Pero luego se dio cuenta de que las emisiones no procedían de esa parte del cielo.
Procedían del espacio interestelar.
—¿Ilia...? —Preguntó el capitán—. ¿Ocurre algo? ¿Quieres que aborte el despliegue?
—Usted lo sabía, ¿no es cierto? —dijo ella. —¿Saber qué?
—Que alguien nos estaba disparando un láser. Frecuencia de comunicación. —Lo siento, Ilia pero yo solo...
—No quería que yo lo supiera. Y no lo supe hasta que me conecté con esos sensores del casco para observar la salida del arma.
—Qué emisiones... Ah, espera. —Su gran voz de deidad vaciló un momento—. Espera, ya veo a lo que te refieres. No lo había notado, estaban pasando tantas cosas... Tú estás más sensibilizada con tales preocupaciones que yo, Ilia. Estos días estoy muy concentrado en mí mismo. Si esperas un momento, retrocederé un poco para determinar cuándo comenzaron las emisiones. Tengo los datos de los sensores, ya sabes...
Volyova no le creía, pero sabía que no había forma de demostrar lo contrario. Él lo controlaba todo, y fue solo al desconcentrarse un momento que ella se había enterado de la presencia del láser.
—Y bien, ¿cuánto tiempo?
—No más de un día, Ilia. Un día o así...
—¿Qué significa «o así», hijo de puta mentiroso?
—Quiero decir... cuestión de días. No más de una semana... según un cálculo conservador.
—Svinoi. Cerdo mentiroso, hijo de puta. ¿Por qué no me lo ha dicho antes?
—Supuse que tú ya eras consciente de la señal, Ilia. ¿No la recogiste cuando tu trasbordador se acercó a mí?
Ah, pensó ella. Así que era una señal, no solo una explosión láser sin sentido. ¿Qué más sabía el capitán?
—Por supuesto que no lo sabía. Estuve dormida hasta el último momento, y el trasbordador no estaba programado para buscar nada que no fueran transmisiones del interior del sistema. Las comunicaciones interestelares tienen un corrimiento al azul para salir de las bandas de frecuencia habituales. ¿Cuál era el corrimiento al azul, capitán?
—Modesto, Ilia: diez por ciento de la velocidad de la luz. Solo lo suficiente para sacarlo de la banda de frecuencia esperable.
Volyova hizo los cálculos. Diez por ciento de luz... Una abrazadora lumínica no podía reducir esa clase de velocidad en mucho menos de treinta días. Incluso si una nave estelar estaba irrumpiendo en el sistema, ella todavía tenía un mes antes de que llegara. No le dejaba mucho margen de maniobra, pero era mejor que averiguar que solo estaban a unos cuantos días.
—¿Capitán? La señal debe de ser una transmisión automatizada programada para repetirse, o no la habrían mantenido durante tanto tiempo. Pásemela al traje. De inmediato.
—Sí, Ilia. ¿Y las armas del alijo? ¿Quieres que abandone el despliegue?
—Sí... —empezó a decir antes de corregirse—. No. ¡No! Esto no cambia nada. Siga desplegando los putos trastos, todavía llevará horas sacar las ocho fuera. Ya oyó lo que dije antes, ¿no? Quiero que su masa los proteja de los inhibidores.
—¿Y qué pasa con la fuente de la señal, Ilia?
Si hubiera tenido esa opción, le habría dado una patada en alguna parte. Pero estaba flotando lejos de cualquier cosa que hubiera podido patear. —Limítese a poner la puta transmisión.
Su visera se volvió opaca y oscureció la visión de la cámara del alijo. Por un momento se quedó mirando un mar blanco sin dimensiones. Luego se formó una escena, una disolución lenta que dio paso a un interior. Parecía estar de pie en el extremo de una larga habitación amueblada con austeridad; había una mesa negra entre ella y las tres personas que se encontraban al otro lado de la mesa. Esta era una cuña de pura oscuridad.
—Hola —dijo el único varón humano de los tres—. Me llamo Nevil Clavain y creo que usted tiene algo que yo quiero.
A primera vista parecía ser una simple extensión de la mesa. Sus ropas eran del mismo color negro sin brillo, solo surgían de las sombras sus manos y su cabeza. Tenía los dedos entrelazados con cuidado delante de él. Unas venas como cuerdas dibujaban espirales en los dorsos de sus manos. El cabello y la barba eran blancos, su rostro recortado por algunos sitios por grietas de una profunda oscuridad.
—Se refiere a los mecanismos que están dentro de su nave —dijo la persona que estaba sentada al lado de Clavain. Era una mujer de aspecto muy joven que llevaba una especie de uniforme negro parecido. Volyova se esforzó por reconocer el acento; le parecía que sonaba como uno de los dialectos locales de Yellowstone—. Sabemos que tiene treinta y tres. Disponemos de un mecanismo permanente que fija su huella diagnóstica, así que no piense siquiera en marcarse un farol.
—No funcionará —dijo el tercer interlocutor, que era un cerdo—. Somos muy resueltos, ¿sabe? Capturamos esta nave cuando dijeron que no se podía hacer.
