Destino (35 page)

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Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Destino
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—Pero sobre todo sí a ti.

Capítulo cuarenta y tres

A
unque ha accedido, sigue vacilando.

Su mano tiembla; su mirada está tan llena de inquietud y preocupación que me impulsa a decir:

—Mírame.

Inspira hondo, pero hace lo que le pido.

—Que esto sea la prueba.

Inclina la cabeza, sin entender del todo mis palabras.

—Que este disfraz sea la prueba de que siempre volveré contigo. Ocurra lo que ocurra, siempre estaremos juntos, siempre hallaremos un modo de encontrarnos. Tanto si me llamo Adelina como si soy Evaline, Abigail, Chloe, Fleur, Emala, Ever, o incluso otra persona muy distinta. —Sonrío—. Sea cual sea la apariencia que mi alma decida encarnar, siempre regresaré contigo. Como siempre he regresado contigo.

Asiente y me sostiene la mirada, llevándose el vasito a los labios mientras yo hago lo mismo.

Me sorprendo al comprobar que no es en absoluto dulce como yo creía, aunque la sensación de amargor en la lengua es leve, y poco agradable. Me limito a hacer que el fruto baje por mi garganta. Lo animo a fluir por mi organismo como si fuese la más dulce ambrosía que cualquier Dios pudiese crear, y Damen hace lo mismo.

Y cuando veo cómo destella y resplandece la habitación, cuando veo cómo vibran los muebles y cómo cobran vida todos los cuadros, entiendo exactamente lo que llevó a Misa, Marco y Rafe a soltar chillidos y gritos de regocijo.

Todo está vivo.

Todo estalla de color, bulle de energía y está conectado con nosotros.

Formamos parte el uno del otro, parte de todo lo que nos rodea.

No existen límites de ninguna clase.

El mundo aparece tal como lo vi cuando morí como Adelina. Cuando me elevé hasta el cielo y contemplé la creación desde allí.

Pero no estoy muerta. De hecho, es justo lo contrario. Nunca me he sentido tan viva.

Miro a Damen a los ojos y me pregunto si cambiará, si cambiaré yo. Pero al margen de que mi cabello regresa del rojo que he manifestado a su tono rubio natural, al margen del aura púrpura que me rodea y del aura azul índigo que le rodea a él, no parece que haya grandes cambios.

Alargo mis brazos hacia él justo cuando él alarga sus brazos hacia mí. Vacilantes, las puntas de nuestros dedos están a punto de tocarse cuando Damen retrocede, lo cual me lleva a mirarle y decir:

—Aunque no funcione, aunque descubramos que nuestro ADN sigue estando maldito y uno de nosotros muera en el intento, nos encontraremos otra vez. Y otra vez. Y otra vez. Tal como siempre nos hemos encontrado. Tal como siempre nos encontraremos a partir de ahora. Pase lo que pase, nunca estaremos separados. Ahora somos realmente inmortales. Es como cuando estamos en el cenador, justo cuando nos disponemos a entrar en la escena y siempre me quedo paralizada. ¿Qué es lo que me dices siempre?

Me mira, y su expresión se suaviza cuando dice:

—Cree.

Y eso hacemos.

Damos ese gran salto de fe y creemos.

El silencio se rompe cuando inspiramos de forma simultánea antes de alargar los brazos hacia delante y establecemos contacto.

Las puntas de nuestros dedos se tocan, se encuentran, se aprietan una contra otra. Casi parecen fundirse, hasta que es imposible distinguirnos, determinar dónde acaba él y empiezo yo. Y no puedo evitar maravillarme ante su calidez, ante el tórrido hormigueo que Damen me hace sentir. Y pronto dejamos de conformarnos con eso; anhelando algo mucho más profundo, nos abrazamos.

Le rodeo el cuello con las manos, y él me aprieta la cintura cada vez más. Explora el camino de mi columna antes de introducir los dedos en mi abundante melena y conducirme hacia sí, ladeando mis labios con gesto experto para besarme. La suave firmeza de su boca me recuerda la primera vez que la saboreé, en esta vida y también en todas las demás. El mundo entero se encoge hasta que solo existe este instante.

Un beso perfecto e inmortal.

Unidos en un estrecho abrazo, nos dejamos caer sobre una antigua alfombra por la que han caminado algunas de las figuras más ilustres de la historia. Damen se tiende a mi lado y me abraza. Nos embarga la emoción de estar juntos. Apenas podemos creer que haya llegado este momento, después de tanto esperar.

La maldición está rota por fin.

El universo ya no actúa en nuestra contra.

Damen se aparta y me mira embelesado mientras sus dedos redescubren el tacto de mi piel. Explora la piel que se extiende entre la sien, la mejilla, los labios y la barbilla; baja por mi cuello y sigue bajando. Mis labios se hinchan esperando sus labios, anticipándome a su sabor, dándole mordisquitos en la mano, los hombros, el pecho y todo lo que está a mi alcance. No me canso de él. No puedo evitar querer más.

Quererlo todo.

Ahora.

—Ever —susurra, mirándome igual que me miraba Alrik, aunque esta vez es mejor porque sucede en tiempo real.

