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Authors: Boyd Morrison

Tags: #Intriga, arqueología.

El arca (40 page)

BOOK: El arca
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Encontró el cuarto, y tardó sólo un instante en recuperar la carta escondida. La guardó en el bolsillo, cerró la puerta al salir y desanduvo sus propios pasos por la escalera.

Había recorrido tres cuartas partes del camino hasta el vestíbulo cuando la puerta que daba al exterior se abrió. Entraron dos guardias con pantalón negro, jersey y gorra. No los reconoció, uno era un hombre alto y caucásico que esbozaba una sonrisa y el otro era un afroamericano de aspecto recio. David Deal se había incorporado tan recientemente que no conocía a la mayoría de los guardias.

Supuso que se había entretenido demasiado y que los habían enviado a buscarlo, y no le importó. Había logrado su objetivo y ahora ya estaba preparado para aguardar la llegada del Nuevo Mundo.

—¿Cómo se llama? —le preguntó el hombre alto.

—David Deal. Siento haberme entretenido. El doctor Ulric me dio permiso para venir a buscar una cosa al Albergue.

—Bueno, pues ahora quiere que vuelva, y nosotros debemos acompañarlo.

Deal se encogió de hombros. Ya iba de camino, así que todo aquello le pareció innecesario.

La experiencia había enseñado a Tyler que el mejor modo de burlar cualquier medida de seguridad era actuar como si uno no estuviera fuera de lugar. Aquel tipo, Deal, dio por sentado que era uno de los guardias, así que Tyler decidió seguirle el juego.

Salieron del pabellón por la puerta del vestíbulo y escoltaron a Deal hacia el todoterreno del que se habían apropiado en la verja. Ramsey ocupaba el asiento del conductor, y Knoll, uno de los soldados del grupo de asalto, se sentaba detrás. Grant ocupó el asiento del pasajero y Tyler subió detrás con Deal, que se encogió en medio. Ramsey condujo hacia la puerta por donde había salido el científico.

En cuanto arrastraron los cadáveres de los guardias para apartarlos de las inmediaciones de la verja, Ramsey había ordenado a los demás miembros del grupo mantener la posición junto a uno de los vehículos, y atacar a cualquier persona que se acercase a investigar. Con la de vehículos que había patrullando, no llamaría la atención que uno de ellos regresara al centro de la finca. No tendrían que preocuparse por los sensores de movimiento. De hecho, lo más probable era que hubiesen desconectado los de la zona para evitar falsas alarmas.

Si más de cuatro subían al todoterreno y otros guardias los veían a lo lejos, el hecho de que fueran más de la cuenta llamaría la atención. Claro que si cualquier guardia los veía de cerca, aquella treta no habría servido de nada.

El radar de penetración terrestre confirmó la presencia de un gigantesco bunker bajo ellos. Era Oasis. Cuando Tyler consultó los planos originales, vio que debía habilitarse una de las salas y convertirla en un laboratorio de contención de nivel cuatro como el que disponían en el Centro de Control de Enfermedades, en principio para analizar los restos de armas de destrucción masiva que habían hecho del bunker un refugio necesario. Ahora cayó en la cuenta de que en realidad el objetivo no era analizar, sino crear esa arma biológica.

Ramsey dejó a un fornido sargento a cargo de la brecha de la verja, con órdenes de estar atento a la radio. Si se metían en un lío en la finca, o si alguien daba la alarma, debían asaltar posiciones enemigas. Puesto que Tyler conocía la estructura general de Oasis y había tenido la idea de cómo acceder al interior, lo acompañaría, y el ingeniero insistió en que Grant fuese el cuarto hombre.

Se habían puesto la ropa de los guardias muertos, que no estaba muy ensangrentada. Tres de las muertes se debieron a disparos en la cabeza, por lo que dieron por perdidas dos de las gorras. La otra muerte se debió a un disparo en el cuello. Ramsey y Knoll se quedaron sin gorra, y el primero se puso uno de los jersey ensangrentados. A cierta distancia nadie repararía en ello.

No tardaron nada en llegar al hangar, pero el reloj de Tyler marcaba que únicamente disponían de ocho minutos antes de que el guardia muerto al que habían oído hablar por radio tuviese que ponerse en contacto con la base. No había un minuto que perder.

Tyler tenía la sospecha de que acceder a Oasis no sería tan fácil como franquear una puerta, pero no podía interrogar a Deal sin delatar su verdadera identidad. Tendría que improvisar. Pidió a Grant, Ramsey y Knoll que lo esperasen en el vehículo. Podrían oírlo a través de los auriculares y sabrían cuándo actuar.

La potente luz de la farola iluminaba la entrada. Tyler salió del utilitario, seguido por Deal, que se volvió hacia ellos mientras el ingeniero cerraba la puerta del coche. El científico abrió los ojos como platos, mirando a Ramsey. Se inclinó hacia él, asombrado.

—¡Dios mío! Pero ¿qué le ha pasado?

La luz de la farola relucía en los restos de sangre del jersey del capitán.

