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Authors: Margaret Atwood

Tags: #Ciencia Ficción

El Año del Diluvio (30 page)

BOOK: El Año del Diluvio
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—Ha habido una escaramuza en —dijo Zeb después de que se agruparan en torno a Adán Uno.

—¿Escaramuza? —dijo Adán Uno.

—Sólo estábamos mirando —dijo Shackleton—. Pero él nos vio.

—Nos llamó putos ladrones de carne —dijo Crozier—. Estaba borracho.

—Borracho no, colocado —dijo Amanda con autoridad—. Trató de golpearme, pero le hice un
satsuma.

Toby sonrió un poco: era un error subestimar a Amanda. Se había convertido en una amazona alta y fibrosa, y había estado estudiando Limitación de Derramamiento de Sangre Urbana con Zeb. Igual que sus dos esbirros devotos. Tres si se contaba a Oates, aunque éste se hallaba simplemente en el nivel de enamoramiento imposible.

—¿De quién estáis hablando? —preguntó Adán Uno—. ¿Dónde ha sido eso?

—En SecretBurgers —dijo Zeb—. Estábamos comprobándolo, oímos que Blanco había vuelto.

—Zeb le hizo un
unagi
—dijo Shackleton—. ¡Impecable!

—¿Tenías que ir personalmente? —dijo Adán Uno, un poco de mala manera—. Tenemos otras formas de...

—Entonces lo rodearon los Asían Fusión —continuó Oates con excitación—. ¡Tenían botellas!

—Él sacó una navaja —dijo Croze—. Hirió a un par.

—Espero que no haya daño duradero —dijo Adán Uno—. Igual que deploramos la existencia de SecretBurgers y las depredaciones de este..., de este desgraciado individuo, desaprobamos la violencia.

—El puesto tumbado, carne por el suelo... Las únicas heridas que tiene son cortes y hematomas —dijo Zeb.

—Esto es desafortunado —dijo Adán Uno—. Es cierto que en ocasiones hemos de defendernos, y hemos tenido problemas con este..., hemos tenido problemas con él antes. Pero en esta ocasión, ¿me da la impresión de que hemos atacado primero? —Frunció el ceño mirando a Zeb—. ¿O hemos provocado un ataque? ¿Es correcto?

—El capullo se lo merecía —dijo Zeb—. Deberían ponernos una medalla.

—Nuestras maneras son las maneras de la paz —dijo Adán Uno, torciendo aún más el gesto.

—La paz no lleva a ninguna parte —dijo Zeb—. Hay al menos cien especies más extinguidas desde el mes pasado. ¡Se las comen! No podemos quedarnos aquí sentados viendo cómo se van apagando las luces. Había que empezar en alguna parte. Hoy SecretBurgers, mañana esa puta cadena de restaurantes
gourmet.
Rarity. Eso ha de terminar.

—Nuestro papel respecto a los animales es dar testimonio —dijo Adán Uno—. Y salvaguardar el recuerdo y los genomas de los difuntos. No puedes combatir a la sangre con sangre. Pensaba que estábamos de acuerdo en eso.

Hubo un silencio. Shackleton, Crozier, Oates y Amanda estaban mirando a Zeb. Zeb y Adán Uno estaban mirándose el uno al otro.

—Da igual, ahora es demasiado tarde —dijo Zeb—. Blanco está furioso.

—¿Cruzará los límites de las plebillas? —preguntó Toby—. ¿Hará una incursión aquí, en el Sumidero?

—Con el humor que gasta ahora, no cabe duda —dijo Zeb—. Los tipos comunes de las mafias ya no le dan miedo. Es un
painballer
reincidente.

Zeb advirtió a los Jardineros reunidos, apostó una fila de observadores en torno al tejado, y situó a los más fuertes al pie de la escalera de incendios. Adán Uno protestó, diciendo que actuar como tus enemigos era ponerse a su altura. Zeb dijo que si Adán Uno quería organizar las cuestiones de defensa de alguna otra manera era libre de hacerlo, pero en caso contrario debería mantenerse al margen.

