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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

Dune. La casa Harkonnen (48 page)

BOOK: Dune. La casa Harkonnen
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Durante esos dos años, los jóvenes no habían hablado a nadie de Dominic Vernius y su base de contrabandistas. Habían dado su palabra al hombre, y guardado el secreto…

Ambos tenían dieciocho años y esperaban casarse pronto, pero Liet, aturdido por las hormonas propias de su edad, no podía elegir. Cada vez se sentía más atraído hacia Faroula, la hija de Heinar, el naib del sietch de la Muralla Roja, una muchacha de grandes ojos y cuerpo flexible como un junco, aunque de carácter impredecible. Faroula había sido educada en la sabiduría de la botánica, y algún día sería una sanadora respetada.

Por desgracia para él, Warrick también deseaba a Faroula, y Liet sabía que su hermano de sangre tenía más posibilidades de reunir valor para pedir la mano de la hija del naib antes de que él consiguiese decidirse.

Los dos amigos se durmieron oyendo los suaves rasguños de la arena empujada contra su tienda…

Al día siguiente, cuando salieron, Liet contempló la extensión de la Depresión Hagga. Warrick parpadeó, deslumbrado por la potente luz.


¡Kull wahad!

La tormenta de viento nocturna había barrido el polvo de una amplia playa blanca, los restos salobres de un antiguo mar seco. El lecho del lago rielaba por obra del calor.

—Una llanura de yeso. Algo que pocas veces se ve —dijo Liet, y murmuró—: Mi padre la exploraría y sometería a análisis.

Warrick habló en voz baja y admirada.

—Dicen que quien ve un
Biyan
, las Tierras Blancas, puede pedir un deseo que le será concedido.

Guardó silencio y movió los labios para expresar sus deseos más ocultos y anhelados.

Liet le imitó para no quedar en desventaja.

—¡He pedido que Faroula sea mi esposa! —anunció a su amigo.

Warrick le dedicó una sonrisa pensativa.

—Mala suerte, hermano de sangre: yo he pedido lo mismo. —Soltó una carcajada y palmeó a Liet en la espalda—. Parece que no todos los deseos se convierten en realidad.

Al anochecer, los dos recibieron a Pardot Kynes cuando llegó al sietch de la Roca del Seno. Los más viejos del lugar le dedicaron una ceremonia de bienvenida, muy complacidos por lo que había logrado. Kynes aceptó su homenaje con brusca amabilidad, y pasó por alto muchas de las respuestas oficiales en su ansia por inspeccionarlo todo.

El planetólogo fue a estudiar las plantas que crecían bajo brillantes globos luminosos que simulaban la luz del sol, en el interior de hendiduras rocosas. La arena había sido fertilizada con productos químicos y heces humanas, con el fin de crear un suelo rico. Los habitantes de la Roca del Seno cultivaban mezquita, salvia, conejera, incluso saguaros de tronco en forma de acordeón, rodeados de maleza. Grupos de mujeres vestidas con mantos iban de planta en planta, como si estuvieran celebrando una ceremonia religiosa, y regaban las plantas con vasos de agua.

Las paredes de piedra del cañón obstruido de la Roca del Seno conservaban un poco de humedad cada mañana. Precipitadores de rocío situados en la parte superior del cañón volvían a capturar el vapor de agua perdido y lo devolvían a las plantas.

Por la noche, Kynes paseó de plantación en plantación, y se agachó para estudiar hojas y tallos. Ya había olvidado que su hijo y Warrick habían ido a recibirle. Su escolta, Ommun y Turok, montaban guardia, deseosos de sacrificar sus vidas si algo amenazaba a su Umma. Liet reparó en la intensa concentración de su padre, y se preguntó si alguna vez se había dado cuenta de la lealtad absoluta que inspiraba en aquella gente.

En la boca del angosto cañón, donde algunos pedruscos y rocas constituían la única barrera contra el desierto, los niños fremen habían sujetado con cuerdas globos luminosos que se reflejaban en la arena. Cada niño esgrimía una varilla metálica doblada, encontrada en un vertedero de Carthag.

Liet y Warrick, que disfrutaban del silencio de la noche, se acuclillaron sobre una roca para observar a los niños. Warrick olfateó el aire y examinó el sol artificial que iluminaba los matorrales y cactos.

—Los pequeños Creadores se sienten atraídos hacia la humedad como virutas de hierro hacia un imán.

Liet ya había observado la actividad antes, la había practicado de niño, pero todavía le fascinaba ver a los pequeños intentando capturar truchas de arena.

—Pican con facilidad.

Una niña se inclinó para dejar caer una gota de saliva en el extremo de su vara metálica. Después extendió el artilugio sobre la arena. Los globos luminosos arrojaban profundas sombras sobre el terreno irregular. Algo se agitó bajo la superficie y surgió del polvo.

