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Authors: Claudia Gray

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

Despedida

BOOK: Despedida
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Bianca ha abandonado Medianoche y se ha unido a la Cruz Negra, la organización mundial de cazadores de vampiros. Su nueva vida no es precisamente fácil: bajo la tutela de Kate y Eduardo, debe entrenarse con disciplina militar, cuidando de que nadie descubra sus poderes sobrenaturales.

Solo hay algo que la reconforta: la compañía de Lucas, su gran amor y único confidente, con quien ya ha empezado a planear una nueva huida.

Pero lo que Bianca todavía no sabe es que, por muy lejos que vaya, hay algo de lo que nunca podrá escapar: su destino…

Claudia Gray

Despedida

Saga Medianoche: Libro 3

ePUB v1.1

Polifemo7 & Mística
23.08.12

Título original:
Hourglass

Claudia Gray, 2010.

Traductor: Matuca Fernández de Villavicencio

Editor original: Polifemo7 & Mística (v1.0 a v1.1)

ePub base v2.0

Para Adair y Margaret Blake,

que fueron los primeros en escuchar estas historias

Prólogo

—M
árchate —le supliqué—. Márchate de la ciudad para siempre. Así no tendremos que matarte.

—¿Qué te hace pensar que podríais matarme? —gruñó el vampiro.

Lucas lo embistió y ambos cayeron rodando al suelo. Tenía todas las de perder; la lucha cuerpo a cuerpo siempre beneficiaba al vampiro, porque el arma más poderosa de un vampiro eran los colmillos. Corrí hacia ellos, decidida a ayudar.

—Eres más fuerte que un humano —jadeó el vampiro.

—Soy humano —replicó Lucas.

El vampiro esbozó una sonrisa que nada tenía que ver con la desesperada situación en la que se hallaba, lo que la hacía aún más aterradora.

—He oído que alguien anda buscando a uno de nuestros bebés —susurró a Lucas—. Uno de los poderosos de mi tribu. Una dama llamada Charity. ¿La conoces?

«La tribu de Charity». Me invadió el pánico.

—Conozco a Charity. De hecho, yo mismo le clavé una estaca —dijo Lucas mientras intentaba retorcerle el brazo—. ¿Crees que no puedo clavártela a ti también? Te vas a llevar una sorpresa. —Pero Lucas no podía vencerle. Estaban demasiado igualados. Ni siquiera tendría la oportunidad de ir a buscar sus estacas. El vampiro podía girar las tornas en cualquier momento.

Eso significaba que estaba en mis manos salvarle… matando a otro vampiro.

Capítulo uno

R
esoplaba con tanta fuerza que el pecho me dolía. Tenía la cara ardiendo y mechones de pelo sudoriento pegados a la nuca. Me dolían todos los huesos.

Delante tenía a Eduardo, uno de los líderes de la Cruz Negra, empuñando una estaca. Sus cazadores de vampiros, un variopinto ejército con vaqueros y camisas de franela, nos miraban en silencio. No tenían la más mínima intención de ayudarme. Eduardo y yo estábamos en el centro de la habitación. La fuerte luz del techo proyectaba duras sombras sobre Eduardo.

—Vamos, Bianca, pelea. —Su voz podía sonar como un gruñido cuando quería, y las palabras rebotaron en el suelo de cemento y las paredes metálicas del almacén abandonado—. Esta es una lucha a muerte. ¿No piensas detenerme siquiera?

Si me arrojaba sobre él para tratar de arrebatarle el arma o derribarle, le daría la oportunidad de tirarme al suelo. Eduardo era más rápido que yo y llevaba años dedicándose a la caza. Seguro que había matado a centenares de vampiros, y todos mayores y más fuertes que yo.

«¿Qué hago, Lucas?».

Pero no me atreví a buscarle con la mirada. Sabía que si desviaba los ojos de Eduardo un solo segundo, el combate habría terminado.

Di dos pasos hacia atrás, pero tropecé. Los zapatos que me habían prestado me iban grandes y uno se me salió.