Tyler inmovilizó a Deal, empujándolo sobre el capó del todoterreno. Después le tapó la boca.

—Presta atención. Haz exactamente lo que yo te diga y no tendré que matarte. Nada de movimientos bruscos ni gritos. Asiente si me has entendido.

Deal asintió. Tyler retiró la mano, atento por si el hombre decidía gritar.

—¿Qué queréis? —preguntó, temblando.

—Quiero que me lleves al interior de Oasis. ¿Cómo se entra?

Deal tragó saliva con dificultad.

—Hay un… guardia tras un mamparo de cristal a prueba de balas. Él te abre la puerta después de pasar por un escáner de reconocimiento de la palma de la mano y de pronunciar la contraseña.

—¿Cuál es la contraseña?

—No te servirá de nada sin la palma de la mano.

—Yo no pondré la mano en el escáner. Tú lo harás. ¿Cuál es la contraseña?

Dio la impresión de que Deal no se la iba a dar, pero al cabo habló.

—«Cielo.»

Hubo algo en el lenguaje corporal del científico que hizo que Tyler pusiera en duda su sinceridad.

—¿Estás seguro? Porque si el guardia no abre esa puerta, tendré que pegarte un tiro ahí mismo y salir por donde haya entrado. —Tyler se tiró un farol. No estaba dispuesto a ejecutar a alguien desarmado, pero tuvo la impresión de haberlo dicho con la convicción necesaria.

—La puerta se abrirá —aseguró Deal, gimoteando—. Te lo juro.

—Bien. Ahora tranquilízate. Tú sígueme la corriente y saldrás vivo de ésta.

Deal cabeceó de nuevo, recuperando un poco la compostura. Tyler lo siguió en dirección a la puerta.

Entraron en una pequeña antecámara que miraba a una puerta corredera de metal. Había un guardia sentado tras un mamparo de cristal antibalas. El tipo miró a ambos mientras Deal acercaba la mano al panel biométrico.

—¿Y tú quién eres? —preguntó el guardia al ingeniero, que hizo caso omiso del panel biométrico.

—Tyler. James Tyler. —Si uno se ciñe a la verdad, aunque sea a medias, resulta más fácil colar una mentira. James era su apellido materno.

—No te había visto antes por aquí, Tyler.

—Soy nuevo. Cutter me contrató hace un par de días para reemplazar a Howard Olsen.

—Pon la mano en el escáner.

—No puedo. Con todo este follón, aún no han introducido mis datos en el sistema. Pero el doctor Ulric se empeñó en que escoltara de vuelta al señor Deal.

Tyler había recordado el nombre del tipo que se dejó caer de lo alto de la torre de la Aguja Espacial, Howard Olsen, y dio por sentado que formaba parte del personal de guardia. Encajó. Tanto nombre pronunciado a esa velocidad debió de convencer al guardia de que formaba parte de su equipo.

—Contraseña —pidió el guardia.

Tyler no apartó los ojos del guardia. O bien Deal la decía, o bien no, pero él quería saber de inmediato si el guardia abriría la puerta.

—Cielo.

El guardia cabeceó en sentido afirmativo. Tyler no había dejado de mirarle, y por una fracción de segundo el hombre abrió los ojos levemente y enarcó las cejas. Disimuló bien, y si el ingeniero no hubiese estado mirándolo directamente en ese preciso instante, es muy posible que no se hubiese dado cuenta. Pero el guardia se había mostrado sorprendido. No era la contraseña que esperaba escuchar.

No obstante, le dio al botón de un panel que tenía delante. La puerta se abrió. Luego se llevó la mano al costado, mientras los saludaba con la otra. Una distracción como otra cualquiera. Algo estaba a punto de suceder.

Así que Tyler hizo lo propio. Hizo un gesto a Deal para que se le adelantara, distrayendo la atención de su otra mano, que hundió en la bolsa que le colgaba del costado. Tenía que actuar en el momento preciso, o acabaría muerto nada más atravesar esa puerta.

Capítulo 49

Aquella noche, el guardia apostado en la entrada de Oasis se llamaba George Henderson. Esa parte del trabajo no era precisamente su favorita, pero era un profesional, así que ponía atención, sobre todo cuando había algo que se apartaba de los procedimientos habituales. Ese tipo que se hacía llamar Tyler encajaba en esa categoría.

Por lo general, Henderson sería el primero en saber cuándo se contrataba a un miembro nuevo del equipo de seguridad. Pero debido a lo mucho que se habían precipitado las cosas en los días anteriores, era comprensible que no se lo hubiesen notificado. La labor de guardia se la turnaban los miembros del equipo, y ésa era la primera vez en una semana que le tocaba estar ahí sentado. Cuando Tyler mencionó a Cutter, Olsen y Ulric, dio por sentado que el tipo decía la verdad.

Así fue hasta que Deal pronunció la palabra «cielo». Ésa era la contraseña que servía de advertencia. Fuera quien fuese Tyler, no era bienvenido allí.

