Authors: Megan Maxwell
—¡No! —gritó la chica agradeciéndole el detalle—. Eres muy grande y la rama no aguantará tu peso.
—Disculpadme, no quiero ser grosero, pero creo que el vuestro tampoco —calculó Ewen.
—¡Vaya, gracias! Últimamente no hacen más que decirme cosas bonitas —se mofó Megan al recordar el comentario de Duncan respecto a su pelo y su caballo—. Pero es más probable que aguante mi peso que el tuyo —respondió mientras ataba sus faldas para que no le molestaran al subir.
—Esperad —intervino Myles acercándose junto a Mael—. Me subiré en los hombros de Ewen y así podremos coger al muchacho.
Pero el intento fue imposible. Zac estaba más alto, y ambas hermanas se encaminaron decididas hacia el árbol.
—Zac, no te sueltes y no te muevas. Intentaré llegar hasta ti —dijo Megan. Y sin pensárselo dos veces comenzó a trepar por el árbol como una gata, seguida por Shelma.
—Se me ha enganchado el pantalón a una rama, Megan. No me puedo soltar —apuntó el niño moviéndose nervioso.
—Maldita sea, Zac. ¡Para! —gruñó Megan al sentir cómo crujía la rama.
—Muchacho, no te muevas si no quieres que tus hermanas caigan —le regañó Mael, impresionado por la forma en que aquellas jovencitas se colgaban de las ramas sin ningún miedo a caer.
Pero Zac, como niño que era, no hizo caso y continuó.
—Por todos los santos, Zac. No te muevas —gritó Shelma, furiosa.
—No os preocupéis —las tranquilizó Myles de pie bajo el árbol—. Aquí estaremos nosotros para sujetaros, por si caéis. Llevad cuidado y ¡tú, muchacho!, no te muevas.
—¡Oh, Dios mío! —susurró Alana mientras Duncan, Axel y Lolach bajaban para ayudar.
—¡Me pica un bicho, Megan! —gritó el niño al notar que algo le pinchaba la piel.
—Ya voy, Zac —susurró rozando con los dedos el cabello del niño—. Tranquilo, sabes que no dejaría que te pasara nada.
Shelma, intuyendo el peligro que su hermano corría, subió a unas ramas más altas y desde allí se descolgó para poder desenganchar el pantalón.
—Zac, tranquilo —suplicó Gillian—. Ya te tienen.
—¿Qué hacen esas locas? —clamó Niall junto a Gillian al ver a las muchachas trepar y descolgarse por las ramas para coger al niño.
—Proteger a su hermano —recordó, y con gesto de enfado preguntó—: ¿A quién has llamado locas?
En lo alto del árbol, las muchachas intentaban ayudar a su hermano.
—Zac, te tengo —susurró Megan con sumo cuidado.
—¡Me pica el bicho otra vez! —volvió a gritar el crío moviéndose con apuro tras desengancharle Shelma el pantalón, lo que provocó que la rama se rompiera y cayeran los tres al suelo.
El primero en llegar hasta ellos fue Magnus, que atendió a Megan; se había dado un fuerte golpe en la cabeza. Myles cogió a Shelma, y Ewen, a Zac. Instantes después, apareció un ofuscado y preocupado Duncan, con cara de pocos amigos. Tras acercarse a Megan, se la quitó de los brazos a Magnus.
Al verla pálida e inerte entre sus brazos, a Duncan se le heló la sangre. Con el gesto contraído observó a Zac, que asustado no se movió hasta que Duncan bramó:
—¡Ewen, quédate con el muchacho! —Y mirando al niño espetó—. ¡Zac, no quiero que te muevas de ahí! ¡¿Entendido?!
El niño, muerto de miedo, asintió mientras Magnus le seguía asombrado por aquel arranque de rabia.
Con celeridad entraron en el despacho de Axel, donde depositaron con sumo cuidado a las dos muchachas encima de un banco, al tiempo que Gillian traía agua.
