—Me llamo Escorpio —le informó el cerdo—, y estoy aquí para aceptar su rendición, triunviro.
Ella lanzó una risita sorprendida.
—¿Mi rendición?
—Sí, triunviro.
—¿Ha mirado por la ventanilla últimamente, Escorpio? Creo que debería, de verdad.
Hubo una pausa mientras los intrusos se consultaban entre sí. Volyova percibió el momento justo en que comprendían lo que acababa de pasar. Hubo una mínima bajada del cañón del arma, una chispa de vacilación en los ojos de Escorpio.
—Sigue siendo nuestra prisionera —dijo el cerdo, pero con un tono mucho menos convencido que antes.
Volyova sonrió con gesto indulgente.
—Bueno, eso es muy interesante. ¿Dónde cree que deberíamos llevar a cabo las formalidades? ¿En su nave o en la mía? ¿Y eso es todo? ¿Esa es la alternativa que me dan? ¿Que incluso si ganamos, incluso si vencemos a los lobos, no significará una mierda a largo plazo? ¿Que lo mejor que podemos hacer en interés de la conservación de la vida en sí, si adoptamos una perspectiva a largo plazo, es acurrucamos y morir ahora i1 ¿Que lo que deberíamos estar haciendo es rendirnos a les lobos, no prepararnos para luchar contra ellos? [No lo sé, Clavain].
Podría ser mentira. Podría ser propaganda que te enseñó el lobo, retórica para justificarse. Quizá no hay ninguna causa superior. Quizá todo lo que están haciendo en realidad es aniquilar la inteligencia sin más razón, solo porque eso es lo que hacen. E incluso si lo que te mostraron es cierto, eso no hace que esté bien, en absoluto. La causa quizá sea justa, Felka, pero la historia está plagada de atrocidades cometidas en nombre de la justicia. Te lo digo yo. No puedes excusar el asesinato de miles de millones de individuos inteligentes por un remoto sueño utópico, poco importa cuál sea la alternativa.
[Pero es que sabes con toda precisión cuál es la alternativa, Clavain. La extinción absoluta].
Sí, O eso dicen. Pero, ¿y si no es así de sencillo? Y si lo que te contaron es cierto, entonces la presencia de los lobos ha influido en toda la historia futura de la galaxia. Jamás sabremos lo que habría pasado si no hubieran surgido los lobos para acompañar la vida a través de la crisis. El experimento ha cambiado. Y ahora hay un nuevo factor: la propia debilidad de los lobos, el hecho de que están fracasando poco a poco. Quizá nunca quisieron ser tan brutales, Felka, ¿te has planteado eso? ¿Que en otro tiempo quizá fueran más pastores y menos cazadores furtivos? Quizá ese que fue el primer fracaso, hace ya tanto tiempo que nadie lo recuerda. Los lobos continuaron siguiendo las reglas que les habían ordenado imponer, pero cada vez con menos inteligencia. Cada vez con menos piedad. Lo que comenzó como una suave contención se convirtió en genocidio. Lo que comenzó como autoridad se convirtió en tiranía, una tiranía que se perpetúa e impone sola. Piénsalo, Felka. Quizás haya una causa superior para lo que están haciendo, pero eso no lo convierte en correcto.
[Yo solo sé lo que me mostró. Elegir no es mi trabajo, Clavain. No es mi trabajo mostrarte lo que deberías hacer. Solo pensé que habría que decírtelo].
Lo sé. Y no te culpo por ello.
[¿Qué vas a hacer, Clavain?].