—Serás patosa —dijo Eduardo al tiempo que giraba la estaca entre sus dedos, como si estuviera estudiando los diferentes ángulos donde podía clavármela. Su sonrisa era tan arrogante, tan altiva, que el miedo que sentía se transformó en enfado.

Agarré el zapato y se lo lancé a la cara con todas mis fuerzas.

Le di en toda la nariz y nuestro público estalló en carcajadas. Algunos aplaudieron. La tensión desapareció un instante y volví a ser parte de la banda, o eso creían ellos.

—Bien —dijo Lucas, saliendo del círculo de espectadores y colocándome las manos en los hombros—. Excelente.

—No soy lo que se dice un cinturón negro. —Apenas podía respirar. Las prácticas de lucha me dejaban siempre destrozada; esta era la primera vez que no acababa con la espalda contra el suelo.

—Tienes intuición.

Lucas me masajeó los doloridos músculos del cuello.

Eduardo no le veía la gracia a que le hubieran arrojado un zapato a la cara. Me fulminó con la mirada, lo cual me habría asustado si no hubiera tenido la nariz roja como un tomate.

—Ese truco está muy bien cuando practicas, pero si crees que te salvará en el mundo real…

—La salvará si su adversario la tiene por una rival fácil —intervino Kate—, como has hecho tú.

Eduardo cerró el pico y esbozó una sonrisa compungida. Oficialmente, él y Kate eran colíderes de la Cruz Negra, pero aunque yo apenas llevaba cuatro días con ellos, ya sabía que la mayoría de ellos esperaban que Kate dijera la última palabra. No parecía que a Eduardo le importara. Pese a lo susceptible e irritable que era con los demás, el padrastro de Lucas pensaba, por lo visto, que Kate no podía equivocarse.

—No importa cómo derribes a tu adversario siempre y cuando lo hagas —dijo Dana—. ¿Podemos comer ya? Bianca debe de estar hambrienta.

Pensé en sangre —espesa, roja y caliente, más sabrosa de lo que la comida podría serlo nunca— y me recorrió un escalofrío. Lucas se dio cuenta y me atrajo por la cintura, como si quisiera abrazarme.

—¿Estás bien? —susurró.

—Tengo hambre, nada más.

Clavó sus ojos verde oscuro en los míos. Aunque había en ellos inquietud por mi necesidad de sangre, también había comprensión.

Pero Lucas podía hacer por mí tan poco como yo. Por el momento estábamos atados de manos.

Cuatro días antes, la Cruz Negra había asaltado e incendiado mi colegio, la Academia Medianoche. Los cazadores conocían el secreto de Medianoche: que era un refugio para vampiros, un lugar donde estos aprendían cosas sobre el mundo moderno, lo cual la convertía en el blanco de la Cruz Negra, una banda de cazadores de vampiros a los que se adiestraba para matar.

Lo que ellos no sabían era que yo no era uno de los muchos alumnos humanos que, sin saberlo, estudiaban en Medianoche al lado de los vampiros. Yo era una vampira.

Bueno, no una vampira completa. Si de mí dependiera, eso sería algo en lo que nunca me convertiría. Pero era hija de vampiros, y a pesar de ser una persona viva, tenía algunos de los poderes de los vampiros, como también algunas de sus necesidades.

Como, por ejemplo, la necesidad de beber sangre.

Este comando de la Cruz Negra permanecía confinado desde el asalto a la Academia Medianoche. Eso quería decir que vivíamos ocultos en un lugar seguro, concretamente en un almacén que olía a neumáticos viejos y tenía por camas unos catres y manchas de aceite en el suelo de cemento. La gente podía salir solo si le tocaba vigilar los alrededores por si llegaban vampiros para vengarse por el ataque al internado. Casi todo el tiempo que pasábamos despiertos lo dedicábamos a prepararnos para futuras batallas. Había aprendido a afilar cuchillos, por ejemplo, y pasado por la extrañísima experiencia de tallar una estaca. Y ahora me estaban enseñando a luchar.