Incluso hemos conseguido darles a los combinados un buen puñetazo. Hemos venido desde muy lejos para conseguir lo que queremos, y no nos vamos a ir a casa con las manos vacías. —Mientras hablaba, enfatizaba sus argumentos con mandobles de la pezuña que tenía por mano.
Clavain, el primer interlocutor, se inclinó hacia delante.
—Escorpio tiene razón. Tenemos los medios técnicos para adueñarnos de nuevo de las armas. La pregunta es: ¿tendrá usted el buen sentido de entregarlas sin luchar?
Volyova tuvo la sensación de que Clavain estaba esperando a que le respondiese. La necesidad de decir algo, aunque sabía que no era un mensaje en tiempo real, era casi abrumadora. Comenzó a hablar, sabía que el traje capturaría lo que dijese y lo enviaría mediante una conexión a la nave intrusa. Pero haría falta un tiempo de descarga tremendo para la señal: tardaría tres días en salir; eso como mínimo, lo que significaba que no podría esperar una respuesta antes de una semana.
Clavain volvía a hablar.
—Pero no nos pongamos demasiado dogmáticos. Percibo que tiene dificultades en su zona. Hemos visto la actividad que hay en su sistema y comprendemos que podría ser causa de preocupación. Pero eso no cambia nuestro objetivo inmediato. Queremos que esas armas estén listas para su entrega en cuanto irrumpamos en el espacio circunestelar. Nada de trucos y nada de retrasos. No es negociable. Pero sí que podemos discutir los detalles y los beneficios de una cooperación mutua.
—No cuando estás a medio mes de distancia, entonces no puedes —susurró Volyova.
—Llegaremos en poco tiempo-dijo Clavain—. Quizás antes de lo que espera. Pero por ahora estamos fuera del alcance de una comunicación eficiente. Seguiremos transmitiendo este mensaje hasta que lleguemos. Entre tanto, y para facilitar las negociaciones, he preparado una copia de nivel beta de mí mismo. Estoy seguro de que conoce los protocolos de simulación necesarios. Si no es así, también podemos proporcionarle documentación técnica. De otro modo, puede proceder a una instalación completa e inmediata. Para cuando este mensaje haya cumplido mil ciclos, usted tendrá todos los datos que necesita para ejecutar mi nivel beta. —Clavain esbozó una sonrisa razonable y extendió las manos en un gesto abierto—. Por favor, ¿querrá considerarlo? Por supuesto, dispondremos los detalles recíprocos para su propio nivel beta, si desease enviarnos un proxy negociador. Esperamos su reacción con interés. Soy Nevil Clavain, de la Luz del Zodíaco, corto y cierro.
Ilia Volyova soltó para sí unas cuantas maldiciones.
—Por supuesto que conocemos los putos protocolos, cretino condescendiente.
El mensaje había cumplido más de mil ciclos, lo que significaba que los datos necesarios para ejecutar el nivel beta ya se habían grabado. —¿Ha oído eso, capitán? —preguntó.
—Sí, Ilia.
—Examine a fondo el nivel beta, ¿quiere? Compruebe que no tiene ninguna sorpresa desagradable. Luego encuentre un modo de ejecutarlo.
—Incluso si contuviese algún tipo de virus militar, Ilia, dudo mucho que me hiciera daño en mi estado actual. Sería un poco como si un hombre con lepra avanzada se preocupase por una dolencia leve de la piel, o como si el capitán de un navío que se hunde se ocupase de un incidente menor de carcoma, o...
—Sí, ya veo a lo que se refiere, gracias. Pero hágalo de todos modos. Quiero hablar con Clavain. Cara a cara.
Estiró el brazo y liberó la visera justo a tiempo para ver la siguiente arma del alijo que comenzaba a arrastrarse hacia el espacio. Estaba tan furiosa que no sabía qué decir. No era solo que los recién llegados hubieran llegado de forma tan inesperada o que exigieran algo tan incómodo y concreto. Eran las molestias que el capitán parecía haberse tomado para ocultarle todo el asunto.
No sabía a qué estaba jugando el capitán, pero no le gustaba ni un pelo.
Volyova se alejó un paso del servidor. —Comienza —dijo no sin cierto recelo.
El nivel beta se había adaptado a los protocolos habituales, compatible con todos los sistemas principales de simulación anteriores, desde mediados de la Belle Epoque. También se reveló libre de cualquier virus contaminante, ya fuera deliberado o accidental. Volyova seguía sin confiar en él, así que se pasó otro medio día verificando que la simulación no había conseguido, de una forma increíblemente artera, infiltrarse y modificar sus filtros contra los virus. Al parecer no lo había hecho, pero aun así ella hizo todo lo que pudo para asegurarse de que estaba tan aislado de la red de control de la nave como fuera posible.