El hombre pensó en el cruel equilibrio de las cosas: la perspectiva de luchas cósmicas (batallas que durante milenios vibran por la faz de la galaxia), comparada con la perspectiva infinitamente más magnífica del silencio cósmico. Pensó en mundos y lunas que no cesan de girar, sus días incontables, sus estaciones que nadie recuerda. Pensó en estrellas que viven y mueren sin la presencia de observadores inteligentes, ardiendo en medio de una oscuridad sin sentido hasta el final del propio tiempo, ni un solo pensamiento consciente que alterase la calma helada, de aquí a la eternidad. Quizá las máquinas todavía acechasen en esas cósmicas estepas, y en cierto sentido quizá continuasen procesando e interpretando los datos, pero no habría reconocimiento, no habría amor, dolor, pérdida, dolor, solo análisis, hasta que el último chispazo de energía se desvaneciera del último circuito y dejara un último algoritmo detenido y a medio ejecutar.
Su actitud era completamente antropomórfica, por supuesto. Todo este drama concernía solo al grupo de galaxias local. Ahí fuera (no solo a decenas, sino a cientos de millones de años luz de distancia) había otros grupos parecidos, racimos de una o dos decenas de galaxias vinculadas en medio de la oscuridad por una gravedad mutua. Demasiado lejos para imaginarse que las pudieran alcanzar, pero allí estaban de todos modos. Su silencio era ominoso, pero eso no significaba que estuvieran necesariamente desprovistas de inteligencia. Quizás habían aprendido el valor del silencio. La grandiosa historia de la vida en la Vía Láctea (en todo el grupo local) quizá solo fuera una hebra de algo cuya inmensidad nos hace humildes. Quizá, después de todo, en realidad no importaba lo que había pasado aquí. Tras ejecutar a ciegas las instrucciones que les habían dado en el remoto pasado galáctico, los lobos quizá estrangulasen ahora la existencia, o es posible que conservaran una hebra de la misma para que sobreviviera a la crisis más grave. O quizá no importaba ninguno de los dos resultados, no tenía más importancia que un puñado de extinciones locales en una sola isla comparadas con el rico y tumultuoso flujo y reflujo de la vida en un mundo entero.
O quizá importaba más que nada.
Clavain lo vio todo con una claridad repentina que lo dejó sin aliento: lo único que importaba era el aquí y el ahora. Lo único que importaba era la supervivencia. La inteligencia que se inclinaba y aceptaba su propia extinción (poco importaba cuáles fueran los argumentos a largo plazo, poco importaba lo buena que fuera la causa mayor) no era la clase de inteligencia que a él le interesaba conservar.
Y tampoco era la clase que a él le interesaba servir. Como todas las decisiones difíciles que había tenido que tomar, el corazón del problema era de una sencillez infantil: podía ceder las armas y aceptar su complicidad en la inminente extinción de la humanidad, mientras sabía que había cumplido con su parte para defender el destino último de la vida inteligente. O podía coger las armas ahora (o tantas armas como pudiera poner las manos encima) y plantarse de algún modo contra la tiranía.
Quizá no tuviera sentido. Quizá solo fuera posponer lo inevitable. Pero si ese era el caso, ¿qué daño se hacía con probar? [Clavain...].
Sintió una calma inmensa y ardiente. Todo estaba ya claro. Estaba a punto de decirle a Felka que había tomado una decisión, que iba a coger las armas y plantarse, y a la mierda con la historia futura. Era Nevil Clavain y no se había rendido en su vida.
Pero de repente hubo otra cosa que mereció su atención inmediata. La Luz del Zodíaco había sido alcanzada. La gran nave se estaba partiendo en dos.
—Hola, Clavain —dijo Ilia Volyova; su voz era un chirrido áspero, como de papel, que a él le costó entender—. Me alegro de verte por fin. Acércate más, ¿quieres?
Clavain se aproximó al lado de la cama, no muy dispuesto a creer que aquella fuese la triunviro. Parecía muy enferma, pero al mismo tiempo sintió que una profunda calma rodeaba a la mujer. Su expresión, por lo que él podía leer en ella, ya que tenía los ojos ocultos detrás de unos vacíos anteojos grises, hablaban de un logro callado, o del agotado júbilo que llegaba con la conclusión de un asunto difícil y prolongado.