—Gracias a Dios, respiran —musitó Alana—. ¡Menudo golpe se han dado!
—Angus se enfadará mucho cuando se entere de esto —advirtió Magnus—. Ese muchachito es la personita más inquieta que he conocido en mi vida.
Mientras les ponían paños húmedos en la frente, todos las miraban preocupados.
—Pero ¿es que ese niño nunca va a crecer? —se quejó Gillian, angustiada—. Hoy ha sido ésta. Hace unos días, el problema con los feriantes. La semana pasada, su caída al lago. Con anterioridad, se metió en el corral con los caballos y habría muerto aplastado si Megan no le hubiera sacado y protegido con su cuerpo.
Duncan escuchaba los lamentos de Gillian sin apartar ni un instante su mirada de Megan.
—Estas
sassenachs
tienen la cabeza dura —bromeó Lolach, que de pronto sintió cómo un puñetazo se estrellaba contra su cara. En concreto contra su nariz.
Había sido Shelma, que lo primero que escuchó al despertar fue esa palabra que tanto odiaba.
—¿Qué hacéis? —se quejó dolorido por el golpe—. Era una broma, mujer.
—No volváis a llamarnos así —gritó enfadada, y mirando a su hermana chilló—: ¡Dios mío, Megan! ¿Está bien? ¿Qué le pasa?
—Os habéis dado un buen golpe —susurró Axel mientras veía con curiosidad a Duncan observar cómo Megan comenzaba a moverse.
«¿Cómo un guerrero fiero y temido por ejércitos puede quedarse tan blanco por ver a una mujer caerse de un árbol?», pensó, divertido.
—Buen golpe, hermanita —susurró Megan abriendo los ojos y llevándose la mano a la cabeza—. Si no le llegas a dar tú, le hubiera dado yo.
Magnus, admirado por el desparpajo de las muchachas ante aquellos fieros guerreros, y la pasividad de Duncan y Lolach, estuvo a punto de saltar de emoción. Las sensaciones que llevaba notando todo el día se confirmaban.
—Gracias a Dios, estáis bien —suspiró Niall con alivio.
Al escucharle, Gillian le miró con rapidez y con gesto fiero dijo.
—Como verás, las mujeres de estos lugares somos fuertes, no tontas damiselas que se desmayan ante cualquier cosa.
—Sois sorprendentes —asintió Niall con una encantadora sonrisa que deslumbró a Gillian e hizo resoplar a Alex.
—Me alegro de que estéis bien, muchachas —suspiró Magnus, y dejó solos a los jóvenes.
Megan, incorporándose, se tocó el chichón de la cabeza mientras se sentía mareada.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Duncan a pocos centímetros de su cara.
—Sí, señor. Un poco dolorida. ¿Dónde está Zac?
Casi no podía moverse, pero sus fosas nasales se inundaban de la fragancia masculina que aquel enorme
highlander
desprendía. Una fragancia que le gustaba.
—Tranquila. Zac no se hizo nada. Está acompañado por los guerreros McRae —respondió Alana retirándole el pelo de la cara.
—Ewen está con él —intervino Duncan—. No le quitará el ojo de encima.
Pasados los primeros instantes de confusión, todos parecían más relajados.
—Será mejor que os llevemos a casa —dijo Lolach cogiendo a Shelma por el brazo, pero ésta le rechazó de un manotazo sorprendiéndole. ¡Nunca una mujer le había rechazado!
—No hace falta,
laird
McKenna —siseó rabiosa—. Podemos ir solas, no necesitamos que nadie nos acompañe.
—Es mejor que os acompañe alguien —murmuró Axel, divertido al ver a sus dos amigos tan desarmados ante aquellas dos mujercitas.
—Yo os llevaré —afirmó Duncan observando el chichón en la cabeza de Megan—, y me da igual lo que digáis, no podéis ir caminando en este estado.