Henderson consideró brevemente llamar a Cutter para informarle del incidente, antes de abrir la puerta de acceso, pero decidió que aquélla era la ocasión perfecta para demostrar que era capaz de resolver los problemas por sí solo. Sus órdenes consistían en hacer uso del sentido común para encarar situaciones así, y que podía acompañar abajo al sujeto. Eso fue precisamente lo que escogió hacer. Podía eliminar al intruso por su cuenta, y con esa clase de desempeño heroico nunca más volverían a ponerlo de guardián de le entrada.

De modo que apretó el botón, abrió la puerta y, simultáneamente, dejó caer la mano hacia la cartuchera. Desenfundaría cuando el intruso doblase el recodo. Henderson tendría ocasión de efectuar tres disparos sobre Tyler, antes de que éste supiera qué estaba pasando.

El intruso señaló la puerta a Deal, que la atravesó. Al mismo tiempo, Henderson oyó que algo caía al suelo. El instinto hizo que apartase la vista de Tyler para volver la cabeza hacia el ruido. Vio un cilindro metálico que daba contra la pared y rodaba hasta quedar inmóvil a sus pies.

Por el rabillo del ojo vio que Tyler se arrojaba al suelo tras el cristal, pero Henderson cayó demasiado tarde en la cuenta de que el cilindro que tenía a sus pies era una granada aturdidora. Y la estaba mirando cuando estalló.

Tyler se pegó a la pared con las manos en las orejas y los ojos cerrados con fuerza. Había tirado de la anilla de la granada y contado hasta dos antes de mover la muñeca en dirección a la puerta abierta.

El estruendo producido por la explosión de la granada tras un estallido de luz cegadora aturdía. En la mayoría de los casos, la explosión no producía más que daños leves, pero quienes se hallaban en el radio de acción se quedaban sordos, ciegos y atontados.

Tyler se puso en pie de un salto y franqueó el umbral a la carrera. Tanto Deal como el guardia estaban tendidos en el suelo, con las manos en los ojos. Antes de que el vigilante pudiera recuperarse, el ingeniero le descargó un golpe en la nuca con la culata del rifle de uno de sus compañeros muertos. El tipo cayó al suelo inconsciente, pero aún respiraba. El humo cubrió la antecámara mientras el sistema de ventilación hacía lo posible por disiparlo.

Tyler aprovechó la ventaja que le proporcionaba aquella cortina de humo y rompió el cristal de la cámara de seguridad, consciente, no obstante, de que los hombres de Cutter no tardarían en descubrir que no funcionaba. Cuando eso sucediera, primero lo atribuirían a un fallo técnico; luego se pondrían en contacto con el guardia para confirmar que no se hubiera producido una brecha de seguridad y, finalmente, cuando no obtuvieran respuesta, enviarían a alguien a comprobar la situación. Tyler calculó que a lo sumo disponía de dos minutos.

Grant y Ramsey, que habían oído el ruido de la explosión a través del auricular, echaron a correr hacia la entrada. Tyler no había podido ponerles al corriente de la improvisación, así que atravesaron la puerta empuñando las armas. Al ver que el ingeniero era el único que seguía en pie, las apartaron.

—Parece que aquí tienes las cosas bajo control —dijo Grant.

—Intentó reducirme antes de pedir refuerzos —explicó Tyler.

—Craso error.

—¿Dónde está Knoll?

—Vigilando fuera.

—Será mejor que nos demos prisa.

Ramsey se sacó del bolsillo un paquete de esposas de plástico con forma de tiras. Arrojó un par a Tyler, que las utilizó para atar las manos y pies del guardia. Grant se encargó de inmovilizar a Deal, mientras que el capitán llamaba por radio a su sargento.

—Líder Ares a Ares uno.

—Al habla Ares uno.

—Hemos franqueado la puerta principal. Tenemos unos cinco minutos antes de que lleguen los guardias. Mantened la posición. Os avisaré cuando hayamos asegurado el paso. No os mováis antes, a menos que recibáis confirmación por mi parte.

—Recibido.

Tyler comprobó el corredor que llevaba desde la garita del guardia hasta un cruce. A derecha e izquierda se extendían largos pasillos que terminaban en puertas. Vio dos ascensores con un único botón de llamada. Hacia abajo. Frente a los ascensores había otra puerta, una recia plancha metálica capaz de encajar un impacto directo de un arma antitanque. La abrió.

Daba al interior del hangar, a una sala enorme. A irnos quince metros, Tyler vio la puerta abierta del hangar y, a su lado, un montacargas. Había dos guardias de pie ante el montacargas, observando el transporte del material. Por lo visto, el grosor de la puerta había amortiguado de tal forma el estruendo de la granada aturdidora que, con todo el follón del traslado, ni se habían enterado.

Sólo había una cosa en el hangar, pero en abundancia. Tierra. Enormes montañas de tierra que alcanzaba el techo y llenaba hasta el último rincón del lugar, aunque habían dejado un paso amplio que llevaba al montacargas. Los demás hangares también debían de estar llenos a rebosar de tierra.

BOOK: El arca
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