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Authors: Brian Keene

El alzamiento (27 page)

BOOK: El alzamiento
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—Querrás decir gilipollas de primera —dijo Frankie con calma—. Antes de que acabe todo esto, soldado de primera Kramer, voy a matarte. No lo olvides.

La miró a los ojos mientras su cara se iba poniendo roja de furia. Levantó el M-16, le apuntó con él en la cara y gruñó algo ininteligible.

—¿Qué has dicho?

—¡Que te muevas! —gritó.

Mientras era dirigida a su destino, Frankie no puedo evitar sonreír.

* * *

Miller entró en la habitación de los informes, donde se encontraban Michaels, Torres, los capitanes González y McFarland y el coronel Schow, sentados y a la espera. En uno de los muros colgaba un mapa de carreteras del estado de Pensilvania, y en otro, uno topográfico. Saludó rápidamente, se sirvió una taza de café instantáneo y se sentó al lado de Michaels.

—Siento haberles hecho esperar.

—No pasa nada —dijo el coronel Schow, sonriendo—. Tómese el café y relájese, sargento Miller.

Su voz era tan tenue que, en ocasiones, tenían que esforzarse para escucharla. Y fría.

Muy, muy fría.

Schow no era físicamente grande, pero su presencia llenaba la habitación. Su metro setenta de altura y sus ochenta kilos de peso no resultaban imponentes, pero su planta sí. Se movía como un gato: ligero, grácil y mortal. Nunca levantaba la voz más allá de su quedo tono, pero cuando hablaba, todo el mundo prestaba atención. Tenía la asombrosa habilidad de terminar las frases y pensamientos de sus subordinados, como si pudiese leer sus mentes. Pero lo que a Miller le resultaba más desconcertante de él era que nunca parpadeaba.

Nunca. Cuando Michaels y él eran un par de reclutas novatos recién salidos del campamento de instrucción, apostó un pack de cervezas y ganó.

Schow era como una serpiente, silencioso y observador.

Y venenoso.

El capitán González se aclaró la garganta.

—Sargento Michaels, ¿por qué no empieza usted? —No era una pregunta.

—Sí, señor. Hicimos un reconocimiento en Harrisburg. La ciudad es inhabitable; hay una alta concentración de no muertos y los supervivientes son carroñeros, pandilleros, bandas de motoristas y gente así, aunque no disponen de armamento pesado capaz de enfrentarse a un regimiento acorazado. Podríamos tomarla como base de expansión, pero si lo hacemos, tendremos que recurrir al combate urbano, así que los tanques no nos servirían: destruiríamos aquello de lo que queremos apoderarnos. Además, hay la suficiente resistencia como para provocarnos un número excesivo de bajas, y la ciudad tampoco serviría como punto de reabastecimiento, ya que los saqueadores se han llevado casi toda la comida no perecedera y otros productos.

—¿Y qué hay de los prisioneros que ha capturado, sargento? —Preguntó Schow—. Háblenos de ellos.

—Bueno, señor, nos topamos con ellos, literalmente, en el viaje de vuelta. Los zombis lanzaron un ataque aéreo y terrestre, usando fundamentalmente pájaros no muertos. Perdimos al soldado Warner durante el ataque.

—Aparte de eso, ¿no sufrieron más bajas? —interrumpió Schow.

—No, señor.

—Entonces es aceptable. Continúe, por favor.

—Durante la confrontación nos encontramos con los dos hombres en cuestión, y, después de conseguir sus identificaciones, comprobamos que uno de ellos trabajaba para los Laboratorios Nacionales de Havenbrook, en Hellertown: el profesor William Baker. Era el director del proyecto CRIP. ¿Lo recuerda de las noticias?

—¿No era aquella cosa que iba a provocar un agujero negro? —preguntó Miller.

—El Colisionador Relativista de Iones Pesados —dijo Schow mientras juntaba los dedos—. Se escribieron unos cuantos artículos fascinantes sobre él en las publicaciones especializadas.