Levanto mi rostro hacia el suyo, atrapo sus labios y le atraigo de nuevo hacia mí. Un estallido de calor atraviesa mi cuerpo; lo que más deseo es profundizar en esta sensación, descubrir hasta dónde puede llegar.

—Ever. —Su voz suena ronca, quebrada por la emoción; las palabras exigen un gran esfuerzo cuando añade—: Ever, aquí no. Así no.

Parpadeo y aprieto los labios, como si despertase de un sueño. Caigo en la cuenta de que seguimos en el suelo, cuando hay lugares mucho más cómodos en los que podríamos estar, entre ellos uno que he manifestado justo antes de venir aquí.

Me pongo en pie y lo conduzco escaleras abajo. Subimos a mi coche y recorremos la sinuosa autovía de la costa. Me detengo ante una preciosa casa de piedra, vieja y erosionada, levantada en lo alto de un acantilado, con grandes ventanales que se asoman a un mar agitado. Una casa que hace una hora no estaba ahí.

—¿Lo has hecho tú? —me pregunta.

Asiento sonriente.

—¿Qué quieres que te diga? Esperaba que llegásemos a un acuerdo. Iba a reservar una habitación en el Montage, pero he pensado que esto era mejor, más privado, más romántico. ¿Te parece bien?

Me agarra de la mano y ambos nos apresuramos hacia la casa. Subimos una larga serie de peldaños sinuosos que no parecen terminar nunca hasta que llegamos arriba, desde luego sin aliento, aunque más por la ilusión que por el esfuerzo de subir.

Abro la puerta y le hago un gesto para que entre. Se echa a reír al pisar el viejo suelo de piedra y ver que, a pesar del tamaño de esta construcción, a pesar de sus grandes dimensiones, solo consiste en un dormitorio muy grande con una chimenea encendida, una bonita cama de dosel, una preciosa y antigua alfombra trenzada, un cuarto de baño bien acondicionado y nada más.

No puedo evitar ruborizarme. Me apresuro a mascullar que no he tenido mucho tiempo, que siempre podemos añadir algo si decidimos quedarnos un rato.

Pero él se limita a sonreír, y pone fin al torrente de excusas apretando mi boca con un dedo que no tarda en sustituir por sus labios, convirtiendo mi silencio repentino en un beso agradable, largo y profundamente emotivo. Me atrae hacia sí, hacia la cama, y su voz susurra con suavidad:

—Eres lo único que quiero. Lo único que necesito. No podría pedir nada más.

Me besa suavemente pero con pasión. Se toma su tiempo. Hace un gran esfuerzo para tratarme con dulzura. Por mi parte, aunque sé que el tiempo que pasaremos juntos es infinito, que siempre estaremos unidos, me siento hambrienta de más.

Tiro del dobladillo de su jersey, se lo paso por encima de la cabeza y lo arrojo a un lado. Hago una pausa para explorar el paisaje de su pecho: las sinuosas colinas de sus hombros, el valle ondulado de sus abdominales… antes de que mis dedos bajen aún más, abriendo un botón, una cremallera, una cinturilla elástica. Y aunque no es la primera vez que le veo desnudo, aun así no puedo reprimir el grito ahogado que escapa de mi garganta. Aun así no puedo evitar quedarme embelesada ante su asombrosa visión.

Él también me quita la ropa. Sus dedos se mueven con destreza, con habilidad, con mucha más práctica que los míos. Y pronto no queda nada entre nosotros, ni físico, ni místico.

Solo estamos él y yo.

Sin barreras de ninguna clase.

Me sujeta con la pierna, me rodea con ella hasta cubrirme con su cuerpo. Un hormigueo cálido estremece mis entrañas, y cierro los ojos para sentir su calor, su contacto. Luego los abro despacio y encuentro su mirada, que me quema. Cada uno de nosotros se ve atraído, absorbido por el otro, hasta que Damen se mueve levemente y nos une.

Nos une como se unieron Alrik y Adelina.

Nos une como hemos soñado unirnos durante todo este tiempo.

Aunque es mejor que todo lo que ha ocurrido antes.

Porque esto es real.

Esto es como debe ser.

La confirmación definitiva de que Damen y yo estamos hechos el uno para el otro.

De que estamos destinados a estar juntos.

Para siempre jamás.

Nuestros cuerpos se alzan, se levantan, se elevan y siguen subiendo. El momento crece, se dilata, se prolonga tanto como es posible… y de pronto nos hundimos en nuestro mutuo calor, el techo se abre de golpe, y un diluvio de bonitos tulipanes rojos cae sobre nosotros.

Capítulo cuarenta y cuatro

M
e pongo de lado, me acerco más a él y dejo que mis dedos sigan el camino que hay de su pecho a su abdomen y bajen aún más. Me asombra su contacto real, su ser cálido y maravilloso, y me pregunto cómo me las he arreglado para vivir tanto tiempo sin él.

—¿En qué piensas? —pregunta, y sus labios mordisquean el lóbulo de mi oreja.

