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Authors: Chuck Palahniuk

Tags: #Relato

Diario. Una novela (11 page)

BOOK: Diario. Una novela
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Como tus pestañas.

Las dos camas del cuarto, la de Tabbi y la de su abuela, no dejan mucho espacio. Mamá Wilmot se ha traído su diario. Eso y su cesto de coser lleno de hilo de bordar. Sus agujas de hacer punto, sus agujas de ganchillo y sus aros para bordar. Es algo que puede hacer mientras está sentada en el vestíbulo con sus viejas amigas o fuera en el paseo marítimo cuando hace buen tiempo.

Tu madre es igual que todas las demás viejas familias del Mayflower, poniendo sus carromatos en círculo en el hotel de Waytansea, esperando a que termine el asedio de esos forasteros espantosos.

Por estúpido que suene, Misty se ha traído las cosas de dibujar. La caja de madera descolorida llena de pinturas y acuarelas, el papel y los pinceles, todo está amontonado en un rincón de su habitación.

Y Misty dice:

—Tabbi, ¿cariño? —Dice—: ¿No querrías tal vez irte a vivir con tu abuela Kleinman a Tecumseh Lake?

Y Tabbi mueve la cabeza de un lado a otro de la almohada, diciendo que no, luego se detiene y dice:

—La abuelita Wilmot me ha contado por qué papá estaba siempre tan de mala hostia.

Misty le dice:

—No digas «de mala hostia», por favor.

Solamente para que conste en acta, la abuelita Wilmot está abajo jugando al bridge con sus amigas delante del reloj enorme de la sala revestida de paneles de madera del vestíbulo. El ruido más fuerte de la sala es el del enorme péndulo moviéndose de un lado a otro y haciendo tictac. O bien está ahí o bien está sentada en un sofá enorme de cuero rojo junto a la chimenea del vestíbulo, leyendo con su gruesa lupa página tras página de un libro que tiene en el regazo.

Tabbi pega la barbilla al borde de satén de la manta y dice:

—La abuelita me ha contado por qué papá no te quiere.

Y Misty dice: —Por supuesto que papá me quiere.

Y por supuesto que eso que acaba de decir es mentira. Al otro lado de la diminuta ventana de buhardilla del cuarto, las olas rompientes resplandecen bajo las luces del hotel. Siguiendo la costa se ve la línea oscura del cabo de Waytansea, una península de nada más que bosque y rocas que se adentra en el océano resplandeciente.

Misty va a la ventana y pone los dedos en la repisa.

—¿La quieres abierta o cerrada?

La pintura blanca de la repisa está levantada y se desprende. Ella se pone a arrancar trocitos y le van quedando virutas de pintura debajo de las uñas.

Tabbi mueve la cabeza de un lado a otro sobre la almohada y dice: —No, mamá. —Dice—: La abuelita Wilmot dice que papá nunca te quiso de verdad. Que solamente fingió que te quería para traerte aquí y hacer que te quedaras.

—¿Para traerme aquí? —dice Misty—. ¿A la isla de Waytansea?

—Se dedica a arrancar virutas sueltas de pintura blanca con dos dedos. Debajo de la pintura la repisa es de madera con barniz marrón. Misty dice—: ¿Qué más te ha dicho tu abuela?

Y Tabbi dice:

—La abuelita dice que vas a ser una artista famosa. Lo que no te enseñan en la clase de teoría del arte es que un elogio demasiado grande puede doler más que una bofetada en la cara. Misty, una artista famosa. La gorda de Misty, la rema de las esclavas.

La pintura blanca se va desprendiendo y formando el perfil de unas letras. Escrito con cera de vela o con un dedo de grasa, o tal vez con goma arábiga, va apareciendo debajo un mensaje en negativo. Alguien escribió algo invisible aquí hace mucho tiempo, algo sobre lo que no puede afianzarse la pintura nueva.

Tabbi se levanta unos mechones de pelo y se mira las puntas, tan de cerca que los ojos le bizquean. Se mira las uñas y dice:

—La abuelita dice que deberíamos ir de picnic al cabo.

El océano resplandece, brillante como la bisutería que Peter llevaba a la facultad de bellas artes. El cabo de Waytansea no es más que oscuridad. Un vacío. Un agujero en todo.

Las joyas que tú llevabas a la facultad de bellas artes.

Misty se asegura de que la ventana esté cerrada y se echa con una mano las virutas de pintura en la palma de la otra mano. En la facultad de bellas artes te enseñaban que los síntomas del envenenamiento por plomo en los adultos incluyen fatiga, tristeza, debilidad y estupidez: unos síntomas que Misty lleva sufriendo durante la mayor parte de su vida adulta.

Y Tabbi dice:

—La abuelita Wilmot dice que todo el mundo querrá tus cuadros. Que harás cuadros y que los veraneantes se pelearán por ellos. Misty dice: —Buenas noches, cariño.

Y Tabbi dice:

—La abuelita Wilmot dice que nos harás otra vez una familia rica. —Asiente y dice—: Que papá te trajo aquí para enriquecer de nuevo a toda la isla.