—Bien, pues Baker trabajaba en ello. —Miller extrajo la tarjeta de identificación de Baker de su bolsillo y la deslizó por la mesa—. Imagino que tendría un pase de seguridad de alto nivel.

—Del más alto —musitó Schow. Después les pasó la acreditación a González y McFarland—. Como director, tendría acceso a toda la instalación.

—¿Permiso para hablar, coronel? —interrumpió Miller.

—Adelante.

—Le ruego disculpas, pero ¿en qué nos beneficia eso?

—Havenbrook era una de las instalaciones de investigación punteras del gobierno de Estados Unidos, sargento. Eso fue lo que se le dijo al público. Olvídese de todas esas teorías idiotas sobre el Área 51 y Gloom Lake; esas instalaciones también existen, lo sabe todo el mundo, pero se dedican fundamentalmente a desarrollar aeronaves experimentales.

—Havenbrook —continuó González, retomando la explicación donde la había dejado el coronel —era, entre otras cosas, un laboratorio de armas. Biológicas, químicas, balísticas... Pedías cualquier cosa y la hacían. Tenían más virus que un hospital.

—¿Así que vamos a hacernos con su arsenal? —preguntó Miller.

—Sólo ve una parte del cuadro, sargento —le dijo Schow—.

Havenbrook es muy grande... colosal. Tenía que serlo, a juzgar por todos los proyectos que debían de desarrollarse allí. Desde fuera parece un laboratorio normal y corriente, con mucha seguridad en el perímetro pero sólo oficinas y un hangar o dos en el interior. Eso se debe a que la mayor parte del complejo está bajo tierra. Y por lo que he leído, tiene kilómetros de túneles. Es impenetrable.

Miller silbó.

—Nos vendría muy bien como base de operaciones.

—Desde luego —sonrió Schow—. Piense en las posibilidades que nos ofrece. Cada día que pasa el número de criaturas aumenta. La milicia de los Hijos de la Constitución controla una gran parte de Virginia Occidental, y es cuestión de tiempo que se dirijan hacia aquí. De las ruinas no paran de surgir milicias de renegados mientras las criaturas se multiplican. Necesitamos establecer una fortaleza permanente, una que no sea Gettysburg. De lo contrario, no sobreviviremos al invierno. De hecho, tendremos suerte si duramos un mes más: aunque contemos con armas y hombres, nos enfrentamos a un enemigo que tiene una ventaja evidente sobre nosotros. Sólo necesita un cuerpo muerto. Hoy día, el número de cuerpos muertos supera ampliamente al de vivos. No luchamos para conquistar tierras o por ideales. Luchamos por la supervivencia, ¡por nuestro derecho a vivir! Y únicamente los fuertes lo conseguirán. Todo esto es la forma que tiene la naturaleza de purgar a los débiles. Pero nosotros no somos débiles, ¿verdad que no? ¡No! ¡Somos fuertes! Eso es lo que los civiles de ahí fuera no entienden. Creen que somos crueles y que nuestros métodos son implacables, pero el hecho de que no estén de acuerdo con ellos revela su condición. Son débiles y, por lo tanto, no aptos para sobrevivir. Debemos ganar esta guerra, y entonces Havenbrook sería un lugar ideal para empezar. —Hizo una pausa, bebió un sorbo de café y terminó—. Y ahora, Miller, como dicen los jóvenes de hoy en día, ya sabe lo que toca.

—¿Baker se ha mostrado cooperativo? —le preguntó McFarland a Michaels.

—Hasta ahora no —respondió el sargento—, pero seguro que podemos persuadirlo.

—¿Y el otro hombre que lo acompañaba?

—Bah, es un sordomudo, una especie de retrasado. No tengo ni idea de cómo se encontraron, pero el científico se siente unido a él.