—Hay movimiento —dijo Rebecca, que estaba vigilando—. Me parece que vienen tres.

—Pase lo que pase —le dijo Toby a Pez Martillo—, no eches a correr. No hagas nada que llame la atención. —Se acercó al borde del tejado para mirar.

Había tres pesos pesados mostrando músculos en la acera. Llevaban bates de béisbol, pero no pulverizadores. No eran de Corpsegur, pues, sólo matones de las plebillas buscando venganza por el destrozo en SecretBurgers. Uno de los tres era Blanco: Toby podía localizarlo desde cualquier ángulo. ¿Qué iba a hacer? Machacarla allí mismo hasta matarla, o llevársela a rastras para matarla más lentamente en otro sitio.

—¿Qué pasa, querida? —dijo Adán Uno.

—Es él —dijo Toby—. Si me ve, me matará.

—No te aflijas —dijo—. No te va a hacer nada malo.

Pero, puesto que Adán Uno pensaba que incluso las peores cosas ocurrían por razones en última instancia excelentes aunque insondables, a Toby no le resultó tranquilizador.

Zeb le dijo que era mejor que escondiera a su invitada especial, por si acaso, así que se llevó a Pez Martillo a su cubículo y le dio una bebida calmante, con mucha manzanilla y un poco de adormidera. Pez Martillo se quedó dormida, y Toby se sentó a su lado con la esperanza de que no terminaran las dos arrinconadas. Se dio cuenta de que estaba buscando armas. Supongo que puedo atizarles con la botella de adormidera, pensó. Pero no es muy grande.

Volvió al tejado. Todavía llevaba su traje de apicultora. Se ajustó los pesados guantes, cogió el fuelle y se bajó el velo.

—Quedaos a mi lado —dijo a las abejas—. Sed mis mensajeras.

Como si pudieran oír.

La lucha no duró mucho. Después, Toby oyó a Shackleton, Crozier y Oates narrando la historia completa a los más pequeños, a los que se había llevado Nuala. Según ellos, había sido épico.

—Zeb estuvo brillante —dijo Shackleton—. ¡Lo tenía todo planeado! Debieron de pensar que como somos tan pacifistas y tal, podían venir y... En fin, fue como una emboscada: retrocedimos por la escalera, con ellos persiguiéndonos.

—Y entonces, y entonces —dijo Oates.

—Y entonces, arriba, Zeb dejó que el primer tipo se le echara encima, y entonces cogió el extremo del bate de béisbol del tipo y lo lanzó, y el tipo casi aplastó a Rebecca, y ella tenía esa horca de dos dientes, y bueno, el tío cayó gritando desde el borde del tejado.

—¡Así! —dijo Oates, agitando los brazos.

—Entonces Stuart pulverizó al siguiente con el hidratante de plantas —dijo Crozier—. Dice que funciona con los gatos.

—Amanda le hizo algo, ¿no? —le dijo Shackleton con cariño—. Como algún movimiento de Limitación de Derramamiento de Sangre, un
hamachi
o, no sé lo que hizo, pero también se cayó por encima de la barandilla. ¿Le diste en los huevos o qué?

—Lo realojé —dijo Amanda recatadamente—. Como a un caracol.

—Luego el tercero echó a correr —dijo Oates—. El tipo más grande. Todo rodeado de abejas. Eso lo hizo Toby, fue genial. Adán Uno no nos dejó perseguirlo.

—Zeb dice que la cosa no ha terminado —dijo Amanda.

Toby tenía su propia versión, en la cual todo se había movido muy rápido y muy despacio al mismo tiempo. Ella se había situado detrás de las colmenas, y luego los tres aparecieron justo allí, emergiendo del último rellano de la escalera. Un hombre de rostro pálido con un mentón oscuro y bate de béisbol, un Redfish con cicatrices, y Blanco. Blanco la había localizado inmediatamente.

—Te he visto, culoseco —gritó—. ¡Te haré carne picada!

Su velo de apicultora no era ningún disfraz. Blanco había sacado el cuchillo; estaba riendo.