Las truchas de arena eran animales carnosos sin forma, blandos y escurridizos. Sus cuerpos eran flexibles cuando estaban vivos, pero se volvían duros y correosos cuando morían. Se encontraban muchos pequeños Creadores muertos en los lugares donde se había producido una explosión de especia. Muchos más horadaban el suelo para capturar el agua liberada, y la retenían con el fin de proteger a Shai-Hulud.

Una trucha de arena extendió un seudópodo hacia el reluciente extremo de la vara. Cuando tocó la saliva de la niña, ésta giró el palo de metal y lo alzó en el aire, junto con la trucha de arena. Los demás niños rieron.

Un segundo niño se apoderó de otra trucha de arena, y los dos corrieron hacia las rocas, donde jugaron con sus presas. Podían aguijonear y pellizcar la carne blanda, hasta extraer unas gotas de almíbar dulce, una golosina que a Liet le había encantado cuando era niño.

Si bien sintió la tentación de sumarse al juego, Liet se recordó que ya era un adulto, un miembro de pleno derecho de la tribu. Era el hijo del Umma Kynes. Los demás fremen fruncirían el entrecejo si le veían enfrascado en actividades tan frívolas.

Warrick estaba sentado en la roca a su lado, absorto en sus pensamientos. Miraba a los niños y pensaba en su futura familia. Alzó la vista hacia el cielo púrpura.

—Dicen que la estación de las tormentas es la época más apropiada para hacer el amor.

Arrugó el entrecejo y apoyó su estrecha barbilla sobre las manos, muy concentrado. Se había dejado crecer una barba rala.

Liet sonrió. Él aún no tenía que afeitarse.

—Ha llegado el momento de que elijamos una pareja, Warrick.

Los dos estaban obsesionados por Faroula, y la hija del naib les dejaba hacer, fingiendo indiferencia al tiempo que recibía con agrado sus atenciones. Liet y Warrick le llevaban tesoros especiales del desierto siempre que podían.

—Tal vez deberíamos llevar a cabo nuestra elección según la costumbre de los fremen. —Warrick extrajo de su cinturón un par de astillas de hueso largas como cuchillos—. ¿Tiramos palos de cuentas para ver quién corteja a Faroula?

Liet también poseía un par de dichos objetos. Su amigo y él habían pasado muchas noches de acampada desafiándose mutuamente. Los palos de cuentas eran tallas delgadas con una escala de números aleatorios grabados en los lados, los números altos mezclados con los bajos. Los fremen lanzaban los palos para clavarlos en la arena, y después leían el número del fondo. Quien conseguía la cifra más alta, ganaba. Se necesitaba tanta destreza como suerte.

—Si jugamos a los palos de cuentas te ganaré, por supuesto —dijo Liet a Warrick con absoluta seguridad.

—Lo dudo.

—En cualquier caso, Faroula nunca aceptaría ese método. —Liet se recostó contra la fría pared rocosa—. Quizá ha llegado el momento de llevar a cabo la ceremonia
ahal
, mediante la cual una mujer elige a su pareja.

—¿Crees que Faroula me elegiría? —preguntó Warrick, con más deseos que esperanzas.

—Pues claro que no.

—En casi todo confío en tu buen juicio, amigo mío… pero en esto no.

—Tal vez se lo pregunte cuando vuelva —dijo Liet—. No podría desear mejor marido que yo.

Warrick rio.

—En casi todos los desafíos eres un hombre valiente, Liet-Kynes, pero cuando te enfrentas a una mujer hermosa eres un cobarde ignominioso.

Liet resopló indignado.

—He compuesto un poema de amor para ella. Tengo la intención de escribirlo en una hoja de papel de especia y dejarlo en su habitación.

—Ah, ¿sí? —se burló Warrick—. ¿Tendrías la audacia de firmarlo con tu nombre? ¿Cuál es ese hermoso poema que has escrito?

Liet cerró los ojos y recitó:

Muchas noches sueño junto al agua, y escucho los vientos pasar en lo alto;

muchas noches me tiendo junto a un nido de víboras y sueño con Faroula en el calor del verano;

la veo hornear pan de especia sobre planchas de hierro al rojo vivo;

y trenzar anillos de agua en su pelo.

La fragancia ámbar de su busto estremece mis sentidos más íntimos;

aunque me atormenta y tiraniza, no me gustaría que fuera distinta:

Ella es Faroula, y es mi amor.

Un viento tempestuoso ruge en mi corazón;

contempla el agua transparente del qanat, mansa y trémula.

Liet abrió los ojos como si despertara de un sueño.

—He oído cosas mejores —dijo Warrick—. Yo he escrito cosas mejores. Deberías encontrar a una mujer que te aceptara, pese a todo. Pero nunca Faroula.

Liet fingió ofenderse. En silencio, los dos contemplaron a los niños fremen, que continuaban capturando truchas de arena. Sabía que su padre, en las profundidades del cañón, estaba intentando imaginar nuevas formas de potenciar el crecimiento de las plantas, de añadir vegetación suplementaria para aumentar el rendimiento y retener los nitratos en el suelo.
Supongo que nunca ha jugado con una trucha de arena en su vida
, pensó.

