El Arca de la Redención (70 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Arca de la Redención
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Clavain quería hacer alguna objeción. Quería discutir. Pero todo lo que había descubierto por sí mismo y todo lo que H le había mostrado hacía que negarlo fuera más difícil. H tenía razón en su hipótesis, y lo único que él podía hacer era asentir en silencio y pensar que ojalá que fuera de otra manera.

H seguía hablando:

—Y sin embargo, y eso es lo que me aterroriza, hasta los combinados parecen asustados. El señor Clavain es un hombre honrado. —H asintió, como si su aseveración necesitase que la confirmasen—. Sí, lo sé todo sobre usted, señor Clavain. He estudiado su carrera y a veces he deseado poder seguir la línea que usted ha escogido. No ha sido un camino fácil, ¿verdad? Lo ha llevado entre ideologías, entre mundos, casi entre especies. Y durante todo ese tiempo, usted jamás ha seguido nada tan voluble como su corazón, nada tan carente de sentido como una bandera. Solo su fría valoración de lo que, en un momento dado, se debe hacer.

—He sido traidor y espía —dijo Clavain—. He matado inocentes por razones militares. Por mi causa, muchos niños se han quedado huérfanos. Si eso es honor, puede quedárselo.

—Ha habido peores tiranos que usted, señor Clavain, se lo digo yo. Pero lo único que digo es lo siguiente: estos tiempos lo han llevado a hacer lo impensable. Se ha vuelto contra los combinados después de cuatrocientos años, nada menos. No porque crea que los demarquistas tienen razón sino porque ha presentido cómo se ha envenenado su propio bando. Y se ha dado cuenta, quizá sin ni siquiera verlo con claridad, que lo que está en juego es algo más grande que cualquier facción, más grande que cualquier ideología. Es la existencia continuada de la especie humana.

—¿Cómo iba a saberlo usted? —preguntó Clavain.

—Por lo que ya les ha dicho usted a sus amigos, señor Clavain. Se mostró bastante locuaz en el Carrusel Nueva Copenhague, cuando imaginó que nadie más estaría escuchando. Pero yo tengo oídos en todas partes. Y puedo dragar recuerdos, como su propio pueblo. Todos ustedes han pasado por mi enfermería. ¿Se imaginaban que no me rebajaría a hacer un poco de fisgoneo neuronal cuando hay tanto en juego? Por supuesto que sí.

Se volvió de nuevo hacia Escorpio, la fuerza de su mirada hizo que el cerdo se apartara un poco más sin abandonar el sillón.

—Lo que va a pasar es lo siguiente: voy a hacer todo lo que pueda para ayudar al señor Clavain a completar su misión.

—¿A desertar? —preguntó Escorpio.

—No —dijo H sacudiendo la cabeza—. ¿De qué serviría eso? A los demarquistas no les queda ni una simple nave estelar, no en este sistema. El gesto del señor Clavain se desperdiciaría. Y lo que es peor, una vez que volviera a manos demarquistas, dudo que ni siquiera mi influencia fuera capaz de liberarlo de nuevo. No. Tenemos que pensar más allá, en el tema en sí: por qué quería desertar el señor Clavain. —Le hizo un gesto a Clavain con la cabeza, como un apuntador—. Vamos, cuéntenos. Será un placer oírlo de sus labios, después de todo lo que yo he dicho.

—Usted lo sabe, ¿verdad?

—¿Lo de las armas? Sí.

Clavain asintió. No sabía si sentirse derrotado o victorioso. No podía hacer nada más que hablar.

—Quería convencer a los demarquistas para que organizaran una operación para recuperar las armas de clase infernal antes de que Skade pudiera ponerles las manos encima. Pero H tiene razón, ni siquiera tienen una nave estelar. Era una locura, un gesto inútil para hacerme sentir que estaba intentando algo. —Sintió que se deslizaba sobre él un cansancio largo tiempo pospuesto y que arrojaba una oscura sombra de abatimiento—. Eso era todo. El absurdo gesto final de un viejo. —Miró a su alrededor, a los otros invitados. Tenía la sensación de que les debía una especie de disculpa—. Lo siento, os he metido a todos en esto, y ha sido en vano.

H se colocó detrás del sillón y puso las dos manos en los hombros de Clavain.

—No lo sienta tanto, señor Clavain.

—Es cierto, ¿no? No hay nada que podamos hacer.

—Usted habló con los demarquistas —dijo H—. ¿Qué dijeron cuando abordó el tema de una nave?

Clavain recordó su conversación con Perotet y Voi. —Me dijeron que no tenían ninguna. —¿Y?

Clavain se rió sin gracia.

—Que podían echar mano de una, si de verdad la necesitaban.

—Y es probable que pudieran —dijo H—. ¿Pero qué ganaría usted con eso? Son débiles y están agotados, son corruptos y están cansados de batallas. Que busquen una nave, yo no pienso detenerlos. Después de todo, no importa quién recupere esas armas, siempre que no sean los combinados. Es solo que yo creo que hay otra persona que podría tener más posibilidades de conseguirlo de verdad. Sobre todo alguien que tiene acceso a parte de la misma tecnología que posee ahora su bando.