—Oh, ya sabes…

Sonrío con coquetería. Mi dedo meñique vuelve a ascender un poco y encuentra su ombligo, cuyo perímetro recorre. Él se echa a reír y me atrae hasta su pecho. Me planta un beso en la coronilla y mi mente se llena con una sola palabra: «satisfecha».

Estoy total y absolutamente satisfecha.

También estoy feliz, relajada y en paz.

Tengo todo lo que siempre quise.

Mi vida está completa.

Lo miro. Me gustaría que pudiéramos entretenernos, prolongar esto el máximo de tiempo posible, pero Damen tiene otros planes y afirma que tenemos que ir a un sitio importante.

—Echaré de menos este lugar —me dice.

Se pone en pie y pisa la alfombra de pétalos de tulipán, que han seguido cayendo hasta cubrir el suelo.

—No te pongas tan dramático. No va a irse a ninguna parte —contesto sonriendo—. Salvo que nos vayamos nosotros. ¿Es así?

Lo miro con atención, esperando que me dé una pista. Pero él adopta su mejor cara de póquer, lo cual significa que no hay manera de saberlo.

Me encojo de hombros y me enfundo el vestido que he tenido la previsión de manifestar antes, ya que no estoy dispuesta a volver a ponerme el traje con alas.

Luego, tan pronto como estamos vestidos, me coge de la mano y me lleva hasta la ventana. Contemplamos las olas que rompen contra las rocas, muy abajo.

—¿Aún lo ves? —me pregunta, mirándome a los ojos.

Asiento con la cabeza, y a continuación, intentando algo que hasta ahora he estado demasiado nerviosa (y ocupada) para intentar, pienso: «¿Y tú?».

Me mira, sonríe y piensa: «Sí. Y, lo que es mejor, ¡aún podemos oírnos el uno al otro!».

Me apoyo contra él y me pregunto cuánto durará. Sé que los colores vibrantes y el lírico zumbido del universo acabarán desvaneciéndose. Incluso cuando Misa, Marco y Rafe se deshicieron en elogios sobre la experiencia, lo hicieron hablando en pasado. Pero aun así, aunque todo ello pueda desvanecerse de mi vista, nunca se desvanecerá de mi mente. Ahora que conocemos la verdad, el modo en que funciona el universo, el mundo continuará siendo tan mágico y asombroso como siempre, incluso para unos mortales como nosotros.

—¿Lista? —pregunta sin soltar mi mano; la imagen borrosa de nuestra energía combinada es toda la prueba que necesito de que los dos somos uno, de que todo es uno.

Asiento con la cabeza y camino a su lado mientras nos dirigimos a mi coche. Experimento un momento de pánico cuando trato de arrancar con la mente, como tengo por costumbre hacer, pero me relajo al instante al recordar que tuve la previsión de llevarme la llave, puesto que, según parece, esa clase de magia mental ya no funciona.

Y cuando Damen intenta manifestar un tulipán para mí, por desgracia no va más allá de la visión que tiene en su mente. Sin embargo, antes de que pueda empezar a sentirse mal, me apresuro a recordarle que, si es cierto lo que dicen del universo, que los pensamientos crean la realidad, ese tulipán acabará apareciendo.

Cuando llegamos a mi casa, subo las escaleras corriendo y voy directamente a mi armario. Me pongo a llenar una bolsa mientras Damen, detrás, me pregunta:

—¿Qué hago con todo esto?

Cierro la bolsa y me la cuelgo del hombro, contenta al ver que sigo teniendo al menos parte de mi fuerza y aguante de inmortal, ya que la he llenado hasta los topes y aun así puedo llevarla.

Me giro hacia donde está Damen y veo que señala las botellas de elixir que siguen guardadas en la mininevera. Su número ha disminuido mucho desde la última vez que las vi.

Rodeo la encimera y me arrodillo para llevar a cabo un rápido recuento mental. Un recuento que repito una y otra vez, llegando siempre a la misma conclusión sorprendente: no todos los inmortales escogieron el fruto.

—Estaba pensando que deberíamos destruir los frascos, o al menos guardarlos bajo llave. No me gustaría nada que cayesen en malas manos o en manos desprevenidas, ¿sabes? —Damen se vuelve a mirarme—. ¿Qué pasa? —pregunta, alertado por mi expresión.

—La nevera estaba llena —le respondo—. Cuando abandoné la fiesta estaba llena. Y ahora… —Sacudo la cabeza y me apoyo la mano en el estómago; empiezo a encontrarme mal—. Confiaba de verdad en convencerles a todos. Pero tal vez me marché demasiado pronto. Tal vez debería haberme quedado un poco más.

Me apoyo las manos en las rodillas y me dispongo a levantarme cuando Damen dice:

—¿Cómo puedes estar segura de que ha sido un inmortal?

Lo miro a los ojos. De pronto, la habitación empieza a dar vueltas, y tengo que agarrarme a la encimera para no caer al suelo.

Sin embargo, se me pasa enseguida.

Loto tenía toda la razón: hice cuanto estaba en mi mano; lo demás dependía de ellos.

Existe algo llamado «libre albedrío», y según parece alguien ha decidido ejercer el suyo.

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