El primer hombre se había enredado con Rebecca y había pasado de algún modo por encima de la barandilla, gritando en la caída, pero el segundo todavía estaba acercándose. Entonces Amanda —que se había quedado a un lado, con aspecto etéreo e inofensivo— había levantado el brazo. Toby había visto un destello de luz, ¿era cristal? Pero Blanco casi estaba encima de ella: no había nada entre ambos salvo las colmenas.

Toby derribó las colmenas, tres. Ella llevaba el velo, pero Blanco no. Las abejas salieron zumbando con rabia y fueron a por él como flechas. Blanco huyó corriendo por la escalera de incendios, aleteando y dando palmadas, seguido por una nube de abejas.

Toby tardó un rato en volver a poner las colmenas derechas. Las abejas estaban furiosas y picaron a varios Jardineros. Toby pidió disculpas a las víctimas, y ella y Katuro las trataron con calamina y manzanilla; pero ella se disculpó más profusamente con las abejas, una vez que las hubo ahumado lo suficiente para adormilarlas: habían sacrificado a muchas de las suyas en la batalla.

47

Los Adanes y las Evas tuvieron una reunión tensa en la sala oculta detrás de las cubas de vinagre.

—Ese mierda no nos habría atacado sin autorización —dijo Zeb—. Corpsegur está detrás: se han enterado de que estamos ayudando a algunos tipos, así que están trabajando para catalogarnos de terroristas fanáticos, como los Lobos de Isaías.

—No. Es algo personal —dijo Rebecca—. Ese tipo es peligroso como una serpiente, sin faltar al respeto a las serpientes, y va detrás de Toby, nada más. Una vez que mete su pértiga en un agujero, cree que es suyo. —Cuando Rebecca se cabreaba tendía a recuperar su antiguo vocabulario, aunque luego lo lamentaba—. No es mi intención ofender, Toby —dijo.

—Seguramente la causa inmediata está entre nosotros —dijo Adán Uno—. Los jóvenes lo provocaron. Y Zeb. No deberíamos haber levantado la liebre.

—La liebre se lo merecía —dijo Rebecca—. Sin falta de respeto a la liebre.

—Dos cadáveres en la acera no beneficiarán mucho nuestra reputación pacífica —opinó Nuala.

—Accidentes. Se cayeron del tejado —dijo Zeb.

—Y a uno le cortaron la garganta y al otro le arrancaron un ojo en la caída —dijo Adán Uno—. Como mostrará cualquier investigación forense.

—Las paredes de ladrillo son peligrosas —manifestó Katuro—. Las cosas se pegan. Uñas. Cristal roto. Cosas afiladas.

—¿Tal vez preferirías que hubieran muerto unos cuantos Jardineros? —inquirió Zeb.

—Si tu premisa es correcta —dijo Adán Uno— y esto es una trama de Corpsegur, ¿se te ha ocurrido que esos tres podrían haber sido enviados para provocar exactamente un incidente así? ¿Para hacernos infringir la ley y darles una excusa para las represalias?

—¿Cuál era tu alternativa? —preguntó Zeb—. ¿Dejar que nos aplastaran como gusanos? Y no es que nosotros aplastemos a los gusanos —agregó.

—Volverá —dijo Toby—. Fuera cual fuese la razón, tanto si es cosa de Corpsegur como si no, mientras esté aquí, seré un objetivo.

—Creo —dijo Adán Uno— que será mejor para tu seguridad, querida Toby, y también para la seguridad del Jardín, que te coloquemos en una de las células trufa en el mundo exfernal. Podrías sernos muy útil allí. Pediremos a nuestros contactos en las plebillas que extiendan el rumor de que ya no estás entre nosotros. Quizás entonces tu enemigo pierda motivación y quedemos protegidos de la agresión desde ese lado, al menos por el momento. ¿Cuándo podremos moverla? —le preguntó a Zeb.

—Considéralo hecho —dijo Zeb.

Toby fue a su dormitorio y guardó sus elementos más necesarios: los extractos embotellados, las hierbas secas, los hongos. La miel de Pilar, los últimos tres tarros.