—¿Y quién sería esa persona? —preguntó Antoinette, pero ya debía de tener alguna idea.

Clavain miró a su anfitrión.

—Pero usted tampoco tiene una nave.

—No —dijo H—. No la tengo. Pero al igual que los demarquistas, quizá sepa dónde encontrar una. Hay suficientes naves ultras en este sistema como para que no sea imposible robar una, si tenemos la voluntad necesaria. De hecho, ya he elaborado medidas de emergencia para tomar una abrazadora lumínica, si surgiera en algún momento la necesidad.

—Necesitaría un pequeño ejército para tomar una de sus naves —dijo Clavain.

—Sí —dijo H como si fuera la primera vez que se le había ocurrido—. Sí, es muy probable. —Luego se volvió hacia el cerdo—. ¿No es cierto, Escorpio?

Escorpio escuchó con atención lo que H tenía que decir sobre el delicado asunto de robar una abrazadora lumínica. La audacia de la acción que estaba proponiendo era asombrosa pero, como señaló H, no era la primera vez que el ejército de cerdos realizaba delitos audaces, si bien no de esa magnitud. Habían tomado el control de zonas enteras del Mantillo y les habían arrebatado el poder a los que todavía llamaban irónicamente las autoridades. Habían puesto en ridículo los intentos de la Convención de Ferrisville de extender la ley marcial por los rincones más oscuros de la ciudad; y a modo de respuesta los cerdos y sus aliados habían establecido enclaves sin ley por todo el Cinturón Oxidado. Estas burbujas de criminalidad controlada se habían eliminado de los mapas, así de simple, las habían tratado como si nunca se hubieran recuperado de la plaga de fusión. Pero eso no los hizo menos reales, ni negó el hecho de que con frecuencia eran entornos más armoniosos que los habitáis que estaban a cargo de la administración legal de Ferrisville.

H mencionó también que las actividades de cerdos y banshees se habían extendido por todo el sistema, y los utilizó para ilustrar su teoría de que los cerdos ya tenían toda la pericia y recursos necesarios para robar una abrazadora lumínica. Lo que quedaba era una simple cuestión de organización y de encontrar el momento oportuno. Se tendría que seleccionar una nave con una antelación considerable, y tendría que ser el objetivo ideal. No podía contemplarse la perspectiva de un fracaso, ni siquiera un fracaso que les costase a los cerdos poco en términos de vidas o recursos. En el instante en que los ultras sospechasen que se estaba intentando poseer una de sus valiosas naves, reforzarían su seguridad a gran escala, o bien abandonarían el sistema en masa. No, el ataque tendría que ser rápido y tendría que triunfar a la primera.

H le dijo a Escorpio que ya había realizado un buen número de simulaciones de estrategias de robo, y que había llegado a la conclusión de que el mejor momento era cuando la abrazadora lumínica ya estaba en fase de partida. Sus estudios habían demostrado que era entonces cuando los ultras eran más vulnerables y cuando más probable era que descuidaran sus medidas de seguridad habituales. Sería incluso mejor seleccionar una nave a la que no le hubiera ido muy bien en los habituales intercambios comerciales, ya que estas eran las naves que tenían más probabilidades de haber vendido algunos de sus sistemas de defensa o blindaje como garantía subsidiaria. Ese era el tipo de trato que los ultras se guardaban para sí, pero H ya había colocado espías en los encaminadores que atestaban los estacionamientos y había interceptado y filtrado los diálogos comerciales de los ultras. Le mostró a Escorpio las últimas transcripciones, pasó de largo las resmas de argot comercial y destacó los tratos lucrativos. En el proceso, atrajo la atención de Escorpio hacia una nave que ya estaba en el espacio de Yellowstone y a la que no le había ido bien en las últimas rondas.

—A la nave en sí no le pasa nada —dijo H bajando la voz y adoptando un tono confidencial—. Técnicamente sana, o al menos nada que no se pudiera arreglar de camino a Delta Pavonis. Creo que esa podría ser la nuestra, Escorpio. —Hizo una pausa—. Incluso he tenido unas palabras con Lasher... ¿Tu segundo? Es consciente de mis intenciones y le he pedido que reúna un pelotón de asalto para la operación, unos cuantos cientos de los mejores. No tienen por qué ser cerdos, aunque sospecho que muchos de ellos lo serán.

—Espere, espere —Escorpio levantó el torpe muñón que tenía por mano—. Ha dicho Lasher. ¿Cómo cojones conoce a Lasher?

H parecía más divertido que irritado.

—Esta es mi ciudad, Escorpio. Conozco a todos y todo lo que hay en ella. —Pero Lasher...

—Te sigue siendo tan encarnizadamente leal como siempre, sí. Soy consciente de eso y no he intentado volverlo contra ti. Era admirador tuyo antes de convertirse en tu segundo, ¿no es cierto?

—No sabe una mierda de Lasher.