—Me alegro de conocerte, Ilia —le dijo, y le estrechó la mano con tanta suavidad como pudo. Él sabía que la mujer ya estaba herida y que luego había vuelto al espacio, a la batalla. Sin protección, Volyova había recibido una dosis de radiación que no podían remediar ni siquiera las medichinas de amplio espectro.
Iba a morir, e iba a morir más pronto que tarde.
—Te pareces mucho a tu proxy, Clavain —le dijo su tono de voz áspero y suave—. Y también eres diferente. Tienes un aire de seriedad del que carecía la máquina. O quizá solo sea que ahora te conozco mejor como adversario. No estoy muy segura de que antes te respetara.
—¿Y ahora?
—Me has dado que pensar; eso, desde luego, no puedo negarlo.
Eran nueve los presentes. Al lado de la cama de Volyova estaba Khouri, la mujer que Clavain decidió que era la adjunta de la triunviro. Clavain, por su parte, venía acompañado de Felka, Escorpio, dos de los soldados cerdo de Escorpio, Antoinette Bax y Xavier Liu. El trasbordador de Clavain había atracado en la Nostalgia por el Infinito después de la declaración inmediata de alto el fuego, y el Ave de Tormenta lo había seguido poco después.
—¿Has considerado mi propuesta? —preguntó Clavain con delicadeza para romper el silencio.
—¿Tu propuesta? —dijo ella con un gruñido de desdén.
—Mi propuesta revisada, entonces. La que no implicaba tu rendición unilateral.
—No se puede decir que estés en posición de hacerle propuestas a nadie, Clavain. La última vez que miré, solo te quedaba media nave.
Tenía razón. Remontoire y la mayor parte de la tripulación que había quedado allí seguían vivos, pero el daño de la nave era grave. Era un pequeño milagro que los motores combinados no hubieran explotado.
—Con propuesta quise decir... sugerencias. Un acuerdo mutuo, algo que nos beneficie a ambos.
—Refréscame la memoria, ¿quieres, Clavain?
Este se volvió hacia Bax.
—Antoinette, preséntate, si eres tan amable.
La joven se acercó a la cama envuelta en parte de la misma agitación que había mostrado Clavain. —Ilia...
—Soy la triunviro Volyova, jovencita. Al menos hasta que nos conozcamos mejor.
—Lo que quería decir es... Tengo una nave..., un mercancías...
Volyova le lanzó una mirada furiosa a Clavain. El sabía a lo que se refería. La mujer era muy consciente de que no le quedaba mucho tiempo, y lo último que le hacía falta eran vacilaciones.
—Bax tiene un mercancías —dijo Clavain con tono urgente—. Ahora está amarrado con nosotros. Tiene una capacidad transatmosférica limitada, no la mejor, pero se las apaña.
—¿Y eso qué significa, Clavain?
—Significa que tiene grandes bodegas de carga presurizadas. Puede albergar pasajeros, una gran cantidad de pasajeros. No en medio de lo que llamaríamos lujo pero...
Volyova le hizo un gesto a Bax para que se acercase. —¿Cuántos?
—Cuatro mil, con toda facilidad. Quizá incluso cinco. El trasto está pidiendo a gritos que lo utilicen como arca, triunviro. Clavain asintió.
—Piensa en ello, Ilia. Sé que tienes en marcha un plan de evacuación. Antes pensaba que era una treta, pero ahora he visto las pruebas. Pero apenas has sacado a una mínima parte de la población.
—Hemos hecho lo que hemos podido —dijo Khouri con un rastro de tono defensivo.
Clavain levantó una mano.
—Lo sé. Dadas vuestras limitaciones, habéis hecho mucho por sacar a tantos de la superficie como habéis podido. Pero eso no significa que ahora no lo podamos hacer mucho mejor. El arma de los lobos, el mecanismo de los inhibidores, ya casi se ha abierto camino hasta el corazón de Delta Pavonis. No hay tiempo para ningún otro plan, así de simple. Con el A ve de Tormenta solo tenemos que hacer cincuenta viajes. Puede que menos, como dice Antoinette. Cuarenta, quizá. Ella tiene razón, es un arca. Y un arca muy rápida.