Dejó un poco de cada cosa para quien ocupara su lugar de Eva Seis.

Se acordó de cuando quería dejar el Jardín, por aburrimiento y claustrofobia, y por el deseo de tener lo que pensaba que sería una vida propia, pero en el momento en que se estaba marchando, lo sintió como una expulsión. No: más como una dislocación, como una mutilación, como si le arrancaran la piel. Se resistió a la urgencia de tomar un poco de adormidera para calmarse. Tenía que mantenerse alerta.

Otro dolor: estaba fallándole a Pilar. ¿Tendría tiempo de despedirse de las abejas, y si no, morirían en las colmenas? ¿Quién la sucedería como apicultora? ¿Quién poseía la capacidad? Se cubrió la cabeza con una bufanda y se apresuró hacia las colmenas.

—Abejas —dijo en voz alta—. Tengo noticias.

¿Las abejas hicieron una pausa en el aire? ¿Estaban escuchando? Muchas fueron a investigarla; chocaron contra su rostro, explorando sus emociones a través de las sustancias químicas de su piel. Toby esperaba que la perdonaran por tirar sus colmenas.

—Tenéis que decirle a vuestra reina que he de irme —dijo—. No tiene nada que ver con vosotras; vosotras habéis cumplido con vuestros deberes a la perfección. Mi enemigo me obliga a irme. Lo siento. Espero que cuando volvamos a vernos sea en circunstancias más felices.

Toby siempre se sorprendía utilizando un estilo formal con las abejas.

Las abejas zumbaron y burbujearon; parecía que lo estaban discutiendo. Toby deseaba poder llevárselas consigo como si fueran una enorme mascota de piel dorada.

—Os echaré de menos, abejas —dijo.

A modo de respuesta, una de ellas empezó a subirle por el orificio nasal. Toby la expulsó sacando con fuerza el aire por la nariz. «Tal vez llevamos sombreros en estas entrevistas —pensó— para que las abejas no nos entren por las orejas.»

Toby volvió a su cubículo y al cabo de una hora Adán Uno y Zeb se reunieron con ella.

—Será mejor que te lleves esto, querida Toby —dijo Adán Uno.

Tenía en la mano un peluche anuncio: un pato rosa con pies de aleta rojos y un billete de plástico amarillo sonriente.

—El cono nasal está incorporado. Es la última tela. Neobiopiel de mohair. Respira por ti, o eso asegura la etiqueta.

Los dos esperaron a ambos lados de la cortina del cubículo mientras Toby se quitaba el vestido oscuro de Jardinera y se ponía el disfraz. De neobiopiel o no, hacía calor ahí dentro. Y estaba oscuro. Sabía que estaba mirando a través de un par de ojos blancos redondos con grandes pupilas negras, pero se sentía como si estuviera mirando a través de una cerradura.

—Bate las alas —dijo Zeb.

Toby levantó los brazos dentro de los brazos de piel y el traje de pato hizo cuac. Sonaba como un hombre mayor sonándose la nariz.

—Si quieres que se menee la cola, pisa fuerte con el pie izquierdo.

—¿Cómo hablo? —preguntó Toby. Tuvo que decirlo otra vez, en voz más alta.

—Por el auricular derecho —dijo Adán Uno.

Oh, genial, pensó Toby. Haces cuac con el pie, hablas por el auricular. No preguntaré cómo hacer otras necesidades corporales.

Volvió a ponerse su vestido, y Zeb metió el disfraz en una mochila.

—Te llevaré en la furgoneta —dijo—. Está en la puerta.

—Muy pronto estaremos en contacto, querida —dijo Adán Uno—. Lamento... es desafortunado que... mantén la luz en torno...

—Lo intentaré —dijo Toby.

La furgoneta de aire comprimido de los Jardineros ahora tenía un logo que decía: F
iestas
. Toby se sentó delante con Zeb. Pez Martillo iba en la parte de atrás, disfrazada de caja de globos: Zeb dijo que estaba matando dos pájaros de un tiro.

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