—Entonces cooperará —dijo Schow—. Tráigamelos. Quiero aprender todo lo que ese hombre sabe de Havenbrook antes de ir allí. Trazado y diseño, si hay corriente, qué sistemas de seguridad funcionan todavía, cuánta gente hay y, lo más importante, cuántas de esas cosas hay escondidas ahí abajo, si es que hay alguna. Creo que nos será un guía turístico de lo más útil. —Juntó los labios y sopló el café antes de sorberlo. Después, se dirigió a Miller—. Sargento, me gustaría que ahora compartiese sus hallazgos con nosotros.

Miller informó de todo lo que había tenido lugar durante la misión. Cuando terminó, se sentó y permaneció en silencio un rato.

—Es una lástima lo del soldado Skip —dijo finalmente Torres—. El chaval me caía bien.

—Quizá podamos usar su castigo por insubordinación como una herramienta de aprendizaje para nuestro científico. Teniente Torres, tenga el helicóptero listo. Y tráigame a nuestros tres prisioneros: el desertor Skip, el profesor y su desafortunado compañero. Vamos a llevarles a dar una vuelta.

* * *

—Si le ponemos con el resto de los locales, se lo comerán vivo en cuanto vuelvan del trabajo como si fuesen zombis.

Baker reconoció la voz que sonaba más allá de la puerta: era Lapine, así que bajó los pies de la barandilla, donde los había colocado para descansar. Oyó el chasquido de la llave al entrar en el cerrojo y el crujir de las cadenas al ser retiradas de la puerta. Gusano notó la inquietud de Baker y se quedó mirándolo, observando su semblante pensativo.

La puerta del balcón se abrió y apareció un soldado hecho polvo flanqueado por otros cuatro, entre ellos Lapine. Empujaron al herido al interior y cerraron la puerta de un golpe.

El hombre apoyó la espalda contra el respaldo de la silla y se derrumbó sobre ella, hecho un tembloroso ovillo.

—¿Está bien? —le preguntó Baker, dando un paso hacia él.

—Oy ien —murmuró el hombre a través de su destrozada boca—. E amo Shkip.

«¡Suena igual que Gusano!», pensó Baker.

—Yo soy William Baker, y mi compañero se llama Gusano.

—E i en la e ene ene, gon o de a aina de o ahujero' negó'.

—Sí, salí en la CNN —admitió Baker, sorprendido—. ¿Se acuerda de mí?

—Aho, eo, ¿e iculpa u eundo? —El hombre sonrió y un hilo de baba rosa se deslizó por su mejilla machacada. Se encorvó hacia delante, tosió y escupió tres dientes rotos y un chorro de sangre. Baker contempló la escena horrorizado—. Perdón.

Su voz, aunque seguía siendo ronca, se volvió mucho más clara, aunque para Baker era evidente que le dolía hablar.

—No pasa nada —le tranquilizó—. Vamos a echarle un vistazo, señor Skip. Me temo que aquí la iluminación no es muy buena, pero veremos qué puedo hacer.

—¿También es médico? —preguntó Skip, estremeciéndose cuando Baker le tocó la cabeza con cuidado pero firmeza.

—No, pero estudié un par de asignaturas durante la carrera. —Giró la cabeza de Skip hacia la izquierda y hacia la derecha—. ¿Duele?

—Sí —se quejó Skip—, pero no pasa nada.

—¿Qué le ha ocurrido?

—Esto es lo que les pasa a los que no acatan las órdenes. ¿Y vosotros? ¿Asaltaron las instalaciones de Hellertown?

—No —respondió Baker—, pero ¿cómo sabe tanto de nosotros?

—Ya se lo he dicho, lo vi en la CNN. Vosotros erais los que estabais trabajando con la máquina de los agujeros negros. También teníais a gente investigando en ordenadores sentientes, clonación y todo eso.

—Sí, trabajé con el Colisionador Relativista de Iones Pesados, lo que usted llama la máquina de los agujeros negros. Era uno de tantos proyectos, pero no nos daban mucha información sobre el resto, así que no puedo confirmar esos otros que ha mencionado.

—Bueno, profesor, pues será mejor que Schow tampoco sepa nada. Por eso estáis aquí, ¿verdad?