—Sé lo suficiente, sé que se mataría si usted diese la orden. Y como ya le he dicho, no hice ningún esfuerzo por conseguir lo contrario. Yo... anticipé su consentimiento, Escorpio. Eso es todo. Anticipé que usted aceptaría mi petición y haría lo que le pido. Le dije a Lasher que usted ya le había ordenado que reuniera el ejército, y que yo solo estaba transmitiendo la orden. Así que me tomé la libertad. Lo admito. Como ya he insinuado, estos no son tiempos para hombres que dudan. Y nosotros no somos hombres que duden, ¿verdad?

—No...

—Ese es el espíritu. —Le dio una palmada en el hombro con un gesto de bulliciosa camaradería—. La nave es la Hijo de Eldritch, de la aureola comercial de las Industrias Macro Hektor. ¿Cree que usted y Lasher pueden capturarla, Escorpio? ¿O me he dirigido a los cerdos equivocados?

—Que lo jodan, H.

El hombre sonrió radiante. —Lo tomaré como un sí.

—No he terminado. Yo elijo a mi equipo. No solo a Lasher sino a todos los que yo diga. No importa en qué sitio del Mantillo estén, no importa en qué mierda estén metidos ni la mierda que hayan hecho, usted me los consigue. ¿Entendido?

—Haré lo que pueda. Tengo mis límites.

—Bien. Y cuando haya terminado, cuando haya puesto a disposición de Clavain una nave...

—Viajará en esa misma nave. Verá, no hay otra forma. ¿De verdad pensó que podría volver a fundirse en la sociedad Stoner? Puede salir de aquí ahora mismo, con todas mis bendiciones, pero no pienso darle mi protección. Y por muy leal que sea Lasher, la Convención ha olido la sangre. No hay razón para que se quede atrás, al igual que no hay razón para que Antoinette y Xavier se queden aquí. Como ellos, si es inteligente, se irá con Clavain.

—Está hablando de abandonar Ciudad Abismo.

—Todos debemos tomar decisiones en la vida, Escorpio. No siempre son fáciles. No las que cuentan, en cualquier caso. —H agitó la mano con gesto despectivo—. No tiene que ser para siempre. Usted no nació aquí, como tampoco nací yo. La ciudad seguirá aquí dentro de cien o doscientos años. Quizá no tenga el mismo aspecto que ahora pero, ¿qué importa? Puede que sea mejor, o peor. Sería cosa suya encontrar su lugar en ella. Por supuesto, quizá para entonces no desee volver.

Escorpio volvió a mirar las líneas de argot comercial que rodaban ante sus ojos.

—¿Y esa nave... la que ha descubierto...?

—¿Sí?

—Si la tomara y se la diera a Clavain, y luego decidiera quedarme a bordo... Hay algo en lo que insistiría. H se encogió de hombros.

—Una o dos exigencias por su parte no serían excesivas. ¿Qué es lo que quiere? —Ponerle nombre. Se convierte en la Luz del Zodíaco. Y no es negociable. H lo miró con un interés frío y distante.

—Estoy seguro de que Clavain no pondría objeciones. ¿Pero por qué ese nombre? ¿Significa algo para usted? Escorpio dejó la pregunta sin respuesta.

Después, mucho después, cuando supo que la nave se había ido, que la habían capturado, que habían expulsado a su tripulación y habían salido disparados del sistema rumbo a la estrella Delta Pavonis, alrededor de la cual orbitaba un mundo del que él apenas había oído hablar llamado Resurgam, H salió a uno de los balcones situados en el nivel medio del
Cháteau des Corbeaux
. Una brisa cálida le pegó el borde de la túnica a los pantalones. Respiró hondo varias veces, saboreó los aromas a ungüentos y especias de ese aire. Allí el edificio todavía estaba dentro de la burbuja de atmósfera respirable que vomitaba el abismo por medio del enfermo Lilly, el inmenso mecanismo de bioingeniería que los combinados habían instalado durante su breve y feliz inquilinato. Era de noche, y por algún extraño alineamiento de ánimo personal y condiciones ópticas exteriores se encontró con que Ciudad Abismo era de una belleza extraordinaria, esa belleza que todas las ciudades humanas tienen la obligación de mostrar en algún punto de su vida. La había visto sufrir tantos cambios... Pero no eran nada comparados con los cambios que había vivido él. Está hecho, pensó.

Ahora que la nave ya iba de camino, ahora que había ayudado a Clavain en su misión, por fin había hecho la buena obra más grande e incontrovertible de su vida. No era, supuso, un desagravio adecuado para todo lo que había realizado en el pasado, para todas las crueldades que había infligido, para todas las amabilidades que había omitido. Ni siquiera era suficiente para expiar su fracaso a la hora de rescatar a la larva atormentada antes de que la Mademoiselle lo venciera por la mano. Pero era mejor que nada.

Cualquier cosa era mejor que nada.

El balcón se extendía por un costado negro del edificio, bordeado solo por el más bajo de los muros. Caminó hasta el borde. La brisa cálida (no muy distinta de la exhalación constante de un animal) ganaba fuerza, hasta que en realidad dejó de ser una brisa. Mucho más abajo, tanto que los kilómetros mareaban, la ciudad se abría en chorros enmarañados de luz, como el cielo sobre su ciudad natal después de uno de los reñidos combates aéreos que recordaba de su juventud.

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