Con las virutas de pintura en la palma de una mano, Misty apaga la luz.

El mensaje de la repisa, sobre el cual se ha desprendido la pintura, dice: «Morirás cuando acaben contigo». Firmado: «Constance Burton». Después de arrancar más pintura, el mensaje dice: «Todas». Misty se inclina para apagar la lámpara de porcelana y dice: —¿Qué quieres para tu cumpleaños la semana que viene?

Y la vocecilla de Tabbi dice en la oscuridad: —Quiero ir de picnic al cabo y quiero que vuelvas a pintar.

Y Misty le dice a la voz: —Que duermas bien. —Y le da un beso de buenas noches.

10 DE JULIO

En su décima cita, Misty le preguntó a Peter si había estado jugando con sus pildoras anticonceptivas.

Estaban en el apartamento de Misty. Ella estaba trabajando en otro cuadro. La televisión estaba encendida y sintonizada en un culebrón en español. Su nuevo cuadro representaba una iglesia muy alta fabricada con piedra tallada. El campanario tenía un tejado de cobre que el tiempo había ceñido de verde. Las vidrieras era tan complicadas como telas de araña.

Mientras pintaba las puertas de color azul resplandeciente de la iglesia, Misty dijo:

—No soy tonta. —Dijo—: Muchas mujeres verían la diferencia entre una pildora anticonceptiva de verdad y esos caramelitos de canela de color rosa que has puesto en su lugar.

Peter tenía el último cuadro de ella, la casa de la cerca blanca, el que le había enmarcado, y lo llevaba debajo del jersey. Andaba como un pato por el apartamento, como si estuviera embarazado de un bebé muy cuadrado. Tenía los brazos rectos a los costados del cuerpo y sujetaba el cuadro en su sirio con los codos.

Luego movió los brazos un poco, deprisa, y el cuadro se cayó. Se oyó un golpe contra el suelo y el ruido del cristal al romperse. Peter lo cogió con las manos.

Tú lo cogiste. El cuadro de Misty.

Y ella dijo: —¿Qué coño estás haciendo?

Y Peter dijo: —Tengo un plan.

Y Misty dijo:

—No voy a tener hijos. Voy a ser artista. En la televisión, un hombre se puso a abofetear a una mujer hasta que esta se dejó caer al suelo y se quedó allí tumbada, con los pechos subiendo y bajando dentro de un jersey ajustado. Se suponía que la mujer era agente de policía. Peter no entendía ni una palabra de español. Lo que le encantaba de los culebrones en español era que podías hacer que lo que decía la gente significara lo que tú quisieras.

Peter se metió la pintura debajo del jersey y dijo:

—¿Cuándo?

Y Misty dijo:

—Cuándo ¿qué?

La pintura se cayó y él la recogió. —¿Cuándo vas a ser artista? —dijo él. Otra razón para amar los culebrones españoles era la rapidez con que se solucionaban las crisis. Un día un hombre y una mujer se estaban atacando mutuamente con cuchillos de carnicero. Al día siguiente estaban arrodillados en la iglesia con su nueva criatura. Con las manos unidas y rezando. La gente aceptaba lo peor de su pareja entre gritos y bofetadas. El divorcio y el aborto jamás eran opciones argumentales.

Misty no sabía si aquello era amor o simple inercia.

Después de graduarse, dijo, entonces sería artista. Cuando hubiera reunido la obra suficiente y encontrara una galería que la exhibiera. Cuando hubiera vendido unas cuantas piezas. Misty quería ser realista. Tal vez enseñaría arte en un instituto. O se haría dibujante técnica o ilustradora. Algo práctico. No todo el mundo podía ser un pintor famoso.

Peter se metió la pintura debajo del jersey y dijo:

—Podrías ser famosa.

Y Misty le dijo que parara. Que lo dejara.

—¿Por qué? —dijo él—. Es verdad.

Sin dejar de mirar la televisión, embarazado del cuadro, Peter dijo: —Tienes mucho talento. Podrías ser la artista más famosa de tu generación.

Peter miró un anuncio en español de un juguete de plástico y dijo:

—Con ese don, estás condenada a ser una gran artista. Para tí la facultad es una pérdida de tiempo.

Si no entiendes algo, puedes hacer que signifique cualquier cosa.

La pintura se cayó y él la recogió. Dijo:

—Lo único que tienes que hacer es pintar.

Tal vez era por eso que Misty le quería.

Que te quería.

Porque creías en ella mucho más que ella misma. Esperabas más de ella de lo que ella misma esperaba.

Misty pintó los diminutos pomos dorados de las puertas y dijo:

—Tal vez. —Dijo—: Pero es por eso que no quiero hijos...

Solamente para que conste en acta, fue un gesto bonito. Lo de cambiar las pildoras anticonceptivas por aquellos caramelos en forma de corazón.

—Cásate conmigo —dijo Peter— y serás la nueva gran pintora de la Escuela de Waytansea.

Maura Kincaid y Constance Burton.

Misty dijo que dos pintoras no hacían una «escuela».

Y Peter dijo:

—Son tres contándote a ti.