Warrick y él pensaron en otras cosas y se concentraron en escudriñar la noche. Por fin, tras un largo silencio, ambos hablaron al unísono, lo cual les hizo reír.

—Sí, los dos se lo preguntaremos cuando volvamos al sietch de la Muralla Roja.

Enlazaron las manos, confiados… pero aliviados en secreto de haber dejado la decisión en otras manos.

Los fremen del sietch de Heinar celebraron con alborozo el regreso de Pardot Kynes.

La joven Faroula puso los brazos en jarras, mientras veía desfilar el grupo a través de las puertas impermeables. Su largo cabello oscuro colgaba en rizos sedosos, sujetos con anillos de agua, hasta sus hombros. Su rostro era estrecho, como el de un elfo. Sus grandes ojos eran charcos de noche bajo sus impresionantes cejas. Un ligero rubor bailaba sobre sus mejillas bronceadas.

Primero miró a Liet, y después a Warrick. Una expresión seria aparecía en su rostro, con los labios apenas alzados para demostrar que estaba complacida en secreto, más que ofendida, por lo que los dos jóvenes acababan de pedirle.

—¿Y por qué debería elegir a uno? —Faroula contempló a los dos pretendientes durante un largo momento, consiguió que se retorcieran debido a la agonía de la impaciencia—. ¿A qué viene tanta confianza?

—Pero… —Warrick se dio un golpe en el pecho—. He combatido con muchos soldados Harkonnen. He cabalgado en un gusano de arena hasta el polo sur. He…

Liet le interrumpió.

—He hecho lo mismo que Warrick, y además soy el hijo de Umma Kynes, su heredero y sucesor como planetólogo. Tal vez llegue un día en que abandone este planeta para visitar la corte imperial de Kaitain. Soy…

Faroula desechó con un gesto impaciente sus bravatas.

—Y yo soy la hija del naib Heinar. Puedo elegir al hombre que me dé la gana.

Liet emitió un gruñido gutural y sus hombros se hundieron. Warrick miró a su amigo, pero se irguió en toda su estatura y procuró recuperar su arrogancia.

—Bien, pues… ¡elige!

Faroula rio, se tapó la boca y volvió a adoptar su expresión severa.

—Ambos poseéis cualidades admirables… al menos unas cuantas. Además, supongo que si no tomo una decisión cuanto antes, acabaréis matándoos para presumir ante mí, si pidiera pruebas como esa. —Agitó la cabeza, y su largo pelo tintineó con el movimiento de los anillos de agua. Se llevó un dedo a los labios mientras reflexionaba. Un brillo travieso apareció en sus ojos—. Concededme dos días para decidir. Debo meditar. —Como vio que ninguno de los dos se movía, su voz adoptó un tono más crispado—: ¡No os quedéis mirándome como corderos degollados! Tenéis trabajo que hacer. Os digo una cosa: nunca me casaré con un marido perezoso.

Liet y Warrick casi tropezaron cuando se esforzaron por ocuparse en algo que pareciera importante.

Después de esperar durante dos largos y torturantes días, Liet descubrió una nota envuelta en su habitación. Abrió el papel de especia, con el corazón acelerado y abatido al mismo tiempo: si Faroula le había elegido a él, ¿por qué no se lo había dicho en persona? Pero cuando sus ojos leyeron las palabras que había escrito, su aliento se paralizó en su garganta.

«Te espero en la lejana Cueva de las Aves. Me entregaré al primer hombre que llegue».

Era todo cuanto decía la nota. Liet la miró durante varios segundos y después corrió por los pasillos del sietch hasta los aposentos de Warrick. Apartó las cortinas y vio que su amigo estaba preparando frenéticamente una bolsa y una fremochila.

—Ha lanzado un reto
minha
—dijo Warrick sin volverse.

Era una prueba en la que los jóvenes fremen demostraban su virilidad. Los dos se miraron, paralizados un momento.

Después, Liet dio media vuelta y corrió a sus aposentos. Sabía muy bien lo que debía hacer.

Era una carrera.

53

Es posible embriagarse con la rebelión por la rebelión en sí.

D
OMINIC
V
ERNIUS
,
Recuerdos de Ecaz

Ni siquiera dos años en un pozo de esclavos Harkonnen domeñó el carácter de Gurney Halleck. Los guardias le consideraban un prisionero difícil, distinción que él consideraba una medalla de honor.

Si bien le apalizaban con regularidad, hasta dejarle la piel amoratada, los huesos rotos y la carne lacerada, Gurney siempre se recuperaba. Llegó a conocer muy bien el interior de la enfermería, y a comprender los métodos milagrosos a que recurrían los médicos para remendar heridas y conseguir que los esclavos volvieran a trabajar.

Tras su captura en la casa de placer había sido arrojado al interior de las minas de obsidiana y los pozos de pulido, donde se vio obligado a trabajar con más ahínco que cuando cavaba zanjas para plantar tubérculos krall. De todos modos, Gurney no echaba de menos aquellos tiempos. Al menos moriría sabiendo que había intentado luchar.

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