—Eso parece, desde luego. Nos dijeron que querría interrogarnos. Parece que piensan que Hellertown era, fundamentalmente, un laboratorio de armas.

—Bueno, entonces, ¿cómo le capturaron y quién es él? —preguntó Skip apuntando con el pulgar a Gusano, que estaba mirando a la sala de abajo.

—Podría decirse que es mi hijo. Soy su protector. Le encontré durante mi viaje y he acabado por sentirme muy apegado a él. Es un hombrecito impresionante. Y en cuanto a la primera pregunta, nos capturaron unos compañeros suyos cerca de Harrisburg. ¿Deduzco que es usted de su misma sección, o escuadra?

—Algo así —dijo Skip, falto de ganas de dar una lección de terminología militar—. Pero yo no soy como el resto. Son animales, y Schow es el peor. Él, McFarland y González. ¡Están de la puta olla!

Volvió a escupir sangre, esta vez por encima del balcón. Se oyó una pequeña salpicadura en el piso inferior. Gusano, al verlo, rió nervioso y le imitó. Skip rió y se pasó la mano por el pelo.

—¿Y qué querrá el coronel Schow que hagamos? —preguntó Baker.

—Es difícil saberlo —respondió Skip, pasándose la camiseta por la cara—. Pero si fuese usted, le diría todo lo que quiere saber.

—¡Ahí está el problema! —Exclamó Baker—. ¡No sé qué quiere que le digamos! No sé nada. Y aunque lo supiese, lo más seguro es que nos mate en cuanto consiga lo que quiere, ¿no es así?

—Sí, eso es exactamente lo que haría —dijo Skip—, pero créame, si estás en manos de Schow, es mejor acabar como una de las cosas de ahí afuera que como su prisionero. Y hablando de ello, tengo algo que hacer.

Se dirigió a duras penas hasta el balcón, desde donde Gusano seguía lanzando escupitajos, y miró abajo.

—Hum, sólo diez metros. Es muy poca caída.

—¿Qué quiere decir? —preguntó Baker.

—Como he comentado, es mejor estar muerto que en sus manos. Ya me han cogido, así que tenía pensado tirarme por el balcón. Pero no hay mucha altura; lo único que conseguiría sería romperme las piernas y empeorar las cosas.

Horrorizado, Baker se preguntó cómo debía ser el tal coronel Schow para que un hombre prefiriese suicidarse a vérselas con él. No podía ser tan malo. ¿Verdad?

Poco después, cuando volvió a oír las voces al otro lado de la puerta, Baker supo que estaba a punto de descubrirlo.

—De pie, mamones —gritó Lapine—. El coronel Schow quiere veros. Os venís a dar un paseo.

Capítulo 17

Martin se inclinó hacia delante, sujetándose al salpicadero con los dedos.

—¿Eso es lo que yo creo que es, Jim?

Acababan de cruzar el cartel de bienvenida a Gettysburg y Jim frenó hasta detenerse. Enfrente de ellos, dos Humvees y un tanque bloqueaban la carretera. Varios hombres armados patrullaban aquel tramo sin quitarle el ojo de encima al coche. La torreta del tanque se orientó hacia ellos.

—¡No me lo puedo creer! ¡Son soldados, Jim! —Exclamó Martin—. ¡Es el ejército!

—A mí me parece que es la Guardia Nacional —le corrigió Jim—. ¿Pero qué coño hacen aquí?

—¡Puede que sea una zona segura! ¿Y si hemos salido de los territorios infectados?

—No, eso no tiene sentido. Si ése fuese el caso, ¿por qué estaría afectada Nueva Jersey? Esto es algo mundial. ¿Recuerdas lo que nos dijo Kingler?

—Dijo que el ejército estaba tomando el sur de Pensilvania.

—Eso es. Esto no me gusta, Martin.

—¿Y qué podemos hacer? ¡Esos tipos tienen ametralladoras, Jim! ¡No podemos volar un tanque!

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