Maura Kincaid, Constance Burton y Misty Kleinman. —Misty Wilmot —dijo Peter, y se metió la pintura debajo del jersey. Dijiste tú. En la televisión, un hombre le gritaba «Te amo... Te amo...» una y otra vez a una chica morena de ojos marrones y pestañas ferozmente largas, mientras le iba dando patadas por unas escaleras.

A Peter se le volvió a caer el cuadro del jersey y lo volvió a recoger. Fue al lado de Misty, que estaba trabajando en los detalles de la alta iglesia de piedra, en las virutas de musgo verde del tejado, en el rojo del orín de los canalones. Y dijo:

—En esa iglesia nos casaremos, en esa misma.

Y la cortita menú de la pequeña Misty dijo que aquella iglesia se la estaba inventando, que no existía.

—Eso es lo que tú crees —dijo Peter. Le dio un beso en un lado del cuello y susurró—: Tú cásate conmigo y la isla te dará la mayor boda que nadie haya visto en un centenar de años.

11 DE JULIO

Ya es pasada la medianoche y la única persona que hay en el vestíbulo del hotel es Paulette Hyland, detrás del mostrador de recepción. Grace Wilmot te diría que Paulette es una Hyland por matrimonio, pero que antes había sido una Petersen aunque su madre era una Nieman que descendía de la rama de los Tupper. Antiguamente eso implicaba mucho dinero por ambos lados de su familia. Ahora Paulette trabaja detrás de un mostrador.

Al otro lado del vestíbulo, apoltronada en los cojines de un sofá de cuero rojo, está Grace, leyendo junto a la chimenea.

El vestíbulo del Waytansea contiene décadas de cosas amontonadas en capas. Un jardín. Un parque. La alfombra de lana es de color verde musgo sobre baldosas de granito extraído de una cantera cercana. La alfombra azul que baja por las escaleras es una cascada que fluye por los rellanos y cae por cada escalón. Una serie de nogales desbastados y pulimentados y reunidos de nuevo componen un bosque de columnas perfectamente cuadradas, hileras rectas de árboles oscuros y brillantes que sostienen un dosel forestal de hojas de plástico y cupidos.

Del techo cuelga una lámpara de araña, un haz sólido de luz de sol que irrumpe en el claro del bosque. Desde abajo los como se llamen de cristal parecen bolitas diminutas y brillantes, pero si te subes a una escalera alta para limpiarlos, cada cristal resulta ser del tamaño de un puño.

Las guirnaldas y las cascadas de seda verde cubren casi por completo las ventanas. De día, convierten la luz del sol en una penumbra verde y suave. Los sofás y los sillones están rellenos a reventar y tapizados como si fueran arbustos en flor, con flecos largos y enmarañados en la parte de abajo. La chimenea podría ser una hoguera de campamento. El vestíbulo entero es la isla en miniatura. Una isla de interior. Un edén.

Solamente para que conste en acta, este es el paisaje donde Grace Wilmot se siente más cómoda. Más todavía que en su propia casa.

Que en tu casa.

En mitad del vestíbulo, Misty avanza por entre sofás y mesillas. Grace levanta la vista.

Y dice:

—Misty, ven a sentarte junto al fuego. —Vuelve a mirar su libro abierto y dice—: ¿Cómo va tu dolor de cabeza?

A Misty no le duele la cabeza.

Grace tiene abierto sobre el regazo su diario, el de la cubierta roja. Está mirando las páginas y diciendo:

—¿A qué fecha estamos hoy?

Misty se lo dice.

La hoguera se ha consumido y ya no queda más que un lecho de brasas anaranjadas debajo de la rejilla. A Grace le cuelgan los pies calzados en unos zapatos marrones de hebilla, con los dedos extendidos, sin tocar el suelo. La mata de rizos blancos y largos le cuelga sobre el libro que tiene en el regazo. Al lado de su sillón hay una lámpara de pie cuya luz potente rebota en el borde plateado de la lupa que ella va sosteniendo encima de cada página.

Misty dice:

—Mamá Wilmot, tenemos que hablar.

Grace retrocede un par de páginas y dice:

—Oh, cariño. Ha sido equivocación mía. No vas a tener ese terrible dolor de cabeza hasta pasado mañana.

Y Misty se acerca a su cara y le dice:

—¿Cómo te atreves a predisponer a mi hija a tener el corazón roto?

Grace levanta la vista del libro con una mueca de sorpresa. La barbilla le tira tanto hacia abajo que en el cuello se le forman unos pliegues de oreja a oreja. Su sistema músculo-aponeurótico superficial. Su grasa submental. Las bandas platismales arrugadas de alrededor de su cuello.

Misty dice:

—¿Qué te propones diciéndole a Tabbi que voy a ser una artista famosa? —Mira a su alrededor, ve que siguen solas y dice—: Soy camarera, pago un techo sobre nuestras cabezas y con eso basta. No quiero que llenes a mi hija de expectativas que no puedo satisfacer. —Sin acabar de expulsar el aire que tiene en el pecho, Misty dice—: ¿No ves la imagen de mi que va a dar esto?

Y en la cara de Grace aparece una sonrisa amplia y tranquila, y dice:

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