—¡No! —gritó Megan alejándose de un salto—. Mi hermana tiene razón, podemos ir solas. No necesitamos vuestra ayuda,
laird
McRae. Os lo agradecemos, pero no queremos ocasionar más problemas. Continuad con la fiesta.
—Pero acabáis de recibir un fuerte golpe en la cabeza —se quejó Lolach mirándolas.
—La tenemos dura, ¿recordáis? —gruñó Shelma haciendo que Lolach maldijera haber hecho aquel ridículo comentario.
Con tesón, Megan, ayudada por Shelma y Gillian, salió por la puerta del despacho de Axel. Al llegar a la entrada, se encontró con un asustado Zac, quien al verlas corrió a abrazarlas mientras Ewen sonreía. El muchacho había llorado angustiado por sus hermanas.
—Gracias por vuestra ayuda, habéis sido muy amables toda la noche —agradeció Megan a aquellos tres gigantes.
—No hemos podido evitar que cayerais al suelo,
milady
. ¿Os encontráis bien? —susurró angustiado Myles señalando el chichón de la cabeza.
—Perfectamente —asintió, y con gracia señaló—: ¡Tenemos la cabeza dura!
Al mirar hacia atrás, Megan se encontró con el ceñudo gesto de Duncan, que la seguía con la mirada. Eso la puso más nerviosa.
—Estamos acostumbradas a las fechorías de este pequeño diablillo —sonrió Shelma—. Muchas gracias y buenas noches.
Cuando las muchachas se alejaron, los tres gigantes se miraron sorprendidos.
—¿Han dicho que están acostumbradas? —se mofó Mael sonriendo a Myles.
En ese momento apareció Duncan, que con cara de pocos amigos se resignó a no acompañarlas. Tras hacer un gesto a aquellos tres gigantes, éstos entendieron y, dejando que las muchachas abrieran el camino y se alejaran unos metros, comenzaron a seguirlas.
En el camino de vuelta, Megan cojeaba mientras Zac corría delante de ellas como si no hubiera ocurrido nada.
—Te duele mucho, ¿verdad? —preguntó Shelma, preocupada.
—Un poco —asintió con complicidad—. Aunque más le tiene que doler el puñetazo que le has dado en la nariz a Lolach. ¿Cómo se te ha ocurrido hacer semejante cosa?
—Se lo merecía, por idiota —sonrió con picardía al recordarlo—. Así nunca podrá negar que una
sassenach
le puso la nariz como un pimiento.
Al decir aquello ambas rieron, aunque al final Megan dijo:
—¿Sabes los problemas que nos puede acarrear ese puñetazo? No olvides que es el
laird
McKenna.
—Tranquila. No pienso volver a verlo en mi vida.
—Oh, oh… Creo que nos siguen —informó Zac mirando hacia atrás.
Ewen, Myles y Mael las seguían a distancia.
—¿Por qué nos seguís? —preguntó Shelma con las manos en las caderas.
—Cumplimos órdenes,
milady
—explicó Ewen.
Las muchachas se miraron incrédulas. ¡Malditos cabezones!
—Nuestros
lairds
quieren saber que llegáis sanas y salvas hasta vuestra casa —apuntó Mael.
—Marchaos y continuad con la fiesta. No se lo diremos a nadie, será un secreto entre nosotros —indicó Megan haciéndoles reír.
—Pero nosotros sabremos que no hemos cumplido nuestras órdenes —señaló Myles sin darse por vencido.
—Oh… ¡Maldita sea! No digáis tonterías —se quejó Megan, a quien el golpe en la cabeza la estaba empezando a molestar—. Volved a la fiesta y dejadnos en paz.
Pero aquellos
highlanders
no se daban por vencidos.
—No os molestaremos, continuad vuestro camino —sonrió Ewen.
—Pensamos descansar en el lago antes de llegar a casa —añadió Shelma, dolorida.
—Es nuestro sitio preferido —informó Zac mirando con simpatía a Ewen.
—¡Zac! —le regañó Megan.
Nadie tenía que enterarse de cuáles eran sus sitios preferidos.