Volyova dejó escapar un suspiro tan antiguo como el tiempo.
—Ojalá fuera tan sencillo, Clavain. —¿A qué te refieres?
—No nos estamos limitando a sacar unidades anónimas de la superficie de Resurgam. Lo que estamos trasladando son personas. Personas asustadas y desesperadas. —Los anteojos grises se ladearon levísimamente—. ¿No es cierto, Khouri?
—Tiene razón. Allí abajo es un desastre. La administración...
—Antes solo erais vosotras dos —dijo Clavain—. Teníais que trabajar con el Gobierno. Pero ahora tenemos un ejército y los medios para imponer nuestra voluntad. ¿No es cierto, Escorpio?
—Podemos tomar Cuvier —dijo el cerdo—. Ya le he echado un vistazo. No es mucho peor que tomar una sola manzana de Ciudad Abismo. O esta nave, si a eso vamos.
—Nunca llegasteis a tomar mi nave —le recordó Volyova—. Así que no sobrestimes tu capacidad. —Volvió a dirigirse a Clavain y su voz se hizo más brusca, más aguda de lo que lo había sido a su llegada—. ¿Te plantearías de verdad una toma de poder forzada?
—Si ese es el único modo de sacar a esas personas del planeta, entonces sí, eso es exactamente lo que me plantearía.
Volyova lo miró con expresión astuta.
—Has cambiado de canción, Clavain. ¿Desde cuándo evacuar Resurgam es tu primera prioridad?
El hombre miró a Felka.
—Comprendí que la posesión de las armas no era un asunto tan claro como me habían hecho creer. Había decisiones que tomar, decisiones más difíciles de lo que yo hubiera querido, y me di cuenta de que las había estado descuidando por culpa de esa misma dificultad.
Volyova dijo:
—¿Entonces no quieres las armas, es eso? Clavain sonrió.
—En realidad sí, todavía las quiero. Y tú también. Creo que podemos llegar a un acuerdo, ¿no te parece?
—Tenemos un trabajo que hacer aquí, Clavain. Y no estoy hablando solo de la evacuación de Resurgam. ¿De verdad crees que yo iba a dejar que los inhibidores siguieran con lo que están haciendo?
Él sacudió la cabeza.
—No. Lo cierto es que ya tenía mis sospechas.
—Me estoy muriendo, Clavain. No tengo futuro. Con la intervención adecuada quizá pudiera sobrevivir unas cuantas semanas, pero no mucho más. Supongo que se podría hacer algo por mí en otro mundo, asumiendo que haya alguien que todavía conserve algún tipo de tecnología anterior a la plaga, pero eso supondría el tedioso asunto de ser congelada, algo de lo que, por esta existencia, ya he tenido suficiente. Así que, en lo que a mi respecta, se acabó. —Levantó una muñeca de pajarito y golpeó la cama—. Te lego esta maldita monstruosidad de nave. Puedes llevártela de aquí junto con los evacuados en cuanto hayamos terminado de sacarlos de Resurgam. Toma, te la doy. Es tuya. —La triunviro levantó la voz, un esfuerzo que debió de costarle más de lo que él llegaría a imaginarse jamás—. ¿Está escuchando, capitán? Ahora es la nave de Clavain. Por la presente dimito como triunviro.
—¿Capitán? —aventuró Clavain.
La mujer sonrió.
—Ya lo averiguarás, tú tranquilo.
—Me ocuparé de los evacuados —dijo Clavain, conmovido por lo que acababa de pasar. También le dedicó un gesto a Khouri—. Tienes mi palabra. Y te prometo que no te decepcionaré, triunviro.