El capitán, por supuesto, estaba en lo cierto, por completo: ahora él era la nave, en todos los aspectos. Lo que atacaba a la nave, lo atacaba a él. Y dado que él se había convertido en la nave gracias a que se había adueñado de él una plaga alienígena superadaptada, no parecía demasiado probable que algo con un simple origen humano pudiera penetrar en sus sistemas a cuestas de otra cosa. Ya había irrumpido en él un invasor experto que lo había corrompido.
El servidor se movió de forma brusca. Se alejó un paso y estuvo a punto de caerse antes de estabilizarse. Unas cámaras duales miraron en diferentes direcciones y luego se pusieron de golpe en modo binocular y la enfocaron. Unos iris mecánicos se abrieron y cerraron con un movimiento rápido. La máquina dio otro paso, esta vez hacia ella.
Volyova alzó una mano.
—Alto.
Había instalado el nivel beta en una de las pocas máquinas de la nave que tenía una forma del todo androide. El servidor era un montaje básico de varias partes; una obra abierta, alta y flaca. No se sentía amenazada en su presencia, o por lo menos no era una sensación racional de amenaza, ya que físicamente era más fuerte y robusta que la máquina.
—Háblame —le dijo—. ¿Estás bien instalado?
La laringe de la máquina zumbó como una mosca atrapada.
—Soy una simulación de nivel beta de Nevil Clavain.
—Bien. ¿Quién soy yo?
—No lo sé. No se ha presentado.
—Soy la triunviro Ilia Volyova —dijo ella—. Esta es mi nave, Nostalgia por el Infinito. Te he instalado en uno de nuestros servidores de mecánica general. Es una máquina frágil, deliberadamente frágil, así que no intentes hacer ninguna tontería. Estás programado para autodestruirte, pero aunque no fuera ese el caso, podría destrozarte con los dedos.
—Lo último que se me ocurriría es hacer una sandez, triunviro. O Ilia. ¿Cómo quieres que te llame?
—Señora. Este es mi territorio.
No pareció haberla oído.
—¿Has dispuesto que se transmita tu propio nivel beta a la Luz del Zodíaco, Ilia?
—¿Y a ti que te importa?
—Siento curiosidad, eso es todo. Habría una agradable simetría si los dos estuviésemos representados por nuestros respectivos niveles beta, ¿no te parece?
—No confío en los niveles beta. Y tampoco le veo el sentido.
El servidor de Clavain miró a su alrededor, sus ojos duales chasqueaban y zumbaban. Volyova lo había activado en una parte relativamente normal de la nave. Las transformaciones del capitán eran muy leves aquí, pero suponía que ella ya se había acostumbrado a que la rodeara un entorno que seguía siendo bastante extraño según los criterios habituales. Unos arcos de materia de la plaga endurecidos y relucientes se extendían por la cámara como costillas de ballena. Estaban resbaladizos por las secreciones químicas. Sus pies, metidos en botas, chapoteaban por milímetros de aguas residuales negras y malolientes.
—¿Estabas diciendo...? —le indicó a la máquina.
Esta la volvió a mirar de golpe.
—Utilizar niveles beta tiene mucho sentido, Ilia. Nuestras dos naves se hallan fuera del alcance de comunicación efectivo en estos momentos, pero se están acercando. Los niveles beta pueden acelerar todo el proceso de negociación, establecer las reglas básicas, si quieres. Cuando las naves estén más cerca, los betas pueden descargar sus experiencias. Nuestros progenitores de carne y hueso pueden revisar lo que se ha discutido y tomar las decisiones adecuadas con mucha más rapidez de lo que sería posible de otro modo.
—Lo que dices parece plausible, pero a todo lo que yo me estoy dirigiendo es a un juego de respuestas algorítmicas: un modelo predecible de cómo respondería el Clavain auténtico en una situación parecida.
El servidor se obligó a encogerse de hombros.
—¿Y lo que quieres decir es...?
—No tengo ninguna garantía de que así sería como respondería el verdadero Clavain si se encontrara aquí.
—Ah, esa vieja falacia. Te pareces a Galiana. El hecho es que el verdadero Clavain podría responder de forma diferente a varios casos en los que le presentaran los mismos estímulos. Así que no pierdes nada por tratar con un nivel beta. —La máquina levantó uno de los brazos del esqueleto y la miró a través de los huecos que quedaban entre los puntales y los cables del brazo—. ¿Pero sí que te das cuenta de que esto no va a ayudar mucho?
—¿Disculpa?
—Ponerme en un cuerpo como este, algo tan obviamente mecánico. Y esta voz... No soy yo, no soy yo en absoluto. Has visto la transmisión. Esto no me hace justicia, ¿verdad? De hecho, ceceo un poco. Incluso lo exagero a veces. Supongo que se podría decir que forma parte de mi personaje.
—Ya te he dicho...
—Lo que yo sugiero es lo siguiente, Ilia. Permite que la máquina tenga acceso a tus implantes, ¿quieres?, de tal forma que pueda esbozar un fantasma perceptivo en tu campo visual y auditivo'.
Volyova sintió que se ponía a la defensiva, era extraño.
—Yo no tengo implantes, Clavain.
La voz zumbona parecía asombrada.