Megan a Sarah, justo en un pequeño terreno libre que había tras el castillo—. Será un estupendo lugar.
—Habrá que hacer una buena limpieza,
milady
—sugirió Sarah, que miró el pequeño trozo de tierra cubierto por malas hierbas y nieve—. Pero creo que es un sitio sensacional. En primavera y verano le dará el sol buena parte del día.
—¿Conoces los beneficios de las hierbas?
—No exactamente —sonrió Sarán andando junto a su señora—. Hasta hace unos años, Melvita, la madre de Margaret, era quien mejor conocía los secretos de las plantas. Pero desde su muerte, Susan, la cocinera, es la única que recuerda qué hierbas utilizar para un dolor de barriga. Por eso,
milady
, cuando alguien enferma de gravedad, vamos hasta Inverness.
—¿La madre de Margaret? —preguntó extrañada—. ¿Y Margaret no aprendió de su madre?
—En confianza,
milady
—indicó Sarah que miró a su alrededor—. Yo creo que ella sabe más de lo que dice.
Aquello llamó la atención de Megan, que tras retirarse un mechón negro de la cara preguntó:
—¿Tú crees? ¿Por qué dices eso?
—Milady
, no soy persona de creer en los murmullos de la gente —objetó molesta por lo que había dicho—, pero he visto cosas que me hacen creer lo que digo.
Arremangándose su vestido de color grisáceo, Megan volvió a preguntar:
—¿Cosas como qué? —Al ver el temor en la muchacha, dijo tomándole las manos—: ¿Todavía no confías en mí, Sarah?
—Sí,
milady
. Pero nunca se lo he contado a nadie, a pesar de lo que he escuchado de ello. Hace un tiempo, un atardecer que estaba en las almenas tomando el aire —explicó con picardía—, vi a Margaret salir a escondidas portando algo dentro de un saco que enterró cerca del lago. Al día siguiente, me acerqué, levanté unas piedras y, dentro del saco —susurró muy bajito—, encontré unos cobertores empapados en sangre seca. Dos días después, aquello había desaparecido de su escondite.
—¿Sangre seca? —repitió Megan sin entender de qué se trataba.
—Sí. Y al ver aquello entendí muchas cosas. —Se encogió de hombros pesarosa—. Una semana antes, Margaret estuvo varios días indispuesta. Como me daba pena que nadie se preocupara por ella, intenté ayudarle en lo poco que pude. Recuerdo una tarde en la que fui a su habitación a llevarle agua fresca. Margaret estaba profundamente dormida, pero por su cara se veía que sufría dolores. Asustada, me acerqué a ella y cogí un trozo de lino limpio. Le sequé el sudor de la frente, pero vi que temblaba, por lo que me acerqué al hogar para avivar el fuego. Entonces, me encontré con un pequeño recipiente que nunca antes había visto. Contenía una pócima espesa de olor pestilente. Al alejarme del hogar, vi en su arcón varias bolsas abiertas con distintas hierbas. Me acerqué a una de las bolsas y dentro observé unas pequeñas florecitas secas amarillas agrupadas en ramitos que despedían un olor muy desagradable. Entonces, Margaret comenzó a moverse y asustada me escabullí con rapidez de la habitación.
—No te entiendo —susurró Megan escuchándola con atención—. ¿Qué tiene que ver eso con lo que me has contado antes?
—Yo creo —murmuró la criada— que ella estaba embarazada. Tomó algo que la hizo perder el bebé, y la sábana que yo vi era la prueba de todo ello.
—¡Por san Ninian! —espetó Megan, sorprendida—. ¿Crees que sería capaz de eso?
La joven criada, con gesto grave, asintió.
—De eso y de más cosas,
milady
. Además, tengo la seguridad de que calienta la cama del anciano Marlob.
Megan también la tenía, pero no quería hablar de ello.
—Pero ¿cómo puedes decir eso?
—Cuando limpio la habitación del anciano, más de una vez encuentro pelos rubios y largos entre las sábanas, además de alguna horquilla o alhaja que sólo tiene ella. He visto en muchas ocasiones la taza que Marlob tiene en su habitación manchada con restos de alguna pócima, y tras saber que ella guarda en su baúl talegas con hierbas, pues…
—Oh… ¡Dios mío! —susurró Megan horrorizada al entender lo que Sarah quería indicarle—. ¿Crees realmente que esa mujer sería capaz de estar haciendo algo tan terrible?
—Rotundamente, sí. Margaret es una persona ambiciosa de riquezas y poder, y la única manera que tiene de conseguirlo es a través del anciano Marlob, pues sabe que por medio de Duncan y Niall nunca lo logrará.
Decidida a averiguar aquello, Megan le susurró:
—Sarah, tengo que conseguir esa taza cuando tenga restos. Yo entiendo bastante de hierbas, y estoy segura de que podré saber qué es lo que le está dando. —Intranquila por lo que acababa de oír, dijo—: Además, me tienes que ayudar a entrar en su habitación. Tengo que ver qué guarda esa mujer en ese arcón.
La criada asintió con una sonrisa. Confiaba en su señora, a pesar de que las mujeres de los alrededores hablaran mal de ella.
—De acuerdo,
milady
. Para mí será un honor.
—Tiraré esto aquí —dijo Megan quitándose un precioso brazalete que cayó en medio de la maleza—. Ahora entraremos y, cuando nos vea, yo haré que estoy muy enfadada por la pérdida del brazalete. Seguro que, con su maravillosa amabilidad, se ofrece a buscarlo. Tú la acompañas y yo entro en su habitación.
—Milady
—susurró Sarah, temerosa—, ¿estáis segura?
—Segurísima —asintió Megan, quien ya andaba hacia el castillo. Para relajar el gesto nervioso de Sarah, bromeó—: Y luego quiero que me cuentes con quién das tú esos paseos por las almenas.