¿Intimidad? Olvídate. Aún suerte que el retrete tenía puerta. Eso significaba que Lucas y yo casi nunca teníamos la oportunidad de estar a solas, y, lo que es peor, que yo llevaba cuatro días sin beber sangre.

La falta de sangre me debilitaba. Y mi sed crecía, apoderándose cada vez más de mí. Si la situación se prolongaba más tiempo, no estaba segura de lo que sería capaz de hacer.

Bajo ningún concepto podía beber sangre delante de los miembros de la Cruz Negra, con excepción de Lucas. Cuando me vio morder a otro vampiro durante su año en la Academia Medianoche, pensé que me daría la espalda para siempre; en lugar de eso, superó el adoctrinamiento recibido en la Cruz Negra y siguió enamorado de mí. Dudaba de que muchos cazadores de vampiros fueran capaces de semejante transformación. Si los ahora presentes en la habitación me vieran beber sangre y descubrieran la verdad, sé perfectamente qué pasaría. Se me echarían encima al instante.

Incluida Dana, una de las mejores amigas de Lucas, que seguía bromeando sobre mi pequeña victoria sobre Eduardo. Incluida Kate, que consideraba que yo le había salvado la vida a Lucas. Incluida Raquel, mi compañera de cuarto en el internado, que había ingresado conmigo en la Cruz Negra. Cada vez que las miraba tenía que recordarme: «Si lo supieran, me matarían».

—Otra vez mantequilla de cacahuete —dijo Dana mientras unos cuantos de nosotros nos sentábamos en el suelo, junto a los catres, con nuestra frugal cena—. Creo recordar que hubo un tiempo muy, muy lejano, en que la mantequilla de cacahuete me gustaba.

—Mejor que espaguetis con mantequilla —replicó Lucas. Dana soltó un gemido. Como respuesta a mi mirada de extrañeza, añadió—: El año pasado, durante un tiempo, eso fue lo único que pudimos permitirnos. En serio, nos pasamos un mes comiendo exclusivamente espaguetis con mantequilla. No me importaría no volver a comerlos nunca más.

—Todo eso da igual. —Raquel untó mantequilla de cacahuete en su pan como si fuera caviar. No había dejado de sonreír en cuatro días, desde que la Cruz Negra anunció que nos aceptaba—. Vale, no cenamos en restaurantes caros todas las noches, pero ¿qué más da? Estamos haciendo algo importante, algo auténtico.

—En estos momentos —señalé— estamos escondidos en un almacén comiendo sándwiches de mantequilla de cacahuete sin jalea tres veces al día.

Raquel no se inmutó lo más mínimo.

—Es parte del sacrificio que hemos de hacer. Vale la pena.

Dana alborotó afectuosamente los cortos cabellos negros de Raquel.

—Hablas como una auténtica novata. Veremos qué dices dentro de cinco años.

Raquel esbozó una sonrisa de oreja a oreja. Le encantaba la idea de estar con la Cruz Negra cinco años, diez, toda su vida. Después de haber sido asediada por vampiros en el internado y perseguida por fantasmas en casa, estaba impaciente por propinarle una patada a algún trasero sobrenatural. Pese a lo extraños que habían sido estos últimos cuatro días, y al hambre que pasábamos, nunca había visto a Raquel tan feliz.

—¡Luces fuera dentro de una hora! —bramó Kate—. Haced lo que tengáis que hacer.

Simultáneamente, Dana y Raquel se llevaron el último pedazo de sándwich a la boca y partieron hacia la ducha que se había montado provisionalmente en la parte trasera del almacén. Solo los primeros de la cola tendrían tiempo de lavarse esa noche, y solo uno o dos disfrutarían de agua caliente. ¿Tenían intención de competir por un lugar en la cola? Siempre les quedaba la alternativa de compartir.

Estaba demasiado cansada para pensar siquiera en desvestirme, pese a lo sudada que estaba.

—Por la mañana —dije en parte a Lucas, en parte a mí—. Tendré tiempo de lavarme por la mañana.

—Oye —Lucas me puso su mano tibia y fuerte en la frente—, estás temblando.

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