—No os molestaremos. Os lo prometemos. Apenas notaréis que estamos ahí —volvió a repetir Ewen sin darse por vencido.
—De acuerdo —aceptó Megan a regañadientes.
No tenía fuerzas ni para discutir con aquellos tres gigantes. Cuando llegaron al lago, se refrescaron la cabeza y se tumbaron sobre el verde manto de hierba que crecía en una de las orillas. Los tres
highlanders
se mantuvieron a distancia, por ello las jóvenes pudieron cerrar los ojos durante unos instantes y relajarse.
No sabía cuánto tiempo había pasado, pero de pronto Megan abrió los ojos sobresaltada. A su lado, Shelma y Zac dormían. Con disimulo miró hacia donde había visto por última vez a los
highlanders
. Allí continuaban, apoyados en un árbol hablando de sus cosas.
—Los feriantes ya se habrán ido —protestó Myles—. ¡Qué rabia! Querría haber comprado algo para Maura y la pequeña.
—No te preocupes. Maura estará contenta sólo con ver que vuelves —respondió Ewen.
—Ya lo sé —asintió Myles.
—¡Por todos los santos! —se quejó Mael tocándose el brazo—. El maldito corte que tengo en el brazo me está matando de dolores.
—No seas blando —rio Ewen—, cortes peores has tenido.
—Sí, pero éste es muy molesto.
Decidida a regresar a casa, Megan despertó a Shelma, que miró desorientada a su alrededor. ¿Se habían quedado dormidas?
Con sumo cuidado, cogieron a Zac en brazos y no se sorprendieron cuando Ewen se acercó a ellas y tomó al muchacho entre sus fornidos brazos. Y así lo llevó hasta la casa. Después, los
highlanders
se marcharon.
Día posterior a la boda, los invitados venidos de fuera comenzaron a regresar a sus hogares. Las primeras en hacerlo fueron las primas Gerta y Landra, que con los ojos enturbiados por las lágrimas se despidieron de sus dos fornidos guerreros McRae.
Por su parte, Megan y Shelma se quedaron en los alrededores de su casa. Doloridas física y moralmente por el golpe recibido con la caída, se desesperaron cuando apareció Sean con un nuevo ramo de flores y una disculpa por sus actos en la boda.
Megan le escuchó con paciencia pero, tras negarse más de veinte veces a dar un paseo con él, lo echó con cajas destempladas, haciendo reír a su abuelo y a Mauled. Ya los ancianos le habían dicho a Sean en varias ocasiones que Megan no estaba interesada en él porque la muchacha necesitaba un purasangre como ella, que la pudiera controlar.
En el castillo, Duncan se sentía como un perro encerrado. Ofuscado, se marchó a visitar a su amigo Klein McLellan sin poder quitarse de la cabeza a la muchacha del pelo azulado. A su vuelta, se desvió de su camino para pasar por la casa de las muchachas y no se sorprendió al ver el caballo de Lolach allí.
—¿Cómo tú por aquí? —se mofó Duncan de su amigo desmontando con una media sonrisa.
—Necesitaba que Angus mirara mi caballo, parecía que cojeaba —disimuló encogiéndose de hombros—. ¿Y tú?
Angus y Mauled se miraron con una sonrisa espectacular. ¡San Ninian y san Fergus habían escuchado sus plegarias!
—Quizá necesite lo mismo, ¿verdad,
laird
McRae? —sonrió Mauled masticando un palo—. ¡Muy gratas vuestras visitas!
—Las muchachas no están aquí —les informó Angus.
—¿Dónde están? —preguntó Duncan, extrañado.
—Paseando —indicó Mauled—. ¡Vamos! Tomemos algo mientras hablamos.
Pasado un rato, Lolach y Duncan seguían sentados con aquellos dos viejos bebiendo cerveza.
—¿Creéis que regresarán pronto de su paseo? —preguntó Lolach, inquieto.
Los ancianos se miraron con expresión de zorros.